Discurso a las delegaciones ecuménicas e interreligiosas convenidas para el inicio del ministerio petrino del Papa León XIV
Sala Clementina, lunes 19 de mayo de 2025
El testimonio de la fraternidad para edificar un mundo más pacífico
Queridos hermanos y hermanas:
Con gran alegría les dirijo mi cordial saludo a todos ustedes, representantes de otras Iglesias y Comunidades eclesiales, así como también a los de otras religiones, que han querido participar en la celebración inaugural de mi ministerio como Obispo de Roma y Sucesor de Pedro. Mientras expreso mi afecto fraterno a Su Santidad Bartolomé, a Su Beatitud Teófilo III y a Su Santidad Mar Awa III, les hago llegar también mi más sentido agradecimiento a cada uno de ustedes. Su presencia y su oración me sirven de gran consuelo y aliento.
Uno de los puntos clave del pontificado del Papa Francisco ha sido el de la fraternidad universal. En este tema, de verdad que el Espíritu Santo lo ha “impulsado” a dar grandes pasos hacia adelante en las aperturas e iniciativas que ya habían comenzado a asumir los Pontífices precedentes, sobre todo desde san Juan XXIII. El Papa de la Fratelli tutti promovió tanto el camino ecuménico como el diálogo interreligioso, y lo hizo sobre todo cultivando las relaciones interpersonales de modo que, salvaguardando los vínculos eclesiales, se valorizara siempre el aspecto humano del encuentro. Que Dios nos ayude a atesorar su testimonio.
Mi elección ha tenido lugar mientras se conmemora el 1700 aniversario del Primer Concilio Ecuménico de Nicea. Ese Concilio representa una etapa fundamental para la elaboración del credo compartido por todas las Iglesias y Comunidades eclesiales. Conforme estamos caminando hacia el restablecimiento de la plena comunión entre todos los cristianos, reconocemos que esta unidad debe ser unidad en la fe. En cuanto Obispo de Roma, considero uno de mis deberes prioritarios la búsqueda del restablecimiento de la plena y visible comunión entre todos aquellos que profesan la misma fe en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.
En realidad, la preocupación por la unidad ha sido siempre una constante en mí, como atestigua el lema que he elegido para mi ministerio episcopal: In Illo uno unum, una expresión de san Agustín de Hipona que recuerda que también nosotros, aun siendo muchos, «en Aquel uno —o sea en Cristo—, somos uno» (Enarr. in Ps., 127,3). Nuestra comunión se realiza, en efecto, en la medida que convergemos en el Señor Jesús. Cuanto más le somos fieles y obedientes, más unidos estamos entre nosotros. Por eso, como cristianos, estamos llamados a orar y trabajar juntos para alcanzar paso a paso esta meta, que es y será siempre obra del Espíritu Santo.
Consciente, además, de que sinodalidad y ecumenismo están estrechamente relacionados, deseo asegurar mi intención de proseguir el compromiso del Papa Francisco en la promoción del carácter sinodal de la Iglesia Católica y en el desarrollo de formas nuevas y concretas para una sinodalidad cada vez más intensa en el ámbito ecuménico.
Nuestro camino común puede y debe entenderse también en un sentido amplio, que involucra a todos, según el espíritu de fraternidad humana al que me refería antes. Hoy es tiempo de dialogar y de construir puentes. Y por eso me alegra y agradezco la presencia de los representantes de otras tradiciones religiosas, que comparten la búsqueda de Dios y de su voluntad, que es siempre y únicamente voluntad de amor y de vida para los hombres y mujeres y para todas las criaturas.
Ustedes han sido testigos de los notables esfuerzos realizados por el Papa Francisco en favor del diálogo interreligioso. A través de sus palabras y acciones, ha abierto nuevas perspectivas de encuentro, para promover «la cultura del diálogo como camino; la colaboración común como conducta; el conocimiento recíproco como método y criterio» (Documento sobre la fraternidad humana por la paz mundial y la convivencia común, Abu Dabi, 4 de febrero de 2019). Y agradezco al Dicasterio para el Diálogo Interreligioso por el papel esencial que desempeña en esta labor paciente de alentar los encuentros y los intercambios concretos, orientados a construir relaciones basadas en la fraternidad humana.
Deseo dirigir un saludo especial a los hermanos y hermanas judíos y musulmanes. Debido a las raíces judías del cristianismo, todos los cristianos tienen una relación particular con el judaísmo. La Declaración conciliar Nostra aetate (cf. n. 4) subraya la grandeza del patrimonio espiritual común entre cristianos y judíos, alentando al conocimiento y la estima mutuos. El diálogo teológico entre cristianos y judíos sigue siendo siempre importante y es muy valioso para mí. Incluso en estos tiempos difíciles, marcados por conflictos y malentendidos, es necesario continuar con entusiasmo este diálogo tan valioso.
Las relaciones entre la Iglesia Católica y los musulmanes han estado marcadas por un compromiso creciente con el diálogo y la fraternidad, favorecido por el aprecio hacia estos hermanos y hermanas «que adoran al único Dios, viviente y subsistente, misericordioso y todo poderoso, Creador del cielo y de la tierra, que habló a los hombres» (íbid., 3). Este enfoque, basado en el respeto mutuo y en la libertad de conciencia, representa una base sólida para construir puentes entre nuestras comunidades.
A todos ustedes, representantes de las demás tradiciones religiosas, les expreso mi gratitud por su participación en este encuentro y por su contribución a la paz. En un mundo herido por la violencia y los conflictos, cada una de las comunidades aquí representadas aporta su sabiduría, su compasión y su compromiso con el bien de la humanidad y el cuidado de la casa común. Estoy convencido de que, si estamos unidos y libres de condicionamientos ideológicos y políticos, podremos ser eficaces al decir “no” a la guerra y “sí” a la paz, “no” a la carrera armamentista y “sí” al desarme, “no” a una economía que empobrece a los pueblos y a la tierra y “sí” al desarrollo integral.
El testimonio de nuestra fraternidad, que espero podamos manifestar con gestos concretos, sin duda contribuirá a construir un mundo más pacífico, como lo desean en lo más profundo de su corazón todos los hombres y mujeres de buena voluntad.
Queridos amigos, gracias nuevamente por su cercanía. Invoquemos en nuestros corazones la bendición de Dios: que su infinita bondad y sabiduría nos ayude a vivir como hijos suyos y como hermanos y hermanas entre nosotros, para que crezca la esperanza en el mundo. Les agradezco de corazón.
Homilía del Santo Padre León XIV en la visita al sepulcro de San Pablo
Basílica de San Pablo Extramuros, martes 20 de mayo de 2025
Testigos de la caridad para hacerse prójimos los unos a los otros
La lectura bíblica que hemos escuchado es el comienzo de la bellísima carta que san Pablo dirige a los cristianos de Roma, cuyo mensaje gira en torno a tres grandes temas: la gracia, la fe y la justicia. Mientras encomendamos el inicio de este nuevo pontificado a la intercesión del Apóstol de las gentes, reflexionemos juntos sobre su mensaje.
En primer lugar, san Pablo afirma haber recibido de Dios la gracia de la llamada (cf. Rm 1,5). Es decir, reconoce que su encuentro con Cristo y su ministerio están vinculados al amor con el que Dios lo ha precedido, llamándolo a una vida nueva mientras aún estaba lejos del Evangelio y perseguía a la Iglesia. San Agustín —también él un convertido— habla de la misma experiencia diciendo: «¿Qué vamos a elegir, a no ser que antes seamos elegidos nosotros? De hecho, no amamos si antes no somos amados» (Sermón 34,1.2). En la raíz de toda vocación está Dios, su misericordia, su bondad, generosa como la de una madre (cf. Is 66,12-14), que naturalmente, a través de su mismo cuerpo, nutre a su niño cuando todavía es incapaz de alimentarse por sí solo (cf. S. Agustín, Comentario al salmo 130,9).
Pero Pablo, en el mismo versículo, habla también de «la obediencia de la fe» (Rm 1,5), y además en él comparte lo que ha vivido. El Señor, en efecto, apareciéndosele en el camino de Damasco (cf. Hch 9,1-30), no le quitó su libertad, sino que dio la posibilidad de decidir, de obedecer como fruto de un esfuerzo, de luchas interiores y exteriores, que él aceptó afrontar. La salvación no aparece por encanto, sino por un misterio de gracia y de fe, del amor de Dios que nos precede, y de la adhesión confiada y libre por parte del hombre (cf. 2 Tm 1,12).
Mientras agradecemos al Señor la llamada con la que transformó la vida de Saulo, le pedimos que también nosotros sepamos responder del mismo modo a sus invitaciones, haciéndonos testigos del amor que «ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado» (Rm 5,5). Le pedimos que sepamos cultivar y difundir su caridad, haciéndonos prójimos los unos de los otros (cf. Francisco, Homilía de las II Vísperas de la Solemnidad de la Conversión de san Pablo, 25 enero 2024), en la misma carrera de afectos que, desde el encuentro con Cristo, impulsó al antiguo perseguidor a hacerse «todo para todos» (1 Co 9,22), hasta el martirio. De ese modo, para nosotros como para él, en la debilidad de la carne se revela la potencia de la fe en Dios que justifica (cf. Rm 5,1-5).
Esta basílica desde hace siglos está encomendada al cuidado de una comunidad benedictina. ¿Cómo no recordar, entonces, hablando del amor como fuente y motor del anuncio del Evangelio, las insistentes exhortaciones de san Benito, en su regla, a la caridad fraterna en el cenobio y a la hospitalidad para con todos (cf. Regla, cap. LIII, LXIII)?
Quisiera concluir evocando las palabras que, más de mil años después, otro Benedicto, el Papa Benedicto XVI, dirigía a los jóvenes: «Queridos amigos —decía—, Dios nos ama. Ésta es la gran verdad de nuestra vida y que da sentido a todo lo demás. […] En el origen de nuestra existencia hay un proyecto de amor de Dios», y la fe nos lleva a «abrir nuestro corazón a este misterio de amor y a vivir como personas que se saben amadas por Dios» (Homilía en la Vigilia de oración con los jóvenes, Madrid, 20 agosto 2011).
Aquí está la raíz, simple y única, de toda misión, incluso de la mía, como sucesor de Pedro y heredero del celo apostólico de Pablo. Que el Señor me conceda la gracia de responder fielmente a su llamada.
Videomensaje del Papa León XIV con motivo del encuentro de aproximadamente 20 universidades en Río de Janeiro sobre Laudato si’
Pontificia Universidad Católica de Río de Janeiro (PUC-Rio), 20-24 de mayo de 2025]
Puentes de integración
Estimados hermanos y hermanas, quiero enviar este saludo, un saludo grande, a la Red de Universidades para el Cuidado de la Casa Común. Sé que están reunidos en la Pontificia Universidad Católica de Río de Janeiro y tienen este hermoso motivo del 10º aniversario del documento del Santo Padre Francisco, la Encíclica Laudato si’. Sé que van a hacer un trabajo sinodal de discernimiento como preparación para la COP30. Van a reflexionar juntos sobre una posible remisión entre la deuda pública y la deuda ecológica, una propuesta que el Papa Francisco había sugerido en su mensaje para la Jornada Mundial de la Paz.
Y en este año jubilar, año de esperanza, es tanto importante este mensaje. A ustedes, los rectores universitarios, quiero animarles en esta misión que han asumido: a ser constructores de puentes de integración entre las Américas y con la Península Ibérica,
trabajando por una justicia ecológica, social y ambiental.
Agradezco a todos sus esfuerzos y su trabajo. Les animo a seguir construyendo puentes.
Y quisiera terminar dando la bendición, confiando en la gracia de Dios que nos acompañe siempre:
La bendición de Dios Todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo descienda sobre ustedes que les acompañe siempre.
Amén.
Audiencia general del Papa León XIV
Plaza de San Pedro, Miércoles 21 de mayo de 2025
La palabra de Dios fecunda y provoca toda realidad.
Queridos hermanos y hermanas:
Me alegra darles la bienvenida en mi primera audiencia general. Hoy retomo el ciclo de catequesis jubilares sobre el tema «Jesucristo, nuestra esperanza», iniciado por el Papa Francisco.
