El Papa en la Asamblea General de Caritas Internationalis

Más allá de proyectos y estrategias por una auténtica conversión misionera

 Más allá de proyectos y estrategias por una auténtica conversión misionera  SPA-020
19 mayo 2023

“No se trata sólo de poner en marcha proyectos y estrategias que resulten vencedores, que persigan la eficacia, sino de pensarse en un constante y continuo proceso de conversión misionera”. Lo ha recomendado el Papa Francisco a los participantes en la 22ª asamblea general de Caritas Internationalis, recibidos en audiencia en la Sala Clementina a última hora de la mañana del jueves 11 de mayo, día de apertura de los trabajos. «Construir nuevos caminos de fraternidad» es el tema que se profundizará a lo largo de seis jornadas, hasta el martes 16. Este es el texto del discurso entregado por el Papa.

Queridos hermanos y hermanas:

Ante los horrores y las devastaciones de la segunda guerra mundial, el venerable Pío xii quiso mostrar la solicitud y la preocupación de toda la Iglesia por la familia humana, por las numerosas circunstancias en las que la vida de hombres, mujeres, niños y ancianos estaba amenazada y obstaculizada, en la búsqueda de un desarrollo humano integral, por el desencadenamiento de los conflictos bélicos. Movido por un espíritu profético, se pronunció a favor de la institución de un organismo que sostenga, coordine e incremente la colaboración entre las ya numerosas organizaciones caritativas a través de las cuales la Iglesia universal anunciaba y testimoniaba, con gestos y palabras, el amor de Dios y la predilección de Cristo por los pobres, los últimos, los descartados.

San Juan Pablo ii quiso poner de relieve el estrecho vínculo que, desde los comienzos, unió a Caritas Internationalis con los Pastores de la Iglesia y, en particular, con el Sucesor de Pedro, que preside en la caridad universal1. Lo hizo, ante todo, recordando la fuente del amor a la Iglesia, la entrega con la que Cristo se entregó a los suyos durante la Última Cena.

No debemos olvidar nunca que en el origen de toda nuestra actividad caritativa y social está Cristo que «habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo» (Jn 13, 1). En el sacramento de la Eucaristía, signo de la presencia viva, real y permanente de Cristo que se ofrece a sí mismo por nosotros, que ama primero sin pedir nada a cambio, «el Señor sale al encuentro del hombre, creado a imagen y semejanza de Dios (cf. Gn 1, 27), haciéndose su compañero de viaje»2.

La Eucaristía es para el hombre. Es alimento y bebida que nos sostiene en el camino, alivia en la fatiga, levanta de las caídas, llama a acoger libremente el todo de Dios por nosotros y por nuestra salvación.

Ante este misterio, grande e inefable, ante el don incondicional y sobreabundante que Cristo ha hecho de sí mismo por amor, nos quedamos asombrados y, a veces, abrumados.

Como los judíos que sintieron el corazón traspasado por las palabras de Pedro, el día de Pentecostés, también nosotros debemos preguntarnos: «¿Qué podemos hacer, hermanos?» (Hch 2,37).

Podemos entrar en el gozoso y excedente misterio de la “restitución”, de la memoria agradecida y agradecida, que nos hace dar gracias a Dios en la elección de dirigir la mirada al hermano que sufre, que tiene necesidad de cuidados, que necesita nuestra ayuda para reencontrar su dignidad de hijo, rescatado «no al precio de cosas corruptibles, [...] sino con la sangre preciosa de Cristo» (1 P 1, 18-19).

Podemos corresponder al amor que Dios tiene por nosotros al convertirnos en su signo e instrumento para los demás. No hay mejor manera de mostrar a Dios que ha comprendido el sentido de la Eucaristía que entregando a los demás lo que nosotros hemos recibido. He aquí un modo de entender el significado más auténtico de la Tradición: cuando en respuesta al amor de Cristo, nos hacemos don para los demás, nosotros anunciamos la muerte y resurrección del Señor, hasta que venga (cf. 1 Cor 11, 26).

Es importante volver a la fuente, el amor de Dios por nosotros, porque la identidad de Caritas Internationalis depende directamente de la misión que ha recibido. Lo que la distingue de las otras agencias que trabajan en el ámbito social es su vocación eclesial y, dentro de la Iglesia, lo que especifica su servicio respecto a tantas instituciones y asociaciones eclesiales dedicadas a la caridad es la tarea de coadyuvar y facilitar a los Obispos en el ejercicio de la caridad pastoral, en comunión con la Sede Apostólica y en sintonía con el Magisterio de la Iglesia. Os agradezco el trabajo que estáis realizando sobre la colaboración y la cooperación fraterna, como pilares de la identidad católica de Cáritas, y os exhorto a seguir adelante en este camino.

