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Un pastor que no imponga su criterio

28 septiembre 2024

Cuando empecé a trabajar en este artículo, me vinieron a la mente unas palabras del libro de Jeremías en las que Dios adquiere un compromiso con su pueblo: “Os daré pastores según mi corazón, que os apacienten con saber e inteligencia” (3,15). Pienso que Jer 3,15 sintetiza lo que espero de mis hermanos sacerdotes: a) que sean pastores; b) que posean un corazón semejante al Señor; c) que lleven a cabo su tarea con sabiduría e inteligencia.

Que sean pastores. Este es su papel dentro de la Iglesia. No necesito que el sacerdote sea un buen amigo, ni tampoco un psicólogo, simplemente que sea sacerdote, Busco que sea siempre un buen pastor, es decir, un hombre de Dios que, sin dejar de sentirse instrumento, es más, sintiéndose siempre instrumento, sea capaz de llevar a cabo su misión: cuidar del rebaño, un rebaño que no es suyo, sino de Dios. Un rebaño constituido únicamente por ovejas, sin distinciones, como en la Escritura. En el texto sagrado los rebaños a lo que Dios se refiere son siempre de ovejas, ovejas de distintos colores, tamaños, o edades como en el episodio de Jacob, pero siempre ovejas. Ante Dios no hay distinción, y tampoco tiene que haberla en el sacerdote: las ovejas pueden ser pequeñas, jóvenes, entradas en la madurez o en la ancianidad, hombres o mujeres, sanas, enfermas o demenciadas. Pero ‘todas’ necesitadas de cuidados, de esa ayuda para mostrar el camino que haga posible ese encuentro personal del alma con Dios. Por eso, es preciso que dedique tiempo a escuchar las confesiones, celebrar con piedad la Misa y administrar con reverencia los sacramentos.

Espero que el sacerdote en su tarea de dirigir almas sepa escuchar hasta el final, sin juzgar de antemano, sin prejuicios; sepa comprender, valorar y potenciar lo bueno que cada alma tiene; sepa elevar la mirada, abrir horizontes, transmitir esperanza; unas veces, tendrá que sanar heridas; otras, acompañar el paso en la sequedad del desierto o dar luz cuando las tinieblas oculten el camino. Espero también que sepa dar un buen consejo en cuestiones de ética profesional o moral familiar, tomándose el tiempo que necesite para responder con sabiduría e inteligencia como dice la Escritura (tendrá que formarse, actualizarse constantemente y nuestra Madre, la Iglesia, proporcionarle los medios) y luego, espero que no imponga el consejo, que deje espacio al alma para que decida con Dios. El sacerdote debe hablar de tal manera que, en sus consejos, lo que es ‘suyo’ desparezca y se convierta en el canal a través del cual el alma escuche a Dios. Por eso, el sacerdote, hoy más que nunca, necesita tener un corazón a la medida del corazón de Dios. Eso solo es posible si a diario se funde cada día con su Dios por medio de su oración, de su Eucaristía, de su confesión personal frecuente y de buscar estar con Cristo en todas sus tareas. Solo así será el pastor a la medida del corazón de Dios.

de Lourdes García Ureña
Docente de la Universidad San Pablo- CEU, Madrid