Hoy seguiremos meditando sobre las parábolas de Jesús, que nos ayudan a recuperar la esperanza, porque nos muestran cómo obra Dios en la historia. Hoy me gustaría detenerme en una parábola un poco particular, porque es una especie de introducción a todas las parábolas. Me refiero a la del sembrador (cf. Mt 13,1-17). En cierto sentido, en este relato podemos reconocer la forma de comunicarse de Jesús, que tiene mucho que enseñarnos para el anuncio del Evangelio hoy.
Cada parábola cuenta una historia tomada de la vida cotidiana, pero quiere decirnos algo más, nos remite a un significado más profundo. La parábola suscita en nosotros interrogantes, nos invita a no quedarnos en las apariencias. Ante la historia que se cuenta o la imagen que se me presenta, puedo preguntarme: ¿dónde estoy yo en esta historia? ¿Qué dice esta imagen a mi vida? El término parábola proviene, de hecho, del verbo griego paraballein, que significa lanzar delante. La parábola me lanza delante una palabra que me provoca y me empuja a interrogarme.
La parábola del sembrador habla precisamente de la dinámica de la palabra de Dios y de los efectos que produce. De hecho, cada palabra del Evangelio es como una semilla que se arroja al terreno de nuestra vida. Muchas veces Jesús utiliza la imagen de la semilla, con diferentes significados. En el capítulo 13 del Evangelio de Mateo, la parábola del sembrador introduce una serie de otras pequeñas parábolas, algunas de las cuales hablan precisamente de lo que ocurre en el terreno: el trigo y la cizaña, el grano de mostaza, el tesoro escondido en el campo. ¿Qué es, entonces, este terreno? Es nuestro corazón, pero también es el mundo, la comunidad, la Iglesia. La palabra de Dios, de hecho, fecunda y provoca toda realidad.
Al principio, vemos a Jesús que sale de su casa; una gran multitud se reúne a su alrededor (cf. Mt 13,1). Su palabra fascina y despierta la curiosidad. Entre la gente hay, evidentemente, muchas situaciones diferentes. La palabra de Jesús es para todos, pero actúa en cada uno de manera diferente. Este contexto nos permite comprender mejor el sentido de la parábola.
Un sembrador, bastante original, sale a sembrar, pero no se preocupa de dónde cae la semilla. La arroja incluso donde es improbable que dé fruto: en el camino, entre las piedras, entre los espinos. Esta actitud sorprende a los oyentes y los lleva a preguntarse: ¿por qué?
Estamos acostumbrados a calcular las cosas —y a veces es necesario—, ¡pero esto no vale en el amor! La forma en que este sembrador «derrochador» arroja la semilla es una imagen de la forma en que Dios nos ama. Es cierto que el destino de la semilla depende también de la forma en que la acoge el terreno y de la situación en que se encuentra, pero ante todo, con esta parábola, Jesús nos dice que Dios arroja la semilla de su palabra sobre todo tipo de terreno, es decir, en cualquier situación en la que nos encontremos: a veces somos más superficiales y distraídos, a veces nos dejamos llevar por el entusiasmo, a veces estamos agobiados por las preocupaciones de la vida, pero también hay momentos en los que estamos disponibles y acogedores. Dios confía y espera que tarde o temprano la semilla florezca. Él nos ama así: no espera a que seamos el mejor terreno, siempre nos da generosamente su palabra. Quizás precisamente al ver que Él confía en nosotros, nazca en nosotros el deseo de ser un terreno mejor. Esta es la esperanza, fundada sobre la roca de la generosidad y la misericordia de Dios.
Al contar cómo la semilla da fruto, Jesús también está hablando de su vida. Jesús es la Palabra, es la Semilla. Y la semilla, para dar fruto, debe morir. Entonces, esta parábola nos dice que Dios está dispuesto a «desperdiciarse» por nosotros y que Jesús está dispuesto a morir para transformar nuestra vida.
Tengo en mente ese hermoso cuadro de Van Gogh: El sembrador al atardecer. Esa imagen del sembrador bajo el sol abrasador me habla también del esfuerzo del campesino. Y me llama la atención que, detrás del sembrador, Van Gogh haya representado el trigo ya maduro. Me parece una imagen de esperanza: de una forma u otra, la semilla ha dado fruto. No sabemos muy bien cómo, pero es así. En el centro de la escena, sin embargo, no está el sembrador, que está a un lado, sino que todo el cuadro está dominado por la imagen del sol, tal vez para recordarnos que es Dios quien mueve la historia, aunque a veces nos parezca ausente o lejano. Es el sol que calienta la tierra y hace madurar la semilla.Queridos hermanos y hermanas, ¿en qué situación de la vida nos alcanza hoy la palabra de Dios? Pidamos al Señor la gracia de acoger siempre esta semilla que es su palabra. Y si nos damos cuenta de que no somos terreno fértil, no nos desanimemos, sino pidámosle que siga trabajando en nosotros para convertirnos en terreno mejor.
Saludos
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en modo particular a los grupos provenientes de España y América Latina. Los animo a contemplar con esperanza esta maravillosa imagen del Señor derramando su amor en nuestro corazón. Pidámosle, sin desanimarnos, que sea Él quien lo transforme en tierra fecunda, que da fruto sin que nosotros sepamos cómo. Que Dios los bendiga. Muchas gracias.
Discurso del Santo Padre León XIV a las Obras Misionales Pontificias
Sala Clementina, jueves 22 de mayo de 2025
Entre las heridas de la guerras e injusticias llevar el Evangelio de paz verdadera y duradera
Eminencia, Excelencias,
Secretarios Generales, Directores Nacionales y Personal
de la Obras Misionales Pontificias,
Queridos hermanos y hermanas.
Les doy la más cordial bienvenida a todos ustedes, que se han reunido desde más de ciento veinte países, para participar en la Asamblea General anual de las Obras Misionales Pontificias. Quisiera comenzar agradeciendo a ustedes y a sus colaboradores por su servicio comprometido, el cual es indispensable para la misión evangelizadora de la Iglesia, como yo mismo lo he podido constatar en los años de mi ministerio en Perú.
Las Obras Misionales Pontificias son efectivamente el «principal medio» para avivar la responsabilidad misionera entre todos los bautizados y sostener a las comunidades eclesiales en las zonas donde la Iglesia es joven (cf. Decreto Ad gentes, 38). Esto lo vemos en la Obra para la Propagación de la Fe, que proporciona apoyo para los programas pastorales y catequéticos, la construcción de nuevas iglesias, asistencia sanitaria y necesidades educativas en los territorios de misión. La Obra de la Santa Infancia, del mismo modo, sostiene programas de formación cristiana para niños, además de atender sus necesidades básicas y velar por su protección. Asimismo, la Obra de San Pedro Apóstol ayuda a cultivar las vocaciones misioneras, tanto sacerdotales como religiosas, mientras que la Unión Misionera se encarga de la formación de sacerdotes, religiosos y religiosas, y de todo el pueblo de Dios en la actividad misionera de la Iglesia.
La promoción del celo apostólico en el Pueblo de Dios sigue siendo un aspecto esencial de la renovación de la Iglesia, tal como la concibió el Concilio Vaticano II, y es aún más urgente en nuestros días. Nuestro mundo, herido por la guerra, la violencia y la injusticia, necesita escuchar el mensaje evangélico del amor de Dios y experimentar el poder reconciliador de la gracia de Cristo. En este sentido, la Iglesia misma, en todos sus miembros, está llamada cada vez más a ser «una Iglesia misionera, que abre los brazos al mundo, que anuncia la Palabra […] y que se convierte en fermento de concordia para la humanidad» (Homilía de la Misa de inicio de Pontificado, 18 mayo 2025). Estamos llamados a llevar a todos los pueblos, más aún, a todas las criaturas, la promesa evangélica de una paz verdadera y duradera, que es posible porque, en palabras del Papa Francisco, «el Señor ha vencido al mundo y a su conflictividad permanente “haciendo la paz mediante la sangre de su cruz”» (Evangelii gaudium, 229).
Es por eso que vemos la importancia de fomentar un espíritu de discipulado misionero en todos los bautizados y un sentido de urgencia en llevar a Cristo a todos los pueblos. A este respecto, quisiera agradecerles a ustedes y a sus colaboradores el esfuerzo que realizan cada año para promover la Jornada Mundial de las Misiones el penúltimo domingo de octubre, que me es de gran ayuda en mi solicitud por las Iglesias que están en zonas confiadas al Dicasterio para la Evangelización.
Hoy, como en los días posteriores a Pentecostés, la Iglesia, guiada por el Espíritu Santo, prosigue su camino a lo largo de la historia con confianza, alegría y valentía, mientras proclama el nombre de Jesús y la salvación que nace de la fe en la verdad salvífica del Evangelio. Las Obras Misionales Pontificias son una parte importante de este gran esfuerzo. En su labor de coordinar la formación misionera y animar un espíritu misionero a nivel local, quisiera pedir a los directores nacionales que den prioridad a las visitas de las diócesis, parroquias y comunidades, y que de este modo ayuden a los fieles a reconocer la importancia fundamental de las misiones y de apoyar a nuestros hermanos y hermanas que están en aquellas áreas de nuestro mundo donde la Iglesia es joven y está creciendo.
Antes de concluir el discurso de esta mañana, quisiera reflexionar con ustedes sobre dos elementos distintivos de la identidad de las Obras Misionales Pontificias. Que pueden ser descritas como comunión y universalidad. Como Obras encargadas de participar en el mandato misionero del Papa y del Colegio episcopal, ustedes están llamados a cultivar y promover en sus miembros la visión de la Iglesia como comunión de creyentes, animada por el Espíritu Santo, que nos hace entrar en la perfecta comunión y armonía de la Santísima Trinidad. En efecto, es en la Trinidad en quien todas las cosas encuentran su unidad. Esta dimensión cristiana de nuestra vida y misión la llevo en mi corazón, y se refleja en las palabras de san Agustín que elegí para mi servicio episcopal y ahora para mi ministerio pontificio: In Illo uno unum. Cristo es nuestro Salvador y en Él somos uno, la familia de Dios, más allá de la rica variedad de nuestras lenguas, culturas y experiencias.
El tomar conciencia de nuestra comunión como miembros del Cuerpo de Cristo nos abre naturalmente a la dimensión universal de la misión evangelizadora de la Iglesia, y nos inspira a ir más allá de los confines de nuestras propias parroquias, diócesis y naciones, para compartir con toda nación y pueblo la sobreabundante riqueza del conocimiento de Jesucristo (cf. Flp 3, 8).
Un enfoque renovado en la unidad y universalidad de la Iglesia corresponde precisamente al carisma auténtico de las Obras Misionales Pontificias. Como tal, debe inspirar el proceso de renovación de los estatutos que ustedes han iniciado. A este respecto, expreso mi confianza en que este proceso confirmará en su vocación de ser fermento de celo misionero dentro del Pueblo de Dios a los miembros de las Obras en todo el mundo.
Queridos amigos, nuestra celebración de este Año Santo nos interpela a todos a ser “peregrinos de esperanza”. Retomando las palabras que el Papa Francisco eligió como lema para esta Jornada Mundial de las Misiones, quisiera concluir animándolos a seguir siendo “misioneros de esperanza entre todos los pueblos”. Mientras los encomiendo a ustedes, a sus bienhechores y a todos los que están asociados a su importante labor a la amorosa intercesión de María, la Madre de la Iglesia, les imparto con afecto la Bendición Apostólica como prenda de alegría y paz duraderas en el Señor.
Discurso del Papa a los oficiales de la Curia Romana y a los empleados de la Santa Sede, de la Gobernación del Estado de la Ciudad del Vaticano y del Vicariato de Roma
Aula Pablo VI, Sábado 24 de mayo de 2025
Constructores de unidad, custodios de memoria y misión
¡Gracias! Cuando los aplausos duran más que el discurso, significa que tendré que hacer un discurso más largo… Por eso, ¡mejor estén atentos!
Queridos hermanos y hermanas:
Me alegra poder saludarlos a todos ustedes, que forman parte de las comunidades de trabajo de la Curia Romana, de la Gobernación y del Vicariato de Roma.
