MUJERES IGLESIA MUNDO

La historia
Zelia Andrighetti es la administradora de unos 100 centros de asistencia en todo el mundo

Gestora de Dios

 Manager  per conto di Dio  DCM-001
07 enero 2023

La madre Zelia Andrighetti dice que creció en su Brasil natal soñando con curar leprosos algún día. Una humilde tarea para la que a los catorce años ingresó en el convento de San Paolo consagrándose en las Hijas de San Camilo, la congregación con el carisma de permanecer cerca de los enfermos incluso a costa de la propia vida. Tras sus estudios en la Pontificia Universidad Lateranense y ostentar el cargo de Madre Superiora Provincial de Brasil, desde 2014 la madre Zelia es Superiora General y responsable de más de cien centros de asistencia en cuatro continentes.

Por eso, cada día del año y cada hora del día, la madre Zelia siente sobre sus pequeños hombros el compromiso de administrar hospitales, dispensarios, maternidades, residencias de ancianos, comunidades de atención domiciliaria y escuelas de formación de enfermería en 23 naciones, cada una con un perfil diferente y, por lo tanto, con necesidades y problemas específicos que conoce personalmente, ya que uno de los deberes de la Madre Superiora General es visitar cada centro por lo menos dos veces para luego poder tomar las decisiones adecuadas. Una enorme responsabilidad de la que sor Andrighetti habla con palabras sencillas y sin rastro de soberbia o autosuficiencia. “Realmente de joven nunca hubiera imaginado que encarnaría este papel”, dice desde el generalato en Grottaferrata, a pocos pasos de Roma, desde donde parte en sus largos viajes intercontinentales. Uno que acaba de terminar la llevó de vuelta a Filipinas y Polonia. Era su segunda visita tras la reelección en 2020.

Madre Andrighetti asegura que jamás hubiera imaginado ser la responsable de una red tan vasta de centros, pero, sobre todo, de las personas, -“porque mis hermanas son las primeras en mis oraciones”-. Para sobrevivir, toda la institución funciona como un ente orgánico de modo que los centros que más recursos tienen ayudan a los que menos en una alquimia que maneja la madre Zelia con precisión gracias a su licenciatura en Ciencias Económicas y Comerciales. Su desempeño no dista mucho de aquel del gerente de cualquier empresa multinacional. Sin embargo, aquí el objetivo no es el lucro, sino la asistencia. “Mi primera misión es animar al servicio”, explica. Es decir, a las religiosas de la orden comprometidas en el apostolado que necesitan, ante todo, una guía espiritual capaz de estar cerca en la distancia.

Los cien centros se coordinan desde Grottaferrata. Madre Zelia y sus cuatro consejeras resuelven cualquier problema y se ocupan del delicado asunto de las relaciones institucionales con los responsables políticos de cada país. Cada realidad tiene sus propias características. “En África son sobre todo benefactores y filántropos los que nos permiten mantener vivas nuestras obras, mientras que en otros lugares como América nos sustentamos con nuestro trabajo”, explica. “No se nos da nada, no tenemos salario y todo se destina a los centros. Por eso, las solicitudes de ayuda más comunes tienen que ver con la gestión de los fondos para sostener a los pobres, los enfermos y los ancianos. Lo que queda se destina al apostolado”. Cuando recibió la responsabilidad de esta inmensa gestión, madre Zelia entendió “que es la voluntad de Dios, una gracia especial en la que debo escuchar continuamente y nunca pensar en que sé la solución a priori”, especialmente cuando tiene que tomar decisiones dolorosas. Que, por desgracia, son muchas.

“Para mí es importantísimo implicar a las personas, a quienes son protagonistas de la historia en la que estamos llamadas a imaginar un nuevo camino. Sé que hay un objetivo, que hemos de tender al bien común, al de todas las obras y el conjunto de ellas, pero no es tarea fácil. Sería más sencillo si yo tomara las decisiones y ya, pero mandar así no es bueno. Es necesario que todas las personas expresen su punto de vista y luego se llegue a un punto común. Y cuando se llega a este punto en común siento una gran paz, porque siento que Dios está por encima de mis decisiones”.

