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Trasformaciones sociales y respuestas de la Iglesia

Las consecuencias del amor

 Le conseguenze  dell’amore  DCM-003
01 marzo 2025

Cuando en 2019 un obispo italiano pidió perdón a quienes se habían separado, divorciado y vuelto a casar civilmente por “haberlos ignorado muchas veces en nuestras comunidades parroquiales”, el efecto fue el de una piedra en un estanque. En la carta con la que los invitaba a un encuentro, Renato Marangoni, responsable de la diócesis de Belluno-Feltre, escribía: “Nos hemos vuelto rígidos en nuestra visión de las situaciones familiares que estáis viviendo”. Recibió duras críticas de todas partes del mundo, pero también muchas muestras de agradecimiento. Muchas fueron escritas por mujeres que ponían el acento en el amor perdido, encontrado, frustrado y liberado.

Hablemos de amor como sentimiento resistente, generativo y capaz de sorprender y transformar. Pero parece hoy más difícil de lograr y complicado de gestionar que nunca porque hoy las relaciones de pareja se enfrentan desafíos que a veces hacen tortuoso e impredecible el camino del amor. Además, han cambiado las formas jurídicas y sociales a través de las cuales se canaliza el amor. El tiempo de las relaciones sentimentales ya no es absoluto y la duración de una relación no está preestablecida porque las personas se separan y se divorcian y se vuelven a casar. Las parejas no son solo las parejas tradicionales. Las familias se han convertido en familias “extendidas”. Las mujeres no siempre tienen que soportarlo todo. Y a veces estallan dramas en una pareja como abusos, violencia, feminicidios... Tragedias que también afectan a los jóvenes.

¿Y la Iglesia? ¿Cómo responde a las realidades humanas, sentimentales y sociales cambiadas, a las nuevas formas de amor, a la complejidad de las situaciones familiares modernas y a las situaciones de fragilidad familiar que repercuten más en las mujeres?

La Iglesia del Tercer Milenio ha debatido sobre esto en dos Sínodos sobre la familia (2014-2015) y en varios documentos magisteriales. Con el Motu Proprio Summa familiae cura, en 2017, Francisco instituyó el Pontificio Instituto Teológico Juan Pablo II, que sucede al Instituto fundado en 1982 por el Papa Wojtyla, dedicado al matrimonio y a la familia. Pensar en una nueva teología, ampliando los estudios en una perspectiva de diálogo pluralista, con las disciplinas humanas a 360 grados y con las experiencias pastorales de los diversos continentes es el horizonte que se ha dado a la nueva institución académica. Algo se ha movido, pero el cambio sigue siendo difícil.

“La teología se ha acostumbrado a considerar la familia a partir de la institución del matrimonio. Es hora de romper con esta costumbre. Ya no es posible apoyarse en una teología y una pastoral del matrimonio que pertenecen a un contexto eclesial y social que ya no existe. Hay que tener el valor de emprender otros caminos más creativos”, afirma Philippe Bordeyne, teólogo moral y presidente del Instituto. ¿Por ejemplo? “Si una pareja no casada viene a pedir el bautismo de un niño, podemos despertar el deseo del matrimonio cristiano no partiendo de la presentación doctrinal del sacramento, sino valorando la sustancia de lo que ya viven del matrimonio como la acogida de la vida, el esfuerzo de educar a un hijo o la maravillosa experiencia del amor”. Además, recuerda monseñor Bordeyne, el mismo Papa Francisco en Amoris Laetitia, la Exhortación Apostólica sobre el amor en la familia, sostiene que “la idealización excesiva no hace deseable y atractivo el matrimonio, sino todo lo contrario”. En definitiva, “escucha y discernimiento” para el teólogo, que ha participado en cuatro sínodos, son las palabras clave que deben caracterizar un nuevo enfoque de la Iglesia hacia las parejas en búsqueda.

