
A veces son los problemas los que inducen la curiosidad, empujan a plantear algunas preguntas y permiten descubrir algo nuevo. Si se está mínimamente familiarizado con los escritos del Nuevo Testamento, incluso sin ser un experto, es posible percibir algo que asombra y suscita preguntas. Por ejemplo: ¿Existe una conexión entre la resurrección de Cristo, las mujeres y la locura?
Una comparación iluminadora
Es esclarecedora la comparación entre los relatos de las apariciones pascuales en los cuatro Evangelios y un texto especialmente conocido de una carta de Pablo. Los tres Evangelios sinópticos coinciden en afirmar que, además de haber sido testigos oculares de su muerte y sepultura, las discípulas que habían seguido a Jesús desde Galilea hasta Jerusalén, es decir, durante toda su misión, fueron también las primeras testigos de la aparición pascual del Ángel que les entregó el anuncio de la resurrección y les confió la tarea de difundirlo entre los discípulos. Por su parte, Juan se sirve de tradiciones distintas, pero en el fondo es la misma: las protagonistas de los relatos de las apariciones no son las discípulas galileas, sino quien de algún modo representa a la responsable de todas, María Magdalena, a quien está reservada la única aparición individual del Resucitado y la entrega explícita del mandato apostólico a los demás discípulos.
En cambio, Pablo, en su primera Carta a los cristianos de Corinto, apoya la declaración de fe sobre la muerte y resurrección de Cristo con una lista de apariciones del Resucitado cimentada en una lista de nombres para avalar los hechos a partir del testimonio de los mismos protagonistas, es decir, representan la garantía de lo que la fórmula declara: Cefas, los Doce, quinientos hermanos y Santiago y todos los apóstoles experimentaron las apariciones del Resucitado como, después, lo hizo el mismo Pablo. Todos son testimonios estrictamente masculinos. Pablo dice que recibió esa fórmula y esto significa que, cuando escribió la carta en los años 50, esta debía representar un punto fundamental de la primera catequesis cristiana. Por tanto, lo que se transmite en las comunidades judeo-cristianas de la época es que el anuncio de la fe pascual y el testimonio de la resurrección están garantizados solo por los varones. ¿Cómo puede ser entonces que, como hemos dicho, para los cuatro evangelistas sean solo las discípulas galileas quienes tienen la primera experiencia de la Resurrección cuando en la mañana de Pascua encuentran el sepulcro vacío? No es fácil interpretar tal giro de la tradición. Sobre todo, en una época como la nuestra en la que somos rehenes de la tensión entre los hechos y sus falsos y es aún más difícil reconstruir lo que pasó hace mucho tiempo y que nos ha llegado solo gracias a una cadena de interpretaciones. Sin embargo, hay un indicio que merece ser tomado en serio.
El común denominador de la locura
Es interesante notar que al más antiguo de los Evangelios, el de Marcos, se añade una segunda conclusión en la que se hace referencia explícita precisamente a las apariciones a María Magdalena y a los dos en el camino de Emaús, pero también se insiste en el hecho de que ninguno de los otros discípulos había creído en su testimonio y que esto llega incluso a ser motivo de reproche por parte del mismo Resucitado durante su última aparición a toda la comunidad reunida en torno a los Once, “porque no habían creído a los que lo habían visto resucitado” (Mc 16, 9-20). Se puede entender tal vez la necesidad apologética de asegurar que la tradición de las apariciones no se basaba en experiencias individuales que pudieran considerarse difíciles de verificar, sino que estaba más bien enraizada en la realidad de todo un movimiento religioso que ya estaba estructurado de algún modo y que remitía a la autoridad moral de los discípulos históricos de Jesús. Es sorprendente, sin embargo, que la fuerza del testimonio profético de las discípulas, si por una parte es un elemento genéticamente indispensable para el nacimiento del anuncio pascual, deba por otro lado ser atenuada por la conciencia de su dudosa credibilidad: las mujeres son responsables de la génesis de la fe en la resurrección, pero la credibilidad se pierde si se da demasiado valor a su testimonio. ¿Por qué?
