El saludo en la parroquia de Saint-Gilles en Bruselas

La caridad es un fuego que calienta el corazón

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04 octubre 2024

En el tercer día de su viaje a Bélgica, el sábado 28 de septiembre, después de haber celebrado la misa en privado en la nunciatura, su residencia en Bruselas, el Papa saludó brevemente al vicepresidente de la Comisión europea, Margarítis Schinás, la vicepresidenta de la Comisión europea para la democracia y la demografía, Dubravka Šuica, la representante de la Organización mundial de la sanidad ( oms ) ante la Unión Europea, Oxana Domenti, y el director regional de la oms para Europa, Hans Kluge. Tras dejar la sede de la representación pontificia fue a la parroquia de Saint- Gilles donde se reunió con algunos sintecho asistidos por los trabajadores pastorales. Publicamos el saludo pronunciado por el Santo Padre.

Queridos hermanos y hermanas, buenos días.

Gracias por invitarme a desayunar. Es hermoso comenzar el día entre amigos, y esta es la atmósfera que se respira en Saint-Gilles.

Agradezco a Marie-Françoise, Simon y Francis por lo que han dicho y me alegra ver como aquí el amor alimenta continuamente la comunión y la creatividad de todos. Han incluso ideado La Biche de saint Gilles, e imagino que será una cerveza muy buena. A la tarde les diré si es buena o no.

Como ha dicho Marie-Françoise, “la misericordia indica el camino hacia la esperanza” —esto es muy hermoso—, y el mirarse mutuamente con amor ayuda a todos —a todos, todos— a mirar al futuro con confianza y a ponerse cada día en marcha.

La caridad es así, es un fuego que calienta el corazón, y no existe una mujer o un hombre sobre la tierra que no tenga necesidad de su calor.

Es verdad, no son pocos los problemas que se deben afrontar —lo saben bien—, como nos ha dicho Simón, y a veces te das de bruces con el rechazo y la incomprensión, como nos ha contado Francis, pero la alegría y la fuerza que vienen precisamente del amor compartido son más grandes que cualquier dificultad, y cada vez que nos dejamos involucrar en dinámicas de solidaridad y del cuidado recíproco nos damos cuenta de que recibimos mucho más de lo que damos (cf. Lc 6,38; Hch 20,35).

A la conclusión de nuestro encuentro, entregaremos como regalo a la parroquia una estatua de san Lorenzo, diacono y mártir de los primeros siglos, famoso por haber presentado a sus acusadores, que querían los tesoros de la Iglesia, a los miembros más frágiles de la comunidad cristiana a la que pertenecía, la de Roma, la más importante, pero también la más frágil: los pobres y los necesitados.

No era un modo de decir ni siquiera una simple provocación. Era la pura verdad.

La Iglesia tiene su mayor riqueza en sus miembros más débiles, y si queremos de verdad conocer y mostrar su belleza, nos hará bien donarnos los unos a los otros de esta forma, en nuestra pequeñez, en nuestra pobreza, sin pretensiones y con tanto amor.

Nos lo enseño antes que nadie el Señor Jesús, que se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza (cf. 2 Co 8,9).

Queridos amigos, gracias por haberme acogido entre ustedes y gracias por el camino que hacen juntos. Gracias por el desayuno.

Les bendigo a todos y rezo por ustedes.

Y no se olviden tampoco de rezar por mí.