Para la Iglesia el matrimonio no es por un tiempo determinado, es indisoluble, pero Francisco, con la promulgación hace diez años de los Motu Proprio Mitis Iudex Dominus Iesus y Mitis et Misericors Iesus, quiso reformar y simplificar los procedimientos del proceso canónico para obtener la nulidad del matrimonio. No debe ser solo una prerrogativa de los VIP, de la realeza o, en todo caso, de las personas adineradas, como se percibía en el imaginario colectivo hasta hace algún tiempo, sino que se hace accesible para todos y más rápido. En el Tribunal de la Rota Romana, durante la inauguración del año judicial de 2025, el 31 de enero, Francisco subrayó la necesidad de que los procedimientos sean gratuitos. Una respuesta a los signos de los tiempos. La gente se casa cada vez menos por la Iglesia, se divorcia y para las mujeres abandonar el hogar conyugal no siempre significa poder volver al hogar paterno.

Annarita Ferrato, abogada de Rota y directora del Instituto Superior de Ciencias Religiosas Monseñor Vincenzo Zoccali, de Reggio Calabria, explica que “los cambios que Francisco ha introducido en el proceso matrimonial han hecho de la institución eclesial del juicio de nulidad matrimonial un instrumento más accesible para dar una respuesta más auténticamente pastoral”. El proceso de nulidad es una herramienta que “permite superar la brecha que existe entre una apariencia del matrimonio y la verdad del matrimonio mismo”. La reforma pretende ser generalizada, pero existen muchas dificultades para implementarla en términos de formación del personal y de disponibilidad de instalaciones.

Y la realidad de los divorciados separados y vueltos a casar interroga cada vez más a la Iglesia. En Italia, en Milán, en 2008, por iniciativa del cardenal Dionigi Tettamanzi, nacieron los primeros grupos para acoger a personas que se sentían excluidas de la Iglesia a causa del divorcio o la separación. “En la diócesis muchas parejas están separadas o divorciadas y en las mismas parroquias muchos agentes pastorales viven esta condición”, afirma Alessandra Doneda que, junto a su marido Giulio Gaetani, es coordinadora de los grupos Acor (del profeta Oseas: el valle de Acor como puerta de esperanza). Hoy en día no solo trabajamos en la acogida, sino también en la gestión de la separación. “En Italia el sufrimiento de los niños es mayor que en el resto de Europa y la separación es vista como algo absolutamente negativo por lo que muchas personas viven la dificultad de gestionar la relación con el ex cónyuge”, afirma Doneda citando el estudio Joint physical custody of children in Europe, publicado por Demographic Research difundido por Avvenire.

Entre quienes participan en los grupos, muchos reconocen que “su ideal de familia 'perfecta', el estar más enamorados del matrimonio en sí que del otro, ha hecho sentir al cónyuge como que no estaba a la altura provocando así la separación”. Muchas de las personas que participan en los grupos Acor también lo hacen activamente en la vida comunitaria. Y la diócesis, de acuerdo con el magisterio papal, ha formado a quienes quieran acompañar a las parejas reconstituidas en el camino para recibir de nuevo los sacramentos. Pasando de padres a hijos, se abre un nuevo frente con cuestiones como las relaciones prematrimoniales o la convivencia antes del matrimonio. “Hoy en día, los chicos tienden a evitar las ‘relaciones’, privilegiando las ‘situaciones’: aprovechan la oportunidad para vivir buenos momentos, conocerse, quizá incluso tener sexo, pero sin comprometerse y sin llegar a la intimidad. Porque mostrar las propias emociones se considera demasiado arriesgado”, afirma la psicóloga Michela Simonetto.

Son realidades a las que ni la sociedad ni la Iglesia pueden sustraerse. Quienes trabajan en las parroquias y en las diócesis señalan la necesidad de un cambio de ritmo. Hay también experiencias positivas, tanto para los jóvenes como para las parejas, pero estas siguen siendo excepciones.

En Roma, una vez al mes, los sábados por la mañana, algunos matrimonios cambian los niños las compras, la casa o el gimnasio, lo que los italianos suelen hacer el fin de semana, por la basílica de San Juan de Letrán. En la catedral de Roma participan en los encuentros Verso il Monte Ararat organizados desde hace dos años por el padre Fabio Rosini, profesor de comunicación y transmisión de la fe que cada semana comenta el Evangelio dominical para Radio Vaticano.

