La Sororidad: quedarse
En este tiempo que consideramos “umbral” y nos preguntamos para entender si y cómo nos sentimos Iglesia, mientras buscamos espacios diferentes, nos acompaña un versículo bíblico del Libro de la Sabiduría: “Radiante e inmarcesible es la sabiduría, la ven con facilidad los que la aman y quienes la buscan la encuentran”. [6,12-16].
Somos hermanas de la Orden de la Sororidad, un proyecto de vida femenina que quiere hacer efectiva y visible la presencia de la mujer en la Iglesia y en la sociedad (art. 4 de la Regla). Fue fundada en Mantua en 1996 por Ivana Ceresa.
Ivana, mujer cristiana, feminista y teóloga, la definió como “un grupo de mujeres convocadas por el Espíritu Santo para vivir la fe cristiana según la diferencia femenina en la Iglesia católica local” (art. 1). “Desde que nacimos – y esto quedó claro en el momento de la fundación – nos distinguimos de la Iglesia, que es en realidad la Iglesia hecha por hombres y administrada solo por hombres... Hacemos lo que el feminismo laico hacía y hace todavía, una operación de separación, es decir, estamos temporalmente solo entre mujeres, reconocemos como creyentes entre nosotras solo a mujeres y, de esta manera, intentamos un éxodo, una salida del sexismo de la realidad eclesial”.
Ivana Ceresa explica así que en cierto momento sintió la necesidad de una transición: “Para seguir viviendo dentro de la Iglesia tuve que inventar la Sororidad en el sentido de que se me hizo indispensable el apoyo de otras mujeres que vivían la Iglesia como yo, que la vivían de manera dramática, conflictiva y al mismo tiempo profunda y necesaria como la vivo yo”.
El momento clave fue solicitar el reconocimiento de la Sororidad al obispo, ya que en la Iglesia es real solo lo que se reconoce eclesialmente. En la idea de la fundadora, la petición formaba parte de la estrategia de implantar el simbolismo femenino; el reconocimiento significó que la Iglesia admitió que era masculina y necesitaba el nacimiento femenino. El entonces obispo de Mantua, Egidio Caporello, reconoció la Sororidad en 2002.
Precisamente en el reconocimiento eclesial, Ivana Ceresa recibió los golpes de la incomprensión, de las resistencias y de los malentendidos - dentro y fuera del grupo -. Se opuso a la creencia de que la visión del creyente lleva hasta el final el deseo de arraigarse en la realidad en la que se encuentra, no para tener el permiso de existir cuanto por introducir la Iglesia en el mundo femenino, todavía copada por el orden simbólico masculino, hasta el punto de querer ser una espina clavada en el costado de la propia Iglesia.
Se han vivido muchos acontecimientos en estos treinta años. Hoy en Italia hay cinco Sororidades en la zona de Mantua, una está en Milán y tres están naciendo en Toscana. Una historia donde las relaciones entre mujeres han sido cultivadas y preservadas a través de la escucha y la autoridad femenina en una búsqueda entre la mística y la política en ese espacio límite en el que nos encontramos con varias posiciones. Entre nosotras hay hermanas que han amado a la Iglesia, que sienten gratitud por lo vivido y aún la aman, colaborando con una mirada atenta y crítica donde sienten que es posible abrirse a nuevas miradas. Hay hermanas que han dejado la iglesia. Otras hermanas que se han distanciado al no reconocerse más en las liturgias cansadas, en los silencios cómplices de los abusos y los errores. Hay hermanas de otras religiones que dan su aportación y enriquecen mutuamente sus espiritualidades en la búsqueda común. La diversidad en esta búsqueda también nos ha hecho atravesar momentos difíciles de cansancio y de incomprensiones, como si estar en el umbral de la confrontación, juntos entre las diferencias, se hubiera vuelto demasiado extenuante, como si la esperanza se hubiera desvanecido. Hemos sido sostenidas por la Ruah, el soplo divino, que nos ha impulsado como la oración que rezamos juntos en nuestras reuniones.
Ven Ruah/Espíritu que renueva/aliento de vida, aliento que nutre nuestro corazón/energía divina, que da alas a nuestro deseo/mano que sostiene en tiempos de cansancio/luz de sabiduría, agua de salud, fuego de energía/abre nuestros ojos para que entendamos a qué esperanza nos has llamado/y guardemos el tesoro que nos has dado/ Tierna consoladora, fuego de pasión que levantas sobre alas de águila y soplas sobre huesos secos/derramas tu aliento de vida sobre todas nosotras hermanas/ Ven en ayuda de nuestra debilidad/ examina la intimidad de nuestros corazones/ mantennos cerca de ti en la verdad, en la paz, en la alegría, en el amor.
Sobre la oración acabamos de concluir un camino, titulado “Orar como mujer”, que fue una práctica de relación y apertura en varias direcciones, un encuentro con teólogas, científicas, poetas, mujeres locales de diferentes credos y espiritualidades, donde construimos nuevas liturgias vinculadas al cuerpo y a lo simbólico, conscientes de que hoy nos exige encontrar palabras y gestos más valientes.
En la introducción al libro de Ivana Ceresa, Mie carissime sorelle- Scritti sulla Sororità (Mis queridas hermanas - Escritos sobre la Sororidad), Luisa Muraro, filósofa del pensamiento de la diferencia, escribe: “La correspondencia práctica entre una ganancia de libertad personal y un compromiso por hacer mundo e Iglesia que la Sororidad pretende lograr, ha caracterizado los comienzos del cristianismo”. Si es cierto que todavía vivimos en los inicios de la libertad femenina en la Iglesia, la apuesta para las mujeres sigue siendo la de volver a aquellos orígenes.
de Martina Bugada
Orden de la Sororidad, Mantua