Para devolver la creación a su belleza «les recomiendo que, en su trabajo de recuperación de tantos lugares dejados al abandono y degradación, guarden siempre como objetivo primario la custodia de las personas que los habitan y frecuentan». Es la invitación dirigida por el Papa Francisco a los participantes del proyecto “Custodios de la belleza”, promovido por la Conferencia episcopal italiana, a quienes recibió el lunes 30 de septiembre, en la Sala Clementina. A continuación el discurso del Pontífice.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días y bienvenidos!
Me alegra reunirme con ustedes. Saludo a Mons. Giuseppe Baturi, secretario general de la cei , y a Mons. Carlo Redaelli, presidente de Caritas Italiana. Les agradezco a todos su presencia y por lo que hacen por nuestras ciudades.
Ser “Custodios de la belleza” es una gran responsabilidad, además de un importante mensaje para la comunidad de la Iglesia y para toda la sociedad. Quisiera por eso reflexionar con ustedes sobre el nombre de su proyecto, que no es simplemente un eslogan, sino más bien un indicador de una forma de ser, de un estilo, de una elección de vida orientada a dos grandes finalidades: custodiar y belleza.
Custodiar significa proteger, preservar, vigilar, defender. Es una acción multiforme, que requiere atención y cuidado, porque forma parte de la conciencia del valor de quien o de lo que se nos confía. Por eso no admite distracciones ni pereza. Quien custodia mantiene los ojos bien abiertos, no tiene medio de dedicar tiempo, de involucrarse, de asumir responsabilidades. Y todo esto, en un contexto que a menudo invita a no “ensuciarse las manos”, a delegar, es profético, porque exige un compromiso personal y comunitario. Cada uno, con sus propias capacidades y competencias, con la inteligencia y con el corazón, puede hacer algo para custodiar las cosas, a los demás, la casa común, en una perspectiva de cuidado integral de la creación.
San Pablo nos dice que «la creación gime y sufre» (Rm 8,22); su clamor se une a aquello de los numerosos pobres de la tierra, que piden con urgencia decisiones serias y eficaces para promover el bien de todos en una óptica que, entonces, no puede ser solamente medioambiental, sino que debe hacerse ecológica en sentido más amplio, integral.
Hoy en día las personas marginadas son muchas, descartadas, olvidadas en una sociedad más y más “eficientista” y despiadada: los pobres, los migrantes, los ancianos y las personas con discapacidades que están solos, los enfermos crónicos. Sin embargo, cada uno es valioso a los ojos del Señor (cfr. Is 43,1-4). Por eso les recomiendo que, en su trabajo de recuperación de tantos lugares dejados al abandono y degradación, guarden siempre como objetivo primario la custodia de las personas que los habitan y frecuentan. Solo de esta manera devolverán la creación a su belleza.
Y éste es precisamente el otro valor: junto con la custodia, la belleza. Hoy en día se habla mucho de ella, hasta el punto de convertirla en una obsesión. A menudo, sin embargo, se la considera de forma distorsionada, confundiéndola con modelos estéticos efímeros y masificadores, más ligados a criterios hedonistas, comerciales y publicitarios, que al desarrollo integral de las personas. Un enfoque de este tipo es deletéreo, porque no ayuda al florecimiento de lo mejor de cada uno, sino que conduce a la degradación del ser humano y de la naturaleza. Si de hecho «no se aprende a detenerse para percibir y valorar lo bello, no es extraño que todo se convierta para él en objeto de uso y abuso inescrupuloso.» (Carta enc. Laudato si’, 215).
Se trata en cambio, de aprender a cultivar la belleza como algo único y sagrado para cada criatura, pensada, amada y celebrada por Dios desde los origines del mundo, (cfr. Gen 1,4) como una unidad inseparable de gracia y de bondad, de perfección estética y moral.
Esta es su misión; y yo los animo, como cooperadores del gran diseño del Creador, a no cansarse de transformar lo feo en belleza, la degradación en oportunidad, el desorden en armonía.
Que San José de Nazaret, el humilde y silencioso guardián del «más hermoso entre los hombres» (cfr. Sal 45,3), del Verbo encarnado en quien todas las cosas fueron creadas y todo se mantiene en él (cfr. Col 1,16-17), los acompañe y sea para ustedes un modelo en su labor. Con su fidelidad discreta y trabajadora, San José contribuyó a devolver la belleza al mundo.
¡Gracias por todo el bien que hacen! Los bendigo y rezo por ustedes. Y les pido, por favor, que recen por mí.