En el iv centenario de la muerte de san Francisco de Sales

Totum amoris est

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05 enero 2023

“‘Todo pertenece al amor’. En estas palabras podemos recoger la herencia espiritual legada por san Francisco de Sales, que murió hace cuatro siglos, el 28 de diciembre de 1622, en Lyon. Tenía poco más de cincuenta años y, durante los últimos veinte años, había sido obispo y príncipe “exiliado” de Ginebra. Había llegado a Lyon después de su última misión diplomática. El duque de Saboya le había pedido que acompañara al cardenal Mauricio de Saboya a Aviñón. Juntos habrían rendido homenaje al joven rey Luis xiii , que regresaba a París, subiendo el valle del Ródano, luego de una victoriosa campaña militar en el sur de Francia. Cansado y con la salud deteriorada, Francisco se había puesto en camino por puro espíritu de servicio. ‘Si no fuera tan útil a su servicio que yo haga este viaje, tendría, ciertamente, muy buenas y sólidas razones para eximirme de él; pero, si se trata de su servicio, vivo o muerto, no me echaré atrás, sino que iré o me haré arrastrar’. Este era su carácter. Finalmente, cuando llegó a Lyon se alojó en el monasterio de las Visitandinas, en la casa del jardinero, para no causar demasiadas molestias y, al mismo tiempo, ser más libre para encontrarse con quien lo necesitara”. Así comienza la Carta Apostólica Totum amoris est, “Todo pertenece al amor”, publicada a cuatrocientos años exactos de la muerte del santo obispo francés, san Francisco de Sales. En el texto, el Papa Francisco afirma que este doctor de la Iglesia, en una época de grandes cambios, supo ayudar a los hombres a buscar a Dios en la caridad, la alegría y la libertad.

“En la memoria del cuarto centenario de la muerte de san Francisco de Sales, —escribe Francisco— me he preguntado sobre su legado para nuestra época, y he encontrado iluminadoras su flexibilidad y su capacidad de visión. Un poco por don de Dios, un poco por índole personal, y también por la profundización constante de sus vivencias, había tenido la nítida percepción del cambio de los tiempos. Ni él mismo hubiera llegado a imaginar que en esto reconocería una gran oportunidad para el anuncio del Evangelio. La Palabra que había amado desde su juventud era capaz de hacerse camino abriendo horizontes nuevos e impredecibles en un mundo en rápida transición”.

Francisco destaca del santo francés su capacidad para “interrogarse en todo momento, en toda decisión, en toda circunstancia de la vida dónde reside el mayor amor”. Y apunta: “No es casualidad que san Francisco de Sales haya sido llamado por san Juan Pablo ii ‘doctor del amor divino’, no fue sólo porque escribió un magnífico Tratado sobre este tema, sino sobre todo porque fue testigo de ese amor. Por otra parte, sus escritos no se pueden considerar como una teoría redactada en un escritorio, lejos de las preocupaciones del hombre común. Su enseñanza, en efecto, nació de una escucha atenta de la experiencia. Él no hizo más que transformar en doctrina lo que vivía y leía en su singular e innovadora acción pastoral, gracias a una agudeza iluminada por el Espíritu. Una síntesis de este modo de proceder se encuentra en el Prólogo del mismo Tratado del amor de Dios: ‘Todo en la Iglesia es para el amor, en el amor, por el amor y del amor’”.

Francisco de Sales nació el 21 de agosto de 1567 en el castillo de Sales, en el ducado de Saboya. Perteneció a una familia noble y se educó con los jesuitas de Clermont. Doctorado en Derecho, fue ordenado sacerdote en 1594. Como párroco de Chablais y como obispo de Ginebra fue un gran predicador y un reconocido teólogo. Con sus obras, Introducción a la vida devota y Tratado del amor de Dios, enseñó a los cristianos la devoción y el amor a Dios. Murió el 28 de diciembre de 1622. Canonizado en 1665 por el papa Alejandro vii , fue nombrado doctor de la Iglesia en 1877 por Pío ix . Es el patrón de periodistas y escritores.

Las preguntas de un cambio de época

Francisco se interroga sobre “el legado para nuestra época” de San Francisco de Sales, y explica que su flexibilidad y su capacidad de visión le parecen “iluminadoras”. El Pontífice apunta al respecto: “Un poco por don de Dios, un poco por índole personal, y también por la profundización constante de sus vivencias, había tenido la nítida percepción del cambio de los tiempos. Ni él mismo hubiera llegado a imaginar que en esto reconocería una gran oportunidad para el anuncio del Evangelio. La Palabra que había amado desde su juventud era capaz de hacerse camino abriendo horizontes nuevos e impredecibles en un mundo en rápida transición. Es lo que también nos espera como tarea esencial para este cambio de época: una Iglesia no autorreferencial, libre de toda mundanidad pero capaz de habitar el mundo, de compartir la vida de la gente, de caminar juntos, de escuchar y de acoger. Es lo que realizó Francisco de Sales leyendo su época con ayuda de la gracia. Por eso, él nos invita a salir de la preocupación excesiva por nosotros mismos, por las estructuras, por la imagen social, y a preguntarnos más bien cuáles son las necesidades concretas y las esperanzas espirituales de nuestro pueblo. Por tanto, releer algunas de sus decisiones cruciales es importante también hoy, para vivir el cambio con sabiduría evangélica”.