Saludo a los jefes de dicasterio y los demás superiores, a los jefes de sección y todos los oficiales; así como a las autoridades del Estado de la Ciudad del Vaticano, los dirigentes y el personal. Me da mucho gusto que estén presentes muchos miembros de sus familias, aprovechando que hoy es sábado.
Este primer encuentro entre nosotros no es el momento para pronunciar discursos programáticos, sino para expresarles mi agradecimiento por el servicio que llevan adelante; servicio que yo, por así decirlo, “heredo” de mis predecesores. Muchísimas gracias. Como ustedes bien saben, llegué hace sólo dos años, cuando el amado Papa Francisco me nombró Prefecto del Dicasterio para los Obispos. Tuve que dejar la Diócesis de Chiclayo, en Perú, y venir a trabajar aquí. ¡Qué cambio tan grande! Y ahora, ¿qué puedo decir? Sólo aquello que Simón Pedro le dijo a Jesús en el Lago de Tiberíades: «Señor, tú lo sabes todo; sabes que te quiero» (Jn 21,17).
Los Papas, pasan; la Curia, permanece. Esto vale para todas las Curias episcopales en cada Iglesia particular. Y vale también para la Curia del Obispo de Roma. La Curia es una institución que custodia y trasmite la memoria histórica de una Iglesia, del ministerio de sus obispos. Y esto es muy importante. La memoria es un elemento esencial en un organismo vivo; no está enfocada sólo al pasado, sino que nutre el presente y orienta al futuro. Sin memoria se pierde el rumbo, se pierde el sentido del camino.
Queridos amigos, este es el primer pensamiento que quisiera compartir con ustedes: trabajar en la Curia romana significa contribuir a mantener viva la memoria de la Sede Apostólica, en el sentido vital que he apenas mencionado, de modo que el ministerio del Papa pueda realizarse de la mejor manera. Y por analogía, se puede aplicarse igualmente a los servicios del Estado de la Ciudad del Vaticano.
Hay otro aspecto, complementario al de la memoria, que también me gustaría recordar; a saber, la dimensión misionera de la Iglesia, de la Curia y de toda institución vinculada con el ministerio petrino. Sobre esto insistió mucho el Papa Francisco que, en coherencia con el proyecto enunciado en la Exhortación apostólica Evangelii gaudium, reformó la Curia romana con la Constitución apostólica Praedicate Evangelium, en la perspectiva de la evangelización. Y lo hizo siguiendo los pasos de sus predecesores, especialmente de san Pablo VI y san Juan Pablo II.
Pienso que sabrán que la experiencia de la misión forma parte de mi vida, no sólo en cuanto bautizado ―como para todos nosotros, los cristianos―, sino también porque siendo religioso agustino, me enviaron como misionero a Perú, y fue en medio del pueblo peruano que maduró mi vocación pastoral. Nunca podré agradecerle lo suficiente al Señor por este don. Después, la llamada a servir a la Iglesia aquí, en la Curia romana, fue una nueva misión que he compartido con ustedes durante estos últimos dos años. Y, en este nuevo servicio que me ha sido confiado, la continúo y la continuaré hasta que Dios quiera.
Por esta razón, le repito lo que dije en mi primer saludo, la tarde del 8 de mayo: «Debemos buscar juntos cómo ser una Iglesia misionera, una Iglesia que construye puentes dialogando, siempre abierta a recibir […] con los brazos abiertos a todos, a todos aquellos que necesitan nuestra caridad, nuestra presencia, diálogo y amor». Estas palabras estaban dirigidas a la Iglesia de Roma. Y ahora las repito pensando en la misión de esta Iglesia hacia las demás Iglesias y el mundo entero, para servir a la comunión, a la unidad, en la caridad y en la verdad. El Señor ha conferido a Pedro y a sus sucesores esta misión; y todos ustedes, de diferentes maneras, colaboran en esta gran obra. Cada uno ofrece su propia contribución desempeñando el propio trabajo cotidiano con diligencia y también con fe, porque la fe y la oración, como la sal para los alimentos, dan sabor.
Por lo tanto, si todos estamos llamados a cooperar en la gran causa de la unidad y del amor, tratemos de hacerlo, ante todo, con nuestro comportamiento en las circunstancias de cada día, comenzando con el ambiente laboral. Cada uno puede ser constructor de unidad con sus actitudes hacia los colegas, superando las inevitables incomprensiones con paciencia, con humildad, poniéndose en el lugar del otro, evitando los prejuicios y también con una buena dosis de humorismo, como nos enseñó el Papa Francisco.
Queridos hermanos y hermanas, de nuevo muchas gracias. Estamos en el mes de mayo. Invoquemos juntos a la Virgen María para que bendiga a la Curia romana y a la Ciudad del Vaticano, y también a sus familias, especialmente a los niños, los ancianos y las personas enfermas y que sufren.
¡Gracias!
Entonces, recemos juntos el Ave María.
Gracias de nuevo y enhorabuena.
Regina Coeli
Plaza de San Pedro, Domingo 25 de mayo de 2025
Buscar la paz con valentía y perseverancia
Queridos hermanos y hermanas, ¡feliz domingo!
Estoy todavía en los inicios de mi ministerio entre ustedes y deseo agradecerles ante todo el afecto que me están manifestando, al mismo tiempo les pido que me sostengan con su oración y cercanía.
En todo aquello a lo que el Señor nos llama, tanto en el camino de la vida como en el de la fe, nos sentimos a veces insuficientes. Sin embargo, el Evangelio de este domingo (cf. Jn 14,23-29) justamente nos dice que no debemos fijarnos en nuestras fuerzas, sino en la misericordia del Señor que nos ha elegido, seguros de que el Espíritu Santo nos guía y nos enseña todo.
A los Apóstoles que, en la víspera de la muerte del Maestro, se encontraban turbados desconcertados y afligidos, preguntándose cómo podrían ser continuadores y testigos del Reino de Dios, Jesús les anuncia el don del Espíritu Santo, con esta promesa maravillosa: «El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos en él» (v. 23).
De este modo, Jesús libera a los discípulos de toda angustia y preocupación y puede decirles: «¡No se inquieten ni teman!» (v. 27). Si permanecemos en su amor, en efecto, Él mismo hace morada en nosotros, nuestra vida se convierte en templo de Dios, y ese amor nos ilumina, y va entrando en nuestra forma de pensar y en nuestras decisiones, hasta alcanzar también a los demás, iluminando todos los ámbitos de nuestra existencia.
Sí, hermanos y hermanas, este morar de Dios en nosotros es precisamente el don del Espíritu Santo, que quien nos toma de la mano y nos hace experimentar, incluso en la vida cotidiana, la presencia y la cercanía de Dios, convirtiéndonos en morada suya.
Es hermoso que cuando al mirar a nuestro llamado, a las realidades y personas que nos han sido confiadas, a los compromisos que llevamos adelante y a nuestro servicio en la Iglesia, cada uno de nosotros pueda decir con confianza: aunque soy frágil, el Señor no se avergüenza de mi humanidad, al contrario, viene a habitar dentro de mí. Él me acompaña con su Espíritu, me ilumina y me transforma en instrumento de su amor para los demás, para la sociedad y para el mundo.
Queridos amigos, sobre el fundamento de esta promesa, caminemos en la alegría de la fe, para ser templo santo del Señor. Comprometámonos a llevar su amor a todas partes, recordando que cada hermana y cada hermano es morada de Dios; y que su presencia se revela especialmente en los pequeños, en los pobres y en quienes sufren, y nos pide ser cristianos atentos y compasivos.
Encomendémonos todos a la intercesión de María Santísima. Por obra del Espíritu, ella se convirtió en la “Morada consagrada a Dios”. Junto con ella, también nosotros podemos experimentar la alegría de acoger al Señor y ser signo e instrumento de su amor.
Después del Regina Caeli
Queridos hermanos y hermanas:
Ayer en Poznan (Polonia) fue beatificado Stanislaus Kostka Streich, sacerdote diocesano asesinado por odio a la fe en 1938, porque su labor en favor de los pobres y de los trabajadores irritaba a los seguidores de la ideología comunista. Que su ejemplo anime especialmente a los sacerdotes a gastarse generosamente por el Evangelio y por los hermanos.
También ayer se celebró la memoria litúrgica de la Bienaventurada Virgen María, Auxilio de los cristianos, Jornada de oración por la Iglesia en China, instituida por el Papa Benedicto XVI. En las iglesias y santuarios de China y de todo el mundo se han elevado oraciones a Dios como signo de preocupación y afecto por los católicos chinos y su comunión con la Iglesia universal. Que la intercesión de María Santísima obtenga para ellos y para nosotros la gracia de ser testigos fuertes y alegres del Evangelio, incluso en medio de las pruebas, para promover siempre la paz y la concordia.
Con estos sentimientos, nuestra oración abraza a todos los pueblos que sufren a causa de la guerra; y suplicamos al Señor que conceda valentía y perseverancia a cuantos están comprometidos en el diálogo y en la búsqueda sincera de la paz.
Hace diez años, el Papa Francisco firmó la Encíclica Laudato si’, dedicada al cuidado de nuestra casa común, y que ha tenido una difusión extraordinaria, inspirando innumerables iniciativas y enseñando a todos a escuchar el doble grito de la Tierra y de los pobres. Saludo y animo al Movimiento Laudato si’ y a todos aquellos que llevan adelante este compromiso.
Saludo a todos los peregrinos que llegan desde Italia y de muchas otras partes del mundo, especialmente a los peregrinos de Valencia y de Polonia, envío una particular bendición a cuantos participan en la gran peregrinación al Santuario mariano de Piekary Śląskie en Polonia. Saludo a los fieles de Pescara, Sortino, Paternò, Caltagirone, Massarosa Nord, Malnate, Palagonia y Cerello, y a los de la parroquia de los Sagrados Corazones de Jesús y María en Roma. Saludo con afecto a los niños de la Confirmación de la Arquidiócesis de Génova, a los confirmandos de San Teodoro, en la diócesis de Tempio-Ampurias, a los ciclistas de Paderno Dugnano y a los Bersaglieri de Palermo.
¡Les deseo a todos un feliz domingo!
Saludo del Papa León XIV al alcalde de Roma
Plaza del Ara Coeli, Domingo 25 maggio 2025
«Para vosotros y con vosotros soy romano!»
Señor alcalde,
le agradezco mucho la acogida y las palabras de saludo que me ha dirigido. Doy las gracias, junto a usted, a la administración civil, así como a las autoridades civiles y militares, en el día de mi insediamento como Obispo de Roma.
Al empezar oficialmente el ministerio de Pastor de esta diócesis, siento la grave pero apasionante responsabilidad de servir a todos sus miembros, teniendo en el corazón sobre todo la fe del pueblo de Dios, y por tanto el bien común de la sociedad. Para esta última finalidad somos colaboradores, cada uno en el propio ámbito institucional. Justo después de la elección, recordaba a los hermanos y a las hermanas reunidos en la plaza de San Pedro que soy con ellos cristianos y para ellos obispo: de manera especial, hoy puedo decir que ¡para vosotros y con vosotros soy romano!
Desde hace dos milenios la Iglesia vive el propio apostolado en Roma anunciando el Evangelio de Cristo y dedicándose a la caridad. La educación de los jóvenes y la asistencia hacia quien sufre, la dedicación a los últimos y el cultivo de las artes son expresiones de ese cuidado por la dignidad humana que en cada época debemos apoyar, especialmente hacia los pequeños, los débiles y los pobres. En el año santo del Jubileo, esta preocupación se extiende a los peregrinos procedentes de todas las partes del mundo, y se beneficia también del compromiso de la Administración Capitolina, a la que expreso mi más profundo agradecimiento.
Señor alcalde, deseo que Roma, inigualable por la riqueza del patrimonio histórico y artístico, se distinga siempre también por esos valores de humanidad y civilización que obtienen del Evangelio su savia vital. Con estos sentimientos, imparto la Bendición Apostólica sobre esta ciudad y sobre todos sus habitantes.
Celebración eucarística e insediamento de la Cathedra Romana del Obispo de Roma León XIV
Basílica di San Juan de Letrán, 25 de mayo 2025
A la escucha de todos, para aprender, comprender y decidir juntos
Dirijo un atento saludo a los señores cardenales que están aquí presentes, en particular al cardenal vicario, también a los obispos auxiliares y a todos los obispos, a los queridos sacerdotes —párrocos, vicarios parroquiales y a todos aquellos que de distintas maneras colaboran en el cuidado pastoral de nuestras comunidades—; asimismo a los diáconos, a los religiosos, a las religiosas, a las autoridades y a todos ustedes, amados fieles.
