El mensaje del Papa en el Encuentro internacional de oración promovido por la Comunidad de Sant’Egidio en Berlín

La audacia de la paz

15 septiembre 2023

«Se necesita la audacia de la paz: ahora, porque demasiados conflictos duran demasiado tiempo, tanto que algunos parecen no tener fin, de modo que, en un mundo en el que todo avanza rápido, solo el final de las guerras parece lento». Lo ha escrito el Papa Francisco en el mensaje enviado la tarde del martes 12 de septiembre, como conclusión del Encuentro internacional de oración por la paz promovido por la Comunidad de Sant’Egidio. Celebrado en Berlín desde el domingo 10, participaron líderes religiosos, políticos y culturales.

Queridos hermanos
y hermanas:

Os reunís este año en Berlín, en la Puerta de Brandenburgo, líderes cristianos, líderes de las religiones mundiales y autoridades civiles, reunidos por la Comunidad de Sant’Egidio, que con fidelidad continúa la peregrinación de oración y diálogo iniciada por San Juan Pablo ii en Asís en 1986. El lugar de vuestro encuentro es particularmente evocador por el hecho de que, justo donde os reunís, se ha producido un hecho histórico: la caída del muro que separaba las dos Alemanias. Ese muro también dividía dos mundos, el Oeste y el Este de Europa. Su caída, que tuvo lugar con la ayuda de varios factores, el coraje de muchos y la oración de muchos, abrió nuevas perspectivas: libertad para los pueblos, reunificación de familias, pero también esperanza de una nueva paz mundial, posterior a la Guerra Fría.

Lamentablemente, a lo largo de los años, no se ha basado en esta esperanza común, sino en intereses particulares y en la desconfianza hacia los demás. Así, en lugar de derribar muros, se han levantado otros. Y del muro a la trinchera el paso, por desgracia, suele ser corto. Hoy la guerra todavía devasta demasiadas partes del mundo: pienso en muchas zonas de África y Oriente Medio, pero también en muchas otras regiones del planeta; y en Europa, que conoce la guerra en Ucrania, un conflicto terrible que no tiene fin y que ha causado muertos, heridos, dolores, éxodos, destrucciones.

El año pasado estuve con vosotros en Roma, en el Coliseo, para rezar por la paz. Hemos escuchado el grito de la paz violada y pisoteada. Entonces dije: «La invocación de la paz no puede ser reprimida: surge del corazón de las madres, está escrita en los rostros de los refugiados, de las familias que huyen, de los heridos o de los moribundos. Y este grito silencioso sube al cielo. No conoce fórmulas mágicas para salir de los conflictos, pero tiene el sacrosanto derecho de pedir la paz en nombre del sufrimiento que ha soportado, y merece ser escuchado. Merece que todos, empezando por los gobernantes, se inclinen a escuchar con seriedad y respeto. El grito de la paz expresa el dolor y el horror de la guerra, la madre de todas las pobrezas».

Ante este escenario, uno no puede resignarse. Hace falta algo más. Hace falta «la audacia de la paz», que está en el corazón de vuestro encuentro. El realismo no es suficiente, las consideraciones políticas no son suficientes, los aspectos estratégicos implementados hasta ahora no son suficientes; se necesita más, porque la guerra continúa. Se necesita la audacia de la paz: ahora, porque demasiados conflictos duran demasiado tiempo, tanto que algunos parecen no tener fin, de modo que, en un mundo en el que todo avanza rápido, solo el final de las guerras parece lento. Se necesita el coraje de saber girar, a pesar de los obstáculos y las dificultades objetivas. La audacia de la paz es la profecía que se pide a quienes tienen en sus manos la suerte de los países en guerra, a la comunidad internacional, a todos nosotros, especialmente a los hombres y mujeres creyentes, para que den voz al llanto de las madres y de los padres, al desgarro de los caídos, a la inutilidad de las destrucciones, denunciando la locura de la guerra.

Sí, la audacia de la paz interpela especialmente a los creyentes, en los que se convierte en oración, para invocar del Cielo lo que parece imposible en la tierra. La insistencia en la oración es la primera forma de audacia. Cristo en el Evangelio indica la «necesidad de orar siempre, sin desfallecer» (Lc 18, 1), diciendo: «Pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá» (Lc 11, 9). No tengamos miedo de convertirnos en mendigos de paz, uniéndonos a las hermanas y hermanos de otras religiones, y a todos aquellos que no se resignan a la inevitabilidad de los conflictos. Me uno a vuestra oración por el fin de las guerras, agradeciéndoos de corazón todo lo que hacéis.

De hecho, es necesario seguir adelante para superar el muro de lo imposible, erigido sobre razonamientos que parecen irrefutables, sobre la memoria de tantos dolores pasados y de grandes heridas sufridas. Es difícil, pero no imposible. No es imposible para los creyentes, que viven la audacia de una oración esperanzada. Pero tampoco debe ser imposible para los políticos, para los responsables, para los diplomáticos. Sigamos orando por la paz sin cansarnos, llamando, con espíritu humilde e insistente a la puerta siempre abierta del corazón de Dios y a las puertas de los hombres. Pedimos que se abran caminos de paz, sobre todo para la querida y martirizada Ucrania. Confiamos en que el Señor siempre escucha el grito angustiado de sus hijos. “¡Escúchanos, Señor!”

Roma, San Juan de Letrán, 5 de septiembre de 2023

Francisco