
De rojo, de negro, de blanco, con sus mucetas entran a la Capilla Sixtina hasta que se quedan solos tras el “extra omnes”. Cuán escenográfico puede resultar un Cónclave. La película homónima de Edward Berger, basada en la novela de Robert Harris, también lo es. Se trata de una metáfora del poder temporal salpicada por la caza de secretos, la compra y venta de votos y el intercambio político. Quizás gane muchos premios Óscar en Los Ángeles, o quizás no, pero hay un rol y una interpretación femenina que permanecerá. Y por eso, a la gente le gusta.
El Papa acaba de morir y el Decano del Colegio Cardenalicio, interpretado por Ralph Fiennes, debe organizar la elección del nuevo Pontífice y supervisarla. Todo y todos. Sus colegas cardenales son el liberal norteamericano Stanley Tucci, el tradicionalista canadiense John Lithgow, el posible primer papa negro Lucian Msamati y el impulsivo, caricaturesco y gran conservador Sergio Castellitto. Este espeta: “Aquí antes habríamos hablado latín y nos habríamos entendido. La Iglesia no puede resistir, debemos volver sobre nuestros pasos”. Pero hay un outsider, un cardenal in pectore cuyo nombramiento solo conocía el Santo Padre, que quiere seguir adelante y quien protagoniza el giro final.
Obviamente, son todos los hombres. Pero hay un pequeño ejército de monjas que tienen que preparar las comidas y mantener las habitaciones limpias durante el aislamiento de los purpurados. Como es habitual, la mujer tiene un papel secundario. Aunque no es lo que parece. La generala del pequeño ejército, Sor Agnes, interpretada por Isabella Rossellini, será la piedra angular de la historia. Es bonito que ella resista con obstinada dignidad al desconfiado cardenal Fiennes. Y que defiende con fervor a una hermana que ha sido catapultada contra su voluntad al centro de una intriga. Que pronuncie esta frase memorable: “Nos creéis ciegas, sordas y mudas. Pero en cambio, oímos, vemos y hablamos”. Dice la verdad. En definitiva, el sentido de la historia se atribuye a la mujer, a la hermana, a su valentía, a la intensa interpretación de Rossellini. Será ella quien permitirá a esos cardenales seguir adelante.
Como siempre, la actriz estaba preparada, pero también se inspiró en su experiencia de haber asistido a una escuela católica de Roma: “Hasta los 16 años viví rodeada de monjas. Eran buenas y amables, pero, al mismo tiempo, tenían una enorme autoridad. Intenté acordarme de ellas mientras interpretaba mi personaje. “La hermana Agnes es silenciosa y al mismo tiempo estoica y autoritaria”.
Una interpretación de siete minutos y 51 segundos. Muy breve y también muy grande.
de Alessandra Comazzi
Periodista, crítica televisiva