La Iglesia de Roma es heredera de una gran historia, consolidada en el testimonio de Pedro, de Pablo y de innumerables mártires, y tiene una misión única, perfectamente indicada por lo que está escrito en la fachada de esta catedral: ser Mater ómnium Ecclesiarum, Madre de todas las Iglesias.
Frecuentemente el Papa Francisco nos invitaba a reflexionar sobre la dimensión materna de la Iglesia (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 46-49.139-141; Catequesis, 13 enero 2016) y sobre las características que le son propias: la ternura, la disponibilidad al sacrificio y esa capacidad de escucha que permite no sólo socorrer, sino a menudo prever las necesidades y las expectativas, antes incluso de que se formulen. Son rasgos que deseamos que vayan creciendo en el Pueblo de Dios en todas partes, también aquí, en nuestra gran familia diocesana: en los fieles, en los pastores y, antes que nadie, en mí mismo. Las lecturas que hemos escuchado nos pueden ayudar a reflexionar sobre estos atributos.
En los Hechos de los Apóstoles (cf. 15,1-2.22-29), en particular, se narra cómo la comunidad de los orígenes afrontó el desafío de la apertura al mundo pagano para el anuncio del Evangelio. No fue un proceso fácil, requirió mucha paciencia y escucha recíproca; esto se verificó en primer lugar dentro de la comunidad de Antioquía, donde los hermanos, dialogando —incluso discutiendo— llegaron a solucionar juntos la cuestión que los ocupaba. Después, Pablo y Bernabé subieron a Jerusalén. No decidieron por su cuenta, sino que buscaron la comunión con la Iglesia madre y fueron a ella con humildad.
Allí encontraron a Pedro y a los Apóstoles, que les escucharon. Se entabló un diálogo que finalmente llevó a la decisión adecuada: reconociendo y teniendo en cuenta el esfuerzo de los neófitos, convenía no imponerles pesos excesivos, sino limitarse a pedir lo esencial (cf. Hch 15,28-29). De ese modo, lo que podía parecer un problema, se convirtió en una ocasión en la que todos pudieron reflexionar y crecer.
El texto bíblico, sin embargo, nos dice algo más, superando la ya rica e interesante dinámica humana del evento.
Nos lo revelan las palabras que los hermanos de Jerusalén dirigen, en una carta, a los de Antioquía, comunicándoles la decisión que han tomado. Ellos escriben: «El Espíritu Santo, y nosotros mismos, hemos decidido» (cf. Hch 15,28). Precisando que, en todo el proceso, la escucha más importante que hizo posible todo lo demás fue la de la voz de Dios. De ese modo, nos recuerdan que la comunión se construye ante todo “de rodillas”, en la oración y en un continuo compromiso de conversión. Sólo en esa tensión, en efecto, cada uno puede sentir dentro de sí la voz del Espíritu que grita: “Abba, Padre” (cf. Gal 4,6) y consecuentemente escuchar y comprender a los demás como hermanos.
También el Evangelio nos reitera este mensaje (cf. Jn 14,23-29), diciéndonos que, en las decisiones de la vida no estamos solos. El Espíritu nos sostiene y nos indica el camino a seguir, “enseñándonos” y “recordándonos” todo lo que Jesús dijo (cf. Jn 14,26).
En primer lugar, el Espíritu nos enseña las palabras del Señor grabándolas profundamente en nosotros, según la imagen bíblica de la ley que ya no está escrita en tablas de piedra, sino en nuestros corazones (cf. Jr 31,33); don que nos ayuda a crecer hasta transformarnos en “una carta de Cristo” (2 Co 3,3) los unos para los otros. Y es efectivamente así: nosotros somos tanto más capaces de anunciar el Evangelio cuanto más nos dejamos conquistar y transformar por Él, permitiendo a la potencia del Espíritu purificarnos en lo más íntimo, haciendo que nuestras palabras sean simples y sin doblez, nuestros deseos honestos y limpios, nuestras acciones generosas.
Y aquí entra en juego el otro verbo, “recordar”, es decir volver a dirigir la atención del corazón a lo que hemos vivido y aprendido, para penetrar más profundamente en el significado y saborear su belleza.
Pienso, a este respecto, en el comprometido camino que la diócesis de Roma está recorriendo en estos años, estructurado sobre varios niveles de escucha: hacia el mundo que le rodea —para acoger los desafíos—, y al interno de la comunidad —para comprender las necesidades y promover sabias y proféticas iniciativas de evangelización y de caridad—. Es un camino difícil, aún en curso, que intenta abrazar una realidad muy rica, pero también muy compleja. Es, sin embargo, un camino digno de la historia de esta Iglesia, que muchas veces ha demostrado que sabe pensar “a lo grande”, entregándose sin reservas en proyectos valientes, y arriesgándose incluso frente a escenarios nuevos y complejos.
De esto es signo el gran trabajo con el que toda la diócesis, precisamente en estos días, se ha prodigado para el Jubileo, en la acogida y en el cuidado de los peregrinos y en tantas otras iniciativas. Gracias a muchos esfuerzos, la ciudad le parece a quien viene —a veces desde muy lejos— como una gran casa abierta y acogedora, y sobre todo como un hogar de fe.
Por mi parte, expreso el deseo y el compromiso de entrar en este vasto proyecto poniéndome, en la medida de lo posible, a la escucha de todos, para aprender, comprender y decidir juntos: “cristiano con ustedes y Obispo para ustedes”, como decía san Agustín (cf. Sermón 340,1). Les pido que me ayuden a realizarlo mediante un esfuerzo común de oración y de caridad, recordando las palabras de san León Magno: «que en todas las cosas que hacemos rectamente, Cristo es quien realiza la obra de nuestro ministerio. No nos gloriamos en nosotros, que nada podemos sin Él, sino en Aquel que es nuestro poder» (Serm. 5, de natali ipsius, 4).
A estas palabras quisiera agregar, para concluir, las del beato Juan Pablo I, que el 23 de septiembre de 1978, con el rostro radiante y sereno que ya le había valido el apelativo de “el Papa de la sonrisa”, saludaba así a su nueva familia diocesana: «San Pío X, al entrar como Patriarca en Venecia, exclamó en San Marcos: “¿Qué sería de mí, venecianos, si no os amase?” Algo parecido digo yo a los romanos: puedo aseguraros que os amo, que solamente deseo serviros y poner a disposición de todos mis pobres fuerzas, todo lo poco que tengo y que soy» (Homilía en la toma de posesión de la cátedra de Roma, 23 septiembre 1978).
También yo quisiera expresarles todo mi afecto, con el deseo de compartir con ustedes, en el camino común, alegrías y dolores, fatigas y esperanzas. Del mismo modo, les ofrezco “todo lo poco que tengo y que soy”, y eso, lo confío a la intercesión de los santos Pedro y Pablo y a la de tantos otros hermanos y hermanas cuya santidad ha iluminado la historia de esta Iglesia y las calles de esta ciudad. La Virgen María nos acompañe e interceda por nosotros.
Las palabras desde el balcón central de la Basílica de San Juan de Letrán al finalizar la eucaristía
¡La paz esté con ustedes!
Queridos hermanos y hermanas, comunidad de Roma, me alegra estar aquí con vosotros esta tarde, en este acto litúrgico en el cual hemos celebrado si insediamento como vuestro nuevo Obispo de Roma. ¡Gracias a todos ustedes! Vivir nuestra fe, especialmente durante este Año del Jubileo, buscando la esperanza; pero tratando de ser nosotros mismos testimonio que ofrece la esperanza al mundo. ¡Un mundo que sufre mucho, mucho dolor, por las guerras, la violencia, la pobreza! Pero a nosotros cristianos el Señor nos pide siempre este testimonio vivo. Vivir nuestra fe, sentir en nuestro corazón que Jesucristo está presente y saber que Él nos acompaña siempre en nuestro camino.
¡Gracias a vosotros por caminar juntos! ¡Caminemos todos juntos! ¡contad siempre conmigo, que para vosotros soy cristiano y para vosotros Obispo! ¡Gracias a todos!
[Bendición]
¡Buenas tardes a todos! Vivamos con esta alegría, siempre. Gracias.
Visita a la Basílica de Santa María Mayor y veneración del icono de la beata Virgen María «Salus Populi Romani»
Basílica de Santa María Mayor, 25 mayo 2025
Acto de veneración a la «Salus Populi Romani»
Hermanos y hermanas, ¡la paz esté con vosotros!
Buenas tardes a todos. ¡Gracias por estar aquí! Gracias por estar aquí, delante de esta Basílica, en esta tarde, esta noche, cuando celebramos, todos reunidos, como miembros de la Diócesis de Roma, la presencia de su nuevo Obispo. Estoy muy feliz de encontrarles a todos ustedes aquí y les doy las gracias de corazón.
Doy las gracias a todos aquellos que trabajan en esta Basílica, a los dos cardenales que me acompañan esta noche y a las tantas personas que están dedicadas a ayudarnos a vivir nuestra vida de oración, devoción, y que sobretodo nos ayudan a acercarnos a la Madre de Jesús, a la Madre de Dios, María Santísima. Es una bellísima oportunidad para renovar esta devoción a María, Salus Popoli Romani, que ha acompañado tantas veces al pueblo de Roma en sus necesidades. Pedimos a Dios, por intercesión de su Madre, que les bendiga a todos ustedes, a sus familias, a sus seres queridos y que nos ayude a todos a caminar juntos en la Iglesia, unidos como la única familia de Dios.
Digamos juntos:
[Dios te salve María, llena eres de gracia…]
[Bendición]
¡Buenas noches a todos y muchas gracias!
Saludo de León XIV a la sociedad deportiva del fútbol del Nápoles
Sala Clementina, Martes 27 de mayo de 2025
Saludo de León XIV a la sociedad deportiva del fútbol del Nápoles
Vigilar el aspecto educativo del deporte
Quizás no querían aplaudir porque en la prensa dicen que soy hincha de la Roma… ¡Pero bienvenidos! Eso lo dice la prensa. ¡No todo lo que leen en la prensa es verdad!
Queridos amigos,
¡bienvenidos!¡Y felicitaciones por la victoria en el campeonato! ¡Es una gran fiesta para la ciudad de Nápoles!
Y precisamente sobre esto me gustaría hacer una reflexión con ustedes. Ganar el campeonato es una meta que se alcanza al final de un largo camino, donde lo que más cuenta no es la hazaña de un momento, ni la actuación extraordinaria de un campeón. El campeonato lo gana el equipo, y cuando digo «equipo» me refiero tanto a los jugadores como al entrenador con todo el equipo técnico y la sociedad deportiva.
Por eso, me alegra mucho darles la bienvenida ahora, para destacar este aspecto de su éxito, que considero el más importante. Y diría que también lo es desde el punto de vista social. Sabemos lo popular que es el fútbol en Italia y prácticamente en todo el mundo. Y, por lo tanto, también desde este punto de vista, me parece que el valor social de un acontecimiento como este, que va más allá del mero aspecto técnico-deportivo, es el ejemplo de un equipo —en sentido amplio— que trabaja unido, en el que el talento de cada uno se pone al servicio del conjunto.
Y hay una última cosa que me gustaría decir aprovechando esta ocasión. Se trata del aspecto educativo. Lamentablemente, cuando el deporte se convierte en negocio, corre el riesgo de perder los valores que lo hacen educativo, y puede llegar a ser incluso “deseducativo”. Sobre este aspecto hay que vigilar, especialmente cuando tenemos que ver con los adolescentes. Hago un llamamiento a los padres y a los dirigentes deportivos: hay que prestar mucha atención a la calidad moral de la experiencia deportiva a nivel agonístico, porque está en juego el crecimiento humano de los jóvenes. Creo que nos entendemos, no hacen falta muchas palabras.
Les agradezco su visita. ¡Y felicitaciones de nuevo! Felicitaciones también de parte de una señora que estos días me está preparando la comida, que es de Nápoles y les dice: ¡muchas felicitaciones! ¡Le encantaría estar aquí también, a la señora Rosa, una gran hincha!
