“Los efectos de la guerra son las víctimas, las destrucciones, la pérdida de humanidad, la intolerancia”, no una solución a los problemas del mundo. Lo denuncia el Papa Francisco en el mensaje enviado el jueves 11 de mayo, a los participantes en el Congreso internacional «Paz entre las gentes. A 60 años de la “Pacem in terris”». Promovidos por la Pontificia Universidad Lateranense y por el Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral, los trabajos se desarrollan durante dos días, hasta mañana, viernes 12. He aquí el texto del documento pontificio.
Nunca la guerra ha dado alivio a la vida de los seres humanos, nunca ha sabido guiar su camino en la historia, ni ha logrado resolver conflictos y contraposiciones surgidos en su acción. Los efectos de la guerra son las víctimas, las destrucciones, la pérdida de humanidad, la intolerancia, hasta la negación de la posibilidad de mirar al mañana con renovada confianza.
En cambio, la paz, como objetivo concreto, está en el alma y en las aspiraciones de toda la familia humana, de todo pueblo y de toda persona. Esta es la enseñanza que todavía hoy podemos sacar del mensaje que san Juan xxiii quiso lanzar al mundo con la encíclica Pacem in terris. Un mensaje positivo y constructivo que recuerda cómo edificar la paz significa, ante todo, el compromiso de estructurar una política inspirada en valores auténticamente humanos que la Encíclica resume en la verdad, la justicia, el amor y la libertad.
Sin embargo, transcurridos sesenta años, la humanidad no parece haber atesorado lo necesaria que es la paz, lo bien que es portadora. En efecto, una mirada a nuestra vida cotidiana muestra cómo el egoísmo de pocos y los intereses cada vez más limitados de algunos inducen a pensar que se puede encontrar en las armas la solución a tantos problemas o a nuevas exigencias, así como a los conflictos que surgen en la realidad de la vida de las naciones.
Si las reglas de las relaciones internacionales han limitado el uso de la fuerza y la superación del subdesarrollo, que es uno de los objetivos de la acción internacional, el deseo de poder es todavía, por desgracia, criterio de juicio y elemento de actividad en las relaciones entre los Estados. Y esto se manifiesta en las diversas regiones con efectos devastadores sobre las personas y sus afectos, sin respetar las infraestructuras y el ambiente natural.
En este momento, el aumento de recursos económicos para los armamentos ha vuelto a ser instrumento de las relaciones entre los Estados, mostrando que la paz es posible y realizable sólo si se funda en un equilibrio de su posesión. Todo esto genera miedo y terror y corre el riesgo de arrollar la seguridad porque olvida cómo «un hecho cualquiera imprevisible puede de improviso e inesperadamente provocar el incendio bélico» (Pacem in terris, 111).
Se hace necesaria una profunda reforma de las estructuras multilaterales que los Estados han creado para gestionar la seguridad y garantizar la paz, pero que ahora están privadas de la libertad y de la posibilidad de acción. No basta que ellas proclamen la paz si no están dotadas de la capacidad autónoma de promover y actuar acciones concretas, ya que corren el riesgo de no estar al servicio del bien común, sino sólo instrumentos partidistas.
Como bien explica la Encíclica, corresponde a los Estados, llamados por su naturaleza al servicio de sus respectivas comunidades, actuar según el método de la libertad y responder a las exigencias de la justicia, sabiendo, sin embargo, que «el esfuerzo por ver cómo se ajustan cada vez mejor las realidades sociales a las normas de la justicia es un trabajo de cada día» (Pacem in terris, 155).
Estas breves anotaciones quieren contribuir al objetivo de profundización de la Encíclica que la Pontificia Universidad Lateranense y el Dicasterio para el Desarrollo Humano Integral han promovido.
Confío a la Universidad la tarea de profundizar el método de educación para la paz, para una formación no sólo adecuada, sino ininterrumpida. Una verdadera formación científica, en efecto, es fruto de estudio e investigación, de profundización, de actualizaciones y de ejercicios prácticos: este debe ser el camino a recorrer para abrir nuevos horizontes y superar formas didácticas y organizativas ya superadas y no adecuadas a nuestra era.
Estoy seguro de que el ciclo de estudios en ciencias de la paz que instituí en la Lateranense contribuirá a formar a las jóvenes generaciones en estos objetivos, para favorecer la cultura del encuentro, que es la base de una comunidad humana modelada según la fraternidad, que es además norma de la acción para edificar la paz.
Vaticano, 11 de mayo de 2023
Francisco