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Después de 41 años, una misionera vuelve a Eritrea, el país donde nació

Regreso al país
de los trece meses

 Ritorno nel Paese dei tredici mesi  DCM-009
28 septiembre 2024

Han pasado ya nueve meses desde que salí de Italia para regresar, después de 41 años, a mi lugar de nacimiento. Digo esto porque después de conocer mi destino, Eritrea, mucha gente me felicitaba porque “por fin regresas a tu casa”. Por un lado, entendía la buena fe de estas palabras, pero en mi corazón sentía que si algo había aprendido en estos 41 años pasados ​​fuera de Eritrea era precisamente que había aprendido a sentirme “como en casa” en todas partes.

Nunca me he sentido una exiliada, sino un ciudadana del mundo. Regresar a Eritrea fue como llegar a otro mundo, aprender a conocerlo y, finalmente, sentirme como en casa... Inmediatamente comprendí que la tierra que dejé hace décadas había cambiado por completo. Es cierto, reconocí los lugares que me recordaban mi infancia, pero con la impresión de que todo se había hecho más pequeño. Aparte de esta evidente sensación, el impacto no ha sido tan sencillo. Todo me parecía nuevo, a veces extraño... el pensamiento romántico de finalmente regresar a casa ha chocado con una realidad muy diferente. Hay sensaciones repentinas, como los perfumes, algunos sabores, que me hacen retroceder en el tiempo, pero son sensaciones que duran una fracción de segundo. Los pocos años vividos en América Latina y luego los muchos en Italia han dejado en mí una determinada manera de pensar y de ser y, por ello, me hace falta mucha paciencia para encajar en un mundo que, a pesar de ser mío por derecho de nacimiento, a veces me parece tan lejano. Mis hermanas combonianas me dicen que tengo que tener mucha paciencia. En mi opinión, sin embargo, creo que son ellas los que tienen más paciencia conmigo.

Compañera de viaje

El ministerio por el que he regresado a Eritrea es el de Responsable de la Provincia, compañera de viaje. La Provincia está formada por un bonito grupo de hermanas mayores, un pequeño grupo de jóvenes y algunas hermanas de mediana edad. Hay diez comunidades operativas. Estos primeros nueve meses han sido un tiempo de ejercitar la mirada y la escucha: ver, observar, intentar comprender y, sobre todo, callar. Y para mí, como no me faltan palabras, este último ejercicio no ha sido fácil. Durante la visita a cada comunidad ha sido importante escuchar. Escuchar los sueños de los jóvenes, los consejos de las mayores, las propuestas concretas de las hermanas de mediana edad. A través de ellas pude sumergirme en la vida del país; a través de ellas toqué de primera mano la vida de las personas. Cuantas historias, cuantas anécdotas…cuánta vida vivida.

Hace 40 años dejé un país en el que los institutos religiosos eran considerados la joya de la corona de la sociedad de la época: guarderías, escuelas, hospitales, dispensarios, talleres de corte y confección y hasta universidades. El objetivo era preparar jóvenes capaces de tomar las riendas de un país, convirtiéndolos en ciudadanos responsables. Luego la historia cambió de rumbo y hoy todo esto ya no existe. Sin embargo, el valor indeleble impreso en las vidas permanece. No he encontrado desánimo ni pesimismo, más bien una Vida Consagrada consciente de estar llamada a fortalecer el ser más que el hacer. En los encuentros que tuve con la Conferencia de Superioras y Superiores Mayores percibí el deseo de inventar un nuevo estilo de presencia, gracias también al Camino Sinodal que nos anima a alejarnos de esquemas obsoletos y a avanzar hacia una presencia renovada en el estilo de vida, liderazgo, y en la comprensión misma de la Iglesia. Percibí, por parte de las religiosas, una nueva conciencia del papel de la mujer en la Iglesia. Un buen resultado del camino sinodal.

También nosotras, Hermanas Misioneras Combonianas, hoy, después de 110 años de presencia en Eritrea, estamos llamadas a “habitar el futuro, trazando caminos proféticos, sostenidas por San Daniel Comboni”, como reza el tema de la Asamblea Provincial que acaba de finalizar. Trazar caminos proféticos significa atreverse a dar nuevos pasos y estos, muchas veces, nos los muestran las personas con las que convivimos. De hecho, por los relatos de las hermanas entendí que la gente todavía cree en nosotras, las religiosas, y, sobre todo, no olvidan lo que han recibido en todos estos años. Hay adultos que asistieron a nuestras escuelas y, años después, todavía vienen a visitar a las hermanas. Y es hermoso ver cómo, también en las misiones más lejanas, la gente nos pide que nos quedemos, aunque no tengamos grandes obras. Las hermanas de una comunidad me dijeron que, cuando cerraron la guardería y el dispensario, el pueblo no quería de ninguna forma que se fueran y prometieron que ayudarlas con la leña, el grano… y así fue. El estilo profético genera milagros.