Que el Señor los bendiga a todos ustedes y a sus familias. ¡Muchas felicidades!
Audiencia general
Plaza de San Pedro, Miércoles, 28 de mayo de 2025
La compasión es cuestión de humanidad no de religión
Queridos hermanos y hermanas:
Continuamos meditando sobre algunas parábolas del Evangelio que nos ofrecen la oportunidad de cambiar de perspectiva y abrirnos a la esperanza. La falta de esperanza, a veces, se debe a que nos quedamos atrapados en una cierta forma rígida y cerrada de ver las cosas, y las parábolas nos ayudan a mirarlas desde otro punto de vista.
Hoy me gustaría hablarles de una persona experta, preparada, un doctor en la Ley, que sin embargo necesita cambiar de perspectiva, porque está concentrado en sí mismo y no se da cuenta de los demás (cf. Lc 10,25-37). De hecho, le pregunta a Jesús cómo se «hereda» la vida eterna, utilizando una expresión que la considera como un derecho inequívoco. Pero detrás de esta pregunta, quizás se esconde precisamente una necesidad de atención: la única palabra sobre la que pide explicaciones a Jesús es el término «prójimo», que literalmente significa «el que está cerca».
Por eso, Jesús cuenta una parábola que es un camino para transformar esa pregunta, para pasar del «¿quién me quiere?» al «¿quién ha querido?». La primera es una pregunta inmadura, la segunda es la pregunta del adulto que ha comprendido el sentido de su vida. La primera pregunta es la que pronunciamos cuando nos situamos en un rincón y esperamos, la segunda es la que nos impulsa a ponernos en camino.
La parábola que cuenta Jesús tiene, de hecho, como escenario un camino, y es un camino difícil y áspero, como la vida. Es el camino que recorre un hombre que baja de Jerusalén, la ciudad en la montaña, a Jericó, la ciudad bajo el nivel del mar. Es una imagen que ya presagia lo que podría ocurrir: efectivamente, sucede que ese hombre es asaltado, golpeado, despojado y abandonado medio muerto. Es la experiencia que se vive cuando las situaciones, las personas, a veces incluso aquellos en quienes hemos confiado, nos quitan todo y nos dejan tirados.
Pero la vida está hecha de encuentros, y en estos encuentros nos revelamos tal y como somos. Nos encontramos frente al otro, frente a su fragilidad y su debilidad, y podemos decidir qué hacer: cuidar de él o hacer como si nada. Un sacerdote y un levita bajan por ese mismo camino. Son personas que prestan servicio en el Templo de Jerusalén, que viven en el espacio sagrado. Sin embargo, la práctica del culto no lleva automáticamente a ser compasivos. De hecho, antes que una cuestión religiosa, ¡la compasión es una cuestión de humanidad! Antes de ser creyentes, estamos llamados a ser humanos.
Podemos imaginar que, después de haber permanecido mucho tiempo en Jerusalén, aquel sacerdote y aquel levita tienen prisa por volver a casa. Es precisamente la prisa, tan presente en nuestra vida, la que muchas veces nos impide sentir compasión. Quien piensa que su viaje debe tener la prioridad, no está dispuesto a detenerse por otro.
Pero he aquí que llega alguien que sí es capaz de detenerse: es un samaritano, es decir, alguien que pertenece a un pueblo despreciado (cf. 2 Re 17). En su caso, el texto no precisa la dirección, sino que solo dice que estaba de viaje. La religiosidad aquí no tiene nada que ver. Este samaritano se detiene simplemente porque es un hombre ante otro hombre que necesita ayuda.
La compasión se expresa a través de gestos concretos. El evangelista Lucas se detiene en las acciones del samaritano, al que llamamos «bueno», pero que en el texto es simplemente una persona: el samaritano se acerca, porque si quieres ayudar a alguien, no puedes pensar en mantenerte a distancia, tienes que implicarte, ensuciarte, quizás contaminarte; le venda las heridas después de limpiarlas con aceite y vino; lo carga en su montura, es decir, se hace cargo de él, porque solo se ayuda de verdad si se está dispuesto a sentir el peso del dolor del otro; lo lleva a una posada donde gasta su dinero, «dos denarios», más o menos dos días de trabajo; y se compromete a volver y, si es necesario, a pagar más, porque el otro no es un paquete que hay que entregar, sino alguien que hay que cuidar.
Queridos hermanos y hermanas, ¿cuándo seremos capaces nosotros también de interrumpir nuestro viaje y tener compasión? Cuando hayamos comprendido que ese hombre herido en el camino nos representa a cada uno de nosotros. Y entonces, el recuerdo de todas las veces que Jesús se detuvo para cuidar de nosotros nos hará más capaces de compasión.
Recemos, pues, para que podamos crecer en humanidad, de modo que nuestras relaciones sean más verdaderas y más ricas en compasión. Pidamos al Corazón de Cristo la gracia de tener cada vez más sus mismos sentimientos.
Saludos
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en modo particular a los grupos provenientes de España, México, Argentina, República Dominicana, Puerto Rico, Colombia, Guatemala y Chile. Los animo a contemplar con esperanza todas las veces que Jesús se detuvo ante nosotros cuando nos encontrábamos caídos al borde del camino, pidiéndole que nos dé entrañas de misericordia para tener la misma compasión con los demás que Él tuvo con nosotros. Muchas gracias.
Llamamiento
En estos días, mi pensamiento se dirige a menudo al pueblo ucraniano, afectado por nuevos y graves ataques contra civiles e infraestructuras. Les aseguro mi cercanía y mi oración por todas las víctimas, en particular por los niños y las familias. Renuevo con fuerza el llamamiento a detener la guerra y a apoyar toda iniciativa de diálogo y paz. Pido a todos que se unan en la oración por la paz en Ucrania y en todos los lugares donde se sufre por la guerra. Desde la Franja de Gaza se elevan cada vez más intensos al cielo los llantos de las madres y los padres, que abrazan los cuerpos sin vida de sus hijos y se ven obligados a desplazarse continuamente en busca de un poco de comida y de un refugio más seguro contra los bombardeos. Renuevo mi llamamiento a los responsables: ¡que cese el fuego, que sean liberados todos los rehenes, que se respete íntegramente el derecho humanitario!
María, Reina de la Paz, ¡ruega por nosotros!
Telegrama del Santo Padre León XIV por el 70º de la Conferencia de Río de Janeiro y de la Creación del Celam
28 de mayo de 2025
El Celam signo de colegialidad al servicio de la evangelización
Sr cardenal Jaime Spengler
Arzobispo de Porto Alegre
Presidente del Celam
Con ocasión de la 40º Asamblea General Ordinaria del Celam, en la que se conmemoran el 70º aniversario de la primera Conferencia del Episcopado Latinoamericano y de la creación de ese Consejo Episcopal, saludo cordialmente a todos los obispos de América Latina y el Caribe, reunidos en espíritu colegial para discernir juntos los desafíos que el tiempo actual presenta a la Iglesia en América Latina, y buscar, en comunión afectiva y efectiva, iniciativas pastorales que lleven a soluciones según los criterios de la sagrada escritura, la tradición y el magisterio.
Me uno a la acción de gracias al Señor por la celebración de esta feliz efeméride, que nos recuerda cómo el Consejo Episcopal Latinoamericano y Caribeño es un signo de colegialidad, así como el órgano de contacto, de colaboración y de servicio de las Conferencias Episcopales de América Latina en la tarea de la evangelización y la atención pastoral al santo pueblo fiel de dios que peregrina en ese amado continente. En la actual situación histórica, en la que un gran número de hombres y mujeres sufren la tribulación y la pobreza ocasionadas por las continuas crisis a escala continental y mundial, tenemos urgente necesidad de recordar que es el resucitado, presente en medio de nosotros, quien protege y guía a la iglesia reavivándola en la esperanza, a través del amor que «ha sido derramado en nuestros corazones por el espíritu santo, que nos ha sido dado» (Rm5,5), suplicándole ardientemente que la fortalezca en su misión de salir al encuentro de tantos hermanos y hermanas, para anunciarles el mensaje de salvación de Cristo Jesús y hacerlos partícipes de la alegría que nace del encuentro personal con él.
Agradeciendo al Celam por el servicio de animación misionera que realiza en esas tierras latinoamericanas, les pido que oren al Buen Pastor por mí, para que sea siempre fiel al ministerio en favor de la Iglesia universal que ha querido confiarme, a la vez que, invocando la constante protección de Nuestra Señora de Guadalupe, les imparto de corazón la bendición apostólica, como prenda de abundantes bienes celestes.
León P.P. XIV
Mensaje del Papa a los participantes de la conmemoración del 500 años del movimiento Anabattista
Zurich, 29 de mayo 2025
Relanzar la unidad entre los cristianos en el mundo desgarrado por las guerras
Queridos amigos, mientras se reúnen para conmemorar los 500 años del movimiento anabautista, los saludo cordialmente con las primeras palabras pronunciadas por Jesús resucitado: «¡La paz sea con ustedes!» (Jn 20,19).
En la alegría de nuestra celebración pascual, ¿cómo no reflexionar sobre la aparición de Cristo en la tarde de aquel «primer día de la semana» (ibíd.), cuando Jesús no solo atravesó los muros y las puertas cerradas, sino también los corazones temerosos de sus discípulos? Además, al impartir su gran don de la paz, Cristo fue sensible a la experiencia de los discípulos, sus amigos, y no ocultó los signos de su Pasión aún visibles en su cuerpo glorioso.
Al acoger la paz del Señor y al aceptar su llamada, que implica estar abiertos a los dones del Espíritu Santo, todos los seguidores de Jesús pueden sumergirse en la radical novedad de la fe y de la vida cristiana. De hecho, ese deseo de renovación caracteriza al mismo movimiento anabautista.
El lema elegido para su celebración, «El valor de amar», nos recuerda, sobre todo, la necesidad de que católicos y menonitas hagan todo esfuerzo por vivir el mandamiento del amor, la llamada a la unidad cristiana y el mandato del servicio al prójimo. Del mismo modo, subraya la necesidad de honestidad y amabilidad al reflexionar sobre nuestra historia común, que incluye heridas dolorosas y narrativas que influyen en las relaciones y percepciones católico-menonitas hasta nuestros días. Cuán importante es, entonces, esa purificación de los recuerdos y esa relectura común de la historia que nos permita sanar las heridas del pasado y construir un nuevo futuro a través del «valor de amar». De hecho, solo así el diálogo teológico y pastoral puede dar fruto, un fruto duradero (cf. Jn 15,16).
¡Ciertamente no es una tarea fácil! Sin embargo, fue precisamente en momentos de prueba cuando Cristo reveló la voluntad del Padre: fue cuando, desafiado por los fariseos, nos enseñó que los dos mandamientos más importantes son amar a Dios y al prójimo (cf. Mt 22,34-40); fue en la víspera de su Pasión, cuando habló de la necesidad de la unidad: «para que todos sean uno... para que el mundo crea» (Jn 17,21). Mi deseo para cada uno de ustedes, por tanto, es que puedan decir, citando a san Agustín: «Toda mi esperanza está puesta en la inmensa grandeza de tu misericordia. Da lo que mandas y manda lo que quieras» (Confesiones, X, 29.40).
Por último, en el contexto de nuestro mundo desgarrado por la guerra, nuestro continuo camino de sanación y fortalecimiento de la fraternidad desempeña un papel fundamental, porque cuanto más unidos estén los cristianos, más eficaz será nuestro testimonio de Cristo, Príncipe de la Paz, en la construcción de una civilización del encuentro del amor.
Con estos sentimientos, les aseguro mi oración para que nuestras relaciones fraternas se fortalezcan y crezcan. Invoco sobre cada uno de ustedes la alegría y la serenidad que provienen del Señor resucitado.
Vaticano, 23 de mayo de 2025
Papa León XIV
Discurso del Santo Padre a los movimientos y asociaciones que han dado vida al “Arena de Paz” (Verona)
Sala Clementina, Viernes 30 de mayo 2025
Testimoniar la no violencia en las relaciones, en las decisiones y en las acciones
¡Gracias, gracias! En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. ¡La paz esté con ustedes!
