MUJERES IGLESIA MUNDO

La Historia
En 1855 un grupo de religiosas partió al frente desde Turín

La guerra de Crimea
de las Hijas de la Caridad

 La guerra di  Crimea delle Figlie della Carità  DCM-008
03 septiembre 2022

Las dantescas imágenes de la guerra en Ucrania nos recuerdan otra terrible y sangrienta guerra de Crimea. Nuestra Crimea. Era 1855 y el pequeño Reino de Cerdeña, derrotado unos años antes por Austria en la Primera Guerra de la Independencia, decidió entrar en el juego de la gran política exterior. El rey Vittorio Emanuele II de Saboya, siguiendo el consejo de su ministro de mayor confianza, el Conde de Cavour, envió una fuerza expedicionaria al Mar Negro junto con británicos y franceses, en apoyo de un titubeante imperio otomano contra el expansionismo ruso.

Para glorificar la empresa, el rey también quería una propaganda adecuada. De ahí que se encargara al pintor-soldado Gerolamo Induno un cuadro épico, ‘La batalla de Cernaia’, para ensalzar una gesta de la que Crimea había sido testigo. La poderosa pintura de Induno se expuso en 1859 en una Milán recién conquistada por los austriacos. Una inmensa multitud inflamada por los ideales del Risorgimento pasó frente a ella en respetuoso silencio. Era arte, pero, sobre todo, una proclama política. Una mirada más cercana a la pintura en medio de soldados, caballos, cañones, polvo, permite descubrir las ropas de dos monjas que cuidan de un soldado herido. Visten túnica gris y una gran cofia blanca típica de las Hijas de la Caridad de la época. Las dos monjas son tan protagonistas de la escena como lo son los militares. El homenaje no es casual. Ellas simbolizaron el esfuerzo al unísono de un país que aspiraba a la unidad nacional y la modernidad, también los católicos.

La Guerra de Crimea de 1855 representó una dura prueba para el ejército sardo-piamontés que se midió, a la par de los ejércitos francés e inglés, contra el enemigo ruso. Pero también fue difícil para las Hijas de la Caridad. Abandonaron Turín por recomendación de su padre espiritual, el beato Marco Antonio Durando, hermano del general Giovanni Durando que comandaba una de las dos divisiones sardo-piamontesas en Crimea. Aquellas valientes hermanas vicencianas partieron de la parroquia de San Salvario para ocuparse de los heridos de guerra.

Un documento de la historia oficial de la congregación recoge los hechos: “El gobierno pidió a las Hijas de la Caridad que siguieran al Cuerpo Expedicionario de 15.000 soldados enviados a luchar contra Rusia en Crimea. Sor Cordero, ecónoma provincial, se ofreció para esta peligrosa misión y llegó hasta las orillas del Bósforo con 70 hermanas para curar allí a los soldados heridos y especialmente a los afectados por el cólera que estaba acabando con la tropa. Varias hermanas perdieron allí su vida”.

 No fue una decisión fácil. En el libro ‘Florence Nightingale e Italia’, editado por la Orden de Profesionales de la Enfermería leemos que “en la sesión del Consejo Provincial del 22 de febrero de 1855 se decidió enviar algunas monjas. El Superior General, el padre Étienne, presente en el encuentro, destacó la importancia de la misión y la necesidad de que la elección de las candidatas sea prudente debido a la delicada tarea que les ha sido encomendada y que exige reserva, prudencia, discreción y capacidad para no mezclarse con la política. Todas las hermanas tenían que estar a la altura de la tarea asignada. El padre Étienne destacó la importancia de que las ambulancias contaran con una Hermana Sirviente y que un miembro del Consejo Provincial formara parte de la expedición; pidió formar un pequeño Consejo para decidir y actuar según el espíritu de Dios en todas las circunstancias imprevistas y para las que no era posible consultar a los superiores”.

Fue una misión difícil en una tierra extranjera y en medio de una guerra. La asistencia a los pobres y enfermos fue la vocación de estas religiosas cuya historia hunde sus raíces en 1600 en París. Las vicencianas habían sido las primeras en lanzarse al mundo. Como siempre recuerda la historia oficial de la congregación, “Luisa de Marillac y Vicente de Paul fundaron la innovadora comunidad no “religiosa” de las Hijas de la Caridad. San Vicente no quería clausura para ellas, no quería votos, vestido, reja o locutorio. Tenían que vivir con sencillez. No quería una capilla. Eligió para ellas una casa similar a la de los pobres”.

