Prácticas como la deforestación y el extractivismo destruyen la armonía de la vida de los pueblos indígenas. Lo denunció el Papa Francisco dirigiéndose a los participantes de la sexta reunión mundial del Foro promovido por el Fondo internacional para el desarrollo agrícola, dedicado a las poblaciones indígenas. Durante la audiencia de la mañana del viernes 10 de febrero, en la Sala del Consistorio, el Pontífice pronunció el siguiente discurso.
Queridos hermanos y hermanas:
Agradezco esta visita, en medio de los trabajos del Foro de los Pueblos Indígenas, que están realizando estos días en la sede del Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola ( fida ). El tema de este año —“Liderazgo de los pueblos indígenas en las cuestiones del clima: soluciones basadas en las comunidades para mejorar la resiliencia y la biodiversidad”— es una oportunidad para reconocer el papel fundamental que desempeñan los pueblos indígenas en la protección del medio ambiente y resaltar su sabiduría para encontrar soluciones globales a los inmensos desafíos que el cambio climático plantea a diario a la humanidad.
Desgraciadamente, asistimos a una crisis social y medioambiental sin precedentes. Si realmente queremos cuidar nuestra casa común y mejorar el planeta en el que vivimos, son imprescindibles cambios profundos en los estilos de vida, son imprescindibles modelos de producción y de consumo. Deberíamos escuchar más a los pueblos indígenas y aprender de su forma de vida para comprender adecuadamente que no podemos continuar devorando codiciosamente los recursos naturales, porque “la tierra se nos ha confiado para que pueda ser para nosotros madre, la madre tierra, capaz de dar lo necesario a cada uno para vivir” (cf. Videomensaje a la Conferencia de 500 representantes nacionales e internacionales: “Las Ideas de la Expo 2015 – Hacia la Carta de Milán”, 7 febrero 2015). Por tanto, la contribución de los pueblos indígenas es fundamental en la lucha contra el cambio climático. Y esto está comprobado científicamente.
Hoy más que nunca son muchos los que reclaman un proceso de reconversión de las estructuras de poder consolidadas que rigen en la sociedad, en la cultura occidental y, al mismo tiempo, transforman las relaciones históricas marcadas por el colonialismo, la exclusión y la discriminación, dando lugar a un diálogo renovado sobre la forma en la que estamos construyendo nuestro futuro en el planeta. Necesitamos con urgencia acciones mancomunadas, fruto de una leal y constante colaboración, porque el desafío ambiental que estamos viviendo y sus raíces humanas tienen un impacto en cada uno de nosotros. Un impacto no sólo físico, sino psicológico y cultural.
Por ello pido a los Gobiernos que reconozcan a los pueblos indígenas de todo el mundo, con sus culturas, lenguas, tradiciones, espiritualidades, y que se respete su dignidad y derechos, con la conciencia de que la riqueza de nuestra gran familia humana consiste precisamente en su diversidad. Sobre esto voy a volver después. Ignorar a las comunidades originarias en la salvaguarda de la tierra es un grave error, es el funcionalismo extractivista, ¿no?, por no decir una gran injusticia. En cambio, valorar su patrimonio cultural y sus técnicas ancestrales ayudará a emprender caminos para una mejor gestión ambiental. En este sentido, es encomiable la labor del fida por asistir a las comunidades indígenas en un proceso de desarrollo autónomo, gracias sobre todo al Fondo de Apoyo a los Pueblos Indígenas, si bien estos esfuerzos se deben multiplicar todavía y acompañar con más decidida y clarividente toma de decisiones, en una transición justa.
Me quiero detener en dos palabras que son claves en esto: El buen vivir —o el vivir bien— y la armonía.
El vivir bien, no es el “dolce far niente”, la “dolce vita” de la burguesía destilada. No, no. Es el vivir en armonía con la naturaleza, el saber buscar, no tanto el equilibrio, sino más bien la armonía, que es superior al equilibrio. El equilibrio puede ser funcional; la armonía nunca es funcional, es soberana en sí misma.
Saber moverse en la armonía, eso es lo que da la sabiduría que nosotros llamamos el bien vivir: La armonía entre una persona y su comunidad; la armonía entre una persona y el ambiente; la armonía entre una persona y toda la creación.
Las heridas contra esta armonía son las que evidentemente estamos viendo que destruyen los pueblos. El extractivismo, en el caso de la Amazonía, por ejemplo; la desforestación o, en otros lugares, el extractivismo de la minería.
Entonces, siempre buscar la armonía. Cuando los pueblos no respetan el bien del suelo, el bien del ambiente, el bien del tiempo, el bien de la vegetación o el bien de la fauna, ese bien general, cuando no respetan esto, caen en posturas no humanas, porque pierden ese contacto con —voy a decir la palabra— la madre tierra. No en un sentido supersticioso, sino en un sentido de aquella que nos da la cultura y nos da esa armonía.
Las culturas aborígenes no son para convertirlas a una cultura moderna; son para respetarlas. [Hay que considerar] dos cosas: andar por su camino de desarrollo y, segundo, escuchar los mensajes de sabiduría que nos dan a nosotros. Porque es una sabiduría no enciclopédica. Es la sabiduría del ver, del escuchar y del tocar de la vida cotidiana.
Sigan luchando por proclamar esta armonía. Que esta política funcionalista, esta política del extractivismo la está destruyendo. Y que todos podamos aprender del bien vivir en este sentido armónico de los pueblos indígenas.
Los acompaño con mi cercanía, los acompaño con mi oración. Que Dios los bendiga, que bendiga a sus familias, que bendiga a sus comunidades, y los ilumine en los trabajos que están realizando, en favor de toda la creación. Y les pido que no se olviden de rezar por mí. Y si alguno no reza, mándeme buena onda, que acá la necesitamos. Muchas gracias.