Queridos hermanos y hermanas,
Me alegra acoger a ustedes, miembros de los movimientos y asociaciones que hace un año dieron vida al gran encuentro «Arena de la Paz», en Verona, con la participación del Papa Francisco. Agradezco en particular al obispo de Verona, monseñor Domenico Pompili, y también a los Padres Combonianos. En aquella ocasión, el Papa reiteró que la construcción de la paz comienza poniéndose del lado de las víctimas, compartiendo su punto de vista. Esta perspectiva es esencial para desarmar los corazones, las miradas, las mentes y denunciar las injusticias de un sistema que mata y se basa en la cultura del descarte.
No podemos olvidar el valiente abrazo entre el israelí Maoz Inon, cuyos padres fueron asesinados por Hamás, y el palestino Aziz Sarah, cuyo hermano fue asesinado por el ejército israelí, y que ahora son amigos y colaboradores: ese gesto permanece como testimonio y signo de esperanza. Y les damos las gracias por haber querido estar presentes también hoy.
El camino hacia la paz requiere corazones y mentes entrenados y formados en la atención al otro y capaces de reconocer el bien común en el contexto actual. El camino que conduce a la paz es comunitario, pasa por el cuidado de las relaciones de justicia entre todos los seres vivos. La paz, afirmó San Juan Pablo II, es un bien indivisible, o es de todos o no es de nadie (cf. Carta. enc. Sollicitudo rei socialis, 26). Solo se activa en las conciencias «una determinación firme y perseverante de comprometerse por el bien común» (ibíd., 38), puede realmente conquistarse y disfrutarse como calidad de vida y como desarrollo integral.
En una época como la nuestra, marcada por la rapidez y la inmediatez, debemos recuperar los largos tiempos necesarios para que estos procesos puedan tener lugar. La historia, la experiencia y las muchas buenas prácticas que conocemos nos han hecho comprender que la paz auténtica es la que toma forma a partir de la realidad (territorios, comunidades, instituciones locales, etc.) y escuchándola.
Precisamente por eso nos damos cuenta de que esta paz es posible cuando las diferencias y los conflictos que conlleva no se eliminan, sino que se reconocen, se asumen y se superan. Por eso es particularmente valioso su compromiso como movimientos y asociaciones populares, que de manera concreta y «desde abajo», en diálogo con todos y con la creatividad y la genialidad que nacen de la cultura de la paz, están llevando a cabo proyectos y acciones al servicio concreto de las personas y del bien común. De este modo ustedes generan esperanza.
Queridos hermanos y hermanas, hay demasiada violencia en el mundo, hay demasiada violencia en nuestras sociedades. Ante las guerras, el terrorismo, la trata de seres humanos, la agresividad generalizada, los niños y los jóvenes necesitan experiencias que eduquen en la cultura de la vida, del diálogo, del respeto recíproco. Y ante todo necesitan testimonios de un estilo de vida diferente, no violento. Por lo tanto, desde el nivel local y cotidiano hasta el orden mundial, cuando quienes han sufrido injusticias y las víctimas de la violencia saben resistir la tentación de la venganza, se convierten en los protagonistas más creíbles de los procesos no violentos de construcción de la paz.La no violencia como método y como estilo debe caracterizar nuestras decisiones, nuestras relaciones, nuestras acciones.
El evangelio y la doctrina social son para los cristianos el alimento constante de este compromiso, pero al mismo tiempo pueden ser una brújula válida para todos. Porque se trata, en efecto, de una tarea encomendada a todos, creyentes y no creyentes, que deben elaborar y realizar mediante la reflexión y la práctica inspiradas en la dignidad de la persona y el bien común.
Si quieres la paz, prepara instituciones de paz.
Somos cada vez más conscientes de que no se trata solo de instituciones políticas, nacionales o internacionales, sino que es el conjunto de las instituciones —educativas, económicas, sociales— el que está en juego. En la encíclica Fratelli tutti se repite muchas veces la necesidad de construir un «nosotros», que debe traducirse también a nivel institucional. Por eso los animo a comprometerse y a estar presentes: presentes en la masa de la historia como levadura de unidad, de comunión, de fraternidad. La fraternidad necesita ser descubierta, amada, experimentada, anunciada y testimoniada, con la esperanza confiada de que es posible gracias al amor de Dios, «derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo» (Rm 5,5). Queridos amigos, les doy las gracias por haber venido. Rezo por ustedes: para que puedan trabajar con tenacidad y paciencia. Y los acompaño con mi bendición. ¡Gracias!
[Bendición]
¡Muchas gracias y felicitaciones a todos ustedes!
Mensaje del Santo Padre a la Conferencia de los Obispos de Francia con ocasión del 100º aniversario de la Canonización de san Juan Eudes, san Juan María Vianney y santa Teresa del Niño Jesús
31 de mayo de 2025
Tres modelos de santidad contra materialismo e individualismo
Me alegra poder dirigirme a vosotros por primera vez, pastores de la Iglesia en Francia y, a través de vosotros, a todos sus fieles mientras que, en este mes de mayo 2025, se conmemora el 100º aniversario de la canonización de tres santos que, con la gracia de Dios, vuestro país ha donado a la Iglesia universal: san Juan Eudes (1601-1680), San Juan María Vianney (1786-1859) y santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz (1873-1897). Elevándoles a la gloria de los altares, mi predecesor Pío XI deseaba presentarles al Pueblo de Dios como maestros para escuchar, como modelos a imitar y como poderosos intercesores a los que rezar e invocar. La amplitud de los desafíos que, un siglo después, se presentan a la Iglesia en Francia, y la relevancia cada vez más actual de sus tres figuras de santidad para dirigirse a ellos, me impulsa a invitarles a dar un especial énfasis a este aniversario.
En este breve mensaje, me detendré solo sobre un rasgo espiritual que Juan Eudes, Juan María Vianney y Teresa tienen en común y ofrecen de forma muy elocuente y atractiva a los hombres y a las mujeres de hoy: han amado a Jesús sin reservas de forma sencilla, fuerte y auténtica; han experimentado su bondad y su ternura en una cercanía cotidiana particular, y la han testimoniado en un admirable impulso misionero.
El difunto Papa Francisco nos ha dejado, un poco como un testamento, una hermosa encíclica sobre el Sagrado Corazón en la cual afirma: “De la herida del costado de Cristo sigue brotando ese río que jamás se agota, que no pasa, que se ofrece una y otra vez para quien quiera amar. Sólo su amor hará posible una humanidad nueva” (Dilexit nos, n. 219). No podría haber mejor programa de evangelización y de misión más hermoso y más sencillo para vuestro país: hacer descubrir a cada uno el amor de ternura y de predilección que Jesús siente por él, hasta el punto de transformar la vida.
Y, en tal sentido, nuestros tres santos son verdaderamente maestros, cuya vida y doctrina os invito a dar a conocer y valorar incesantemente al Pueblo de Dios. ¿No es quizá san Juan Eudes el primero que ha celebrado el culto litúrgico de los Corazones de Jesús y de María? ¿No ha sido san Juan María Vianney un párroco apasionadamente dedicado a su ministerio que afirmaba: “el sacerdocio es el amor del corazón de Jesús”? Y finalmente, ¿no es quizá santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz la gran Doctora en scientia amoris de la que nuestro mundo necesita, ella que “respiraba” el nombre de Jesús en cada instante de su vida, con espontaneidad y frescura, y que enseñó a los más pequeños un camino “fácil” para acceder a él?
Celebrar el centenario de la canonización de estos tres santos es sobre todo una invitación a dar gracias al Señor por las maravillas que ha realizado en esta tierra de Francia durante los largos siglos de evangelización y de vida cristiana. Los santos no aparecen espontáneamente, sino que, a través de la gracia, surgen en el seno de comunidades cristianas vivas que han sabido transmitir su fe, encender en su corazón el amor de Jesús y el deseo de seguirlo. Esta herencia cristiana os pertenece todavía, impregna todavía profundamente vuestra cultura y permanece viva en muchos corazones.
Es por esto que formulo el deseo de que estas celebraciones no se limiten a evocar con nostalgia un pasado que podría parecer desvanecido, sino que despierta la esperanza e inspira un nuevo impulso misionero. Dios puede, con la ayuda de los santos que les ha donado y que celebran, renovar las maravillas que ha realizado en el pasado. ¿Santa Teresa no será quizá la patrona de las misiones en las mismas tierras que la vieron nacer? ¿San Juan María Vianney y san Juan Eudes no sabrán quizá hablar a la conciencia de tantos jóvenes de la bondad, de la grandeza y de la fecundidad del sacerdocio, suscitando en ellos el deseo entusiasta, y dándoles la valentía de responder generosamente a la llamada, precisamente mientras la falta de vocaciones se hace sentir dolorosamente en vuestras diócesis y los sacerdotes son cada vez más duramente puestos a prueba? Acojo la ocasión para dar las gracias desde lo profundo del corazón a todos los sacerdotes de Francia por su compromiso valiente y perseverante, y deseo expresar mi paternal afecto.
Queridos obispos, invoco la intercesión de san Juan Eudes, de san Juan María Vianney y de santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz, para vuestro país y para el Pueblo de Dios que peregrina con valentía, bajo los vientos contrarios y a veces hostiles de la indiferencia, del materialismo y del individualismo. Que devuelvan la valentía a este Pueblo, con la certeza de que Cristo ha resucitado verdaderamente, Él, el Salvador del mundo.
Implorando para Francia la protección maternal de su poderosa Patrona, Nuestra Señora de la Asunción, os concedo a cada uno de vosotros, y a todas las personas confiadas a su cuidado pastoral, la Bendición Apostólica.
Desde el Vaticano, 28 de mayo de 2025
LEÓN XIV
Homilía del Santo Padre de la santa misa con ordenaciones episcopales
Basilica di San Pietro, Fiesta de la Visitación de la beata Virgen María - Sábato, 31 de mayo 2025
Es necesario ser creíbles aunque no se sea perfecto
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy es un día de gran alegría para la Iglesia y para cada uno de vosotros, ordenados presbíteros, junto con familiares, amigos y compañeros de camino en los años de formación. Como el Rito de la Ordenación evidencia en varios pasajes, es fundamental la relación entre lo que hoy celebramos y el pueblo de Dios. La profundidad, la amplitud e incluso la duración de la alegría divina que ahora compartimos es directamente proporcional a los vínculos que existen y crecerán entre vosotros ordenandos y el pueblo del que provenís, del que permanecéis parte y al que son enviados. Me detendré en este aspecto, teniendo siempre presente que la identidad del sacerdote depende de la unión con Cristo, sumo y eterno sacerdote.
Somos pueblo de Dios. El Concilio Vaticano II hizo más viva esta conciencia, casi anticipando un tiempo en el que las pertenencias se debilitarían y el sentido de Dios se enrarecería. Vosotros sois testigos de que Dios no se ha cansado de reunir a sus hijos, aunque sean diferentes, y de constituirlos en una unidad dinámica. No se trata de una acción impetuosa, sino de esa brisa ligera que devolvió la esperanza al profeta Elías en la hora del desaliento (cf. 1Re 19,12). La alegría de Dios no es ruidosa, pero realmente cambia la historia y nos acerca unos a otros. De ello es icono el misterio de la Visitación, que la Iglesia contempla en el último día de mayo. Del encuentro entre la Virgen María y su prima Isabel vemos surgir el Magníficat, el canto de un pueblo visitado por la gracia.
Las lecturas que acabamos de proclamar nos ayudan a interpretar lo que también está sucediendo entre nosotros. Jesús, en primer lugar, en el Evangelio no nos parece aplastado por la muerte inminente, ni por la decepción por los lazos rotos o incompletos. El Espíritu Santo, por el contrario, intensifica esos lazos amenazados. En la oración se hacen más fuertes que la muerte. En lugar de pensar en su propio destino personal, Jesús pone en las manos del Padre los lazos que ha construido aquí abajo. Somos parte de ello. El Evangelio, de hecho, ha llegado a nosotros a través de lazos que el mundo puede desgastar, pero no destruir.
