8 de marzo de 2025
Ese “sí” a la civilización del amor que hace libres a las mujeres
Mensaje del Santo Padre pronunciado por el cardenal secretario de Estado, Pietro Parolin, a los participantes en la peregrinación del Movimiento por la Vida
¡Queridas hermanas y queridos hermanos del Movimiento por la Vida!
Les agradezco su recuerdo en la oración. ¡Gracias de corazón! Saludo a todos, en particular a la presidenta, la señora Marina Casini, y a los miembros de la junta directiva.
Conozco el valor del servicio que prestan a la Iglesia y a la sociedad. Junto con la solidaridad concreta, vivida con el estilo de cercanía y proximidad a las madres en dificultad por un embarazo difícil o inesperado, ustedes promueven la cultura de la vida en un sentido amplio. Y tratan de hacerlo con franqueza, amor y tenacidad, manteniendo estrechamente unidas la verdad y la caridad hacia todos. Los guían en esto los ejemplos y las enseñanzas de Carlo Casini, que había hecho del servicio a la vida el centro de su apostolado laical y de su compromiso político.
La ocasión que los ha reunido en Roma es importante: el quincuagésimo aniversario del Movimiento por la Vida, cuyo primer brote fue el Centro de Ayuda a la Vida nacido en Florencia en 1975. Desde entonces, los Centros de Ayuda a la Vida se han multiplicado por toda Italia. A estos se han sumado las Casas de Acogida, los servicios SOS Vida, el Proyecto Gemma y las Cunas para la Vida. Se han emprendido innumerables iniciativas para promover en todos los niveles de la sociedad la cultura de la acogida y los derechos humanos. Por eso los animo a seguir adelante con la protección social de la maternidad y la acogida de la vida humana en todas sus fases.
En este medio siglo, mientras han disminuido algunos prejuicios ideológicos y ha crecido entre los jóvenes la sensibilidad por el cuidado de la creación, lamentablemente se ha extendido la cultura del descarte. Por lo tanto, sigue siendo más necesario que nunca que personas de todas las edades se dediquen concretamente al servicio de la vida humana, sobre todo cuando es más frágil y vulnerable; porque es sagrada, creada por Dios para un destino grande y hermoso; y porque una sociedad justa no se construye eliminando a los niños no deseados, a los ancianos que ya no son autónomos o a los enfermos incurables.
Queridas hermanas y queridos hermanos, han venido de muchas partes de Italia para renovar una vez más su «sí» a la civilización del amor, conscientes de que liberar a las mujeres de las condiciones que las empujan a no dar a luz a su hijo es un principio de renovación de la sociedad civil. De hecho, está a la vista de todos cómo la sociedad actual está estructurada en torno a las categorías de poseer, hacer, producir y aparentar. Su compromiso, en sintonía con el de toda la Iglesia, apunta a un proyecto diferente, que pone en el centro la dignidad de la persona y privilegia a los más débiles. El concebido representa, por excelencia, a todo hombre y mujer que no cuenta, que no tiene voz. Ponerse de su parte significa solidarizarse con todos los descartados del mundo. Y la mirada del corazón que lo reconoce como uno de nosotros es la palanca que mueve este proyecto.
Sigan apostando por las mujeres, por su capacidad de acogida, generosidad y valentía. Las mujeres deben poder contar con el apoyo de toda la comunidad civil y eclesial, y los Centros de Ayuda a la Vida pueden convertirse en un punto de referencia para todos. Les agradezco por las páginas de esperanza y ternura que ayudan a escribir en el libro de la historia y que permanecen indelebles: dan y darán muchos frutos.
Que el Señor los bendiga y la Santísima Virgen los proteja. Encomiendo a cada uno de ustedes, a sus grupos y a su compromiso a la intercesión de Santa Teresa de Calcuta, presidenta espiritual de los Movimientos por la Vida en el mundo. Y no se olviden de rezar por mí. Gracias.
Roma, Policlínico Gemelli, 5 de marzo de 2025
FRANCISCO
Plaza de San Pedro, Primer domingo de Cuaresma, 9 de marzo de 2025
Entre los pueblos aplastados por arrogancia y guerras el servicio gratuito hace germinar una nueva humanidad
Homilía del Papa leída
por el cardenal Michael Czern
y en el Jubileo del Voluntariado
Jesús «fue conducido por el Espíritu al desierto» (Lc 4,1). Cada año, nuestro camino de Cuaresma inicia siguiendo al Señor en este entorno, que Él atraviesa y transforma para nosotros. Cuando Jesús entra en el desierto, en efecto, sucede un cambio decisivo: el lugar del silencio se convierte en ámbito de escucha. Una escucha que pone a prueba, porque se hace necesario elegir a quién prestar atención entre dos voces totalmente contrarias. Proponiéndonos este ejercicio, el Evangelio atestigua que el camino de Jesús comienza con un acto de obediencia: es el Espíritu Santo, la misma fuerza de Dios, quien lo conduce a donde nada bueno crece de la tierra ni llueve del cielo. En el desierto, el hombre experimenta su propia indigencia material y espiritual, su necesidad de pan y de palabra.
También Jesús, verdadero hombre, tuvo hambre (cf. v. 2) y durante cuarenta días fue tentado por una palabra que no provenía en absoluto del Espíritu Santo, sino del espíritu malvado, del diablo. Comenzando apenas los cuarenta días de la Cuaresma, reflexionemos sobre el hecho de que también nosotros somos tentados; pero no estamos solos, con nosotros está Jesús, que nos abre la senda a través del desierto. El Hijo de Dios hecho hombre no se limita a darnos un modelo en el combate contra el mal; sino mucho más aún, nos da la fuerza para resistir a sus asaltos y perseverar en el camino.
Consideremos pues tres características de la tentación de Jesús y también de la nuestra: el inicio, el modo y el desenlace. Comparando estas dos experiencias, encontraremos apoyo para nuestro itinerario de conversión.
