Profecía y oración

 Profecía y oración  SPA-018
05 mayo 2023

En su segundo discurso de su viaje apostólico a Hungría, el Papa Francisco instó a una acogida profética. O mejor dicho, “abierta a la profecía” porque, explicó, hablando de manera improvisada, “no me gusta usar el adjetivo “profético”, se usa demasiado. El sustantivo: profecía. Estamos viviendo una crisis de sustantivos y acudimos con demasiada frecuencia a los adjetivos. No: profecía. Espíritu, actitud de acogida, de apertura y con la profecía en el corazón”.

El Pontífice se dirigió en primer lugar a los obispos, sacerdotes, diáconos, consagrados, seminaristas y agentes de pastoral, pero su discurso es tan importante como valioso para todo el pueblo fiel de Dios. Y precisó también lo que entiende por una acogida abierta a la profecía: “Supone aprender a reconocer los signos de la presencia de Dios en la realidad, incluso allí donde no aparece explícitamente marcada por el espíritu cristiano y nos sale al encuentro con ese carácter que nos provoca y nos interpela. Y, al mismo tiempo, se trata de interpretarlo todo a la luz del Evangelio, sin mundanizarse —estén atentos—, sino como anunciadores y testigos de la profecía cristiana”.

El Papa nos invita, una vez más, a leer y releer la realidad que nos rodea y con ella nuestra vida. En esta tarea, esencial para captar los signos de la presencia de Dios (“buscar y hallar a Dios en todas las cosas”, según la enseñanza de san Ignacio de Loyola), hay dos riesgos que evitar: la lectura catastrofista y la ingenua, la primera enferma de derrotismo, la segunda contagiada por un conformismo que “nos hace creer que al fin de cuentas todo está bien, que el mundo ha cambiado y debemos adaptarnos —sin discernimiento, esto es feo—. Así, contra el derrotismo catastrofista y el conformismo mundano, el Evangelio nos da ojos nuevos, nos da la gracia del discernimiento para entrar en nuestro tiempo con actitud de acogida, pero también con espíritu de profecía”. Gracias a esta actitud “podemos mirar las tormentas que a veces azotan nuestro mundo, los cambios rápidos y continuos de la sociedad y la misma crisis de fe en Occidente con una mirada que no cede a la resignación y que no pierde de vista la centralidad de la Pascua: Cristo resucitado, centro de la historia, es el futuro. Nuestra vida, aunque marcada por la fragilidad, está puesta firmemente en sus manos”. Esta certeza es la base sobre la que construir la comunión eclesial, que es la “primera pastoral”, prosiguió el Papa, invitando a obispos, sacerdotes y religiosos a vivir en una dimensión sinodal, una meta alta pero posible si se deja espacio a la “caridad fraterna”. Luego exclamó: “Superemos las divisiones humanas para trabajar juntos en la viña del Señor. Sumerjámonos en el espíritu del Evangelio, arraiguémonos en la oración, especialmente en la adoración y en la escucha de la Palabra de Dios”.

Una vez más, el Papa Francisco expresó su sueño de Iglesia: “Esta es la Iglesia que debemos soñar, una Iglesia capaz de escucha recíproca, de diálogo, de atención a los más débiles; una Iglesia acogedora para con todos, una Iglesia valiente para llevar a cada uno la profecía del Evangelio”.

Es una descripción de lo que es y debe ser ese proceso sinodal que el Papa Francisco ha iniciado y está acompañando con mano firme y paciente a la vez. El Sínodo es, pues, ante todo, profecía. Pero también es oración. Quizás esto pueda sonar extraño, pero ciertamente no para los católicos, para quienes toda la vida es de hecho oración, esa fuerza capaz de transformar el mundo según la expresión de Kierkegaard para quien un monje orante en su celda es la palanca que levanta el mundo.

Hace apenas tres días, hablando a los periodistas en la reunión sobre los cambios en la composición de la asamblea del Sínodo, el cardenal Mario Grech pidió “no quedarse detrás de los votos” porque “el Sínodo es un discernimiento, una oración”.

Recordando al cardenal Mindszenty, el Papa recordó un dicho popular: “Si hay un millón de húngaros rezando, no temeré al futuro”. Y concluyó subrayando lo esencial: “Sean acogedores, sean acogedores, sean testigos de la profecía del Evangelio, pero sobre todo sean mujeres y hombres de oración, porque la historia y el futuro dependen de ello”.

Andrea Monda