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La presidenta de la Umofc: mujeres lejos del clero

¿Qué nos salvará?
Una metanoia

 Cosa ci salverà?  DCM-009
28 septiembre 2024

Plantar 24 millones de árboles. Durante tres años, cada año, un roble, una magnolia, un cerezo o un castaño por cada una de las mujeres que forman parte de la Unión Mundial de las Organizaciones Femeninas Católicas. “Somos ocho millones, en más de 50 países”, explica Mónica Santamarina Noriega quien, desde mayo de 2023, encabeza esta organización fundada en 1910 y que en 2006 fue reconocida por la Santa Sede como asociación pública internacional de fieles.

Participar en el Movimiento y plataforma Laudato si' y el proyecto “árboles” es parte del enfoque de ecología integral que comparten el centenar de instituciones católicas de mujeres adheridas a la UMOFC. Es una de las muchas campañas que la presidenta, una mujer con una maleta entre Ciudad de México, Roma y los cuatro continentes, lleva a cabo entre organizaciones muy diferentes compuestas, principalmente, por mujeres laicas, algunas consagradas y mujeres que trabajan en el ámbito eclesial, social y cultural. Cuentan con todo tipo de proyectos: desde la adoración nocturna, pasando por la construcción de pozos de agua en el desierto o la participación en organismos internacionales, hasta la formación de mujeres indígenas en América, África y Australia o cursos contra el maltrato y la violencia doméstica en África y América Latina. Trabajan en red con realidades civiles, ecuménicas y de otras religiones y “crean conciencia además de promover una red basada en la sororidad, el trabajo compartido y la colaboración”.

Mónica Santamarina tiene 65 años y es viuda. “Mi marido murió durante la pandemia. Tuvimos dos hijos y dos hijas. Actualmente tengo ocho nietos, pero el noveno está por nacer. Somos una familia muy unida, es una bendición”, cuenta. En el pasado ejerció como consultora jurídica y docente, fue trabajadora del Instituto Nacional de las Mujeres de México y siempre perteneció a las mujeres de Acción Católica, de la que fue presidenta de 1996 a 2001. Fue vicepresidenta de la UMOFC, después tesorera y hoy es la presidenta. “Siempre he trabajado con mujeres. Sueño con que la UMOFC pueda representar a la mayoría de las mujeres católicas del mundo y trabajar por la evangelización y por el desarrollo integral de las mujeres, especialmente de las más vulnerables”, asegura mientras se prepara para dejar Roma con destino a Ciudad de México y abrazar a la novena nieta, Luisa, hija de Sofía.

De cara al Sínodo de octubre, la UMOFC organizó una escuela de sinodalidad, para profundizar la participación de las mujeres en la vida de la Iglesia. ¿Qué resultó de esta experiencia?

Se ha apreciado que la intención del camino sinodal de caminar hacia una mayor participación e inclusión en la Iglesia. Las mujeres confían en que este pueda ser el camino justo para que la Iglesia reconozca sus carismas. El punto más consensuado fue la necesidad de una mayor formación de las mujeres que les permita desempeñar roles significativos en la Iglesia y asumir liderazgos en diferentes niveles, en los lugares donde se toman las decisiones. Para ello, necesitamos una metanoia, un cambio de corazón de sacerdotes y obispos, pero también de laicos, hombres y mujeres.

¿Qué cambios serían necesarios?

Significa ante todo mayor humildad. Y no tener miedo. A veces los sacerdotes y obispos prefieren tenernos lejos, pero estamos ahí y queremos ser escuchadas para poder aportar nuestros dones, talentos y experiencias, así como para poder participar en el proceso de toma de decisiones. En definitiva, no se trata simplemente de decir: “Sí, sí, ven, te reservo un puesto en el consejo pastoral”. Necesitamos cambiar realmente, entender que las mujeres son preciosas. Queremos trabajar con ellos, no contra ellos, no queremos luchar por sus puestos. Es increíble que a veces las decisiones las tomen solo los hombres cuando casi todas las personas que llenan las parroquias, que enseñan el catecismo y que conviven con los más vulnerables, son mujeres. Se ha hecho mucho, también gracias al Papa Francisco, pero aún queda mucho por hacer. Es necesario planificar e invertir dinero y tiempo.

¿Existe un clericalismo femenino que frena el cambio?

Sí, algunas mujeres son clericales. Les resulta difícil aceptar que el sacerdote, que acompaña las realidades asociativas, no sea quien decida. Luego está la cuestión de las madres que no pocas veces educan a sus hijos de forma diferente que a sus hijas. En mi país todavía hay lugares donde las familias, si solo pueden permitirse que un hijo estudie, eligen al varón, aunque la hija sea más brillante.

Muchas mujeres, al menos en Occidente, han abandonado la Iglesia porque la sienten distante. ¿Qué debería hacer la Iglesia para atraer también a las jóvenes?