En primer lugar, la tentación de Jesús al inicio es querida; el Señor va al desierto no por arrogancia, para demostrar lo fuerte que es, sino por su filial disponibilidad al Espíritu del Padre, a cuya guía se confía con prontitud. Nuestra tentación, en cambio, nos es impuesta; el mal precede nuestra libertad, la corrompe íntimamente como una sombra interior y una insidia constante. Mientras pedimos a Dios que no nos abandone en la tentación (cf. Mt 6,13), recordemos que Él ya ha acogido esta súplica en Jesús, el Verbo encarnado, y se queda para siempre con nosotros. El Señor está con nosotros y nos cuida, sobre todo en el lugar de la prueba y del recelo, es decir, cuando se alza la voz del tentador, que es el padre de la mentira (cf. Jn 8,44), corrompido y corruptor, porque conoce la palabra de Dios, pero no la entiende. Más aún, la distorsiona. Como en tiempos de Adán, en el jardín del Edén (cf. Gn 3,1-5), así actúa contra el nuevo Adán, Jesús, en el desierto.
Percibimos aquí el modo singular con el que Cristo es tentado, concretamente en la relación con Dios, su Padre. El diablo es el que separa, el que divide, mientras Jesús es el mediador que une a Dios y al hombre. En su perversión, el demonio quiere destruir este vínculo, haciendo de Jesús un privilegiado: «Si tú eres Hijo de Dios, manda a esta piedra que se convierta en pan» (v. 3). Y también: «Si tú eres Hijo de Dios, tírate» (v. 9) de la parte más alta del Templo. Frente a estas tentaciones Jesús, el Hijo de Dios, decide de qué modo ser hijo. En el Espíritu que lo guía, su decisión revela cómo quiere vivir su relación filial con el Padre. Esto es lo que decide el Señor: ese vínculo único y exclusivo con el Padre, de quien es el Hijo unigénito, se convierte en una relación que abarca a todos, sin excluir a nadie. La relación con el Padre es el don que Jesús comparte en el mundo para nuestra salvación, no un tesoro que guarda celosamente (cf. Flp 2,6), del que presume para conseguir éxito y atraer seguidores.
También nosotros somos tentados en la relación con Dios, pero de manera opuesta. El diablo, en efecto, susurra a nuestros oídos que Dios no es verdaderamente nuestro Padre, que en realidad nos ha abandonado. Satanás intenta convencernos de que para los hambrientos no hay pan, menos aún de las piedras, ni los ángeles nos auxilian en las desgracias. En todo caso, el mundo está en manos de poderes malignos, que aplastan a los pueblos con la altanería de sus cálculos y la violencia de la guerra. Precisamente, mientras el demonio quisiera hacernos creer que el Señor está lejos de nosotros, conduciéndonos a la desesperación, Dios se acerca aún más a nosotros, dando su vida para la redención del mundo.
Y llegamos al tercer aspecto: el desenlace de las tentaciones. Jesús, el Cristo de Dios, vence al mal. Él rechaza al diablo, que sin embargo volverá a tentarlo en «el momento oportuno» (v. 13). Así dice el Evangelio, y lo recordaremos cuando escuchemos una vez más que, en el Gólgota, dicen a Jesús: «Si eres Hijo de Dios, baja de la cruz» (Mt 27,40; cf. Lc 23,35). En el desierto el tentador es derrotado, pero la victoria de Cristo aún no es definitiva; lo será en su Pascua de muerte y resurrección.
Mientras nos preparamos para celebrar el Misterio central de la fe, reconozcamos que el desenlace de nuestra prueba es diferente. Nosotros, frente a la tentación, algunas veces caemos; todos somos pecadores. Pero la derrota no es definitiva, porque Dios nos levanta de cada caída con su perdón, infinitamente grande en el amor. Nuestra prueba, por tanto, no termina con un fracaso, porque en Cristo somos redimidos del mal. Atravesando el desierto con Él, recorremos un camino donde no había trazado ninguno. Jesús mismo abre para nosotros esa nueva vía de liberación y de rescate. Siguiendo con fe al Señor, de vagabundos nos convertimos en peregrinos.
Queridas hermanas y queridos hermanos, los invito a empezar de ese modo nuestro camino de Cuaresma. Y ya que, a lo largo del recorrido, necesitamos esa buena voluntad, que el Espíritu Santo siempre sostiene, me alegra saludar a todos los voluntarios que hoy están presentes en Roma para su peregrinación jubilar. Les agradezco mucho, queridos voluntarios, porque siguiendo el ejemplo de Jesús, ustedes sirven al prójimo sin servirse del prójimo. Por las calles y en las casas, junto a los enfermos, a los que sufren, a los presos, con los jóvenes y con los ancianos, su entrega infunde esperanza en toda la sociedad. En los desiertos de la pobreza y de la soledad, tantos pequeños gestos de servicio gratuito hacen germinar brotes de una nueva humanidad; ese jardín que Dios ha soñado y que sigue soñando para todos nosotros.
Ángelus preparado por el Papa Francisco
16 de marzo de 2025
Cese la violencia en Siria en el pleno respeto de los civiles
II Domingo de Cuaresma
Queridos hermanos y hermanas:
El miércoles pasado, con el rito de las cenizas, iniciamos la Cuaresma, el itinerario penitencial de cuarenta días que nos llama a la conversión del corazón y nos conduce a la alegría de la Pascua. Esforcémonos para que sea un tiempo de purificación y de renovación espiritual, un camino de crecimiento en la fe, en la esperanza y en la caridad.
Esta mañana, en la plaza de San Pedro, se ha celebrado la santa Misa por el mundo del voluntariado, que está viviendo su Jubileo. En nuestras sociedades, demasiado supeditadas a la lógica del mercado, en las que todo corre el riesgo de quedar sujeto al criterio del interés y a la búsqueda del beneficio, el voluntariado es profecía y signo de esperanza, porque testimonia el primado de la gratuidad, de la solidaridad y del servicio a los más necesitados. Expreso mi agradecimiento a todos los que se comprometen en este campo: ¡gracias por ofrecer vuestro tiempo y vuestras capacidades! ¡Gracias por la cercanía y la ternura con las que cuidáis de los demás, despertando en ellos la esperanza!
Hermanos y hermanas, en mi prolongada hospitalización, también yo experimento el esmero en el servicio y la ternura en el cuidado, especialmente por parte de los médicos y de los operadores sanitarios, a quienes doy las gracias de corazón.
