
Era un hermoso día de verano en la residencia estival de Tsarskoe Selo cuando a Catalina II de Rusia y su corte les sacudió un trágico acontecimiento. La joven Freilina Evdokija había desaparecido misteriosamente. Su ropa fue encontrada en la orilla del lago, pero no había ni rastro de la muchacha a pesar de las continuas búsquedas. No se supo nada más de la princesa Evdokia Vyazimetseva, la amada dama de compañía de la zarina, pero mucho se dijo de una extraña mujer que apareció poco después. Dijo llamarse Eufrosina, vestía un vestido de lino gris que no era suficiente para protegerse del frío, paseaba por los mercados y agitaba un bastón mientras predicaba sobre el regreso a la oración y al Evangelio. Eufrosina vivía en la inmundicia, hablaba con los animales, tenía gran compasión por el sufrimiento ajeno y mortificaba su cuerpo con la penitencia. La consideraban una loca, se burlaban de ella y la insultaban; pero cuando empezó a adivinar el futuro, a curar a los enfermos y a ver en lo profundo de las almas, inmediatamente quedó claro para todos que la mujer, lejos de estar loca, era en realidad una jurodivaja.
Es el término utilizado en Rusia para indicar a aquellos ascetas que han elegido el camino de la “locura por amor a Cristo”, hombres y mujeres capaces de llevar una vida de penitencia y mortificación en nombre del Evangelio. Caminaban por las calles cubiertos de tierra y harapos o incluso desnudos, esqueléticos y profetizando desgracias con mirada angustiada. La regla de los excéntricos, poco practicada en Occidente, encontró un gran número de seguidores en Rusia desde el siglo XII hasta nuestros días. El pueblo ruso, que vivía en su mayor parte en condiciones de extrema pobreza, siempre fue particularmente devoto de estos personajes que no tenían nada, pero que eran capaces de dar un potente testimonio de la redención por la fe. Los expertos señalan que esta excentricidad no debe confundirse con la locura. Porque es difícil dialogar con los enfermos de locura, pero no lo es con los excéntricos. Su renuncia total los hace libres, capaces de despertar conciencias y desenmascarar convenciones y compromisos. El excéntrico subvierte las órdenes y provoca escándalo, pero cuando es necesario sabe dar marcha atrás y razonar como una persona sensata.
Las mujeres excéntricas ocupan un lugar especial en las hagiografías y en los corazones de los ortodoxos. Aumentaron a principios del siglo XVIII, bajo el reinado de Pedro el Grande, quien, en un intento de modernizar el Estado, persiguió violentamente a los varones jurodivye. No fue tan severo con las mujeres, cuya conducta era percibida como menos perniciosa. Preservadas de la cacería que diezmó a los excéntricos, las mujeres continuaron casi imperturbables en el camino de la predicación en nombre de Cristo, cada una a su manera y con muchos elementos comunes. Como, por ejemplo, su deseo de liberarse del yugo de la familia y de las convenciones, después de haber sido protagonistas de muchas historias dramáticas de violencia doméstica. Así le sucedió a Marfa de Suzdal, que eligió este camino para escapar de sus hermanos mayores que la habían reducido a un estado intolerable de esclavitud. O el caso de Elena de Arzamas, cuya vocación a la vida religiosa tuvo que chocar con la insensibilidad de sus padres, que querían obligarla a casarse. El día de su boda, Elena no dudó en saltar por la ventana, quitarse el vestido de novia y revolcarse en un charco de barro, dejando boquiabiertos a su familia y al novio, que obviamente no quiso saber nada más de ella.
El camino de la excentricidad solía tomarse después de una peregrinación a pie a los mayores santuarios para hacer penitencia. No era raro que un padre espiritual propusiera esta elección: “Vuélvete necia por amor a Dios, hija mía. Cubre tu sabiduría con locura”.
Pero hay mucho más en la raíz del camino de la excentricidad. De hecho, no sería posible de otra manera hacer frente al duro yugo que se imponían a sí mismas. ¿Cómo se puede dudar de la profunda fe de María de Belgorod, a quien le gustaba mucho beber, pero decidió expiar sus pecados realizando la tonta tarea de cavar una cueva? Pasó años cincelando la roca con sus manos ensangrentadas, muchas veces perseguida por las autoridades, hasta que el zar Alejandro I aceptó financiar la construcción de una iglesia dentro de la cueva donde la mujer había trabajado durante veinticinco largos años. ¿O cómo no sentir lástima por Matrionuška Bosonožka, que fue desde Petersburgo a las islas Solovki y luego a Jerusalén descalza, sin importarle si era verano o invierno, vestida únicamente con un abrigo blanco? Su protección incluso salvó a los devotos del arresto por parte de la milicia soviética.
Durante el período revolucionario, la gran fe de las excéntricas tuvo una enorme influencia. Su clarividencia asustaba, confundía y desarmaba hasta tal punto de que el poder soviético prefería ignorarlas. Como hizo con la Matrona ciega de Moscú que vivía rodeada de iconos y que predijo un grave accidente al miliciano que vino a arrestarla: el hombre corrió a casa y logró salvar a su esposa al borde de la muerte. Decidieron liberarla y Matrona se convirtió en un referente muy importante para los fieles durante la persecución comunista. Pero es la elección paradójica de la mujer excéntrica - que vive en la privación y fuera de las reglas- la que toca los corazones por su testimonio de libertad y de redención y la que permite vislumbrar una nueva dimensión del futuro.
Cabe preguntarse si hoy en día queda lugar para este tipo de predicadoras. ¿Puede una visión, una creencia que se convierte en un gesto transgresor, una presencia diferente entre el ruido de las redes sociales y de la comunicación, cambiar las cosas? Durante meses, sentada delante del parlamento sueco, vimos no hace mucho a una adolescente. “Por el cambio climático”, decía. Gritaba contra los poderosos, la siguieron los humildes, sacudió las calles y profetizó el desastre. Muchos la tomaron por loca, pero, la realidad, es que el mundo se detuvo para escucharla.
de Eleonora Mancini
Licenciada en lengua y literatura rusa en Italia, especializada en traducción por la Universidad Estatal de Moscú (MGU)