Para animaros a proseguir en vuestro compromiso al servicio de la caridad, con amplitud de corazón y renovada esperanza, deseo invitaros a releer con atención la Exhortación postsinodal Amoris Laetitia. En particular, el cuarto capítulo, aunque se refiere a la vida familiar y matrimonial, contiene puntos que pueden ser útiles para orientar el trabajo que os espera en el futuro y dar un nuevo impulso a vuestra misión.

Escribiendo a la comunidad de los cristianos de Corinto, san Pablo afirma que la caridad es el «camino más sublime» (1 Co 12, 31) para conocer a Dios y captar lo esencial de la vida cristiana. En el célebre Himno a la caridad, el Apóstol precisa cómo la falta de caridad vacía de contenido toda acción: permanece la forma exterior, pero no la realidad. Incluso las acciones más extraordinarias, la generosidad más heroica, incluso el distribuir todos los propios bienes para darlos a los hambrientos (1 Cor 13, 3), sin la caridad no vale nada.

Sin la confesión de fe en Dios Padre, que es principio de todo bien; sin la experiencia de la amistad con Cristo, que ha mostrado al mundo el rostro del amor trinitario; sin la guía del Espíritu, que orienta la historia de la humanidad hacia la posesión de la vida plena (cf. Jn 10, 10), no queda más que apariencia. Ya no es el bien, sino una apariencia de bien.

Entonces sería fácil perder de vista el objetivo de la diaconía a la que estamos llamados: llevar la alegría del Evangelio, la unidad, la justicia y la paz. Sería fácil secundar esas lógicas mundanas que inducen a perderse en el activismo pragmático y a perderse en los particularismos que desgarran el cuerpo eclesial.

Es la caridad la que nos hace ser. Cuando acogemos el amor de Dios y amamos en Él, llegamos a la verdad de lo que somos, como individuos y como Iglesia, y comprendemos a fondo el sentido de nuestra existencia. No solo entendemos la importancia de nuestra vida, sino también lo valiosa que es la de los demás. Distinguimos claramente cómo toda vida es irrenunciable y aparece como un prodigio a los ojos de Dios.

El amor nos hace abrir los ojos, ampliar la mirada, nos permite reconocer en el extraño que nos cruzamos en nuestro camino el rostro de un hermano, con un nombre, una historia, un drama al que no podemos permanecer indiferentes. A la luz del amor de Dios, la fisonomía del otro emerge de la sombra, sale de la insignificancia y adquiere valor, relevancia. Las indigencias del prójimo nos interrogan, nos incomodan, nos provocan al desafío de la responsabilidad. Y es siempre a la luz del amor que encontramos la fuerza y el valor para responder al mal que oprime al otro, para responder en primera persona, poniendo la cara, el corazón, arremangándonos. El amor de Dios nos hace sentir el peso de la humanidad del otro como «un yugo suave y una carga ligera» (Mt 11, 30). Nos induce a sentir como nuestras las heridas que vislumbramos en su cuerpo y nos impulsa a derramar el óleo de la fraternidad sobre las llagas invisibles que leemos en la filigrana del alma ajena.

¿Quieres saber si un cristiano vive la caridad?

Entonces mira si está dispuesto a ayudar de buen grado, con una sonrisa en los labios, sin refunfuñar y enojarse. La caridad es paciente, escribe Pablo, y la paciencia es la capacidad de soportar las pruebas inesperadas, las fatigas cotidianas, sin perder la alegría y la confianza en Dios. Por eso es el resultado de un lento trabajo del espíritu, en el que uno aprende a dominarse a sí mismo, tomando conciencia de sus propios límites.

Es un modo de relacionarse con uno mismo del que, después, brota esa madurez relacional que nos lleva a reconocer «que también el otro tiene derecho a vivir en esta tierra junto a mí, tal comoes» ( al 92).

Salir de la autorreferencialidad, de considerar lo que queremos para nosotros como el centro en torno al cual hacer girar cada cosa, a costa de someter a los demás a nuestros deseos, no sólo nos pide contener la tiranía del egocentrismo, sino que pide también la actitud dinámica y creativa de dejar emerger las cualidades y los carismas de los demás.

En este sentido, vivir la caridad significa ser magnánimos, benévolos, reconociendo por ejemplo que para trabajar juntos, de modo constructivo, es necesario ante todo “dar espacio” al otro. Lo hacemos cuando nos abrimos al diálogo y a la escucha, aceptando con flexibilidad las opiniones distintas de las nuestras, sin endurecernos en nuestras posiciones, sino más bien buscando un punto de encuentro, una vía de mediación.