Y mientras estoy aquí, pienso en las muchas personas que, de diversos modos, están cerca de los enfermos y son para ellos un signo de la presencia del Señor. Tenemos necesidad de esto, del “milagro de la ternura” que acompaña a quien está pasando un momento difícil, y lleva un poco de luz en la noche del dolor.
Quisiera dar las gracias a cuantos me están mostrando su cercanía con la oración: ¡Gracias de corazón a todos! Yo también rezo por vosotros. Y me uno espiritualmente a quienes, en los próximos días, participarán en los Ejercicios espirituales de la Curia romana.
Sigamos invocando juntos el don de la paz, especialmente en la martirizada Ucrania, en Palestina, Israel, el Líbano, Myanmar, Sudán y en la República Democrática del Congo. He sabido, con preocupación, que la violencia ha resurgido en algunas zonas de Siria: espero que cese definitivamente, en el pleno respeto de todos los componentes étnicos y religiosos de la sociedad, especialmente de los civiles.
Os encomiendo a todos a la materna intercesión de la Virgen María. ¡Feliz domingo y hasta la vista!
Ángelus preparado por el Santo Padre
Miércoles, 19 de marzo de 2025
También en la prueba se puede ser señales luminosas de esperanza
Queridos hermanos y hermanas, ¡feliz domingo!
Hoy, segundo domingo de Cuaresma, el Evangelio nos habla de la Transfiguración de Jesús (Lc 9,28-36). Después de subir a la cima de un monte con Pedro, Santiago y Juan, Jesús se sumerge en la oración y se vuelve radiante de luz. Así muestra a los discípulos lo que se oculta tras los gestos que Él hace en medio de ellos: la luz de su amor infinito.
Comparto con vosotros estos pensamientos mientras estoy atravesando un momento de prueba, y me uno a los tantos hermanos y hermanas enfermos: frágiles, en este momento, como yo. Nuestro físico está débil, pero, incluso así, nada puede impedirnos amar, rezar, entregarnos, estar los unos para los otros, en la fe, señales luminosas de esperanza. ¡Cuánta luz brilla, en este sentido, en los hospitales y en los centros de asistencia! ¡Cuánta atención amorosa ilumina las habitaciones, los pasillos, los ambulatorios, los lugares donde se prestan los servicios más humildes! Por eso, quisiera invitaros hoy a uniros a mí en las alabanzas al Señor, que nunca nos abandona y que en los momentos de dolor nos pone al lado a personas que reflejan un rayo de su amor.
Os agradezco a todos por vuestras oraciones y agradezco a quienes me asisten con tanta dedicación. Sé que rezan por mí muchos niños; algunos de ellos han venido hoy aquí al “Gemelli” en señal de cercanía. ¡Gracias, queridos niños! El Papa os quiere y espera siempre encontraros.
Sigamos rezando por la paz, especialmente en los países heridos por la guerra: en la martirizada Ucrania, en Palestina, Israel, Líbano, Myanmar, Sudán, República Democrática del Congo.
Y recemos por la Iglesia, llamada a traducir en decisiones concretas el discernimiento que se ha hecho en la reciente Asamblea Sinodal. Agradezco a la Secretaría General del Sínodo, que en los próximos tres años acompañará a las Iglesias locales en este compromiso.
Que la Virgen María nos guarde y nos ayude a ser, como Ella, portadores de la luz y de la paz de Cristo.
Catequesis del Papa preparada para la audiencia general
11 de mayo de 2025
Una palabra o un encuentro silencioso pueden bastar para no sentirse solos en el dolor
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Con esta catequesis comenzamos a contemplar algunos encuentros narrados en los Evangelios, para comprender la forma en que Jesús da esperanza. De hecho, hay encuentros que iluminan la vida y traen esperanza. Puede suceder, por ejemplo, que alguien nos ayude a ver desde una perspectiva diferente una dificultad o un problema que estamos viviendo; o puede suceder que alguien simplemente nos regale una palabra que no nos haga sentir solos en el dolor que estamos atravesando. A veces también puede haber encuentros silenciosos, en los que no se dice nada, y sin embargo esos momentos nos ayudan a retomar el camino.
El primer encuentro en el que me gustaría detenerme es el de Jesús con Nicodemo, narrado en el capítulo 3 del Evangelio de Juan. Empiezo por este episodio porque Nicodemo es un hombre que, con su historia, demuestra que es posible salir de la oscuridad y encontrar la valentía para seguir a Cristo.
Nicodemo va a ver a Jesús de noche: una hora inusual para un encuentro. En el lenguaje de Juan, las referencias temporales a menudo tienen un valor simbólico: aquí la noche es probablemente la que hay en el corazón de Nicodemo. Es un hombre que se encuentra en la oscuridad de las dudas, en esa oscuridad que vivimos cuando ya no entendemos lo que está sucediendo en nuestra vida y no vemos bien el camino a seguir.
Si uno está en la oscuridad, obviamente busca la luz. Y Juan, al comienzo de su Evangelio, escribe así: «Vino a este mundo la luz verdadera, la que ilumina a todo hombre» (1,9). Nicodemo busca a Jesús porque intuye que Él puede iluminar la oscuridad de su corazón.
Sin embargo, el Evangelio nos cuenta que Nicodemo no logra comprender de inmediato lo que Jesús le dice. Y así vemos que hay muchos malentendidos en este diálogo, y también mucha ironía, que es una característica del evangelista Juan. Nicodemo no entiende lo que Jesús le dice porque sigue pensando con su lógica y sus categorías. Es un hombre con una personalidad bien definida, tiene un papel público, es uno de los jefes de los judíos. Pero probablemente las cuentas ya no le salen. Nicodemo siente que algo ya no funciona en su vida. Siente la necesidad de cambiar, pero no sabe por dónde empezar.
En algunos momentos de la vida esto nos sucede a todos. Si no aceptamos cambiar, si nos encerramos en nuestra rigidez, en nuestras costumbres o en nuestras formas de pensar, corremos el riesgo de morir. La vida radica en la capacidad de cambiar para encontrar una nueva forma de amar. De hecho, Jesús habla a Nicodemo de un nuevo nacimiento, que no solo es posible, sino incluso necesario en algunos momentos de nuestro camino. A decir verdad, la expresión utilizada en el texto ya es ambivalente en sí misma, porque anōthen (ἄνωθεν) puede traducirse tanto como «desde arriba» como «de nuevo». Poco a poco, Nicodemo comprenderá que estos dos significados van juntos: si dejamos que el Espíritu Santo genere en nosotros una nueva vida, volveremos a nacer. Recuperaremos esa vida que quizás se estaba apagando en nosotros.
