Publicamos, a continuación, los testimonios presentados al Papa durante el encuentro en la Concatedral de San Esteban.
József Brenner, sacerdote de la diócesis de Szombathely, hermano del Beato János Brenner
Santo Padre:
le doy la bienvenida en nombre del clero. Sea bienvenido.
Los que vivimos la Segunda Guerra Mundial siempre hemos sido fieles a la Iglesia. Tuvimos que huir y finalmente sufrimos la persecución del comunismo durante décadas. Soy sacerdote desde hace sesenta y seis años.
Rezamos por dos intenciones importantes: por las buenas familias cristianas y por las buenas vocaciones sacerdotales.
En mi familia, tres de nosotros nos hemos hecho sacerdotes. Yo soy el tercero en la orden. Mi hermano, el segundo hijo, fue brutalmente asesinado a los 26 años por el régimen ateo. Su Santidad lo colocó entre las filas de los beatos en 2018.
Fui bendecido con dos padres que habían vivido santamente: un padre dedicado a la oración y una madre que ayudaba a los pobres. Gracias a la Providencia. Mi buen padre iba a misa todas las mañanas. En su escritorio guardaba el misal en latín y en húngaro: “¡No debes traerlo aquí!” —le amonestaban—. “¿Por qué?” —respondía él— “¡Esto no ha hecho daño a nadie!”
Querían asustarle. Le llamó el director de la oficina: “¡Colega Brenner, no es usted de fiar!”. “¿Por qué?” —preguntó mi padre— “Porque está educando a sus dos hijos como sacerdotes”. Mi padre objetó, riendo: “Perdón: ¡tres, no dos!”. Los tres terminamos nuestros estudios en el seminario de Győr.
El lema sacerdotal de mi hermano, el beato mártir János Brenner, es el siguiente: “Todo confluye al bien para los que aman a Dios”.
Con fe inquebrantable y con fidelidad repetimos las palabras del apóstol san Pedro: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna”.
Que el Espíritu Santo consolador le guíe, Santo Padre.
Sándor Kondás, sacerdote de la Eparquía de Miskolc, jefe del estudio del Centro de Medios de Comunicación Greco-Católicos
Santo Padre:
“¡Cristo está en medio de nosotros!” — “¡Está y estará!” Hace treinta años que saludo a los radioyentes con estas antiguas palabras. Ahora quiero dar gracias por esta experiencia de fe y contar las cosas maravillosas que Dios ha hecho en mi vida (Salmo 9,2).
Doy gracias a Dios por haber nacido húngaro, greco-católico, y por haber plantado en mí la semilla de la vocación sacerdotal.
La iglesia construida en la colina que domina mi pueblo natal era para mí un destino atractivo y un punto de referencia. Así fue como empecé a sentir la llamada. Y fue allí, en esa iglesia, donde me ordené sacerdote, sobre la tumba del párroco que me había bautizado.
Considero un regalo de Dios a aquella chica con la que nos habíamos visto innumerables veces, hasta que reconocimos que estábamos destinados el uno para el otro por Dios. De lo contrario, no se habría producido el milagro de poder decir juntos y de forma irrevocable: “Ofrezcámonos a nosotros mismos, el uno al otro y toda nuestra vida a Cristo, nuestro Dios”. Por aquel entonces, habíamos planeado construir una catedral con nuestro matrimonio. Ahora que estamos a punto de terminar, vemos que, si no una catedral, al menos hemos construido una “capilla de emergencia” donde cualquiera puede entrar en cualquier momento.
Después de adoptar un niño en el séptimo año de nuestro matrimonio, tuvimos cuatro hijos más, y el quinto con síndrome de Down. El Señor también nos ayudó a aceptar sus capacidades y condiciones de salud tal como eran en Su escenario divino.
Estoy agradecido a Dios que, desde el principio de mi vocación sacerdotal, me ha liberado del derrotismo y me ha permitido aceptar situaciones imposibles, porque precisamente de ellas se puede sacar lo mejor. Me ha hecho comprender que el éxito del ministerio sacerdotal no se mide por lo que puedo hacer, sino por lo que puedo vaciarme de mí mismo, para abandonarme a Él.
Doy gracias a Dios por poder vivir mi relación con Él según el rito bizantino. Soy feliz cuando en nuestras iglesias puedo tener la evidencia de Su presencia real con todos mis sentidos. Allí donde Su mirada brilla a través de los iconos, los rostros de los santos resplandecientes de eternidad. Donde, con el humo del incienso, las majestuosas melodías, las frecuentes súplicas, mi alma se eleva hacia Dios. Donde sacerdotes y fieles miran todos en la misma dirección y anhelan el mismo gran encuentro.