En algunas regiones del mundo estamos perdiendo católicos todos los días, especialmente hombres y mujeres jóvenes. Creo que no hemos podido ser atractivos porque no somos flexibles, las mujeres tienen horarios diferentes, trabajan, tienen que cuidar a sus hijos. Y los jóvenes necesitan testimonios. El problema del abuso infantil le ha quitado mucho a la Iglesia. Muchos jóvenes necesitaban orientación, pero esta se perdió en el camino, con la crisis de las familias y de la Iglesia. Yo trabajo para que la UMOFC tenga gente muy joven y sepa comunicarse con el lenguaje adecuado. Necesitamos hablar de sus problemas, de lo que realmente les afecta. Y, finalmente, creo que la Iglesia se ha olvidado de trabajar con los hombres.

¿Los hombres olvidados?

Sí, en algunas regiones del mundo hay hombres que no pueden aceptar el cambio. En los países latinoamericanos, pero también en otros lugares, la violencia ha aumentado desde que las mujeres trabajan. Los hombres están realmente enfadados. No han aceptado que las mujeres tengamos los mismos derechos y la misma dignidad. Tenemos que trabajar mucho con mujeres y hombres, juntos. Si no hacemos esto juntos, no tendremos éxito.

En su opinión, ¿cuáles son las otras acciones en las que debemos centrarnos para dar fuerza a las mujeres?

He conocido a muchas mujeres que querían estudiar teología en buenas universidades y no han podido conseguir una beca. Así, tuvieron que renunciar a sus estudios y esto les ha herido. Muchas no se han recuperado de esta decepción. Tenemos grandes mujeres, grandes religiosas, teólogas y deberían tener las mismas oportunidades que los hombres. Hay mucha necesidad de formación, pero la Iglesia no invierte recursos, dinero y tiempo para formar a las mujeres. Cuando se trata de hombres, de sacerdotes, no hay problema. ¿Ejemplos? Para las mujeres no existe una escuela diplomática. Solo los hombres pueden formar parte del cuerpo diplomático de la Santa Sede. Y en cambio creo que las mujeres podrían hacerlo muy bien. Como abogada, siempre me llama mucho la atención el hecho de que en los tribunales eclesiásticos las mujeres pueden participar, pero los laicos no pueden presidir un tribunal. En México las mujeres trabajan mucho y presiden tribunales de familia, tienen más experiencia de la vida matrimonial, de la crianza de los hijos, de los problemas. ¿Por qué no las forman y las dejan hacerlo? ¿Por qué solo pueden los sacerdotes? Una vez formados, las mujeres y los hombres laicos podrían hacerlo mejor.

¿Qué más puede reforzar a las mujeres en la Iglesia?

Creo que la Iglesia debería formar mujeres para algunos ministerios. No ministerios ordenados, sino ministerios de justicia social o de servicio a las mujeres y los niños para protegerlos de la violencia doméstica, de la trata de personas y de cualquier tipo de abuso. Ministerios para ayudar a las mujeres que tienen que escapar de sus maridos o que tienen que esconderse porque son víctimas de trata. Tenemos experiencias muy, muy dolorosas con esto. He trabajado con mujeres y niñas que han sido víctimas durante muchos años. Pero necesitamos crear un ministerio especial y preparar a las mujeres para ello.

En cuanto al ministerio, ¿qué surgió de la encuesta sobre el diaconado?

De la encuesta, un tercio dijo estar a favor, dos tercios en contra. El punto es que hay una diferencia entre los servicios diaconales y el ministerio ordenado de diácono, pero la gente no lo sabe. Las mujeres ya realizan muchos servicios diaconales en lugares como Estados Unidos o Australia, en zonas donde solo hay un sacerdote para un gran territorio y los presbíteros, por ejemplo, solo pueden acudir a las comunidades una vez cada dos semanas.

¿Usted está a favor del sacerdocio femenino?

No. No soy teóloga. Confío en lo que, hasta el día de hoy, la Iglesia ha considerado oportuno hacer.

¿Qué espera del Sínodo?

Lo más importante del Sínodo y la sinodalidad no son los temas que se debaten, sino la manera en que se abordan para empezar a aprender un modo distinto de ser Iglesia. Espero que se promueva la sinodalidad, no solo a nivel internacional, sino en las diócesis y parroquias. Las propuestas concretas del Instrumentum Laboris para la segunda sesión del Sínodo nos dan esperanza, porque buscan enriquecer la vida eclesial con los carismas y capacidades de las mujeres en respuesta a las necesidades pastorales de nuestro tiempo. Por eso, la UMOFC impulsamos el método sinodal y formamos facilitadores, porque creemos firmemente en este nuevo camino del Pueblo de Dios.

de Vittoria Prisciandaro
Periodista «Credere» y «Jesus», Publicaciones San Pablo