He elegido empezar por Nicodemo también porque es un hombre que, con su propia vida, demuestra que este cambio es posible. Nicodemo lo conseguirá: ¡al final estará entre los que van a Pilato a pedir el cuerpo de Jesús (cf. Jn 19,39)! Nicodemo ha salido a la luz por fin, ha renacido y ya no necesita estar en la noche.
Los cambios a veces nos asustan. Por un lado, nos atraen, a veces los deseamos, pero por otro preferiríamos quedarnos en nuestras comodidades. Por eso el Espíritu nos anima a afrontar estos miedos. Jesús le recuerda a Nicodemo- que es un maestro en Israel- que también los israelitas tuvieron miedo mientras caminaban por el desierto. Y se fijaron tanto en sus preocupaciones que en un momento dado esos miedos tomaron la forma de serpientes venenosas (cf. Nm 21,4-9). Para ser liberados, debían mirar la serpiente de bronce que Moisés había colocado en una vara, es decir, debían levantar la vista y estar frente al objeto que representaba sus miedos. Solo mirando de frente a lo que nos da miedo, podemos empezar a ser liberados.
Nicodemo, como todos nosotros, podrá mirar al Crucificado, Aquel que venció la muerte, la raíz de todos nuestros miedos. Levantemos también nosotros la mirada hacia Aquel a quien traspasaron, dejemos que Jesús también se encuentre con nosotros. En Él encontramos la esperanza para afrontar los cambios de nuestra vida y renacer.
Mensaje del Papa para la 62ª Jornada mundial de oración por las vocaciones
Peregrinos de esperanza: el don de la vida
Queridos hermanos y hermanas:
En esta LXII Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, quiero dirigirles una invitación llena de alegría y aliento para ser peregrinos de esperanza, entregando la vida con generosidad.
La vocación es un don precioso que Dios siembra en el corazón, una llamada a salir de nosotros mismos para emprender un camino de amor y servicio. Y cada vocación en la Iglesia —sea laical, al ministerio ordenado o a la vida consagrada— es un signo de la esperanza que Dios pone en el mundo y en cada uno de sus hijos.
En nuestro tiempo, muchos jóvenes se sienten perdidos ante el futuro. Experimentan con frecuencia incertidumbre sobre su porvenir laboral y, más profundamente, una crisis de identidad, que es también una crisis de sentido y de valores, y que la confusión del mundo digital hace aún más difícil de atravesar. Las injusticias contra los más débiles y los pobres, la indiferencia de un bienestar egoísta y la violencia de la guerra amenazan los sueños de una vida buena que los jóvenes cultivan en su corazón. Sin embargo, el Señor, que conoce el corazón humano, no nos deja en la incertidumbre; al contrario, quiere despertar en cada uno la convicción de ser amado, llamado y enviado como peregrino de esperanza.
Por eso, a nosotros, los miembros adultos en la Iglesia
—especialmente los pastores— se nos pide acoger, discernir y acompañar el camino vocacional de las nuevas generaciones. Y ustedes, jóvenes, están llamados a ser los protagonistas de su vocación o, mejor aún, coprotagonistas junto con el Espíritu Santo, quien suscita en ustedes el deseo de hacer de su vida un don de amor.
Acoger el propio camino vocacional
Queridos jóvenes, «la vida de ustedes no es un “mientras tanto”. Ustedes son el ahora de Dios» (Exhort. ap. postsin. Christus vivit, 178). Es necesario tomar conciencia de que el don de la vida exige una respuesta generosa y fiel. Miren a los santos y beatos jóvenes que respondieron con alegría a la llamada del Señor: santa Rosa de Lima, santo Domingo Savio, santa Teresa del Niño Jesús, san Gabriel de la Dolorosa, los beatos —dentro de poco declarados santos— Carlos Acutis y Pier Giorgio Frassati, y tantos otros. Cada uno de ellos vivió la vocación como un camino hacia la felicidad plena, en la relación con Jesús vivo. Cuando escuchamos su Palabra, nuestro corazón arde dentro de nosotros (cf. Lc 24,32) y sentimos el deseo de consagrar nuestra vida a Dios; entonces nace la voluntad de descubrir cómo y en qué forma de vida podemos corresponder al amor que Él nos da primero.
Toda vocación, cuando se percibe profundamente en el corazón, hace surgir la respuesta como un impulso interior hacia el amor y el servicio; como fuente de esperanza y caridad, y no como una búsqueda de autoafirmación. Vocación y esperanza, por lo tanto, están entrelazadas en el proyecto divino para la alegría de cada hombre y de cada mujer, porque todos estamos llamados a ofrecer nuestra vida por los demás (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 268). Muchos jóvenes buscan conocer el camino que Dios les invita a recorrer: algunos descubren —muchas veces con asombro— la vocación al sacerdocio o a la vida consagrada; otros perciben la belleza de la vocación al matrimonio y la vida familiar, así como el llamado al compromiso por el bien común y al testimonio de la fe entre sus compañeros y amigos.
Toda vocación está animada por la esperanza, que se traduce como confianza en la Providencia. En efecto, para el cristiano, esperar es mucho más que un simple optimismo humano: es ante todo una certeza basada en la fe en Dios, que actúa en la historia de cada persona. Y así, la vocación madura en la fidelidad diaria al Evangelio, en la oración, en el discernimiento y en el servicio.
Queridos jóvenes, la esperanza en Dios no defrauda, porque Él guía cada paso de quien se confía a Él. El mundo necesita jóvenes que sean peregrinos de esperanza, valientes en dedicar su vida a Cristo y llenos de la alegría por el hecho mismo de ser sus discípulos-misioneros.
Discernir el propio camino vocacional
El descubrimiento de la propia vocación se produce en un camino de discernimiento. Este proceso nunca es solitario, sino que se desarrolla en el seno de la comunidad cristiana y junto con ella.
