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La Biblia

Qué nos dicen las dos viudas de Sarepta y de Naín

 Cosa ci dicono le due vedove  di Sarepta e di Nain  DCM-010
05 noviembre 2022

Una de las primeras cosas que uno aprende cuando comienza a estudiar el Antiguo Testamento es que uno de los nombres bíblicos de Dios es Go’el, término que en la ley tribal más antigua indicaba al pariente más cercano que tenía la tarea de vengar las ofensas recibidas de algunos parientes. Más tarde se espiritualiza y se atribuye al mismo Dios, esperado como el vengador, el redentor del pueblo que había elegido. En particular, los miserables y los pobres, pero sobre todo los más pobres de los pobres, es decir, el huérfano y la viuda.

Dos viudas hacen referencia la una a la otra entre el Nuevo y el Antiguo Testamento porque su condición de indigencia absoluta por haber perdido a su marido se vio agravada por una pérdida más, la de su único hijo. Habiendo perdido todo apoyo, experimentaron el más injusto de los dolores. Hoy, quizás, la viudez no siempre implica un estado de indigencia total, pero el dolor de las madres que han perdido a un hijo es absoluto. En ambos relatos bíblicos la visita de Dios a través de su profeta realiza el milagro: el profeta Elías devuelve su hijo a la viuda de Sarepta de Sidón (2Re 17,17-24) y lo mismo hace Jesús con la viuda de Naín de Galilea (Lc 7, 11-17). ¿Cómo es que al final de ambas historias todos exaltan a los dos profetas y nadie alza la voz contra el escándalo de un Dios que hace creer que es capaz de hacer el más grande, pero también el más justo de los milagros y que en cambio ha dejado en el dolor infinitas madres viudas?

La gente de la época sabía muy bien que en estas historias de resurrección el énfasis no recae en el imposible realismo del milagro, sino en el profeta, es decir, en el que devuelve la vida porque es capaz de mostrar lo que la indigencia y el dolor no nos permiten ver más: llegará el tiempo de la compasión misericordiosa de Dios. «Yo sé que mi Go’el está vivo...»  gritará Job, el que ha experimentado plenamente la violencia de la pobreza y el dolor. Como él, las dos viudas son el símbolo de todos aquellos que saben esperar la visita de Dios y saben reconocer a sus profetas. Porque son ellos los que hablan del Dios del Magníficat y de las Bienaventuranzas, un Dios que «a los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos sin nada» (Lc 1,53) y que ha prometido la bienaventuranza de la consolación a «los que lloran» (Mt 5,5).

de Marinella Perroni
Biblista, Ateneo San Anselmo