Sor Krisztina Hernády, Religiosa de la Orden Dominicana (Hódmezővásárhely)
Santo Padre:
A finales de febrero, vinimos a Roma con las hermanas para un curso de formación y nos enteramos de que el Santo Padre visitaría pronto Hungría. Cuando volvimos a casa, nuestro párroco nos saludó bromeando: “Hermana Krisztina, no me habías dicho que ibas a Roma para invitar al Santo Padre”. Le agradezco mucho que haya venido a visitarnos.
Me llamo Krisztina Hernády, soy monja dominica. En el instituto me pidieron que hablara de por qué una decide hacerse monja en el siglo xxi . Quizá lo primero de todo: un recuerdo de la infancia. Cuando era niña, escuchando a mi abuela hablar de los santos de la dinastía húngara Harpadi, nació en mi corazón el deseo de convertirme yo misma en santa. No merece la pena vivir por menos. Pero cuando empecé a darme cuenta de que Dios me llamaba a un camino muy concreto, empecé a discutir con Jesús sobre por qué me llamaba a mí mientras que “tengo cinco hermanos y hermanas”; podría haber elegido a otro...
Me preguntaba por qué Dios quería que una chica de 20 años fuera por la vida vestida de “viuda negra”. Como se desprende de estos dos pequeños episodios, la llamada de Jesús al monacato no me entusiasmaba especialmente, al menos al principio. Fue en el contexto de esta incomprensión cuando me encontré con otra visión, la divina.
Con la ayuda de una monja franciscana y de uno de los padres escolapios durante un retiro jesuita, descubrí la alegría de estar en relación directa y personal con Dios. Casi al mismo tiempo, nació en mí la convicción de que todos en el mundo deberían conocer esta alegría, y el deseo de trabajar por ella. Poco a poco me fue quedando claro que el camino era el de Santo Domingo. Ahora vivo y enseño en Hódmezővásárhely, una ciudad del sudeste de Hungría, junto con otras seis hermanas. En esta región, la imagen de un Dios que nos ama personalmente y cuida de nosotros ha palidecido en la mente de la gente durante las pruebas de los últimos siglos. Como consecuencia, nos enfrentamos cada día a la pobreza física y sobre todo espiritual de la gente. En el corazón de la gente hay una apertura a la bondad y una búsqueda de respuestas verdaderamente puras.
Mis hermanas y yo trabajamos para ser instrumentos de Dios a través de los cuales podamos mostrar la alegría del Evangelio a los que viven aquí.
Dorina Pavelczak-Major, colaboradora principal de la Comisión de Catequesis de la Conferencia Episcopal Húngara
Santo Padre:
Quisiera ofrecerle el saludo de la gran comunidad de agentes pastorales laicos, ministros de la liturgia de la Palabra, ministros extraordinarios de la Comunión eucarística, lectores, acólitos, catequistas.
Con gran alegría ejercemos nuestro ministerio en nombre y por cuenta de nuestra Iglesia. En nuestro ministerio, nos centramos en profundizar en la fe de las personas que nos han sido confiadas, preparándolas para una digna santificación los domingos, celebrando la liturgia, practicando la caridad y promoviendo la autogestión comunitaria. Desempeñamos con gusto nuestra profesión en los ámbitos de la educación católica, la asistencia social y sanitaria y, al mismo tiempo, por supuesto, concedemos gran importancia a la catequesis en las instituciones educativas públicas también porque son muchos los que esperan el Evangelio de Jesucristo. Por eso es importante comprender/tocar el corazón de los que buscan la verdad última e introducirlos en la comunión de nuestra Madre Iglesia.
Cada día nos enfrentamos al hecho de que no hay otro camino para permanecer en la humanidad que seguir a Jesucristo, el Hijo de Dios, el Salvador. Para nosotros, el auténtico ministerio evangelizador se expresa también por nuestra presencia en la vida de las familias cristianas, en diálogo con ellas. Cada vez es más necesaria una presencia kerigmática que llegue al prójimo a través de la narración, de la comunicación, y por eso, a través de nuestro ministerio, debemos hacerlo lo más efectivo posible en la vida cotidiana. Para ello, las disposiciones que el Santo Padre nos ha ofrecido son de gran ayuda en relación con la evangelización, la catequesis y las cuestiones sociales. Junto con la renovación del antiquum ministerium de la pastoral catequística, estamos también muy agradecidos por estas instrucciones.
Traemos y expresamos nuestra alegría por la persona de nuestro Señor Jesucristo, por su obra redentora, por la presencia de nuestro Santo Padre, por nuestra Iglesia. Damos gracias porque, como los Apóstoles, también nosotros podemos vivir y decir con confianza que Jesucristo es nuestro futuro, que Él es el camino, la verdad y la vida.
Que Dios bendiga la vida, el ministerio y la vocación de nuestro Santo Padre, deseamos que sienta la fuerza de nuestras oraciones ofrecidas por él cada día.