El último viaje del Papa Francisco: del fin del mundo al corazón de Roma

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30 abril 2025

Silvina Pérez

El sábado 26 de abril, el papa Francisco saludó por última vez a Roma y al mundo desde aquel vehículo que, a lo largo de su pontificado, le había permitido llevar alegría, consuelo y esperanza hasta los confines del planeta: su papamóvil.

Jamás una imagen —la de un féretro transportado en un papamóvil— había concentrado tanta fuerza ni tanta hondura simbólica. En un solo encuadre, silencioso y solemne, se condensaba la paradoja de un final que, misteriosamente, devolvía todo el sentido al origen.

El papamóvil, descubierto, avanzaba lentamente, escoltado por la policía italiana, llevando los restos mortales del Papa. A su paso, la multitud que llenaba las calles de Roma rompía el silencio en un aplauso unánime.

«¡Gracias, Francisco!», «¡Viva el Papa!», gritaban los vecinos, mientras una fila interminable de fieles se extendía a ambos lados de la vía.

En su último recorrido, fue la periferia —esa periferia que Francisco abrazó y defendió sin descanso— la que tomó la palabra. Le gritó su amor, le ofreció su gratitud, le rindió homenaje en un diálogo espontáneo, popular y vibrante, al paso de aquel mismo vehículo que, durante doce años, le permitió alcanzar los márgenes olvidados del mundo, allí donde la Iglesia apenas sobrevive sostenida por pequeños grupos de fieles y valientes sacerdotes.

Francisco fue un líder inesperado. Tan inesperado como imprescindible en un mundo asediado por la incredulidad y el desencanto.

Por las calles de Bogotá o de Manila, por las plazas de Lisboa o de Bangui, por las vastas estepas de Mongolia: siempre hacia ellos, hacia los pequeños, hacia los últimos, quiso Francisco llevar el abrazo visible de Roma, reafirmando en cada gesto la unidad de la Iglesia.

Pero aquella periferia que recorrió no remite únicamente a un límite geográfico: alude, sobre todo, a una mirada renovada, capaz de devolver la voz a quienes habían sido silenciados, relegados, olvidados de la historia.

Diversos han sido los temas que han marcado el pontificado de Francisco, tratados siempre con claridad, firmeza y un estilo sencillo y directo: la renovación de la Iglesia, la defensa de los migrantes, el cuidado de la Casa Común y la incansable búsqueda de la paz. Como recordó el cardenal Re en su homilía de despedida, quizá Irak fue el viaje más intenso y más arriesgado de los cuarenta y siete que jalonaron todo su pontificado: el signo visible de un pastor que jamás quiso retroceder ante los caminos difíciles de la periferia.

La visita del Papa a Irak, el 7 de marzo de 2021, fue significativa no solo en el plano religioso, sino también en el político y social, especialmente por el delicado momento en que tuvo lugar y por el mensaje que transmitió a las autoridades iraquíes: la necesidad de reconstruir un clima de tolerancia e inclusión social, así como de promover el diálogo entre las múltiples comunidades étnicas y religiosas para sanar las heridas abiertas en quienes fueron víctimas de los primeros capítulos de lo que él mismo definió como “la tercera guerra mundial en pedazos”.

Desde la “martirizada” Siria hasta la guerra entre Hamás e Israel, pasando por los conflictos olvidados en África, la crisis de Myanmar y la guerra en Ucrania, el Pontífice nunca dejó de recordar al mundo que «la guerra es siempre una derrota».

El papa de los zapatos negros, el que venía del fin del mundo, trajo consigo el viento de la periferia encarnado en su propia figura y mostró, a lo largo de todo su magisterio, su firme voluntad de recurrir a ella, de abrirle espacio y de desplazarla, decididamente, hacia el centro, realizando aquel “camino entre obispo y pueblo” que propuso ya el 13 de marzo de 2013.

Este último viaje en el papamóvil no fue solo un trayecto físico: fue la culminación de ese camino espiritual y pastoral iniciado doce años atrás y que unió los extremos geográficos de la Iglesia en un mismo abrazo de fe y esperanza.