Madre Zelia explica que este modo de actuar es especialmente necesario en momentos muy difíciles, por ejemplo, cuando un centro está abocado al cierre. Las razones que llevan a una decisión similar son muchas, desde la escasez de religiosas preparadas para la tarea, pasando por el hecho de que muchas hijas de San Camilo en un determinado país son ancianas o están enfermas, hasta la inestabilidad política. “Con Dios no podemos perder”, repite sor Andrighetti dando a entender que lo que puede parecer una derrota es en realidad la salvaguarda de energías para dedicarlas a otros lugares. Aún así, el disgusto no deja de ser enorme: “Conozco y siento el sufrimiento de mis hermanas cuando tenemos que cerrar una obra que de la que se han beneficiado muchas personas. También me duele el sufrimiento de la gente del lugar”.

También pasan cosas buenas, como la apertura de una misión en una isla muy pobre de Filipinas, y el próximo viaje que la llevará a España, México y Perú. Aunque el covid ha afectado gravemente al generalato de Grottaferrata, donde en un momento las monjas eran casi todas positivas y hasta el Papa se había movilizado para hacerles llegar la compra, la madre Zelia encuentra como algo positivo de la pandemia la costumbre de videollamarse. Así puede ahora estar cerca de las hijas de San Camilo en la distancia. “Cuando nos vemos por Zoom es una fiesta, y esto no pasaba antes porque solo usábamos el teléfono”, dice. La religiosa siempre se siente “como si todavía estuviera en la escuela”. “Incluso cuando he aprendido a manejar algunos temas, los retomo, los estudio, los observo y hablo con aquellos que viven en contacto con ciertas situaciones”, sostiene.

A veces, los problemas bordean los límites de la antropología, la relación de esa población específica con la enfermedad, la muerte y los ritos funerarios. Por tanto, se entremezclan espiritualidad, economía, gestión de personal, conocimientos geopolíticos y una habilidad diplomática muy refinada especialmente útil para lidiar con las leyes que en algunos países pueden ser hostiles a la misión de la congregación. Una capacidad de gestión que en otras circunstancias encarnarían distintas personas, pero que, en este caso y por razones presupuestarias, se concentra en unas pocas religiosas lideradas por la madre Zelia. Una religiosa que en la tranquilidad de un día ajetreado siempre es capaz de hallar la fuerza en el relato de la samaritana a la que Jesús pide de beber. Unas palabras que son “las que me dan luz y fuerza”, concluye la religiosa.

de Laura Eduati


Ejemplo de gestión


Las Hijas de San Camilo fueron fundadas en Roma en 1892 por el sacerdote Camilo Luigi Tezza (1841-1923) y por Giuseppina Vannini (1859-1911). El Instituto fue reconocido civilmente por real decreto en 1936. Históricamente sirven en hospitales, clínicas, dispensarios, residencias de ancianos, instituciones para jóvenes con discapacidades físicas y psíquicas, asistencia domiciliaria, leprosarios y misiones. A lo largo de los años han ampliado su labor asistiendo a personas sin hogar, pacientes con SIDA o niños de la calle y en países en vías de desarrollo también cuentan con centros nutricionales, de cuidados paliativos o de distribución de medicamentos.

Cuenta con una serie de políticas y procedimientos internos, constantemente actualizados, para la regulación de las actividades de acuerdo con los siguientes principios: la formación y ejecución de las decisiones del Instituto debe basarse en la máxima transparencia y participación; las funciones técnico-operativas deben mantenerse separadas de las de contabilidad y control; los procedimientos internos, cuando sea posible, también deben caracterizarse por la separación de funciones, con especial referencia al ejercicio de las funciones de control, que deben permanecer separadas de las funciones operativas y la toma de decisiones; debe garantizarse la trazabilidad de los procesos; se debe implementar el principio de transparencia, consistente tanto en la visibilidad de los procedimientos internos y en la exhaustividad de las normas que los rigen, como en el deber de comunicación e información de las decisiones relevantes.