El abrazo con el mundo del sufrimiento

 El abrazo con el mundo del sufrimiento  SPA-018
05 mayo 2023

Con los niños enfermos y con los pobres: el segundo día del Papa Francisco en Hungría se abrió en el signo de la cercanía al mundo del sufrimiento .

En una mañana gris, mojada en algunos momentos por una ligera lluvia que entristecía el ambiente de estos encuentros con personas marcadas por el dolor, en particular el dolor inocente de los más pequeños, el Pontífice llevó su mensaje de esperanza con “el lenguaje de la caridad”. Fue en la visita a un instituto de menores ciegos y discapacitados y a la iglesia de Santa Isabel, donde le esperaba una nutrida representación de los numerosos necesitados asistidos por la Iglesia húngara.

Celebrada en privado la misa en la nunciatura apostólica, su residencia durante su estancia en Budapest, el Pontífice llegó en coche al Instituto que lleva el nombre del beato László Batthyány-Strattmann, el noble que se convirtió en médico, cirujano y oculista, siempre al servicio de los pobres, elevado a los honores de los altares por San Juan Pablo ii hace veinte años, en marzo de 2003.

Situado en una verde colina, en la quietud de los árboles en la periferia de la capital, la estructura acoge en su escuela infantil y primaria para ciegos, también a alumnos con discapacidad motriz y necesidades educativas especiales, gracias a la incansable actividad de profesores, voluntarios y profesionales de la salud mental, que tienen a su disposición modernos instrumentos didácticos y de fisioterapia, una piscina y un gimnasio con bicicletas estáticas aptas para niños y un bastidor en el que se alinean las prótesis para poder caminar.

En el centro hay también una capilla para la oración y un laboratorio, donde los huéspedes realizaron productos artesanales en tejidos. Fue fundado y dirigido durante casi cuarenta años por sor Anna Fehér — llamada “madre Teresa de Hungría” — hasta su muerte, que ocurrió en enero de 2021. Pedagoga y también ella con discapacidad visual, fue la última religiosa húngara de la orden de las Hermanas de Santa Isabel. Con el apoyo del cardenal László Lékai, en 1982, inició su obra en la capital en un apartamento de apenas 100 metros cuadrados. La llegada de tantos niños necesitados de atención impuso en 1989 el traslado a la actual sede, que, gestionada desde 2016 por la organización de origen alemán “Kolping”, conocida en Hungría como “Koszisz”, depende la Conferencia episcopal húngara.

Acompañado por el director György Inotay, el Papa vio algunas aulas con las paredes repletas de dibujos de los alumnos y los pasamanos para facilitar sus pasos inciertos; finalmente llegó al refectorio, donde le esperaban representantes y familiares de los 72 entre niños y muchachos que frecuentan la estructura, algunos de los cuales residen allí de forma estable en un ambiente que ofrece asistencia, educación, pero sobre todo amor. Algunos de ellos están en sillas de ruedas, otros se mueven a tientas con el caminar de quien no puede ver lo que sucede a su alrededor. A veces a la enfermedad se añaden también dificultades psicológicas. Pero gracias al “lenguaje de la caridad” aquí se logran superar muchos pequeños y grandes problemas cotidianos.

Tras las palabras de bienvenida del director, que pronunció la oración franciscana Oh Señor haz de mí un instrumento de tu paz, presentaron al Obispo de Roma una conmovedora actuación musical, acompañada de las notas de un piano y de instrumentos de percusión, con cantos sagrados y melodías populares, y la ejecución de una melodía con la flauta por parte de una niña. Francisco agradeció con afecto, improvisando palabras de aliento y dejando como regalo una escultura de papel maché de la Virgen desatanudos, la imagen mariana de la que se volvió devoto durante su periodo de estudios teológicos pasado en Alemania.

La oración del Pater Noster estuvo precedida de la bendición impartida a los presentes del Pontífice, que al despedirse también saludó a algunos trabajadores. Así, al dejar el instituto, el Papa se detuvo a saludar individualmente un centenar de niños y jóvenes de la cercana parroquia que lleva el nombre de san Laszlo — el rey Ladislao — que le esperaban en la calle. Llevaban camisetas amarillas y blancas, los colores del Vaticano, rezaron y cantaron atrayendo la atención de los habitantes de la zona, algunos de los cuales se unieron a ellos para saludar al Pontífice.

Al regresar al coche, después recorrió una decena de kilómetros para ir a la plaza de las Rosas, en el barrio judío de Budapest, donde está la iglesia de santa Isabel de Hungría. La joven princesa de la casa de Arpád llevaba el pan a los pobres, por eso el Pontífice visitó el bellísimo templo dedicado a ella, donde estaban reunidos cientos de personas entre indigentes, marginados, representantes de las instituciones y de los servicios de ayuda eclesiales y religiosos activos en el país. Entre los presente, romaníes húngaros y refugiados pakistaníes, afganos, iraquíes, iraníes, nigerianos y sudaneses, y sobre todo refugiados de Ucrania. Desde el inicio del conflicto, Hungría ha acogido a un millón de personas de la martirizada nación fronteriza, y de estos al menos 30 mil han decidido quedarse en el país, al haber tenido la posibilidad de frecuentar las escuelas y encontrar un empleo. Sobre todo a lo largo de la frontera, la Iglesia, a través de institutos de consagrados y movimientos laicales, ha activado diferentes servicios de acogida y ayuda: Katolikus Karitász, Catholic Relief Service, Orden de Malta, Comunidad de San Egidio y Misioneras de la caridad, entre los más activos en este campo.

Recibido a la entrada por el obispo presidente de la Cáritas húngara y por el párroco de Santa Isabel, que le entregó la cruz y el agua bendita para asperjar a los fieles, mientras el coro entonaba un canto, el Papa recorrió la nave central hasta el altar.

Desde allí escuchó los testimonios de una madre de tres hijas, que encontró ayuda en las dificultades de la Iglesia greco-católica, y de una familia de refugiados ucranianos, padre, madre y cinco hijos, que, con acompañamiento musical de un acordeón y un saxofón, también interpretaron un canto de agradecimiento a las organizaciones benéficas que se hicieron cargo de ellos. Después fue el turno de un diácono permanente y de su mujer, fundadores de un servicio de solidaridad con los sintecho que pueblan las calles de Budapest. Finalmente, el Papa pronunció el discurso, al que le siguió – al ritmo de palmas y sonido de guitarras – las alegres canciones tradicionales de los romaníes, que constituyen el 3 por ciento de la población de Hungría.

Por la plaza de las Rosas, donde otras mil personas habían seguido el encuentro gracias a las pantallas gigantes, el Papa llegó a la vecina parroquia greco-católica para la última cita de la mañana.

Gianluca Biccini