Discurso del Papa a la comunidad del Instituto Claretiano de Teología de la Vida Consagrada

Ir a las fronteras para ser audaces en la misión

 Ir a las fronteras para ser audaces  en la misión  SPA-045
11 noviembre 2022

“Ir a las fronteras”, “abrir caminos”, “ser audaces en la misión”. Estas son las tareas fundamentales encomendadas por el Papa a la comunidad del Instituto de Teología de la Vida Consagrada “Claretianum” -con motivo del 50 aniversario de su fundación- recibida en audiencia en la mañana del lunes 7 de noviembre, en la Sala Clementina.

¡Queridos hermanos!
Estimado Cardenal Aquilino Bocos Merino,
Queridos obispos y sacerdotes, ¡buenos días y bienvenidos!

Agradezco al Padre Presidente sus amables palabras, ¡gracias!

Celebráis el 50º aniversario de la fundación del Instituto Claretiano de Teología de la Vida Religiosa. En este medio siglo, habéis prestado muchos y valiosos servicios en el espíritu y la misión de San Antonio María Claret, que tanto hizo por apoyar y promover la vida consagrada en sus diversas formas. Sus publicaciones, sus obras me han ayudado mucho en la vida como formador de jóvenes seminaristas.

Habéis suscitado en la Iglesia el deseo de estar cerca de las comunidades de vida consagrada y de ayudarlas. La contribución de los Misioneros Claretianos a las familias religiosas, mediante el acompañamiento espiritual, la iluminación doctrinal y, sobre todo, el asesoramiento jurídico, es conocida en todo el mundo. Prueba de ello son sus publicaciones y revistas, algunas de las cuales tienen más de cien años. En lo que ahora se llama Dicasterio para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, han dejado su huella los cardenales Arcadio María Larraona y Arturo Tabera, así como el padre Jesús Torres -me acuerdo tanto de él, era bueno, siempre escondido...-, mientras que otros misioneros han sido y son válidos colaboradores en este y otros Dicasterios.

Tras el Concilio Vaticano ii , tuvo mucho éxito la fundación del Instituto Claretianum y del Instituto de Madrid y, siguiendo sus pasos, los Centros Superiores de Manila, Bangalore, Bogotá y Abuja. En estos decenios todos ellos han prestado y siguen prestando un fecundo servicio a la comprensión y al desarrollo de la teología de la vida consagrada. Sus programas articulan orígenes y dinámicas carismáticas, cristológicas, históricas y canónicas. Su atención a las aportaciones de las ciencias humanas ha contribuido a ofrecer un rostro más humano a la vida consagrada. No exagero, pero vosotros, con vuestro trabajo, habéis humanizado mucho la vida consagrada. Damos gracias a Dios por las múltiples expresiones de la actividad de vuestros Institutos, que han ayudado a tantas personas y comunidades: las jornadas de estudio, las semanas y congresos, el acompañamiento a los capítulos y gobiernos de todo tipo de institutos, sociedades de vida apostólica y nuevas formas de vida consagrada. Gracias por la vida y el servicio de los seis Institutos, pero también por las iniciativas que habéis promovido y seguís promoviendo en tantos otros lugares: México, Polonia, Reino Unido, Indonesia... Vuestra presencia es muy visible en las Iglesias locales y en las conferencias de Superiores Mayores de todo el mundo. Y también recuerdo mi primera experiencia como obispo en el Sínodo de 1994: ¡cuánto ayudasteis en ese Sínodo sobre la vida consagrada! Vuestra influencia fue positiva, siempre abierta, siempre quitando miedos que no tenían fundamento.

Os agradezco de manera especial el cuidado que habéis puesto en la difusión del Magisterio de la Iglesia, tanto de los Papas como de los Dicasterios más relacionados con la vida consagrada.

