
“¿De dónde vengo?”, es la pregunta que habita cada existencia. Para miles de personas nacidas de nacimientos anónimos, adoptadas o acogidas, es mucho más que una reflexión interna. Es una necesidad fisiológica, una búsqueda obstaculizada por las lagunas legislativas y la indolencia institucional. Melania Petriello da voz a estas vidas suspendidas entre identidades negadas y el deseo de verdad en “La strada di casa” (Round Robin), un libro escrito con rigor y cercanía. Petriello enciende la grabadora y, sin paños calientes, se sienta frente a Anna, confiada al orfanato de Nápoles por “una mujer que no desea ser nombrada”. Anna busca sus orígenes después de que la enfermedad la obligara a recibir un trasplante de familiares consanguíneos. Hurga entre papeles y documentos amarillentos, como si la verdad fuera un caso por resolver. Encuentra la respuesta en una lápida en Canadá. “¿Has perdonado?”, pregunta Petriello de puntillas. “Me hubiera gustado decirle: ‘te entiendo’”, responde Anna.
Este es el hilo conductor del libro: todas las hijas que no albergan ningún resentimiento. Aquí, el dolor del abandono se encuentra con la comprensión de quienes eligieron o se vieron obligadas a abandonar. Como hizo Rossella, víctima de una violación, que dio a luz anónimamente siendo menor de edad y por consejo de “un amigo de la familia”. Cuando se dio cuenta de lo que había hecho, ya era demasiado tarde. Rossella nunca sabrá qué le pasó a su hijo. A menos que cambie la ley. El libro es un testimonio y una denuncia política. La autora reconstruye el marco legislativo y analiza las paradojas. Una, sobre todo: ¿cómo pueden convivir dos derechos divergentes? Por un lado, el nacimiento anónimo, fruto de valiosas batallas feministas; por otro, la necesidad de conocer las propias raíces. Petriello argumenta que, como periodista, prefiere la precisión de las preguntas al bálsamo de las respuestas. Y, sin embargo, surge una respuesta: si una hija y una madre, después de un tiempo, deciden conocerse, ¿por qué debería interponerse una ley? Hablando de caminos, tal vez exista una tercera vía: el consenso. Ninguna elección debe ser irreversible.
di Carmen Vogani