Nací en una familia agnóstica en Italia, un país culturalmente católico. La imagen que me han transmitido del clero y de la Iglesia no era precisamente la mejor y admito que durante muchos años no me molesté en crearme una opinión propia. Después, en medio de una crisis de identidad y sentido, visité con algunos amigos al padre Enea, un misionero que había regresado recientemente a Italia. Me impactó mucho su informalidad a la hora de interactuar y el hecho de que su historia revelara una vida sencilla compartida con los menos afortunados, caracterizada por el trabajo manual y mucha escucha. La Iglesia de la que hablaba el padre Enea es misericordiosa, atenta, donde cada persona es amada y acogida tal como es, por el mero hecho de haber sido creada a imagen y semejanza de Dios.
Tengo suerte porque, a lo largo de los años, he conocido a otros sacerdotes como el padre Enea y no solo de la tradición católica: mujeres y hombres sacerdotes, célibes o casados, que viven su vocación con compromiso y dedicación, que con creatividad llevan el mensaje del Evangelio a donde no es frecuente escucharlo y reflejan en su vida diaria el amor infinito que Dios tiene por cada uno de nosotros.
de Ilaria Buonriposi
Religiosa misionera