Son parejas de todas las edades, más o menos tres mil personas que “se embarcan en el arca de Noé, y mientras el diluvio ruge navegan juntos”, dice el padre Rosini que inventó una fórmula que años atrás ya había probado en la parroquia con Gigi De Paolo, presidente de la Fundación para la Natalidad, y su esposa Annachiara Gambini, casados ​​desde hace veinte años, con cinco hijos. El esquema siempre es fijo: los esposos plantean un problema muy concreto de su vida conyugal (¿Cómo vivimos la intimidad? ¿Cómo hacemos las paces?), y el padre Fabio remite a la Palabra. Las parejas comparan su situación con las Escrituras y, a través de WhatsApp, hacen preguntas al sacerdote y a los esposos, y estos intentan responder.

“Hablamos mucho de familia, pero hay pocas propuestas. Los sacerdotes no están formados para acompañar a las parejas. En muchos casos el problema no es el matrimonio en sí, sino su contexto. Si en lugar de hablar, también en los cursos para novios, nos pusiéramos en sintonía con la gente, quizá las cosas irían mejor. En mi larga experiencia he comprendido que es necesaria una preparación remota, próxima e inmediata al matrimonio”, asegura el padre Rosini.

En Padua ha comenzado un curso de Educación Afectiva y Prevención de la Violencia de Género, donde enseña Michela Simonetto. La profesora advierte: “El peligro que corre la Iglesia es el de permanecer anclada en clichés y posiciones que, en lugar de facilitar el diálogo, podrían distanciar por resultar rígidas y rancias. La Iglesia, en cambio, debe tener el valor de decir y decirse que durante siglos ha contribuido a forjar un cierto modelo de pareja, basado en el dominio masculino y la sumisión femenina, llegando incluso a justificar el acoso y el abuso masculino y a invitar a las mujeres al sacrificio y a la dedicación a la familia. Reconocer esto permitiría abrir importantes canales de reflexión y cuestionamiento del status quo”.

Sor Fabrizia Giacobbe, dominica de Florencia, está convencida de que “aunque las formas de experimentar el amor han cambiado profundamente, no parece haber cambiado la convicción de que el amor, es decir la experiencia de amar y de ser amado, da sentido a la vida”. Una creencia que choca, sin embargo, con una realidad muchas veces marcada por ilusiones y heridas, por la fragilidad relacional y por una gran sensación de aislamiento que la sociedad hiperconectada ha exacerbado. “Por eso, son imprescindibles itinerarios formativos serios”, afirma Giacobbe. La religiosa conoció hace años al grupo Kairòs, fundado en 2001 por cristianos LGBT+. Conocer a jóvenes LGBT asegura que la ayudó a comprender cómo experimentan la misma dinámica que sus pares en su proceso de maduración emocional.

Destaca que la fe es un gran recurso para ellos. “Hay que quererse bien para querer el bien. Por eso, el documento final del Sínodo sobre los jóvenes invita a ‘ayudar a cada joven, sin excepción, a integrar cada vez más la dimensión sexual en la propia personalidad’”. La transición que hay que realizar, dice Giacobbe, es “de una “pastoral para” (por ejemplo, pensada para las personas LGBT) a una “pastoral con” que permita a todos los bautizados ser parte integrante y activa de la vida ordinaria de la comunidad cristiana”. Asegura que el magisterio de Francisco va en esta dirección. Basta mencionar Fiducia Supplicans, la Declaración de la Doctrina de la Fe que se abre, no sin posteriores aclaraciones y oposiciones, a la bendición de las parejas homosexuales. El texto, recuerda Giacobbe, pide a la comunidad “acompañar a las personas con la preocupación de facilitar siempre su camino de fe, independientemente de la conformidad o no de las situaciones personales respecto a la doctrina moral”.

Sin embargo, según la religiosa, sigue existiendo un problema fundamental: “La tensión difícilmente sostenible entre la apertura de la pastoral y la inmutable doctrina moral que no ve la posibilidad del auténtico amor cristiano en la unión de dos personas del mismo sexo. Muchos homosexuales experimentan como injusta discriminación la falta de reconocimiento de aquella que creen como su propia vocación al amor”.

de Vittoria Prisciandaro
Periodista «Credere» y «Jesus» Periódicos San Pablo