En este momento en que la Iglesia desea vivir más intensamente su vocación sinodal, me complace constatar que vuestro servicio a la vida consagrada ha estado marcado por el deseo de poner en práctica lo que San Antonio María Claret valoraba tanto. En efecto, no sólo habéis mantenido la comunión con la Sede Apostólica, con los Pastores de las Iglesias particulares y con las Federaciones de Superiores Mayores, sino que os habéis esforzado por compartir vuestro servicio de animación y renovación con otras vocaciones y ministerios eclesiales: religiosos con otros carismas, sacerdotes seculares y laicos.

Os animo a seguir sirviendo a la vida consagrada con espíritu claretiano, es decir, siendo misioneros. La vida consagrada no puede faltar en la Iglesia y en el mundo. El Padre Claret repitió también aquellas palabras de Santa Teresa que San Juan Pablo ii recuerda en la Exhortación Vita consecrata: “¿Qué sería del mundo si no fuese por los religiosos?” (n. 105). Su ayuda a los consagrados, antes de ser intelectual, es testimonio, es confesión de que Jesús es el Señor. El primer servicio de vuestros Institutos Teológicos debe ser el de ofrecerse como casas de acogida, de alabanza y de acción de gracias; como lugares donde se comparten carismas y crece el deseo de vivir el espíritu de las Bienaventuranzas y el discurso escatológico. En ellos se debe manifestar la comunión y fomentar la opción por los pobres y la solidaridad, la fraternidad sin fronteras y la misión en constante salida. Con esta disposición, se apreciará más el don de la vida consagrada y su misión en la Iglesia y en el mundo.

Hoy, la vida consagrada no puede dejarse desanimar por la falta de vocaciones o por el envejecimiento. Esto sería una tentación, un desánimo: “¿Pero qué vamos a hacer?”. Este es el reto. Los que se dejan atrapar por el pesimismo dejan de lado la fe. Es el Señor de la historia quien nos sostiene y nos invita a la fidelidad y a la fecundidad. Cuida de su “remanente”, mira con misericordia y bondad su obra, y sigue enviando su Espíritu Santo. Cuanto más nos acerquemos a la vida religiosa a través de la Palabra de Dios y de la historia y creatividad de los Fundadores, más podremos vivir el futuro con esperanza. La vida religiosa sólo puede entenderse por lo que el Espíritu hace en cada una de las personas llamadas. Hay quienes se centran demasiado en el exterior (estructuras, actividades...) y pierden de vista la superabundancia de gracia que hay en las personas y en las comunidades. Por lo tanto, aleja el espíritu de derrota, el espíritu de pesimismo: esto no es cristiano. El Señor no dejará de estar cerca del pueblo, lo hará de una u otra manera, pero lo importante es Él.

Aunque sabiendo que ya estáis afrontando muchos retos de nuestro tiempo, me gustaría invitaros a subrayar el valor de la fidelidad en el seguimiento de Jesús según el espíritu de los Fundadores, a prestar atención a la vida comunitaria. En una época en la que el individualismo está tan extendido, ¡estad atentos a la vida comunitaria! Os exhorto a vivir la interculturalidad como camino de fraternidad y de misión, y a promover el encuentro entre las distintas generaciones en la vida consagrada, en la Iglesia y en la sociedad. Quiero hacer hincapié en esto: el encuentro entre las diferentes generaciones. Los jóvenes necesitan pasar el rato con los mayores, necesitan hablar, y los mayores necesitan hablar con los jóvenes. De cara al futuro, según la profecía de Joel (cf. 3, 1-2), ¡qué bonito! Con este diálogo, con el espíritu, los viejos soñarán y los jóvenes profetizarán. Podrán seguir adelante, pero con el sueño de los viejos. Por favor, no dejéis que los viejos mueran sin soñar: es parte de una misión. Los jóvenes lo harán. Dejad que vuestros jóvenes se encuentren con los mayores y que los mayores se encuentren con los jóvenes. En un momento dado, después del Concilio, hubo una mentalidad de reestructurar las cosas: algunas congregaciones entregaron a los viejos a un hogar para ancianos. ¡Por favor, esto es criminal! Es curioso: ciertos religiosos —pienso en un caso concreto— ancianos religiosos, que trabajaban bien, después de dos meses en la residencia de ancianos se fueron al otro mundo. ¡Por nostalgia, por tristeza! Los viejos deben morir soñando, y los que hacen soñar a los viejos son los jóvenes, que deben ocupar el lugar de los viejos. No olvidéis esto: que hablen....

