La reflexión del cardenal Schönborn

El padre del Catecismo de la Iglesia Católica

 El padre del Catecismo de la Iglesia Católica  SPA-001
05 enero 2023

Entre los grandes legados del Papa Benedicto XVI se encuentra sin duda el Catecismo de la Iglesia Católica. En este sentido, agradezco poder relatar incluso recuerdos muy personales suyos. Es bien sabido que el Vaticano II, a diferencia del Concilio de Trento, no decidió publicar un catecismo propio. En cierto modo, los propios documentos conciliares fueron considerados el gran catecismo de la Iglesia. Veinte años después del Consejo, muchos lo veían de otro modo. El sínodo de obispos de 1985 presentó entre sus proposiciones una que instaba al Papa a ordenar la elaboración de un catecismo del Vaticano II. Se habló de un compendio. Se evitó la palabra catecismo. No estaba bien formulada. Fue la desorientación ampliamente percibida del período postconciliar lo que determinó las exigencias de los padres sinodales. Un papel importante en este sentido había desempeñado una conferencia celebrada por el cardenal Ratzinger en 1983 en Lyon y París sobre “La crisis de la catequesis”. Aquella conferencia tuvo un eco mundial.

El cardenal Ratzinger no sólo había abordado la crisis del anuncio de la fe, sino que también había presentado un programa sobre cómo renovar la catequesis de la Iglesia. A este respecto, se había referido al Catechismus Romanus de 1566 y a su preocupación por explicar la fe de la Iglesia sin polemizar en su belleza. De hecho, es asombroso que en una época plagada de controversias teológicas, la Iglesia propusiera una explicación de su fe que renunciaba totalmente a la polémica y se apoyaba enteramente en el poder irradiador de la representación positiva de la fe.

La conferencia de Ratzinger en Lyon y París fue sin duda un fuerte impulso que animó a los padres sinodales a pedir a Juan Pablo II que contemplara algo similar para nuestro tiempo.

En 1986, el Papa Juan Pablo II empezó a dar forma concreta a la petición del sínodo. No es de extrañar que confiara al cardenal Ratzinger la tarea de dirigir el proyecto. No es necesario que vuelva sobre los pasos de aquel viaje que duró seis años. Se creó una comisión de doce cardenales y obispos, dirigida por el cardenal Ratzinger. Se creó un comité editorial de siete obispos diocesanos, del que yo, profesor en Friburgo en aquella época, era secretario.

Me parece especialmente importante subrayar la contribución del cardenal Ratzinger a esa labor. Su guía, su espíritu y su inspiración fueron decisivos. Lo primero y más importante es que realmente creía en este proyecto. Desde el primer día, hubo una agria polémica sobre el sentido que podía tener y sobre si era posible elaborar un compendio de la fe válido para todo el mundo. La pluralización de las culturas, de los modos de fe, parecía contrastar fuertemente con esa idea. Creyó con valentía y confianza en esa posibilidad. La unidad de la fe también hace posible una expresión común de esa unidad. Con esta premisa como guía, comenzó el trabajo.

Hubo una segunda aportación con la que acompañó la obra: la convicción de que los cuatro pilares clásicos de la catequesis siguen vigentes hoy en día. También indicó el orden: el Credo es la base desde los comienzos de la Iglesia; los Sacramentos son las puertas por las que entra la gracia en nuestras vidas; los Diez Mandamientos son los marcadores seguros de una vida fructífera; el Padre Nuestro es la medida y la forma originales de toda nuestra oración. Y así es la estructura del libro sobre la fe.

La tercera indicación fue decisiva para el estilo de la obra. No se trataba de repetir y continuar debates teológicos. Se trataba de ilustrar simple y claramente sólo la doctrina de la fe. El Catecismo no debía tomar partido entre las escuelas teológicas, sino ofrecer todo lo que precede a la teología y es la base de toda teología: el depositum fidei. Para el cardenal Ratzinger, era especialmente importante ver la doctrina de la fe como un todo orgánico, tener en cuenta el nexus mysteriorum, la íntima conexión entre todas las enseñanzas de la fe, su sinfonía. El Catecismo no pretendía ser una estructura doctrinal árida y abstracta, sino transmitir parte de la belleza de la fe. Bajo su guía, aliento constante y paternidad espiritual, la obra creció hasta convertirse en lo que finalmente fue tras su promulgación por el Papa Juan Pablo II: una cierta medida y orientación para la fe en nuestro tiempo. El Catecismo sigue siendo un gran testimonio de la fuerza decisiva del teólogo Joseph Ratzinger/Papa Benedicto.

Cardenal Christoph Schönborn