Queridos jóvenes, el mundo los empuja a tomar decisiones apresuradas, a llenar sus días de ruido, impidiéndoles experimentar un silencio abierto a Dios, que habla al corazón. Tengan el valor de detenerse, de escuchar dentro de ustedes mismos y de preguntarle a Dios qué sueña para ustedes. El silencio en la oración es indispensable para “leer” la llamada de Dios en la propia historia y responder con libertad y de manera consciente.
El recogimiento permite comprender que todos podemos ser peregrinos de esperanza si hacemos de nuestra vida un don, especialmente al servicio de quienes habitan las periferias materiales y existenciales del mundo. Quien se pone a la escucha de Dios no puede ignorar el clamor de tantos hermanos y hermanas que se sienten excluidos, heridos o abandonados. Toda vocación nos abre a la misión de ser presencia de Cristo allí donde más se necesita luz y consuelo. Los fieles laicos, en particular, están llamados a ser “sal, luz y levadura” del Reino de Dios a través del compromiso social y profesional.
Acompañar el camino vocacional
Desde esta perspectiva, los agentes de pastoral vocacional
—especialmente los acompañantes espirituales— no deben tener miedo de acompañar a los jóvenes con la confianza esperanzada y paciente de la pedagogía divina. Se trata de ser para ellos personas de escucha y acogida respetuosa en las que puedan confiar, guías sabios dispuestos a ayudarles y a reconocer los signos de Dios en su camino.
Por ello, exhorto a que se promueva el cuidado de la vocación cristiana en los distintos ámbitos de la vida y de la actividad humana, favoreciendo la apertura espiritual de cada persona a la voz de Dios. Con este propósito, es importante que los itinerarios educativos y pastorales contemplen espacios adecuados para el acompañamiento de las vocaciones.
La Iglesia necesita pastores, religiosos, misioneros y matrimonios que sepan decir “sí” al Señor con confianza y esperanza. La vocación nunca es un tesoro que se queda encerrado en el corazón, sino que crece y se fortalece en la comunidad que cree, ama y espera. Y dado que nadie puede responder solo a la llamada de Dios, todos necesitamos la oración y el apoyo de los hermanos y hermanas.
Queridos amigos, la Iglesia está viva y es fecunda cuando genera nuevas vocaciones. Y el mundo, muchas veces sin saberlo, busca testigos de esperanza, que anuncien con su vida que seguir a Cristo es fuente de alegría. Por lo tanto, no nos cansemos de pedir al Señor nuevos obreros para su mies, con la certeza de que Él sigue llamando con amor. Queridos jóvenes, encomiendo su camino de seguimiento del Señor a la intercesión de María, Madre de la Iglesia y de las vocaciones. ¡Caminen siempre como peregrinos de esperanza por la vía del Evangelio! Los acompaño con mi bendición, y les pido, por favor, que recen por mí.
Roma, Policlínico “A. Gemelli”, 19 de marzo de 2025.
FRANCISCO
Desde el Policlínico «A. Gemelli», 22 de marzo de 2025
“He sentido mucho el apoyo de su cercanía”
Mensaje del Papa a los participantes en la peregrinación jubilar de la arquidiócesis de Nápoles y de otras diócesis
Queridos hermanos y hermanas de la arquidiócesis de Nápoles y de las muchas otras diócesis presentes, saludo a ustedes y a sus obispos con motivo de las peregrinaciones jubilares diocesanas que están realizando. En éstas se expresa la unidad que los reúne como comunidad en torno a sus pastores y al obispo de Roma, así como el compromiso de acoger la invitación de Jesús a entrar «por la puerta estrecha» (Mt. 7,13). El amor es así: une y hace crecer juntos. Por eso, aunque con caminos diferentes, los ha traído aquí juntos a la tumba de Pedro, desde donde podrán partir aún más fuertes en la fe y más unidos en la caridad.
En estos días he sentido mucho el apoyo de su cercanía, sobre todo a través de las oraciones con las que me han acompañado. Por eso, aunque no pueda estar físicamente presente entre ustedes, les expreso mi gran alegría al saberlos unidos a mí y entre ustedes en el Señor Jesús, como Iglesia.
Los bendigo y rezo por ustedes. Y les recomiendo: sigan rezando también por mí. Gracias.
FRANCISCO
III Domingo de Cuaresma, 23 de marzo de 2025
La paciencia de Dios
Texto del Ángelus preparado
por el Santo Padre
Queridos hermanos y hermanas, ¡feliz domingo!
La parábola que encontramos en el Evangelio de hoy nos habla de la paciencia de Dios, que nos anima a hacer de nuestra vida un tiempo de conversión. Jesús usa la imagen de una higuera estéril, que no ha dado los frutos esperados; sin embargo, el campesino no quiere cortarla: quiere abonarla una vez más «para ver si da fruto» (Lc 13,9). Este campesino paciente es el Señor, que trabaja con esmero el terreno de nuestra vida y espera confiado que regresemos a Él.
Durante esta larga estancia en el hospital, he podido experimentar la paciencia del Señor, que veo reflejada también en los cuidados incansables de los médicos y los operadores sanitarios, así como en las atenciones y las esperanzas de los familiares de los enfermos. Esta paciencia confiada, anclada en el amor de Dios que no disminuye, es muy necesaria en nuestra vida, especialmente para afrontar las situaciones más difíciles y dolorosas.
Me ha dolido la reanudación de los intensos bombardeos israelíes sobre la Franja de Gaza, que han causado tantos muertos y heridos. Pido que las armas callen inmediatamente; y que se tenga el valor de retomar el diálogo, a fin de que todos los rehenes sean liberados y se llegue a un alto el fuego definitivo. La situación humanitaria en la Franja es gravísima de nuevo, y requiere el compromiso urgente de las partes beligerantes y de la comunidad internacional.
En cambio, me alegra que Armenia y Azerbaiyán hayan pactado el texto definitivo del Acuerdo de paz. Espero que sea firmado lo antes posible y que pueda contribuir a establecer una paz duradera en el Cáucaso meridional.
Sé que ustedes siguen rezando por mí con mucha paciencia y perseverancia: ¡se lo agradezco mucho! Yo también rezo por ustedes. Y, juntos, imploremos que se ponga fin a las guerras y que haya paz, especialmente en la martirizada Ucrania, en Palestina, Israel, Líbano, Myanmar, Sudán y la República Democrática del Congo.