Queridos ordenandos, ¡concebíos, por tanto, a vosotros mismos a la manera de Jesús! Ser de Dios -siervos de Dios, pueblo de Dios- nos une a la tierra: no a un mundo ideal, sino al mundo real. Como Jesús, son personas de carne y hueso las que el Padre pone en vuestro camino. Consagraos a ellos, sin separaros de ellos, sin aislaros, sin hacer del don recibido una especie de privilegio. El Papa Francisco nos ha advertido muchas veces de esto, porque la autorreferencialidad apaga el fuego del espíritu misionero.
La Iglesia es constitutivamente extrovertida, como lo son la vida, la pasión, la muerte y la resurrección de Jesús. Vosotros haréis vuestras sus palabras en cada Eucaristía: es «para vosotros y para todos». Aquí nadie le ha visto. Se ha dirigido a nosotros, ha salido de sí mismo. El Hijo se ha convertido en su exégesis, en su relato vivo. Y nos ha dado el poder de convertirnos en hijos de Dios. ¡No busquéis, no busquemos otro poder!
Que el gesto de la imposición de las manos, con el que Jesús acogía a los niños y curaba a los enfermos, renueve en vosotros el poder liberador de su ministerio mesiánico. En los Hechos de los Apóstoles ese gesto que dentro de poco repetiremos es transmisión del Espíritu creador. Así, el Reino de Dios pone ahora en comunión vuestras libertades personales, dispuestas a salir de sí mismas, injertando vuestras inteligencias y vuestras jóvenes fuerzas en la misión jubilar que Jesús ha transmitido a su Iglesia.
En su saludo a los ancianos de la comunidad de Éfeso, de los que hemos escuchado algunos fragmentos en la primera lectura, Pablo les transmite el secreto de cada misión: «El Espíritu Santo os ha puesto como guardianes para pastorear la Iglesia de Dios» (Hch 20, 28). No amos, sino guardianes. La misión es de Jesús. Él ha resucitado, por lo tanto, está vivo y nos precede. Ninguno de nosotros está llamado a sustituirlo. El día de la Ascensión nos educa en su presencia invisible. Él confía en nosotros, nos da espacio; incluso llegó a decir: «Os conviene que yo me vaya» (Jn 16, 7). También nosotros, obispos, queridos ordenandos, al involucraros en la misión hoy os hacemos espacio. Y vosotros hacéis espacio a los fieles y a toda criatura, de la que el Resucitado está cerca y en la que ama visitarnos y sorprendernos. El pueblo de Dios es más numeroso de lo que vemos. No definamos sus límites.
De San Pablo, de su conmovedor discurso de despedida, me gustaría subrayar una segunda palabra. En realidad, precede a todas las demás. Él puede decir: « Vosotros habéis comprobado cómo he procedido con vosotros todo el tiempo que he estado aquí» (Hch 20,18). ¡Mantengamos en el corazón y en la mente, bien esculpida, esta expresión! Vosotros sabéis cómo me he comportado: la transparencia de la vida. ¡Vidas conocidas, vidas legibles, vidas creíbles! Estamos dentro del pueblo de Dios, para poder estar delante de él, con un testimonio creíble.
Juntos, entonces, reconstruiremos la credibilidad de una Iglesia herida, enviada a una humanidad herida, dentro de una creación herida. Todavía no somos perfectos, pero hay que ser creíbles.
Jesús Resucitado nos muestra sus heridas y, a pesar de ser signo de rechazo por parte de la humanidad, nos perdona y nos envía. Nunca será olvidado. También hoy sopla sobre nosotros (cf. Jn 20, 22) y nos hace ministros de esperanza. «De modo que nosotros desde ahora no conocemos a nadie según la carne» (2 Cor 5,16): todo lo que a nuestros ojos se presenta roto y perdido ahora se nos aparece en el signo de la reconciliación.
«¡El amor de Cristo nos posee!», ¡queridos hermanos y hermanas! Es una posesión que libera y que nos habilita para no poseer a nadie. Liberar, no poseer. Somos de Dios: no hay mayor riqueza que apreciar y participar. Es la única riqueza que, compartida, se multiplica. La queremos llevar juntos al mundo que Dios ha amado tanto que ha dado a su único Hijo (cf. Jn 3,16).
Así, está llena de sentido la vida dada por estos hermanos, que dentro de poco serán ordenados presbíteros. Les damos gracias y damos gracias a Dios que los ha llamado al servicio de un pueblo totalmente sacerdotal. Juntos, de hecho, unimos el cielo y la tierra. En María, Madre de la Iglesia, brilla este sacerdocio común que eleva a los humildes, une a las generaciones y nos hace llamar bienaventurados (cf. Lc 1,48.52). Que Ella, Virgen de la Confianza y Madre de la Esperanza, interceda por nosotros.
Celebración mariana por la conclusión del mes de mayo en el Vaticano
31 de mayo de 2025
Junto a María para caminar tras los pasos de Jesús
Queridos hermanos y hermanas
Con alegría me uno a vosotros en esta vigilia de oración en la conclusión del mes de mayo. Es un gesto de fe con el que de forma sencilla devota nos reunimos bajo el manto materno de María. Este año, además, este hace referencia a algunos aspectos importantes del Jubileo que estamos celebrando: la alabanza, el camino, la esperanza y, sobre todo, la fe meditada y manifestada coralmente.
Habéis recitado juntos el santo Rosario: oración, como quiso subrayar san Juan Pablo II, de la fisionomía mariana y de corazón cristológico, que «concentra en sí la profundidad de todo el mensaje evangélico» (Cart. Ap. Rosarium Virginis Mariae, 16 de octubre 2002, 1).
Y de hecho, meditando los misterios gozosos, durante el camino recorrido, habéis entrado y habéis parado, como en peregrinación, en muchos lugares de la vida de Jesús: en la casa de Nazaret contemplando la Anunciación, en la de Zacarías contemplando la Visitación – que hoy hemos celebrado -, en la gruta de Belén contemplando el Nacimiento, en el Templo de Jerusalén contemplando la presentación y después el hallazgo de Jesús. Os han acompañado, en el Ave María repetida con fe, las palabras del Ángel a la Madre de Dios: «¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo» (Lc 1,28) –, y las de Isabel que las acoge con alegría: «¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre!» (Lc 1,42).
Vuestros pasos, así, han sido impulsados por la Palabra de Dios, que ha marcado, con su ritmo, vuestro progreso, vuestras paradas y vuestras salidas, como para el pueblo de Israel en el desierto, en su camino hacia la Tierra Prometida.
Miramos, ahora, a nuestra existencia como a un camino que sigue las huellas de Jesús, para recorrer, como hemos hecho esta noche, junto a María. Y pidamos al Señor saber alabarle cada día «con la vida y con la lengua, de corazón y de boca, con la voz y con las costumbres.» (S. Agustín, Sermón 256, 1), evitando las notas discordantes: la lengua entonada con la vida y la boca con la conciencia (cfr ibid.).
Saludo a los señores cardenales presentes, los obispos, los sacerdotes, las personas consagradas y a todos los fieles. Deseo expresar, en particular, afecto y gratitud a las Hermanas Benedictinas del Monasterio Mater Ecclesiae, que con su oración escondida y constante apoyan nuestra comunidad y nuestro trabajo.
Que la alegría de este momento permanezca y crezca en nosotros «en nuestra vida personal y familiar, en cada ambiente, especialmente en la vida de eta familia que aquí en el Vaticano sirve a la Iglesia universal» (Benedicto XVI, Conclusión del mes de Mayo, 31 mayo 2012). El Señor nos bendiga a nos acompañe siempre y María interceda por nosotros. Gracias.
Regina Coeli
Plaza de San Pedro, Domingo, 1 de junio de 2025
Paz para las familias que sufren la guerra en Oriente Medio y Ucrania
Al final de esta Eucaristía, deseo dirigir un saludo cordial a todos ustedes, participantes en el Jubileo de las Familias, de los Niños, de los Abuelos y de los Ancianos. Han venido de todas partes del mundo, con delegaciones de ciento treinta y un países.
Estoy contento de acoger a tantos niños, que reavivan nuestra esperanza. Saludo a todas las familias, pequeñas iglesias domésticas, en las que el Evangelio es acogido y transmitido. La familia —decía san Juan Pablo II— tiene su origen en el amor con que el Creador abraza al mundo creado (cf. Carta Gratissimam sane, 2). Que la fe, la esperanza y la caridad crezcan siempre en nuestras familias. Un saludo especial a los abuelos y ancianos, ustedes son modelo genuino de fe e inspiración para las generaciones jóvenes. ¡Gracias por venir!
Extiendo mi saludo a todos los peregrinos presentes, en particular a los de la diócesis de Mondovì, en Piamonte.
Hoy en Italia y en varios países se celebra la solemnidad de la Ascensión del Señor. Es una fiesta muy hermosa, que nos hace mirar hacia el objetivo de nuestro viaje terrenal. En este horizonte, recuerdo que ayer en Braniewo, en (Polonia), fueron beatificadas Cristófora Klomfass y catorce hermanas de la Congregación de Santa Catalina Virgen y Mártir, asesinadas en 1945 por los soldados del Ejército Rojo en los territorios de la actual Polonia. A pesar del clima de odio y terror contra la fe católica, siguieron sirviendo a los enfermos y huérfanos. A la intercesión de las nuevas beatas mártires encomendamos a las religiosas que en todo el mundo gastan su vida generosamente por el Reino de Dios.
Recuerdo también hoy la Jornada mundial de las Comunicaciones Sociales y doy las gracias a los trabajadores de los medios de comunicación que, cuidando la calidad ética de los mensajes, ayudan a las familias en su tarea educativa.
Que la Virgen María bendiga a las familias y las sostenga en sus dificultades. Pienso especialmente en aquellas que sufren a causa de la guerra en Oriente Medio, en Ucrania y en otras partes del mundo. Que la Madre de Dios nos ayude a caminar juntos por el sendero de la paz.
Saludo del Papa León XIV a los ciclistas del Giro de Italia en su paso por la Ciudad del Vaticano
1 de junio de 2025
“Sabed que sois modelos a seguir para los jóvenes de todo el mundo”
¡Buenos días a todos! ¡Bienvenidos al Vaticano!
Es un placer poder saludarlos en esta última etapa del Giro de Italia. Espero que sea un día realmente maravilloso para todos ustedes. Sepan que son modelos a seguir para los jóvenes de todo el mundo. Se ama mucho el Giro de Italia, y no solo en Italia. El ciclismo es muy importante, como el deporte en general. Les agradezco todo lo que hacen, ¡y sean verdaderos modelos! Espero que, así como han aprendido a cuidar el cuerpo, también el espíritu sea siempre bendecido y que estén siempre atentos a todo el ser humano: cuerpo, mente, corazón y espíritu. ¡Que Dios los bendiga!
Que Dios los bendiga a todos en esta última parte del Giro de Italia. Felicidades a todos y sepan que siempre serán bienvenidos aquí en el Vaticano, siempre serán bienvenidos por la Iglesia, que representa el amor de Dios por todas las personas.
Y que la bendición de Dios Todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre todos ustedes y permanezca con ustedes para siempre.
¡Felicidades! ¡Muchas felicidades a todos!
Queridos hermanos y hermanas, ¡les agradezco su labor! Que el Espíritu Santo los guíe en el discernimiento de criterios y métodos de compromiso eclesial para apoyar y promover la pastoral familiar. Ayudemos a las familias a escuchar con valentía la propuesta de Cristo y las invitaciones de la Iglesia. Los recuerdo en mi oración y les imparto de corazón la Bendición Apostólica.
Queridos hermanos y hermanas, ¡les agradezco su labor! Que el Espíritu Santo los guíe en el discernimiento de criterios y métodos de compromiso eclesial para apoyar y promover la pastoral familiar. Ayudemos a las familias a escuchar con valentía la propuesta de Cristo y las invitaciones de la Iglesia. Los recuerdo en mi oración y les imparto de corazón la Bendición Apostólica.
Mensaje del Papa León XIV a los participantes del seminario “Evangelizar con las familias de hoy y de mañana. Desafíos eclesiológicos y pastorales”, organizado por el Dicasterio para los laicos, la familia y la vida
2 de junio 2025
Hacerse “pescadores” de familias
¡Queridos hermanos y hermanas!