Hace cinco años, con la Constitución Apostólica Veritatis gaudium, precisé la contribución de los estudios eclesiásticos y de los centros teológicos a la nueva fase de la misión de la Iglesia en la que nos encontramos. Os agradezco mucho el compromiso con el que habéis asumido este llamamiento mío, y os exhorto a buscar siempre nuevas formas de servir al Señor y al santo pueblo fiel de Dios. Como os he dicho en otras ocasiones, no tengáis miedo, cultivad siempre el estilo de Dios. ¿Y cuál es el estilo de Dios? Es simple: cercanía, compasión y ternura. Él mismo lo dice, en el Deuteronomio: “Piensa, ¿qué pueblo tiene sus dioses tan cerca como tú me tienes a mí?”. La proximidad, que es compasiva y tierna. Cercanía, compasión y ternura: este es el estilo de Dios. Seguir ayudando a tantos consagrados y consagradas a ser “una especie de Evangelio difundido a lo largo de los siglos” ( ciclsal , Instrucción: Caminar desde Cristo, 2). No os canséis de ir a las fronteras, incluso a las fronteras del pensamiento; de abrir caminos, de acompañar, arraigados en el Señor para ser audaces en la misión.

San Juan Pablo ii ya advirtió del peligro que supone para la vida consagrada la disminución de la importancia del estudio. Descuidar la teología, la reflexión, el estudio, las ciencias, empobrece el apostolado y fomenta la superficialidad y la frivolidad en la misión (cf. Vita consecrata, 98). Os doy las gracias porque seguís ayudando a tantos a permanecer atentos; porque seguís cuidando la calidad del estudio y la investigación. Los problemas de nuestro tiempo exigen nuevos análisis y nuevas síntesis (cf. ibíd.). Vuestros institutos, vosotros profesores, vosotros estudiantes, tenéis una gran tarea por delante. El Evangelio enseña que hay una pobreza que humilla y mata y otra pobreza, la de Jesús, que libera y hace feliz. Como personas consagradas, habéis recibido el inmenso don de participar en la pobreza de Jesús. No olvidéis, ni en vuestra vida ni en el trabajo en la universidad, a los que viven la otra pobreza. Podéis hacer que la vida triunfe sobre la muerte y la dignidad sobre la injusticia (cf. Mensaje para la vi Jornada Mundial de los Pobres [2022]). Para encontrar verdaderamente a Cristo, hay que tocar, tocar su cuerpo en el cuerpo herido de los pobres, no sólo mirarlos, tocarlos; en confirmación de la comunión sacramental recibida en la Eucaristía (cf. Mensaje para la Primera Jornada Mundial de los Pobres [2017]). ¡Cuántos fundadores, fundadoras y personas consagradas han vivido y viven así!

Parafraseando la oración con la que concluyó la homilía del 60º aniversario de la apertura del Concilio Ecuménico Vaticano ii , os invito a rezar conmigo: “Te damos gracias, Señor, por el don del Concilio. Tú que nos amas, líbranos de la presunción de la autosuficiencia y del espíritu de la crítica mundana. Líbranos de la autoexclusión de la unidad. Tú, que nos apacientas con ternura, condúcenos fuera de los recintos de la autorreferencialidad. Tú, que nos quieres una grey unida, líbranos del engaño diabólico de las polarizaciones, de los ‘ismos’. Y nosotros, tu Iglesia, con Pedro y como Pedro te decimos: ‘Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te amamos’ (cf. Jn 21,17) (Homilía, 11 de octubre de 2022).

Queridos hermanos, queridas hermanas, por intercesión de la Virgen María, que el Espíritu Santo os asista siempre en vuestro servicio al Claretianum. De corazón os bendigo. Y, por favor, no os olvidéis de rezar por mí. Gracias.