Que la Virgen María nos custodie y siga acompañándonos en el camino hacia la Pascua.
24-28 de marzo de 2025
La prevención de los abusos fundamento para edificar el Evangelio
Mensaje del Papa a los participantes en la Asamblea Plenaria de la Comisión Pontificia para la protección de los menores
Queridos hermanos y hermanas:
Les envío de corazón mi saludo y algunas indicaciones para su precioso servicio. De hecho, este es como «oxígeno» para las iglesias locales y las comunidades religiosas, porque donde hay un niño o una persona vulnerable a salvo, allí se sirve y se honra a Cristo. En la trama cotidiana de su trabajo, sobre todo en los ámbitos más desfavorecidos, se concreta una verdad profética: la prevención de los abusos no es una manta que se extiende sobre las emergencias, sino uno de los cimientos sobre los que se construyen comunidades fieles al Evangelio. Por eso les expreso mi gratitud.
Su trabajo no se reduce a protocolos que aplicar, sino que promueve medidas de protección: una formación que educa, controles que previenen, una escucha que devuelve la dignidad. Cuando implementan prácticas de prevención, incluso en las comunidades más remotas, están escribiendo una promesa: que cada niño, cada persona vulnerable, encontrará en la comunidad eclesial un ambiente seguro. Este es el motor de lo que debería ser para nosotros una conversión integral. Hoy les pido tres compromisos:
1. Hacer crecer el trabajo conjunto con los dicasterios de la Curia romana.
2. Ofrecer a las víctimas y a los supervivientes hospitalidad y cuidado de las heridas del alma, al estilo del buen samaritano. Escuchar con el oído del corazón, para que cada testimonio no encuentre registros que rellenar, sino entrañas de misericordia de las que renacer.
3. Construir alianzas con realidades extraeclesiales —autoridades civiles, expertos, asociaciones—, para que la protección se convierta en un lenguaje universal.
En estos diez años han hecho crecer en la Iglesia una red de seguridad. ¡Sigan adelante! Sigan siendo centinelas que velan mientras el mundo duerme. Que el Espíritu Santo, maestro de la memoria viva, nos preserve de la tentación de archivar el dolor en lugar de sanarlo.
Les agradezco su recuerdo en la oración. Yo también los acompaño y pido al Señor y a la Santísima Virgen que los sostengan, para que puedan continuar con dedicación y esperanza el camino emprendido.
Roma, Policlínico «A. Gemelli», 20 de marzo de 2025.
Miércoles, 26 de marzo de 2025
El peso del pasado no detiene la esperanza
Catequesis de Papa preparada para la audiencia general
Queridos hermanos y hermanas:
Después de haber meditado sobre el encuentro de Jesús con Nicodemo, quien había ido a buscar a Jesús, hoy reflexionamos sobre aquellos momentos en los que parece que Él nos estaba esperando justo allí, en esa encrucijada de nuestro camino. Son encuentros que nos sorprenden, y al principio tal vez sentimos un poco de desconfianza: tratamos de ser prudentes y entender lo que está sucediendo.
Esta probablemente fue también la experiencia de la mujer samaritana, de la que se habla en el capítulo cuarto del Evangelio de Juan (cf. 4,5-26). Ella no esperaba encontrar a un hombre en el pozo al mediodía, sino que esperaba no encontrar a nadie. De hecho, va a buscar agua al pozo a una hora inusual, cuando hace mucho calor. Quizá esta mujer se avergüenza de su vida, quizá se ha sentido juzgada, condenada, incomprendida, y por eso se ha aislado, ha roto las relaciones con todos.
Para ir a Galilea desde Judea, Jesús podría haber elegido otro camino y no atravesar Samaria. Habría sido incluso más seguro, dadas las tensas relaciones entre judíos y samaritanos. En cambio, ¡Él quiere pasar por allí y se detiene en ese pozo justo a esa hora! Jesús nos espera y hace que lo encontremos justo cuando pensamos que ya no hay esperanza para nosotros. El pozo, en el antiguo Oriente Medio, es un lugar de encuentro, donde a veces se conciertan matrimonios, es un lugar de compromiso. Jesús quiere ayudar a esta mujer a comprender dónde buscar la verdadera respuesta a su deseo de ser amada.
El tema del deseo es fundamental para entender este encuentro. Jesús es el primero en expresar su deseo: «¡Dame de beber!» (v. 10). Con tal de entablar un diálogo, Jesús se muestra débil, así hace que la otra persona se sienta cómoda, hace que no se asuste. La sed es a menudo, también en la Biblia, la imagen del deseo. Pero Jesús aquí tiene sed ante todo de la salvación de esa mujer. «El que pedía de beber —dice San Agustín— tenía sed de la fe de esta mujer». [1]
Si Nicodemo había ido a Jesús de noche, aquí Jesús se encuentra con la samaritana al mediodía, el momento en que hay más luz. De hecho, es un momento de revelación. Jesús se da a conocer ante ella como el Mesías y, además, arroja luz sobre su vida. La ayuda a releer de una manera nueva su historia, que es complicada y dolorosa: ha tenido cinco maridos y ahora está con un sexto que no es su marido. El número seis no es casual, sino que suele indicar imperfección. Quizá sea una alusión al séptimo esposo, el que finalmente podrá saciar el deseo de esta mujer de ser amada de verdad. Y ese esposo solo puede ser Jesús.
Cuando se da cuenta de que Jesús conoce su vida, la mujer cambia el tema a la cuestión religiosa que dividía a judíos y samaritanos. Esto nos pasa a veces también a nosotros cuando rezamos: en el momento en que Dios toca nuestra vida con sus problemas, a veces nos perdemos en reflexiones que nos dan la ilusión de una oración bien hecha. En realidad, hemos levantado barreras de protección. Pero el Señor es siempre más grande, y a aquella mujer samaritana, a la que según los esquemas culturales ni siquiera debería haberle dirigido la palabra, le regala la revelación más alta: le habla del Padre, que debe ser adorado en espíritu y en verdad. Y cuando ella, sorprendida una vez más, observa que es mejor esperar al Mesías para estas cosas, Él le dice: «Soy yo, el que habla contigo» (v. 26). Es como una declaración de amor: Aquel a quien esperas soy yo; Aquel que puede responder finalmente a tu deseo de ser amada.
