El derecho a la alimentación lo vemos este derecho «frecuentemente menoscabado y no aplicado con justicia, con las nocivas consecuencias que esto conlleva». Lo escribe el Papa Francisco en el mensaje enviado al director general de la fao con ocasión de la Jornada mundial de la alimentación. Publicamos el texto pontificio que fue leído por monseñor Fernando Chica Arellano, observador permanente de la Santa Sede ante la fao , el Ifad y el Pam, durante el «World Food Forum», que se celebró en Roma del 14 al 18 de octubre.
A Su Excelencia el señor Qu Dongyu,
Director General de la FAO
Señor Director General:
La cuadragésima cuarta Jornada Mundial de la Alimentación nos invita a reflexionar sobre el derecho a los alimentos para una vida y un futuro mejores. Esto es algo prioritario, ya que satisface una de las necesidades básicas del ser humano, es decir, alimentarse para vivir en consonancia con adecuados estándares cualitativos y cuantitativos, que garanticen la digna existencia de la persona humana. Sin embargo, vemos este derecho frecuentemente menoscabado y no aplicado con justicia, con las nocivas consecuencias que esto conlleva. En aras de la promoción del derecho a la alimentación, la fao propone con agudeza considerar una transformación de los sistemas alimentarios que tenga en cuenta la pluralidad y variedad de alimentos nutritivos, asequibles, sanos y sostenibles como medio para lograr la seguridad alimentaria y dietas sanas para todos. Para ello es preciso no olvidar la dimensión social y cultural intrínseca que tiene el acto de nutrirse. Al respecto, los responsables políticos y económicos a escala internacional han de escuchar las demandas de los últimos de la cadena alimentaria, como los pequeños agricultores, y de las formaciones sociales intermedias, como la familia, que intervienen directamente en la alimentación de las personas. Las soluciones enérgicas para afrontar y resolver los problemas alimentarios de nuestro tiempo requieren que consideremos los principios de subsidiariedad y solidaridad como fundamentos de nuestros programas y proyectos de desarrollo, para que nunca se postergue la escucha real de las necesidades que vienen de abajo, de los trabajadores y los agricultores, de los pobres y hambrientos, y de los que viven con dificultades en zonas rurales aisladas. Jesucristo nos ha enseñado: «Todo lo que deseen que los demás hagan por ustedes, háganlo por ellos: en esto consiste la Ley y los Profetas» (Mt 7,12). La humanidad, herida por tantas injusticias, reclama, con apremiante urgencia, medidas eficaces para llevar una vida mejor actuando juntos animados por el mismo espíritu de fraternidad y sabiendo que este planeta que Dios nos ha dado ha de ser un jardín abierto a la serena convivencia. En esto pensaba cuando propuse considerar el paradigma de la ecología integral, para que se tuvieran en cuenta las necesidades de cada hombre y de todo el hombre, para que se protegiera su dignidad en su relación con los demás y en estrecha conexión con el cuidado de la creación. Sólo si tomamos el ideal de justicia como guía de nuestra acción se podrán atender las necesidades de las personas. Ello exige asimismo que nos dejemos interpelar y conmover por la condición del otro y que la solidaridad se convierta en la principal de nuestras decisiones. De este modo, la protección de las generaciones futuras irá de la mano de la escucha y la actuación a favor de las demandas de las generaciones presentes, mediante una alianza intra e intergeneracional que nos convoque a todos a la fraternidad y dé un sentido nuevo, más auténtico, a la cooperación internacional, una cooperación que debe animar a esta Organización y a todo el sistema multilateral. En este camino, lleno de obstáculos y dificultades, pero a la vez apasionante y colmado de retos, la comunidad internacional contará con el aliento de la Santa Sede y de la Iglesia católica, que no dejan de brindar su tenaz contribución para que todos puedan disponer de alimentos en cantidad y calidad adecuadas para sí mismos y para sus familias, para que cada persona pueda llevar una vida digna y para que se derrote definitivamente la dolorosa lacra de la miseria y el hambre en el mundo. Con estos sentimientos y deseos, sobre todos ustedes y los que trabajan por esta noble causa, invoco la bendición de Dios Todopoderoso, que nunca se cansa de sostener a quienes tienen en el corazón el bien de la entera humanidad.
Vaticano, 16 de octubre de 2024
FRANCISCO