
“No se trata solo de dar un paso tras otro, sino de atravesarse a una misma”. Las palabras de Cheryl, protagonista de “Wild”, evocan las de San Agustín: “La peregrinación es un retorno al corazón”. Ya sea un viaje espiritual o un camino de transformación, el viaje inevitablemente conlleva una serie de simbolismos que lo convierten en una de las metáforas por excelencia. En el caso de las mujeres, esta experiencia adquiere un valor añadido: no es solo un viaje de fe o autodescubrimiento, sino también una forma de emancipación de las limitaciones impuestas por la sociedad.
La peregrinación femenina sigue siendo un potente espejo donde reflejar la búsqueda de una misma y de la propia voz en el mundo. El cine ha narrado este viaje con eficacia. “Un giorno devi andaré” (2013), de Giorgio Diritti, y “Wild” (2014), de Jean-Marc Vallée, presentan historias diferentes, pero unidas por el mismo deseo de transformación. La segunda se basa en las memorias homónimas en las que Cheryl Strayed narra su solitario viaje por el Pacific Crest Trail, un camino que en la película representa la necesidad de superar el dolor de la pérdida y la autodestrucción. Interpretada por Reese Witherspoon, encarna a una heroína moderna que se enfrenta a la naturaleza y a sus propios límites físicos y psicológicos, encontrando la fuerza para afrontar su pasado y reconstruir su vida.
De igual manera, “Un giorno devi andaré” narra la historia de la peregrinación de Augusta (Jasmine Trinca), una joven que, tras experimentar un profundo dolor, decide distanciarse de la sociedad occidental para refugiarse en la Amazonia. Su viaje es una huida, pero también una búsqueda. Inmersa en un contexto completamente nuevo, Augusta experimenta una espiritualidad distinta a la de sus orígenes cristianos y se enfrenta a una nueva visión de la vida y la fe. Ambas desafían los estereotipos del viaje femenino como una escapada romántica. Sus peregrinaciones son pruebas de resistencia, actos de rebelión y, en última instancia, instrumentos de renacimiento.
También en la historia de la Iglesia, las peregrinas han desafiado muchas veces las convenciones. Santa Brígida de Suecia, en el siglo XIV, abandonó la corte para viajar a Jerusalén; y Margery Kempe escribió la primera autobiografía mística en inglés, narrando su peregrinación como un acto de desobediencia a las expectativas matrimoniales. Esta tensión entre obediencia y rebelión también se encuentra en “Tracks” (2013), donde Robyn Davidson cruza el desierto australiano con sus camellos, en una peregrinación laica, pero no por ello menos sagrada.
Es “Holy Smoke!” (1999), de Jane Campion, la que cambia por completo la perspectiva, trazando una auténtica teología del viaje femenino en el cine. Aquí, el viaje físico y espiritual se convierten en un acto de liberación y en un choque frontal con las estructuras patriarcales, tanto seculares como religiosas. Una extraordinaria Kate Winslet interpreta a Ruth, una joven que, tras una experiencia mística en la India —una experiencia que su familia (y la sociedad occidental) interpretan como una amenaza—, es “reeducada” por un desprogramador (Harvey Keitel). No se acepta su “conversión” por lo que viene sometida a un auténtico exorcismo laico. De igual manera, en “Un giorno devi andare”, Augusta huye al Amazonas tras un trauma en busca de una espiritualidad más auténtica lejos de las hipocresías de la sociedad occidental.
Su viaje recuerda al de los misioneros, pero con una diferencia porque ella no va para convertir, sino para ser convertida. Al igual que Ruth, Augusta busca a Dios (o al menos un significado) fuera de las instituciones, en una espiritualidad salvaje que la tradición cristiana a menudo ha visto con recelo. En ambas películas, el cuerpo de la mujer se convierte en un campo de batalla entre fuerzas opuestas. En “Holy Smoke!”, Ruth usa su sensualidad como arma para invertir los roles. En “Un giorno devi andare”, Augusta se sumerge en un mundo primitivo, donde el cuerpo ya no es objeto de juicio, sino instrumento de supervivencia y oración. Y si en la tradición cristiana, la peregrinación es un acto de obediencia (se va a Santiago, Roma, Tierra Santa para confirmar la fe), en las películas analizadas se convierte en un acto de desobediencia. El viaje femenino en el cine es muchas veces una herejía, en el sentido etimológico del término (hairesis, “elección”). Las protagonistas eligen su camino, incluso si las lleva fuera de la sociedad, la Iglesia y las expectativas. Sin embargo, al igual que las místicas medievales, encuentran a Dios (o al menos a sí mismas) solo rompiendo las reglas.
de Gianluca Arnone