En ese momento, la mujer corre a llamar a la gente del pueblo, porque es precisamente de la experiencia de sentirse amada de donde surge la misión. ¿Y qué anuncio podría haber llevado sino su experiencia de ser comprendida, acogida, perdonada? Es una imagen que debería hacernos reflexionar sobre nuestra búsqueda de nuevas formas de evangelizar.
Como una persona enamorada, la samaritana olvida su ánfora a los pies de Jesús. El peso de esa ánfora sobre su cabeza, cada vez que volvía a casa, le recordaba su condición, su vida atribulada. Pero ahora el ánfora está depositada a los pies de Jesús. El pasado ya no es una carga; ella está reconciliada. Y lo mismo nos pasa a nosotros: para ir a anunciar el Evangelio, primero tenemos que dejar la carga de nuestra historia a los pies del Señor, entregarle la carga de nuestro pasado. Solo las personas reconciliadas pueden llevar el Evangelio.
Queridos hermanos y hermanas, ¡no perdamos la esperanza! Aunque nuestra historia nos parezca pesada, complicada, tal vez incluso destrozada, siempre tenemos la posibilidad de entregarla a Dios y comenzar de nuevo nuestro camino. ¡Dios es misericordia y siempre nos espera!
NOTAS
[1] Omelia 15,11.
24-28 de marzo de 2025
También la paz, tan deseada, nace de la Misericordia
Mensaje del Santo Padre a los participantes en el XXV Curso sobre el foro interno organizado por la penitenciaría apostólica
¡Queridos hermanos!
Saludo a todos ustedes que participan en el XXXV Curso sobre el Foro Interno, organizado por la Penitenciaría Apostólica, y doy las gracias al penitenciario mayor, al regente, a los prelados, a los oficiales y al personal de la Penitenciaría, así como a los Colegios de Penitenciarios Ordinarios y Extraordinarios de las Basílicas Papales. El curso se llevará a cabo durante la Cuaresma del Año Santo 2025: tiempo de conversión, penitencia y acogida de la misericordia de Dios.
Celebrar la Misericordia, sobre todo con los peregrinos del Jubileo, es un privilegio: Dios nos ha hecho ministros de la Misericordia por su gracia, un don que acogemos porque fuimos, y somos, nosotros los primeros destinatarios de su perdón.
Queridos hermanos, los exhorto a ser hombres y mujeres de oración, porque en la oración encuentran sus raíces sus acciones ministeriales, con las que prolongan la obra de Jesús, que repite una y otra vez: «Ni yo te condeno; vete y no peques más» (Jn 8,11).
Que resuene en toda la Iglesia, en el Año Jubilar, esta palabra liberadora del Señor, para la renovación de los corazones, que brota de la reconciliación con Dios y abre a nuevas relaciones fraternas. También la paz, tan deseada, nace de la Misericordia, como la esperanza que no defrauda.
¡Gracias por su indispensable ministerio sacramental! Que la Virgen los cuide en el amor y la paciencia de Cristo. Los bendigo de corazón y les pido que por favor recen por mí.
Desde el Vaticano, 27 de marzo de 2025
FRANCISCO
29 de marzo de 2025
Conversión y perdón las dos caricias
de Dios a los pecadores
Mensaje del Santo Padre Francisco a los sacerdotes misioneros de la misericordia con motivo de su peregrinación jubilar
Queridos hermanos:
Me hubiera gustado encontrarme con ustedes con motivo de su peregrinación jubilar y expresarles personalmente, a ustedes, misioneros de la misericordia, mi gratitud y mi aliento.
Les doy las gracias, porque con su servicio dan testimonio del rostro paterno de Dios, infinitamente grande en el amor, que llama a todos a la conversión y nos renueva siempre con su perdón. La conversión y el perdón son las dos caricias con las que el Señor enjuga cada lágrima de nuestros ojos; son las manos con las que la Iglesia nos abraza a nosotros, pecadores; son los pies sobre los que caminar en nuestra peregrinación terrenal. Jesús, el Salvador del mundo, nos abre el camino que recorremos juntos, siguiéndolo con la fuerza de su Espíritu de paz.
Por lo tanto, los animo, en su ministerio de confesores, a que sean atentos al escuchar, prontos al acoger y constantes al acompañar a aquellos que desean renovar su vida y volver al Señor. Con su misericordia, de hecho, Dios nos transforma interiormente, cambia nuestro corazón: el perdón del Señor es fuente de esperanza, porque siempre podemos contar con Él, en cualquier situación. ¡Dios se hizo hombre para revelar al mundo que nunca nos abandona!
Queridos, les deseo una peregrinación llena de frutos. Bendigo de corazón su apostolado, pidiendo a María Inmaculada que vele por ustedes como Madre de misericordia. Y por favor, no se olviden de rezar por mí.
Roma, Policlínico Gemelli, 19 de marzo de 2025,
Ssolemnidad de San José.
IV Domingo de Cuaresma, 30 de marzo de 2025
Vivir la Cuaresma como tiempo de curación
Ángelus preparado por el Santo Padre
Queridos hermanos y hermanas, ¡buen domingo!
En el Evangelio de hoy (Lc 15,1-3.11-32) Jesús se da cuenta de que los fariseos, en lugar de alegrarse porque los pecadores se acercan a Él, se escandalizan y murmuran a sus espalas. Entonces Jesús les cuenta la historia de un padre que tiene dos hijos: uno se va de casa, pero luego, cuando se encuentra en la miseria, regresa y es recibido con alegría; el otro, el hijo “obediente”, indignado con su padre, no quiere entrar en la fiesta. Así, Jesús revela el corazón de Dios: siempre misericordioso con todos; cura nuestras heridas para que nos podamos amar como hermanos.
Queridísimos, vivamos esta Cuaresma, sobre todo en el Jubileo, como un tiempo de curación. Yo también lo estoy experimentando así, en el alma y en el cuerpo. Por eso doy las gracias de corazón a todos aquellos que, a imagen del Salvador, son para el prójimo instrumentos de curación con su palabra y con su ciencia, con su afecto y con su oración. La fragilidad y la enfermedad son experiencias que nos unen a todos; pero con mayor razón somos hermanos en la salvación que Cristo nos ha dado.
