«Os animo a convertiros en “asesores integrales”: para cooperar a reorientar la forma de estar sobre este nuestro Planeta que hemos hecho enfermar, en el clima y en las desigualdades». Lo dijo el Papa Francisco en la mañana del jueves 22 de septiembre, recibiendo en el Aula Pablo vi a los participantes del encuentro promovido por la sociedad de asesoría Deloitte Global. A continuación el discurso pronunciado por el Pontífice.
Queridas amigas, queridos amigos, ¡bienvenidos!
Doy las gracias al Señor Renjen por las palabras con las que ha presentado vuestro trabajo: asistir al mundo empresarial en el hacer las elecciones oportunas en las diferentes situaciones. He sabido que en cada momento de la jornada hay 350 mil personas que trabajan para vuestra Sociedad que se dedican a dar asesoría y asistencia a otras organizaciones. ¡Una gran responsabilidad!
Hoy el mundo está sufriendo a causa del empeoramiento de las condiciones ambientales; muchas poblaciones o grupos sociales viven de forma no digna en el plano de la alimentación, de la salud, de la instrucción y de otros derechos fundamentales. La humanidad está globalizada e interconectada, pero la pobreza, la injusticia y las desigualdades permanecen.
¿Cuáles son las condiciones para que un asesor, un coordinador de asesores, un profesional experto pueda contribuir a invertir o al menos corregir la ruta? ¿Cómo poner en marcha el proprio trabajo para poder caminar hacia un mundo más habitable, más justo y más fraterno? Intento sugerir tres.
La primera sugerencia es la de tener viva la conciencia de que vosotros podéis dejar una marca. Se trata de hacer que sea una buena señal, que vaya en la dirección de un desarrollo humano integral. Vuestros conocimientos, vuestras experiencias, vuestras competencias y la vastedad de la red de vuestras relaciones constituyen un inmenso patrimonio inmaterial que ayuda a empresarios, banqueros, gerentes, administradores públicos a entender el contexto, a imaginar el futuro y a tomar decisiones. Por tanto, ayudar a conocer para ayudar a decidir. Esto atribuye a vuestra organización y a cada una y cada uno de vosotros la capacidad de orientar las elecciones, de influenciar los criterios, de valorar las prioridades para las empresas, las universidades, los organismos supranacionales, los gobiernos nacionales y locales, y para aquellos que toman decisiones a nivel político. Vosotros sois muy conscientes de vuestro “poder”. Junto a él debería estar siempre al lado la voluntad de dirigir vuestros análisis y vuestras propuestas hacia elecciones coherente con el paradigma de la ecología integral. Una buena pregunta a plantearse para valorar lo que funciona y lo que no funciona sería: ¿qué mundo queremos dejar a nuestros hijos y nietos?
La segunda sugerencia que os daría es la de asumir y ejercer vuestra responsabilidad cultural, que también se deriva del patrimonio de inteligencia y de conexión de la que disponéis. Por responsabilidad cultural entiendo dos cosas: asegurar una cualidad profesional, y además una cualidad antropológica y ética que os permita sugerir respuestas coherentes con la visión evangélica de la economía y de la sociedad, en otras palabras, con la doctrina social católica. Se trata de valorar los efectos directos e indirectos de las decisiones, el impacto sobre la actividad, pero, antes aún, sobre las comunidades, las personas, el ambiente. «Las culturas diversas, que han gestado su riqueza a lo largo de siglos, deben ser preservadas para no empobrecer este mundo. Esto sin dejar de estimularlas para que pueda brotar algo nuevo de sí mismas en el encuentro con otras realidades» (Enc. Fratelli tutti, 134).
Tercera sugerencia: valorar las diversidades. Todos los organismos creados por el hombre – las instituciones, las empresas, los bancos, las asociaciones, los movimientos – tienen el derecho, si son honesta y correctamente gestionados, de poder salvaguarda y desarrollar la propia identidad. Algunos hablan de “biodiversidad empresarial” –el término es bonito-: como garantía de libertad de empresa y libertad de elección de los clientes, de los consumidores, de los ahorradores y de los inversores; y también como condiciones indispensables de estabilidad, de equilibrio, de riqueza humana. Es lo que sucede en la naturaleza y puede suceder también en los “ecosistemas” económicos.
En los últimos quince años el mundo ha pasado a través de crisis graves y continuas. No hemos terminado de afrontar la crisis financiera del 2007 que ya hemos tenido que afrontar la del débito soberano y de las economías reales, después la pandemia, después la guerra en Ucrania con consecuencias y amenazas globales.
Pero mientras tanto el Planeta ha seguido sufriendo por los efectos del cambio climático; mientras tanto guerras crueles y escondidas se seguían combatiendo en diferentes regiones; mientras tanto decenas de millones de personas seguían siendo forzadas a emigrar de las propias tierras. Mientras una parte de hombres y mujeres mejoraban su propia vida cotidiana, otro parte sufría las elecciones sin escrúpulos convirtiéndose en las principales víctimas de una especie de contra-desarrollo. San Pablo vi aclaró eficazmente que el nuevo nombre de la paz es el desarrollo en la justicia social (cfr Enc. Populorum progressio, 76-80).
¿Qué puede hacer el asesor de decisiones en este contexto difícil e incierto? Puede hacer mucho. Puede fijar sus análisis y sus propuestas según una mirada y una visión integrales: de hecho, trabajo digno de las personas, cuidado de la casa común, valor económico y social, impacto positivo sobre las comunidades son realidades conectadas entre ellas.
El asesor de hoy, conscientes del propio rol, es llamado a proponer y argumentar direcciones nuevas para desafíos nuevos. Los esquemas viejos han funcionado solo en parte, en contextos diferentes. Llamaría a esta nueva generación de asesores “asesores integrales”. Se trata de expertos y profesionales que tienen en cuenta las conexiones entre los problemas y sus respectivas soluciones y que acogen el concepto de la antropología relacional: la que «ayuda también al hombre a reconocer la validez de las estrategias económicas dirigidas principalmente a la calidad global de vida, antes que al crecimiento indiscriminado de las ganancias; a un bienestar que, si se pretende tal, debe ser siempre integral, de todo el hombre y de todos los hombres. Ningún beneficio es legítimo, en efecto, cuando se pierde el horizonte de la promoción integral de la persona humana, el destino universal de los bienes y la opción preferencial por los pobres» [1], y añadimos: el cuidado de nuestra casa común.
Mi deseo es que vosotros podáis ayudar a las organizaciones a responder a esta llamada. Tenéis las competencias adecuadas para colaborar a construir ese puente necesario entre el presente paradigma económico, basado en consumos excesivos y que está viviendo su última fase, con el paradigma emergente, un paradigma estructurado en la inclusión, la sobriedad, el cuidado y el bienestar. Os animo a convertiros en “asesores integrales”: para cooperar a reorientar la forma de estar sobre este nuestro Planeta que hemos hecho enfermar, en el clima y en las desigualdades.
Queridos amigos, os doy las gracias por este encuentro y os deseo buen trabajo. Os bendigo a vosotros y a vuestras familias, especialmente los niños, los enfermos y los ancianos, que son nuestra sabiduría. Y os pido por favor que recéis por mí. Y si alguno de vosotros no reza o no cree, al menos que me mande “buenas ondas”, ¡lo necesito! Gracias.
[1] Congr. Doctr. Fede – Dicast. Serv. Desar. Hum. Integr., Oeconomicae et pecuniariae quaestiones. Consideraciones para un discernimiento ético sobre algunos aspectos del actual sistema económico y financiero (6 de enero 2018), 10.