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Dos comisiones y ahora un grupo sinodal se encargan del tema

Diaconisas: una historia, mucha incerteza

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28 septiembre 2024

Sin duda, uno de los temas candentes que se ha cruzado en el camino del Sínodo es la cuestión del acceso de las mujeres al diaconado. El Documento de síntesis de la primera sesión de la Asamblea sinodal (octubre de 2023), “Una Iglesia sinodal en misión”, da cuenta de ello. En dos puntos distintos se menciona este tema.

En la parte dedicada a “La mujer en la vida y misión de la Iglesia” se exponen, aunque sea brevemente, las diferentes posiciones surgidas durante la Asamblea Sinodal sobre el acceso de las mujeres al diaconado. Leemos: “Algunos consideran que este paso sería inaceptable porque está en discontinuidad con la Tradición. Para otros, sin embargo, conceder a las mujeres el acceso al diaconado restauraría una práctica de la Iglesia primitiva. Otros más ven en este paso una respuesta adecuada y necesaria a los signos de los tiempos, fiel a la Tradición y capaz de encontrar eco en el corazón de tantos que buscan una renovada vitalidad y energía en la Iglesia. Algunos expresan el temor de que esta petición sea expresión de una peligrosa confusión antropológica y que, al aceptarla, la Iglesia se alinearía con el espíritu de la época”.

Y en el capítulo dedicado a los “Diáconos y a sacerdotes en una Iglesia sinodal”, el documento no deja de resaltar cómo el debate sobre la teología del diaconado es más amplio que la cuestión del acceso a las mujeres. “Las incertezas que rodean la teología del ministerio diaconal se deben también al hecho de que, en la Iglesia latina, este fue restablecido como grado propio y permanente de la jerarquía solo a partir del Concilio Vaticano II. Una reflexión más profunda sobre este tema arrojará luz también sobre la cuestión del acceso de las mujeres al diaconado”.

Ante esto, con sano realismo, en el Documento de Síntesis se pide continuar “la investigación teológica y pastoral sobre el acceso de las mujeres al diaconado, aprovechando los resultados de las comisiones específicamente establecidas por el Santo Padre y de las investigaciones teológicas, históricas y exegéticas ya realizadas. De ser posible, los resultados deberían presentarse en la próxima sesión de la Asamblea”. Sin embargo, cuando pasamos al Instrumentum Laboris de la segunda sesión del Sínodo (octubre de 2024), no llevamos una decepción porque pide que no se tenga en cuenta la cuestión del acceso de las mujeres al diaconado. En efecto, en las Iglesias locales no hay acuerdo sobre esta cuestión: el tema requiere una mayor investigación. El documento indica:

“Mientras algunas Iglesias locales piden que se admita a las mujeres en el ministerio diaconal, otras reiteran su oposición. Sobre este tema, que no será objeto de los trabajos de la Segunda Sesión, es bueno que la reflexión teológica continúe, con tiempos y métodos adecuados. Contribuirá a la maduración de la misma los frutos del Grupo de Estudio número 5 (Algunas cuestiones teológicas y canónicas en torno a formas ministeriales específicas), que tomará en consideración los resultados de las dos Comisiones que trataron el tema en el pasado”

Diaconisas: un debate “reciente”

Para comprender la elección es necesario considerar cómo la reflexión sobre el acceso de las mujeres al diaconado es una cuestión bastante “reciente”. Una primera referencia al diaconado femenino, de hecho, bastante vaga, se encuentra en la fase preparatoria del Concilio Vaticano II (1959), en las votaciones enviadas por monseñor Giuseppe Ruotolo, obispo de Ugento - S. Maria di Leuca; y monseñor León de Uriarte Bengoa, vicario apostólico de San Ramón, en Perú. Además, en la década de 1970 se produjeron “acalorados” debates sobre la cuestión de la sacramentalidad del diaconado femenino. Entre los protagonistas recordamos a Cipriano Vagaggini y Aimé Georges Martimort. Entonces, no se cuestionó la existencia de las mujeres diáconos en la Iglesia antigua. Lo que se discutió fue si el diaconado dado a las mujeres era una verdadera ordenación sacramental.

