Hay necesidad de “buena política” para acercar la vida de la gente. Es lo que subrayó el Papa Francisco en el discurso a los jóvenes participantes en el Proyecto Policoro promovido por la Conferencia episcopal italiana. El Pontífice les recibió en audiencia la mañana del sábado 18 de marzo, en la Sala Clementina.
Querido monseñor Baturi, queridos jóvenes, ¡bienvenidos!
Gracias por los saludos que me habéis dirigido. Este encuentro me da la ocasión de animar el recorrido de formación sociopolítica que da continuidad al “Proyecto Policoro” de la Iglesia italiana. Me gusta subrayar que la exigencia de este recorrido nació desde abajo, de vuestra necesidad de formaros para un servicio en la sociedad y en la política; y también para poder, a su vez, colaborar en la formación de otros jóvenes. Este año tenéis como tema la paz. Es un tema que no puede faltar en la formación sociopolítica, y lamentablemente también es urgente a causa de la situación actual. La guerra es el fracaso de la política. Esto hay que subrayarlo: la guerra es el fracaso de la política. Se alimenta del veneno que considera al otro como enemigo. La guerra nos hace tocar con la mano lo absurdo de la carrera armamentística y de su uso para la resolución de conflictos. Me decía un técnico que si durante un año no hicieran armas se podría eliminar el hambre en el mundo. Por tanto, es necesaria una “mejor política” (cfr Enc. Fratelli tutti, cap. 5), que presupone precisamente lo que estáis haciendo vosotros, es decir educar a la paz. Esta es la responsabilidad de todos. Hacer la guerra, pero otra guerra, una guerra interior, una guerra sobre uno mismo para trabajar por la paz.
Hoy la política no goza de buena fama, sobre todo entre los jóvenes, porque ven los escándalos, tantas cosas que todos conocemos. Las causas son múltiples, pero ¿cómo no pensar en la corrupción, en la ineficiencia, en la distancia de la vida de la gente? Precisamente por esto hay todavía más necesidad de buena política. Y la diferencia la marcan las personas. Lo vemos en las administraciones locales: una cosa es un alcalde o un asesor disponible, y otra es quien es inaccesible; una cosa es la política que escucha la realidad, que escucha a los pobres, y otra es la que está cerrada en los edificios, la política “destilada”.
Me viene a la mente el episodio bíblico del rey Acab y de la viña de Nabot. El rey quiere apropiarse de la viña de Nabot, para agrandar su jardín; pero Nabot no quiere y no puede venderla, porque esa viña es la herencia de sus padres. El rey está enfadado y “se enfurruña”, como un niño consentido. Entonces su mujer, la reina Jezabel -¡que es un diablillo! – resuelve el problema haciendo eliminar a Nabot con una falsa acusación. Así Nabot es asesinado y el rey toma su viña. Acab representa la peor política, la de ir adelante y hacer hueco echando a los otros, la que persigue no el bien común sino intereses particulares y usa cualquier medio para satisfacerlos. Acab no es padre, es patrón, y su gobierno es el dominio. San Ambrosio escribió un librito sobre esta historia bíblica, titulado La viña de Nabot. En un determinado momento, dirigiéndose a los poderosos, Ambrosio escribe: «¿Por qué expulsáis a quienes comparten los bienes de la naturaleza y reclamáis para vosotros la posesión de los bienes naturales? La tierra fue creada en comunión para todos, para ricos y para pobres. […] La naturaleza no sabe qué son los ricos, ella que genera todos igualmente pobres. Cuando nacemos no tenemos ropa, no venimos al mundo cargados de oro y plata. Esta tierra nos pone en el mundo desnudos, necesitados de comida, de ropa y de bebida. La naturaleza […] nos crea a todos iguales y a todos igualmente nos encierra en el vientre de un sepulcro» (1, 2). Esta pequeña pero preciosa obra de san Ambrosio será útil para vuestra formación. La política que ejerce el poder como dominio y no como servicio no es capaz de cuidar, pisa a los pobres, explota la tierra y afronta los conflictos con la guerra, no sabe dialogar. Como ejemplo bíblico positivo podemos tomar la figura de José hijo de Jacob. Recordad que él es vendido como esclavo por sus hermanos, que tenían envidia de él, y es llevado a Egipto. Allí, tras algunas vicisitudes, es liberado, entra al servicio del faraón y se vuelve una especia de virrey. José no se comporta como un patrón, sino como padre: cuida del país; cuando llega la carestía organiza las reservas de grano para el bien común, tanto que el faraón dice al pueblo: «Haced lo que él [José] os diga» (Gen 41,55) – la misma frase que María dirá a los siervos en la boda de Caná refiriéndose a Jesús-. José, que ha sufrido la injusticia personalmente, no busca el proprio interés sino el del pueblo, paga en persona por el bien común, se hace artesano de paz, teje relaciones capaces de innovar la sociedad. Escribía don Lorenzo Milani: «El problema de los otros es igual al mío. Salir de él todos juntos es la política. Salir de él solos es avaricia». [1] Es así, es sencillo.
Estos dos ejemplos bíblicos, uno negativo, el otro positivo, nos ayudan a entender qué espiritualidad puede alimentar la política. Tomo solo dos aspectos: la ternura y la fecundidad. La ternura es «el amor que se hace cercano y concreto […]. Es el camino que han recorrido los hombres y las mujeres más valientes y fuertes. En medio de la actividad política, los más pequeños, los más débiles, los más pobres deben enternecernos: tienen “derecho” de llenarnos el alma y el corazón» (Enc. Fratelli tutti, 194). La fecundidad está hecha de compartir, de mirada a largo plazo, de diálogos, de confianza, de comprensión, de escucha, de tiempo gastado, de respuestas preparadas y no pospuestas. Significa mirar hacia el futuro e invertir sobre las generaciones futuras; iniciar procesos en vez de ocupar espacios. Esta es la regla de oro: ¿tu actividad es para ocupar un espacio para ti? No va bien. ¿Para tu grupo? No va bien. Ocupar espacios no va bien, iniciar procesos va bien. El tiempo es superior al espacio.
Queridos amigos, quisiera concluir proponiéndoos las preguntas que todo buen político debería hacerse: «¿Cuánto amor puse en mi trabajo, en qué hice avanzar al pueblo, qué marca dejé en la vida de la sociedad, qué lazos reales construí, qué fuerzas positivas desaté, cuánta paz social sembré, qué provoqué en el lugar que se me encomendó?» (ibid., 197). Que vuestra preocupación no sea el consenso electoral ni el éxito personal, sino involucrar a las personas, generar emprendimiento, hacer florecer sueños, hacer sentir la belleza de pertenecer a una comunidad. La participación es el bálsamo sobre las heridas de la democracia. Os invito a dar vuestra contribución, a participar y a invitar a vuestros coetáneos a hacerlo, siempre con el fin y es estilo del servicio. El político es un servidor; cuando el político no es un servidor es un mal político, no es un político.
Gracias por vuestro compromiso. Id adelante y que la Virgen os acompañe. De corazón os bendigo, y os pido por favor que recéis por mí. ¡Gracias!
[1] Carta a una profesora, Florencia 1994, 14.