Desde este punto de vista, el evangelista Lucas es quien nos permite aclarar un poco los términos de la cuestión. Para él, cuando María Magdalena, Juana y María madre de Santiago, así como las otras que estaban con ellas, contaron a los apóstoles su experiencia de la aparición, “ellos lo tomaron por un delirio y no las creyeron” (24,11). Según el tercer evangelista, ni siquiera el testimonio de los dos discípulos de Emaús fue creído, sino que constituye una experiencia comunicable y creíble (24,35), como el de Simón debe considerarse un acontecimiento autorizado (24,34), mientras que solo el de las mujeres representa un delirio: las mujeres anuncian un kerygma increíble (24,9-11) y transmiten una experiencia extática incomunicable (24,22). Y así surge la idea de un vínculo entre la visión profética y la alucinación, entre la experiencia extática y la locura.
Hay un episodio narrado en el libro de los Hechos de los Apóstoles que vuelve a conectar la resurrección, las mujeres y la locura. Cuando Pedro, después de ser liberado de la prisión por un ángel, llama a la puerta de la casa de María “donde muchos estaban reunidos y orando”, la joven sirvienta llamada Rode que le abre la puerta y corre a anunciar que está a la puerta, viene juzgada como loca. Podría tratarse de un truco literario para aumentar la tensión narrativa, pero, una vez más, el motivo de incredulidad es un delirio femenino. A Pablo, cuando habla de resurrección delante de los filósofos epicúreos o estoicos, se le trata como a un charlatán y es objeto de burlas (Hch 17,16-34). Sin embargo, nunca se le acusa de locura cuando relataba su encuentro con el Resucitado en el camino de Damasco.
Los estudiosos coinciden en que la tradición de las apariciones pascuales a las mujeres, y con ellas la acusación de basar la nueva fe en una alucinación, debe haber estado profundamente arraigada y difundida en los primeros tiempos cristianos. Ya en la primera mitad del siglo III, el Doctor de la Iglesia, Orígenes, reaccionó contra un filósofo llamado Celso que acusaba a los cristianos de basar su fe en el testimonio de una “loca”, reconociendo sin embargo que no conocía a María Magdalena y poniendo a Pedro y Pablo como ejemplos alternativos. ¿Misoginia por ambas partes? Es posible. Sin embargo, esta sigue siendo una explicación insuficiente.
Es completamente razonable que una nueva religión que quisiera hacerse un espacio dentro de un mundo cultural y religiosamente complejo como el del imperio asumiera el principio patriarcal de la autoridad y, por tanto, buscara su propia legitimidad a través de la exclusión de las mujeres, no solo de roles y cargos, sino incluso de la construcción de la memoria colectiva. Esta lógica presidió la construcción de la “gran Iglesia” y su progresiva institucionalización. La pregunta de fondo es otra. De hecho, la fe en la resurrección de Cristo solo podía surgir fuera de esta lógica, solo podía ser inducida a partir de fenómenos místicos, visionarios y saltos proféticos. Solo una fe visionaria, que vaya más allá de los confines de la razón estricta y que sea capaz de alcanzar todos los sentidos en la experiencia de una dimensión sagrada accesible solo en términos místicos, podría romper todas las reglas. Y quizá por eso, solo las mujeres, siempre centinelas en las puertas de entrada a la vida y de salida de la vida, centinelas del secreto del nacimiento y de la muerte, podrían ser las primeras en percibir como posible otro modo de encontrar al Maestro, de mantener vivo su recuerdo y de no buscar entre los muertos al que está vivo.
Por eso, los Evangelios, a pesar de la hostilidad generalizada hacia los testimonios de las mujeres en todos los ámbitos públicos, no pueden dejar de reconocer que solo su protagonismo hizo posible el paso del discipulado hacia un rabino y de un mesías a otro discipulado, el de aquel que “no está aquí, ha resucitado” (Lc 24,6). ¿Su fe visionaria raya en lo que según la lógica del mundo debería llamarse “locura”? Es perfectamente posible, y no es casualidad, que pronto fuera necesario activar procesos capaces de garantizar a la nueva fe la legitimidad de las figuras masculinas. Pero para Marcos, Mateo, Lucas y Juan, precisamente de su “locura” nació el Evangelio de la resurrección.
de Marinella Perroni