El descubrimiento de un mundo nuevo

En su dirección espiritual, san Francisco de Sales -explica el Papa Francisco- habla de una manera nueva, utilizando “un método que renunciaba a la severidad y confiaba plenamente en la dignidad y capacidad de un alma devota, no obstante sus debilidades”. En esta visión, comenta el Papa, está “el optimismo salesiano, que ha dejado su huella permanente en la historia de la espiritualidad y que ha florecido sucesivamente, como en el caso de don Bosco dos siglos después”. Hacia el final de su vida, así veía su tiempo: “El mundo se está volviendo tan delicado, que dentro de poco nadie se atreverá más a tocarlo, sino con guantes de seda, ni a medicar sus llagas, sino con cataplasmas de cebolla; pero, ¿qué importa, si los hombres son curados y, en definitiva, salvados? Nuestra reina, la caridad, hace todo por sus hijos. No era algo que se daba por sentado, ni mucho menos una rendición final frente a una derrota. Se trataba, más bien, de la intuición de un cambio que estaba en curso y de la exigencia, totalmente evangélica, de comprender cómo poder habitarlo”.

Hombre de diálogo

San Francisco de Sales, incluso en el diálogo con los protestantes, recuerda el Papa citando a Benedicto xvi , experimentó “cada vez más la eficacia de la relación personal y de la caridad”. En contacto con personas de confesión calvinista, el santo fue un hábil controversista, pero también un hombre de diálogo, “inventor de originales y audaces praxis pastorales, como las famosas ‘hojas volantes’, que se colgaban en todas partes e incluso se deslizaban debajo de las puertas de las casas”. Por eso fue elegido patrono de los periodistas. El Pontífice subraya que la influencia del ministerio episcopal de san Francisco de Sales en la Europa de esa época y de los siglos posteriores resulta inmensa. “Fue apóstol, predicador, escritor, hombre de acción y de oración; comprometido en hacer realidad los ideales del concilio de Trento; implicado en la controversia y en el diálogo con los protestantes, experimentando cada vez más la eficacia de la relación personal y de la caridad, más allá del necesario enfrentamiento teológico; encargado de misiones diplomáticas a nivel europeo, y de tareas sociales de mediación y reconciliación. Sobre todo, fue intérprete del cambio de época y guía de las almas en un tiempo que tenía sed de Dios de un modo nuevo”, apunta el Papa.

Las preguntas de un cambio de época

La segunda parte de la Carta Apostólica examina el legado de San Francisco de Sales para nuestro tiempo, releyendo “algunas de sus decisiones cruciales, para vivir el cambio con sabiduría evangélica”. La primera fue “releer y volver a proponer a cada uno, en su condición específica, la feliz relación entre Dios y el ser humano” , como hace el santo en su Tratado del amor de Dios. “La Providencia divina acostumbra atraer nuestros corazones a su amor”, escribe, sin ninguna imposición, sin “cadenas de hierro”, sino “mediante invitaciones, dulces encantos y santas inspiraciones”. “La forma persuasiva”, comenta el Papa, “de una invitación que deja intacta la libertad del hombre”.

Verdadera y falsa devoción

La segunda gran decisión crucial del santo de Sales, para el Pontífice, “fue la de haberse centrado en la cuestión de la devoción”. “También en este caso, el nuevo cambio de época había formulado no pocos interrogantes, tal como ocurre en nuestros días. Dos aspectos en particular requieren que sean comprendidos y revitalizados también hoy. El primero se refiere a la idea misma de devoción, el segundo, a su carácter universal y popular”, apunta el Pontífice.

Al comienzo de la “Filotea”, como san Francisco rebautiza su primera gran obra, la Introducción a la vida devota, subraya que de devoción verdadera “sólo hay una”, y que “si no la conoces, podrías sufrir engaño determinándote a seguir alguna devoción inconveniente y supersticiosa”. Esta es la descripción que hace de la falsa devoción: va desde “el que se siente inclinado a ayunar se considerará muy devoto si no come, aunque su corazón esté lleno de rencor; y mientras por sobriedad no se atreve a mojar su lengua, no digo en vino, pero ni siquiera en agua, no temerá teñirla en la sangre del prójimo mediante maledicencias y calumnias” hasta los que rezan “diariamente un sinnúmero de oraciones, aunque después su lengua se desate de continuo en palabras insolentes, arrogantes e injuriosas contra sus familiares y vecinos”. Y quien da limosna a los pobres, “pero no es capaz de sacar dulzura de su corazón perdonando a sus enemigos”.

El éxtasis de la vida

En el último capítulo de la carta apostólica, titulado “El éxtasis de la vida”, el Pontífice resume el pensamiento sobre la vida cristiana de San Francisco de Sales, que no es “un retirada intimista” en el propio corazón ni mucho menos una “obediencia triste y gris” a los mandamientos, porque “quien presume de elevarse hacia Dios, pero no vive la caridad para con el prójimo, se engaña a sí mismo y a los demás”. En cambio, la vida cristiana es una existencia que “ante toda aridez y frente a la tentación de replegarse sobre sí, ha encontrado nuevamente la fuente de la alegría”, porque quien vive el verdadero amor encuentra la libertad de amar y “el origen de este amor que atrae el corazón es la vida de Jesucristo”, que dio su vida por nosotros.