El cristiano que vive inmerso en el amor de Dios no alimenta la envidia, porque «en el amor no hay lugar para sentir disgusto por el bien del otro» ( al 95).

No se vanagloria ni se envanece, porque tiene sentido de la medida, y no goza poniéndose por encima del prójimo, sino que, por el contrario, se acerca al otro con respeto y gracia, con gentileza y ternura, teniendo en cuenta sus fragilidades. Cultiva en ti la humildad, «porque para poder comprender, excusar y servir a los demás de corazón, es indispensable sanar el orgullo» ( al 98).

No busca su propio interés, sino que se compromete a promover el bien del otro y a sostenerlo en el esfuerzo por conseguirlo.

No tiene en cuenta el mal recibido, ni propaga con el chisme el mal cometido por los demás, sino que con discreción y en el silencio confía todo a Dios, sin dar lugar al juicio.

El amor lo cubre todo, dice Pablo, no porque se oculte la verdad, de la que el cristiano se alegra siempre, sino para que el pecado se distinga del pecador, de modo que uno sea condenado y el otro salvado. El amor todo lo excusa, para que todos podamos encontrar consuelo en el abrazo misericordioso del Padre y ser revestidos por su perdón.

Pablo concluye su “elogio de la caridad” afirmando que ésta, en cuanto camino excelente para llegar a Dios, es más grande que la fe y que la esperanza. Lo que dice el Apóstol es muy cierto. Mientras la fe y la esperanza son “dones provisionales”, es decir, ligados a nuestra condición viática, de peregrinos en esta tierra, la caridad, en cambio, es un “don definitivo”, una prenda y una anticipación del tiempo último, del Reino de Dios. Por eso todo lo demás pasará, pero la caridad no tendrá fin. El bien que se hace en nombre de Dios es la parte buena de nosotros que no se borrará, que no se perderá. El juicio de Dios sobre la historia se realiza sobre el hoy del amor, sobre el discernimiento de lo que hemos hecho por los demás en su nombre.

Como promete Jesús, será la ganancia de la vida eterna: «Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo» (Mt 25, 34).

Caritas Internationalis ha sido pensada y querida para dar expresión a la comunión eclesial, el ágape intraeclesial, para ser un medio y una manifestación, mediando entre la Iglesia universal y las Iglesias particulares, sosteniendo el compromiso de todo el Pueblo de Dios en el ejercicio de la caridad.

Vuestra tarea es, ante todo, la de cooperar en la siembra de la Iglesia universal, anunciando el Evangelio con las obras buenas. No se trata sólo de poner en marcha proyectos y estrategias que resulten vencedores, que persigan la eficacia, sino de pensarse en un constante y continuo proceso de conversión misionera. Significa mostrar que el Evangelio es «respuesta a las expectativas más profundas de la persona humana: a su dignidad y a la realización plena en la reciprocidad, en la comunión y en la fecundidad» ( al 201). Por eso, no es secundario recordar el vínculo íntimo entre el camino de santidad personal y la conversión misionera eclesial: quien trabaja para Cáritas está llamado a dar testimonio de ese amor ante el mundo. ¡Sed discípulos misioneros, seguid a Cristo!

En segundo lugar, estáis llamados a acompañar a las Iglesias locales en su compromiso activo con la caridad pastoral. Procurad formar personas competentes, capaces de llevar el mensaje de la Iglesia a la vida política y social. El desafío de un laicado consciente y maduro es más actual que nunca, porque su presencia se extiende a todos aquellos ámbitos que tocan directamente la vida de los pobres. Son ellos los que pueden expresar, con libertad creativa, el corazón materno y la solicitud de la Iglesia por la justicia social, comprometiéndose en la ardua tarea de cambiar las estructuras sociales injustas y promover la felicidad de la persona humana.

Por último, os recomiendo la unidad. Vuestra confederación está hecha de muchas identidades: vivan la diversidad como riqueza, la pluralidad como un recurso. Competid en estimaros unos a otros, dejando que los conflictos lleven a la confrontación, al crecimiento, y no a la división.

Invoco la intercesión de María, Madre de la Iglesia, y mientras os pido que recéis por mí, de buen grado imploro la bendición del Señor sobre vosotros y sobre cuantos os sostienen en vuestra obra.

1 Juan Pablo ii , Quirógrafo Durante la Última Cena, 16 de septiembre de 2004, 2.

2 Benedicto xvi , Exhortación Apostólica postsinodal Sacramentum caritatis, 2.