Confiando en la misericordia de Dios Padre, continuemos rezando por la paz: en la martirizada Ucrania, en Palestina, Israel, Líbano, República Democrática del Congo y Myanmar, que tanto sufre también por el terremoto.
Sigo con preocupación la situación en Sudán del Sur. Renuevo mi apremiante llamamiento a todos los líderes, para que hagan todo lo posible por reducir la tensión en el país. Es necesario dejar de lado las divergencias y, con valentía y responsabilidad, sentarse alrededor de una mesa e iniciar un diálogo constructivo. Solo así será posible aliviar el sufrimiento de la querida población sursudanesa y construir un futuro de paz y estabilidad.
Y en Sudán la guerra sigue cobrándose víctimas inocentes. Exhorto a las partes en conflicto a que den prioridad a la protección de la vida de sus hermanos civiles; y espero que inicien cuanto antes nuevas negociaciones que puedan garantizar una solución duradera a la crisis. Que la comunidad internacional redoble sus esfuerzos para hacer frente a la terrible catástrofe humanitaria.
Gracias a Dios, también hay acontecimientos positivos: cito, por ejemplo, la ratificación del Acuerdo sobre la delimitación de la frontera entre Tayikistán y Kirguistán, que representa un excelente resultado diplomático. Animo a ambos países a seguir por este camino.
Que María, Madre de misericordia, ayude a la familia humana a reconciliarse en la paz.
2 de abril 2025
Catequesis del Santo Padre preparada para la audiencia general
Queridos hermanos y hermanas: sigamos contemplando los encuentros de Jesús con algunos personajes del Evangelio. Esta vez me gustaría detenerme en la figura de Zaqueo: un episodio que me es particularmente querido, porque ocupa un lugar especial en mi camino espiritual.
El Evangelio de Lucas nos presenta a Zaqueo como alguien que parece irremediablemente perdido. Quizá nosotros también nos sentimos así a veces: sin esperanza. Zaqueo, en cambio, descubrirá
que el Señor ya lo estaba buscando.
Jesús, de hecho, bajó a Jericó, una ciudad situada por debajo del nivel del mar, considerada una
imagen del infierno, donde Jesús quiere ir a buscar a aquellos que se sienten perdidos. Y, en realidad, el Señor Resucitado sigue descendiendo a los infiernos de hoy, a los lugares de guerra, al dolor de los
inocentes, al corazón de las madres que ven morir a sus hijos, al hambre de los pobres.
Zaqueo, en cierto sentido, se ha perdido, tal vez tomó decisiones equivocadas o tal vez la vida lo
ha puesto en situaciones de las que le cuesta salir. De hecho, Lucas insiste en describir las características de este hombre: no solo es publicano, es decir, uno que recauda impuestos de sus conciudadanos para los invasores romanos, sino que es incluso el jefe de los publicanos, como diciendo que su pecado se multiplica.
Lucas añade además que Zaqueo es rico, dando a entender que se ha enriquecido a costa de losdemás, abusando de su posición. Pero todo esto tiene consecuencias: Zaqueo probablemente se siente excluido, despreciado por todos.
Cuando se entera de que Jesús está atravesando la ciudad, Zaqueo siente el deseo de verlo. No se
atreve a imaginar un encuentro, le bastaría con mirarlo desde lejos. Sin embargo, nuestros deseos también encuentran obstáculos y no se hacen realidad automáticamente: ¡Zaqueo es de baja estatura! Es nuestra realidad, tenemos límites con los que debemos lidiar. Y luego están los demás, que a veces no nos ayudan: la multitud impide que Zaqueo vea a Jesús. Quizás sea también un poco su revancha.
Pero cuando se tiene un deseo fuerte, no se desanima. Se encuentra una solución. Pero hay que tener valor y no avergonzarse, se necesita un poco de la sencillez de los niños y no preocuparse demasiado por la propia imagen. Zaqueo, como un niño, se sube a un árbol. Debía ser un buen punto de observación, sobre todo para mirar sin ser visto, escondiéndose detrás de las frondas.
Pero con el Señor siempre ocurre lo inesperado: Jesús, cuando llega allí cerca, alza la mirada. Zaqueo se siente descubierto y probablemente espera un reproche público. La gente tal vez lo habrá esperado, pero se sentirá decepcionada: Jesús le pide a Zaqueo que baje inmediatamente, casi maravillándose de verlo en el árbol, y le dice: «¡Hoy tengo tengo que alojarme en tu casa!» (Lc 19,5). Dios no puede pasar sin buscar al que está perdido.
Lucas destaca la alegría del corazón de Zaqueo. Es la alegría de quien se siente mirado, reconocido y, sobre todo, perdonado. La mirada de Jesús no es una mirada de reproche, sino de misericordia. Es esa misericordia que a veces nos cuesta aceptar, sobre todo cuando Dios perdona a quienes, en nuestra opinión, no se lo merecen. Murmuramos porque nos gustaría poner límites al amor de Dios.
En la escena en casa, Zaqueo, después de escuchar las palabras de perdón de Jesús, se levanta, como si resucitara de su condición de muerte. Y se levanta para comprometerse: devolver el cuádruple de lo que ha robado. No se trata de un precio a pagar, porque el perdón de Dios es gratuito, sino del deseo de imitar a Aquel de quien se sintió amado. Zaqueo asume un compromiso al que no estaba obligado, pero lo hace porque entiende que esa es su forma de amar. Y lo hace combinando la legislación romana sobre el robo y la ley rabínica sobre la penitencia. Zaqueo entonces no es solo el hombre del deseo, es también alguien que sabe dar pasos concretos. Su propósito no es genérico o abstracto, sino que parte precisamente de su historia: ha mirado su vida y ha identificado el punto desde el que iniciar su cambio.
Queridos hermanos y hermanas, aprendamos de Zaqueo a no perder la esperanza, incluso cuando nos sentimos marginados o incapaces de cambiar. Cultivemos nuestro deseo de ver a Jesús y, sobre todo, dejemos que nos encuentre la misericordia de Dios, que siempre viene a buscarnos, en cualquier situación en la que nos hayamos perdido.