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Fundó la Familia Kizito en Haití

Paisie, la segunda llamada

 Paisie, seconda chiamata  DCM-002
03 febrero 2024

En Haití, los niños están en todas partes. Un tercio de los más de once millones de habitantes tienen menos de 15 años. Nacen muchos y son aún más los que van muriendo. Mueren por la enfermedad por excelencia de la pobreza: el hambre. Son también víctimas de la falta de recursos para defenderse de los frecuentes desastres naturales. Y, sobre todo, son presa de las bandas, las más de doscientas bandas armadas heredadas de la dictadura del clan Duvalier que, en los últimos años, en el vacío de poder, se disputan el territorio hasta derramar la última gota de sangre. La demanda de nuevas fuerzas para reemplazar las pérdidas es continua. Los menores son carne de cañón. Los más pequeños se entrenan para combatir. El destino de las niñas es el de sirvientas o esclavas sexuales. Pequeñas vidas presas de la guerra invisible pero sangrienta que, en medio de la indiferencia del mundo, desgarra el lugar más atormentado de Occidente.

Cada vez que la hermana Paese recorría las concurridas calles de Puerto Príncipe, pensaba en el cruel destino que se cernía sobre esos pequeños cuerpos. Y no era capaz de vivir en paz. Muchas veces, le venía a la memoria un episodio de la vida de la Madre Teresa, fundadora de las Misioneras de la Caridad, congregación a la que pertenecía desde los 18 años. La santa de Calcuta contaba que escuchó al Señor susurrarle: “Sé mi luz. Los pobres no me conocen y por eso no me aman. Tú, llévame a ellos”. “Fue como si esas palabras estuvieran dirigidas a mí. Solo que, en lugar de los pobres, me pidió que lo llevara a los niños de la calle de Haití”, dice sor Paisie, Claire Joelle Phillipe, nacida en la Lorena francesa y residente en la isla desde 1999. “Al final no pude ignorar su petición y hablé de ello con mis superioras. Pensaba, esperaba, poder hacer algo al respecto dentro de la congregación. Pero juntas entendimos que no era posible ya que esta última se dedicaba a tiempo completo al cuidado de los enfermos. Comencé entonces un camino de discernimiento a través de los ejercicios ignacianos. Y entendí que el Señor me pedía ser libre para seguir su segunda llamada. No fue fácil llegar a esta conclusión. Estaba segura de que Jesús me pedía que hiciera algo por los niños de la calle. Pero no estaba segura de que dejar las Misioneras de la Caridad fuera la elección correcta. La sola idea me asustaba”.

Cuesta creer que esta mujer capaz de trabajar en los barrios marginales de Cité Soleil y Martissant bajo el fuego cruzado de las bandas pudiera tener miedo. La gente está acostumbrada a ver a “Maman Soleil”, como la apodan, cruzar las fronteras infranqueables del conflicto entre bandas con la cabeza en alto para rescatar a sus hijos. “No soy nada valiente – dice con una sonrisa en su dulce rostro -. Él es quien me lleva a donde Él quiere. Y fue así también aquella vez. El Señor no solo me hizo entender que tenía que confiar en Él. Me dio la gracia de poder confiar. El momento más difícil fue contárselo a las hermanas. Algunas lo entendieron, aunque les diera pena. Otras no lo comprendieron. Pero repito, tuve que hacer su voluntad”.

Así, en 2017 nació la Familia Kizito, que lleva el nombre de un joven de catorce años mártir en Uganda. El 3 de junio de 2018 recibió la aprobación como Pía asociación de fieles, el primer paso hacia la creación de una nueva comunidad religiosa a nivel diocesano. Sor Paisie empezó sola en Village de Dieu, en el corazón de Martissant, donde puso en marcha el primer embrión de una escuela pocos meses antes de que la banda de Johnson Alexandre, alias Izo, lanzara su ofensiva. Y continuó con su proyecto mientras se libraba la batalla. Otras cinco jóvenes haitianas se unieron a la religiosa en su misión de proteger a los niños abandonados. “¿Cómo defendemos a los niños? Dándoles clase”.

No es fácil en Haití, donde más del 80 por ciento de las instituciones son privadas y los honorarios oscilan entre los cien y los mil dólares. A esto se suman a la matrícula, los libros, los cuadernos y los uniformes. Por lo tanto, casi la mitad de los menores ni siquiera asisten a la escuela primaria. Para ellos son las seis escuelas creadas por la Familia Kizito en el frente de Martissant y Cité Soleil. “Acogemos a chicos de entre 8 y 18 años que nunca han entrado a un aula porque son demasiado pobres. Los mismos que las pandillas intentan reclutar. La escuela les ofrece un escudo. Las propias pandillas lo entienden. “No son para nosotros”, dicen cuando los ven uniformados”, explica. También cuentan con cinco refugios para niños sin familia y para las cada vez más numerosas niñas que huyen de los jefes de las bandas. Unos 2.700 niños han sido salvados de las pandillas. Maman Soleil, sin embargo, no descansa. “Todavía hay muchos, demasiados, a los que les acecha la oscuridad”, lamenta.

de Lucia Capuzzi
Periodista «Avvenire»

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