Me alegra que, al día siguiente de la celebración del Jubileo de las Familias, de los Niños, de los Abuelos y los Ancianos, un grupo de expertos se haya reunido en el Dicasterio para los laicos, la familia y la vida para reflexionar sobre el tema: Evangelizar con las familias de hoy y de mañana. Desafíos eclesiológicos y pastorales.
Este tema expresa bien la preocupación materna de la Iglesia para las familias cristianas presentes en todo el mundo: miembros vivos del Cuerpo místico de Cristo y primer núcleo eclesial al que el Señor encomienda la transmisión de la fe y del Evangelio, especialmente a las nuevas generaciones.
La pregunta profunda sobre el infinito escrita en el corazón de todo hombre pone a los padres y a las madres la tarea de hacer a los propios hijos conscientes de la Paternidad de Dios, según lo que escribía san Agustín: «Porque en Ti está la fuente de la vida; En Tu luz vemos la luz» (Confesiones, XIII, 16).
El nuestro es un tiempo caracterizado por una creciente búsqueda de espiritualidad, que se encuentra especialmente en los jóvenes, deseosos de relaciones auténticas y de maestros de vida. Precisamente por eso es importante que la comunidad cristiana sepa mirar a lo lejos, convirtiéndose en guardiana, ante los desafíos del mundo, del anhelo de fe que anida en el corazón de cada uno.
Y es particularmente urgente, en este esfuerzo, dirigir una atención especial a esas familias que, por varios motivos, están espiritualmente más alejadas: a esas que no se sienten involucradas, que dicen no estar interesadas, o que se sientes excluidas de los recorridos comunes, pero aun así quieren de alguna manera ser parte de una comunidad, en la que crecer y con la que caminar. ¡Cuántas personas, hoy, ignoran la invitación al encuentro con Dios!
Lamentablemente, frente a esta necesidad, una cada vez más difundida “privatización” de la fe impide a menudo a estos hermanos y hermanas conocer la riqueza y los dones de la Iglesia, ¡lugar de gracia, de fraternidad y de amor!
Así, incluso con sanos y santos deseos, mientras buscan sinceramente puntos de apoyo para subir los senderos hermosos de la vida y de la alegría plena, muchos terminan confiando en falsos asideros que, no soportando el peso de sus instancias más profundas, les dejan resbalar de nuevo hacia abajo, alejándoles de Dios y haciéndoles naufragar en un mar de solicitudes mundanas.
Entre ellos hay padres y madres, niños, jóvenes y adolescentes, a veces alienados por modelos de vida ilusorios, donde no hay espacio para la fe, a cuya difusión contribuye en gran medida el uso distorsionado de medios en sí potencialmente buenos – como las redes sociales – pero dañinos cuando se convierten en vehículo de mensajes engañosos.
Pues bien, lo que mueve a la Iglesia en su esfuerzo pastoral y misionero es precisamente el deseo de ir a “pescar” esta humanidad, para salvarla de las aguas del mal y de la muerte a través del encuentro con Cristo.
Quizás muchos jóvenes, que hoy en día optan por la convivencia en lugar del matrimonio cristiano, necesitan en realidad a alguien que les muestre de manera concreta y comprensible, sobre todo con el ejemplo de vida, qué es el don de la gracia sacramental y qué fuerza proviene de él; que les ayude a comprender «la belleza y la grandeza de la vocación al amor y al servicio de la vida» que Dios da a los esposos (San Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Familiaris consortio, 1).
Del mismo modo, muchos padres, al educar a sus hijos en la fe, necesitan comunidades que les sostengan en la creación de las condiciones para que puedan encontrarse con Jesús, «lugares en los que se realiza esa comunión de amor que encuentra su fuente última en Dios mismo» (Francisco, Audiencia general, 9 de septiembre de 2015).
La fe es, ante todo, respuesta a una mirada de amor, y el mayor error que podemos cometer como cristianos es, en palabras de san Agustín, «pretender que la gracia de Cristo consista en su ejemplo y no en el don de su persona» (Contra Iulianum opus imperfectum, II, 146). Cuántas veces, en un pasado quizás no tan lejano, hemos olvidado esta verdad y presentado la vida cristiana principalmente como un conjunto de preceptos que deben respetarse, sustituyendo la maravillosa experiencia del encuentro con Jesús, Dios que se nos entrega, por una religión moralista, onerosa, poco atractiva y que, en cierto modo, que no puede realizarse en la concreción de la vida cotidiana.
En este contexto, corresponde ante todo a los obispos, sucesores de los apóstoles y pastores del rebaño de Cristo, echar la red al mar convirtiéndose en «pescadores de familias». Sin embargo, los laicos también están llamados a participar en esta misión, convirtiéndose, junto con los ministros ordenados, en «pescadores» de parejas, jóvenes, niños, mujeres y hombres de toda edad y condición, para que todos puedan encontrar al Único que puede salvar. De hecho, cada uno de nosotros, en el Bautismo, es constituido Sacerdote, Rey y Profeta para sus hermanos, y se convierte en «piedra viva» (cf. 1 P 2,4-5) para la construcción del edificio de Dios «en la comunión fraterna, en la armonía del Espíritu, en la coexistencia de la diversidad» (Homilía, 18 de mayo de 2025). Os invito, por tanto, a uniros a los esfuerzos con los que toda la Iglesia va en busca de estas familias que, solas, ya no se acercan; para entender cómo caminar con ellas y cómo ayudarlas a encontrar la fe, convirtiéndose a su vez en «pescadores» de otras familias. No os desaniméis ante las situaciones difíciles que enfrentaréis. Es cierto que hoy las familias están heridas de muchas maneras, pero «el Evangelio de la familia alimenta también estas semillas que todavía esperan madurar, y tiene que hacerse cargo de los árboles que han perdido vitalidad y necesitan que no se les descuide» (Francisco, Exhortación Apostólica Amoris laetitia, 76).
Por eso, es tan necesario promover el encuentro con la ternura de Dios, que valora y ama la historia de cada persona. No se trata de dar respuestas apresuradas a preguntas desafiantes, sino más bien de acercarnos a las personas, escucharlas, intentar comprender con ellas cómo afrontar las dificultades, estar dispuestos también a abrirnos, cuando sea necesario, a nuevos criterios de evaluación y diferentes maneras de actuar, porque cada generación es diferente y presenta sus propios desafíos, sueños e interrogantes. Pero, en medio de tantos cambios, Jesucristo sigue siendo «el mismo ayer, hoy y siempre» (Hb 13,8). Por eso, si queremos ayudar a las familias a vivir caminos alegres de comunión y a ser semillas de fe los unos para los otros, es necesario que, ante todo, cultivemos y renovemos nuestra identidad como creyentes.
Queridos hermanos y hermanas, ¡os doy las gracias por lo que hacéis! Que el Espíritu Santo os guíe en el discernimiento de criterios y métodos de compromiso eclesial para apoyar y promover la pastoral familiar. ¡Ayudemos a las familias a escuchar con valentía la propuesta de Cristo y las invitaciones de la Iglesia! Os recuerdo en la oración y os imparto de corazón la Bendición Apostólica.
Desde el Vaticano, 28 de mayo 2025
León PP. XIV
Audiencia general
Plaza de San Pedro, Miércoles 4 de junio de 2025
Jesús no establece un ranking, cada vida vale
Queridos hermanos y hermanas,
deseo detenerme una vez más en una parábola de Jesús. También en este caso, se trata de un relato que alimenta nuestra esperanza. A veces, en efecto, tenemos la impresión de que no encontramos sentido a nuestra vida: nos sentimos inútiles, inadecuados, como los obreros que esperan en la plaza del mercado a que alguien los contrate para trabajar. Pero a veces el tiempo pasa, la vida transcurre y no nos sentimos reconocidos ni apreciados. Quizás no hemos llegado a tiempo, otros se han presentado antes que nosotros, o las preocupaciones nos han retenido en otro lugar.
La metáfora de la plaza del mercado es muy adecuada también para nuestros tiempos, porque el mercado es el lugar de los negocios, donde, lamentablemente, también se compran y se venden el afecto y la dignidad, tratando de ganar algo. Y cuando no nos sentimos apreciados, reconocidos, corremos el riesgo de vendernos al mejor postor. El Señor, en cambio, nos recuerda que nuestra vida vale, y su deseo es ayudarnos a descubrirlo.
En la parábola que comentamos hoy, unos jornaleros esperan a que alguien los contrate para ese día. Estamos en el capítulo 20 del Evangelio de Mateo, y también aquí encontramos un personaje que se comporta de manera insólita, que asombra e interpela. Es el dueño de una viña, que sale personalmente a buscar a sus obreros. Evidentemente quiere establecer con ellos una relación personal.
Como decía, se trata de una parábola que da esperanza, porque nos dice que este amo sale varias veces a buscar a quienes esperan dar sentido a sus vidas. El amo sale al amanecer, y, luego, cada tres horas, vuelve a buscar obreros para enviarlos a su viña. Siguiendo este ritmo, después de salir a las tres de la tarde, ya no habría razón para salir de nuevo, porque la jornada laboral terminaba a las seis.
Mas este amo incansable, que quiere a toda costa dar valor a la vida de cada uno de nosotros, sale también a las cinco. Los jornaleros que se habían quedado en la plaza del mercado probablemente habían perdido toda esperanza. Ese día había sido en vano. Pero alguien siguió creyendo en ellos. ¿Qué sentido tiene contratar trabajadores solo para la última hora de la jornada laboral? ¿Qué sentido tiene ir a trabajar solo por una hora? Sin embargo, incluso cuando nos parece que podemos hacer poco en la vida, siempre vale la pena. Siempre existe la posibilidad de encontrar un sentido, porque Dios ama nuestra vida.
Y aquí es donde se ve la originalidad de este amo, al final del día, a la hora de pagar. Con los primeros trabajadores, los que van a la viña al amanecer, el amo había acordado una paga de un denario, que era el coste habitual de una jornada de trabajo. A los demás les dice que les dará lo que sea justo. Y aquí es donde la parábola vuelve a provocarnos: ¿qué es justo? Para el dueño de la viña, es decir, para Dios, es justo que cada uno tenga lo necesario para vivir. Él ha llamado personalmente a los trabajadores, conoce su dignidad y, en función de ella, quiere pagarles. Y da a todos un denario.
El relato dice que los trabajadores de la primera hora se sienten decepcionados: no logran ver la belleza del gesto del amo, que no ha sido injusto, sino simplemente generoso; que no ha mirado solo el mérito, sino también la necesidad. Dios quiere dar a todos su Reino, es decir, la vida plena, eterna y feliz. Y así hace Jesús con nosotros: no establece un ranking, sino se dona enteramente a quien le abre su corazón.
A la luz de esta parábola, el cristiano de hoy podría caer en la tentación de pensar: «¿Por qué empezar a trabajar enseguida? Si la remuneración es la misma, ¿por qué trabajar más?». A estas dudas san Agustín respondía así: «¿Por qué tardas en seguir a quien te llama, cuando estás seguro de la recompensa, pero incierto del día? Cuida de no privarte, por tu dilación, de lo que Él te dará según su promesa». [1]
Quisiera decir, especialmente a los jóvenes, que no esperen, sino que respondan con entusiasmo al Señor que nos llama a trabajar en su viña. ¡No lo pospongas, arremángate, porque el Señor es generoso y no te decepcionará! Trabajando en su viña, encontrarás una respuesta a esa pregunta profunda que llevas dentro: ¿qué sentido tiene mi vida?
Queridos hermanos y hermanas, ¡no nos desanimemos! Incluso en los momentos oscuros de la vida, cuando el tiempo pasa sin darnos las respuestas que buscamos, pidamos al Señor que salga de nuevo y nos alcance allí donde lo estamos esperando. ¡El Señor es generoso y vendrá pronto!
[1] Discurso 87, 6, 8.
Saludos
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en modo particular a los grupos provenientes de España, México, República Dominicana, Guatemala, Perú y Colombia. Los animo a todos a pedir con insistencia al Señor que salga a su encuentro, en especial roguemos por los jóvenes y por los que se encuentran en un momento oscuro de su vida, desanimados y sin ver claro el futuro. Que el Amo de la viña les haga sentir su voz y les dé la fuerza de responderle con entusiasmo, les puedo decir por experiencia que Dios les sorprenderá. Muchas gracias.