En 1837, llegaron a Turín y allí atendían a los enfermos en sus casas. Desde 1839 también en su propio hospital. Las que Induno inmortalizó en el lienzo fueron precisamente dos de las setenta y seis Hijas de la Caridad que llegaron a Crimea con las tropas en apoyo de 400 enfermeras y 100 médicos militares. Vestían un traje largo gris y una capa blanca, y coordinaban el trabajo de los enfermeros en los hospitales actuando como los jefes de enfermería de un hospital moderno. Supervisaban la distribución de alimentos, la lavandería, la cocina, la limpieza y las medicinas.

Las monjas piamontesas no estaban solas. Los soldados franceses también habían solicitado su compañía y su servicio. Los rusos intentaron organizar algo similar para sus tropas: “La aparición de las Hermanas de la Caridad al frente, -leemos en La Civiltà Cattolica (1858)-, produjo un efecto increíble en Rusia. Al principio suscitó asombro y, como no querían quedar por debajo de los franceses en nada, los rusos empezaron a pensar en cómo imitarlo”. Los británicos, entonces, al no poder contar con monjas católicas, pidieron ayuda a las Damas de la Caridad de Londres, las Care of Sick Gentlewomen. Así, partió de Inglaterra un grupo de enfermeras laicas dirigidas por Florence Nightingale, que se harían famosas en esta guerra. El Times escribió un artículo famoso sobre ella, ‘La dama con la linterna’, porque iba con ella a los campos de batalla para recuperar a los heridos.

El papel de Nightingale en la innovación de la Enfermería fue crucial. Su figura de profesional y de mujer que había atendido a todos los heridos, independientemente de su nacionalidad, se considera una inspiración para el nacimiento de la Cruz Roja Internacional poco después gracias al suizo Filippo Dunant. Pero sería poco generoso anular el ejemplo de las religiosas católicas. En su libro, ‘Notes of nursing’ que se convirtió en un superventas mundial, Nightingale escribió sobre las hermanas piamontesas: “Mi opinión, basada en mi experiencia personal, es que la mujer italiana tiene una especial aptitud para cuidar a los enfermos. Tengo esta opinión de haber visto trabajar a las monjas italianas de San Vicente de Paúl junto a las tropas sardas en Crimea. La superiora de las monjas italianas en Crimea es una de las mujeres más distinguidas que he conocido en nuestra vocación”.

Este es quizás el acto de homenaje más hermoso a sor Cordero y sus hermanas. También se encontró un despacho del 17 de diciembre de 1855 firmado por el general Durando que dice: “Miss Nightingale visitó los hospitales piamonteses en el Bósforo y quedó admirada con su sistema. Tuvo una gran relación con las religiosas a las que tenía en gran estima”.

 Finalmente, en el quincenal Las Misiones Católicas (1880) sobre las vicentinas francesas: “En los hospitales y farmacias, después de los franceses, las hermanas aceptan a los enfermos de cualquier nación y religión a la que pertenezcan, sin distinción. Tienen la bendición de los turcos, que les tienen el más profundo respeto. Durante la Guerra de Crimea, treinta monjas murieron en hospitales y ambulancias donde atendían a nuestros heridos. Tanta admiración despertó en los británicos, que desde ese momento les autorizaron a viajar libremente por sus países. La cofia blanca de San Vicente de Paúl es el único uniforme que puede circular impunemente en Inglaterra”.

Después de la guerra, las tropas regresaron a su tierra natal. La empresa había sido muy sangrienta. Incluso más que las balas, el cólera había hecho estragos entre los soldados. Las Hijas de la Caridad volvieron al convento-hospital de Turín para atender a los pobres y enfermos. Pero la memoria de la empresa de Crimea no se perdió. El Conde de Cavour lo mencionó en un discurso parlamentario: “La supresión de las Hermanas de la Caridad sería el máximo de los errores. Considero a esta institución como una de las que más honran la religión, el catolicismo y la civilización misma. He vivido muchos años en países protestantes, he tenido relaciones con los hombres más liberales pertenecientes a esa religión, y los he oído repetidamente envidiar mucho al catolicismo por la institución de las Hermanas de la Caridad”.

Y años más tarde, en febrero de 1868, cuando el Parlamento italiano discutía de nuevo la eliminación de las Hermanas de la Caridad de los hospitales, el ex general La Marmora se opuso: “Quienes las vieron prestar sus servicios en Crimea en los campos de batalla y en los hospitales, no pueden olvidar el valor y la perseverancia de estas buenas mujeres, que exponían su vida para sacar de las líneas enemigas a un herido y después sacrificaban noches y noches de sueño para velar junto a su lecho. Viendo lo que han hecho y lo que hacen, sería una auténtica ingratitud expulsar a estas religiosas”.

de Francesco Grignetti
Periodista de la «La Stampa»