Llamémoslo resiliencia

Encontré también un país marcado por el cansancio de una situación global que ha tocado la vida de muchos pueblos. En los últimos meses he conocido a muchas personas, muchas mujeres y niños, en todas partes y en cada uno se percibe la tenacidad, la resistencia y el valor de un pueblo que no se deja derrotar y que intenta de mil maneras mantenerse en pie. El 20 de junio se celebró la conmemoración de “los mártires de Eritrea”, unos jóvenes que murieron en el marco de los treinta años de guerra de independencia. Fue una experiencia que me conmovió profundamente y que puso de relieve la dignidad de mi pueblo. Ese día el país literalmente se detuvo.

Las Combonianas quisimos estar allí y participamos en la conmemoración en Asmara, caminamos juntas con decenas de personas en un silencio impresionante. Encontramos a muchos jóvenes sentados en círculo en la calle, con velas, que cantaban y alababan la memoria de los mártires. Es difícil expresar el sentimiento que sentí esa tarde, pero fue como recibir una invitación para entrar en el corazón de esta tierra.

Una fe de piedra

La historia de este pueblo está marcada por penurias, guerras y vidas destrozadas en el Mediterráneo. Casi podría parecer lógico encontrar corazones endurecidos por tanto sufrimiento. Pero ese no es el caso. Esta cultura imbuida de una fe milenaria moldea la vida de las personas y este soplo de fe se percibe. No es una fe fatalista o resignada, sino una fe de piedra hecha de oración y contemplación, sí de contemplación, es decir, de esa capacidad de orar recurriendo a Dios y así, en silencio, escuchar su Voz.

En la pequeña iglesia de nuestra comunidad en Asmara, desde hace 70 años se realiza la adoración diurna. Después de meses, todavía me conmuevo cuando veo a jóvenes, ancianos, mujeres e incluso niños a todas horas, que entran en la capilla, aunque sea poco tiempo, para hacer una reverencia o para una adoración silenciosa.

Me llama la atención ver a las madres, postradas en el suelo suplicando la Paz. Cada vez que las así en oración pienso en sus hijos e hijas que quizá están lejos o desaparecidos, en sus maridos en las trincheras, en la lucha diaria por sobrevivir un día más... Sin embargo, una vez en pie, son capaces de mostrarte un rostro sereno, una sonrisa y, a la pregunta, “¿cómo estás?”, la respuesta es siempre: “Damos gracias a Dios”. Es decir, gracias a Dios todo está bien. A pesar de todo.

Estilo sinodal ante litteram

De vez en cuando me preguntan si me arrepiento de algo. Más que arrepentimiento, a veces siento nostalgia por las muchas personas que he conocido en estos 40 años y con las que he vivido buena parte de mi vida. A veces quisiera que las cosas funcionaran de otra manera, pero luego me digo que, después de todo, no hay otro lugar como este. Este es un país donde el calendario tiene siete años menos que el gregoriano y cada año tiene trece meses, uno con solo siete días. Este es un pueblo que tiene una lengua sagrada (Gheez) que todavía se utiliza en las misas diarias. Y pienso en el valor que todavía se le da a la vida de comunión. Todo se convierte en un motivo para estar juntos, para compartir las alegrías y las penas. Nadie se queda solo, ni en la alegría ni en el dolor. Hay un deseo de participación colectiva que ayuda a superar cada situación que presenta la vida. Puedo comprobar de primera mano que estas personas siempre han hecho suyo el estilo sinodal, ante litteram.

Y por eso me siento afortunada de haber llegado aquí, en este momento. Me siento afortunada cuando puedo escuchar, todavía en 2024, en las noches claras por la luz de la luna, el sonido conmovedor de la flauta de algún pastor. Después de nueve meses siento que empiezo a conocer y a amar esta tierra y, sí, finalmente me siento como en casa. Aquí también, como en todas partes.

di Elisa Kidanè
Religiosa misionera comboniana, Asmara – Eritrea

#sistersproject