“El artista es el que fija y torna accesible
a los más humanos de los hombres el espectáculo
del que forman parte sin verlo”.
Maurice Merleau-Ponty,
“La duda de Cézanne”, (1948).
La Medicina narrativa nació en la Universidad de Columbia en Nueva York alrededor del año 2000 gracias a las intuiciones de Rita Charon, con el objetivo de refundar la relación médico/paciente sobre bases que tengan en cuenta la historia y el modo de vida de los enfermos, así como patologías individuales y sus respectivos protocolos clínicos. Dedicada en especial a la formación de estudiantes, médicos y personal sanitarios, y ahora difundida en todo el mundo, invita a explorar el universo propio y el de los demás dialogando con las obras literarias y artísticas. Según Rita Charon, el conocimiento de los elementos en juego en un texto, un poema, una pintura, una fotografía o una pieza musical valiosa permite interpretar la historia del paciente reconociéndole la misma dignidad. Los facultativos capaces de este tipo de sensibilidad podrán identificar tratamientos personalizados y efectivos mucho más fácilmente.
Gracias a la Medicina narrativa, la compleja condición existencial de los pacientes y de quienes los cuidan se convierte en un elemento esencial de la medicina contemporánea, cada vez más orientada -al menos en la intención- hacia la participación e interacción activa de todos los sujetos implicados: pacientes, familiares, médicos generalistas y especialistas, enfermeras, rehabilitadores, psicólogos, trabajadores sociales...
En Italia, la Medicina narrativa se ha consolidado sobre todo en la oncología, en el campo de las enfermedades crónicas, físicas o mentales, y en el de los cuidados paliativos y el final de la vida. También resulta muy útil en proyectos dedicados a profesionales, voluntarios y usuarios del tercer sector. Los principios fundamentales de la Medicina narrativa tienen como objetivo hacer que las personas comprendan, acojan, interpreten y se dejen guiar por las señales de las enfermedades. Los tres movimientos que la caracterizan son: atención, recepción, implicación; restitución, capacidad de traducir creativamente lo percibido en palabras o imágenes; afiliación con pacientes y colegas en un compromiso común con la justicia social.
El contexto multiétnico de las instituciones clínico asistenciales de las sociedades occidentales requiere que la Medicina narrativa siga un enfoque aconfesional. Sería una contradicción, además de un abuso de poder, invitar a una persona enferma, atea o de fe diferente a la mía, a una comunicación profunda, ejerciendo al mismo tiempo una presión secreta para imponerle mi punto de vista sobre la vida y la muerte. Al mismo tiempo, la vulnerabilidad individual y colectiva expuesta durante la pandemia de Covid-19 hizo urgente una búsqueda de respuestas que ni la medicina basada en evidencia ni las humanidades parecen capaces de ofrecer. Esas respuestas pertenecen a la esfera de la espiritualidad.
Naturalmente, nada impide que se busquen en ámbitos de formación o de atención explícitamente cristianos o de diálogo interreligioso. Aquí las técnicas de la Medicina narrativa resultan muy adecuadas para facilitar una comprensión cada vez más íntima de los textos evangélicos que tienen en el centro a Jesús como Maestro de la empatía y la curación.
de Guia Sambonet
Teóloga y guía espiritual, conduce proyectos de Medicina narrativa desde el 2014