Un ejemplo significativo, objeto de discusión, es la de la diaconisa Olimpia, que en el siglo IV en Constantinopla era higúmena (abadesa) de un monasterio de mujeres protegido por San Juan Crisóstomo. “Fue ‘ordenada’ (cheirotonein) por el patriarca como diaconisa junto con tres de sus compañeras. El canon 15 del Concilio de Calcedonia (año 451) parece confirmar el hecho de que las diaconisas son verdaderamente ‘ordenadas’ con la imposición de manos (cheirotonia). Su ministerio se llama leitourgia y no se les permite contraer matrimonio después de la ordenación” (Comisión Teológica Internacional, El diaconado: evoluciones y perspectivas, 2003).

Esta investigación formaba parte de un debate más amplio sobre el ministerio del diaconado, restablecido permanentemente solo por el Concilio Vaticano II, que reconoció su sacramentalidad. Por ello, en 2003 la Comisión Teológica Internacional, consciente de cómo los documentos conciliares no habían ofrecido (ni pretendían hacerlo) una sistematización doctrinal sobre el diaconado, destacaba cómo la restauración del diaconado se había llevado a cabo de manera no homogénea en el período posconciliar y subrayaba la necesidad de “prestar particular atención a los cambios de tipo doctrinal que han acompañado como una sombra tenaz a las distintas posiciones pastorales”.

“Son distintos y numerosos los aspectos que hoy exigen un esfuerzo de clarificación teológica”, como la identidad teológica y eclesial del diaconado, y cómo esta sea la base que inspira la renovación de este ministerio de las comunidades cristianas. Por este motivo, el Documento de síntesis de la primera sesión se refiere a la persistencia de incertezas teológicas en torno a la teología del diaconado, incertezas que deben abordarse con equilibrio, de cara también a profundizar sobre las posibilidades de acceso de las mujeres a este ministerio. Por tanto, es comprensible que la cuestión del diaconado no pueda resolverse en la segunda sesión del Sínodo”.

Camino sinodal y Reforma de la Iglesia

Procediendo casi en círculos concéntricos, es necesario recordar cómo las reflexiones anteriores se sitúan en el camino más amplio de reforma de la Iglesia, que encuentra su punto de referencia en el Concilio Vaticano II y que, en resumen, representa el objeto de este Sínodo.

Es importante recordar que ya en la primera edición de la Constitución conciliar sobre la liturgia - Sacrosanctum Concilium (4 de diciembre de1963), la primera aprobada por el Concilio - los padres conciliares se centraron en la necesidad de reformar la Iglesia, de “adaptar a las necesidades de nuestro tiempo aquellas instituciones que están sujetas a cambios”. Para tener éxito en la empresa creían que “debían ocuparse de manera especial también de la reforma y promoción de la liturgia”. Hoy, sesenta años después, podemos comprobar cómo la reforma de la liturgia no se ha correspondido con una reforma de la Iglesia, que evidentemente requería y requiere también procesos largos y graduales. Y precisamente el camino sinodal - en sus distintas fases y con la implicación de las diferentes comunidades eclesiales- ha permitido hablar de la Iglesia como Pueblo de Dios y sacramento de la unidad, contribuyendo así a adaptar “aquellas instituciones que están sujetas a cambios”.

El gran teólogo francés Ghislain Lafont, en una obra ya clásica, “Imaginar la Iglesia católica” (1998), se preguntaba:

a) ¿Cuál es el rostro que podría permitir a la Iglesia no solo dar testimonio de la Buena Nueva evangélica, sino también ser reconocida como el espacio en el que vive la Buena Nueva y al que por ello se desea llegar? [...]

b) ¿Qué estructuras podría adoptar la Iglesia para que, con su imagen, pueda ayudar a las comunidades humanas a inventar sus organizaciones con miras a una unidad en la que puedan converger todas las diversidades? [...] ¿Qué comunidades puede presentar, abiertas y vigilantes, que sepan articular el deseo de relación y la sed de conocimiento, que no teman imponer prohibiciones porque solo ellas pueden liberar y desarrollar al hombre, que se demuestren capaces de unir libertad y autoridad y de respetar, sin caer en la anarquía, la relativa autonomía de los distintos ámbitos de reflexión y acción?

 Esperamos que el proceso sinodal en curso allane el camino para dar respuesta a todo esto.

de Elena Massimi
Hija de María Auxiliadora, Presidenta de la Asociación de Profesores de Liturgia

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