MUJERES IGLESIA MUNDO

Perú
“Querida Amazonía, tan amada como castigada”

Ana Varela Tafur

Ana_Varela_Tafur.jpg
03 septiembre 2022

“En Timareo no conocemos el alfabeto y sus escrituras/ y nadie nos registra en las páginas de los libros oficiales”. Timareo es un islote peruano sobre el río Amazonas. Allí se refugió Ana, una adolescente de etnia Uitoto que huía de los “señores del caucho”. Era principios del siglo XX y la fiebre del caucho devoraba un número incalculable de vidas de mujeres y hombres indígenas, esclavizados, torturados y masacrados. Una tragedia de la que la Historia solo recoge a pedazos. Porque las víctimas no dominaban el alfabeto para narrarlo. Para redimir la voz de Ana del olvido y de todos los olvidos está una nueva Ana, nieta de la primera, capaz de liberar la palabra oprimida y hacer de ella un instrumento de denuncia, de catarsis y de salvación.

Ana Varela Tafur, de 59 años, nació en Iquitos, el centro más grande de la Amazonía peruana, la única ciudad del mundo sin carreteras, inmersa en una densa selva y no accesible por tierra. Solo es posible hacerlo por avión o navegando por el río Amazonas. Trasladada a Berkeley, en Estados Unidos, donde imparte clases, es una de las poetisas más interesantes del panorama amazónico. Como relata en la larga entrevista con Diego Fares, publicada en La Civiltà Cattolica, comenzó a escribir a los 14 años haciendo de su diario personal no un relato de hechos, sino la traducción de los movimientos de su espíritu. Desde entonces no ha dejado de transformar en verso la Querida Amazonia, tan amada y castigada. No es un espacio vacío como cierta retórica funcional quiere atribuirle, como si fuera la despensa de materias primas para el norte del mundo. Es más bien un universo habitado por humanos, plantas, animales, ruidos, luces, silencios y música. Un lugar rebosante de vida y colmado por seres vivos cuyo lenguaje cósmico queda, sin embargo, relegado muchas veces a los entresijos de la selva, porque pocos de fuera conocen sus códigos.

Ana Varela Tafur, indígena y a la vez descendiente de europeos, recompone la fractura, llena el vacío y construye un puente de palabras. A los veinte años, junto a sus compañeros de la Universidad Nacional de la Amazonía Peruana, Carlos Reyes Ramírez y Percy Vilchea, se une al “Grupo Urucutut” fundado por el artista Manuel Lula Mendoza, un colectivo cultural que tiene como objetivo reafirmar la identidad amazónica y la denuncia social de los problemas que sufre la Amazonía. “La poesía tiene el papel de denunciar y proclamar la belleza y la justicia”, reza el manifiesto del movimiento.

Estos son los versos de Ana Varela Tafur: denuncia del presente herido por la opresión y apertura de trazos de utopía. Imágenes de una catástrofe que se desarrolla en el silencio de la indiferencia global. Pero también ventanas de tinta sobre otro mundo posible desde el que el lector es empujado a asomarse atraído por el encanto magnético de los sonidos ancestrales de los que se impregna cada verso. Ana Varela Tafur es, por tanto, una auténtica poetisa social, parafraseando al Papa Francisco que ha insertado solo un fragmento de Timareo al comienzo de su carta de amor a Querida Amazonía:

Muchos son árboles en los que vivió la tortura / y vastos los bosques / comprados con mil asesinatos. (lucia capuzzi).


Poesía

De las vertientes


Desde los altos gredales de May Ushin
desde las feroces caídas del Marañón
desde las incandescentes llanuras del Huallaga
mi voz convoca a los habitantes del agua.
Y surcando quebradas desde vertientes remotas
alcanzo vastedades de arcillas recientes.
Así me reúno con habitantes del monte
y nuestras voces se inundan infinitas
en tenues bóvedas incrustadas por la noche.
Porque es posible alcanzar cifras en geometrías sagradas
porque es posible arrebatar códigos de sogas alucinadas
y viajar acompañados por estrellas o soles
atrapados en la fugacidad de intrépidos rayos.

Porque somos una antigua y sola voz,
una liana trenzada bajo los incendios
desterrados o señalados por la belleza de los astros
y su manto de presagio amamantándonos.
Desde entonces rodamos de fuego, caemos de fuego,
quemamos las últimas naves del exilio,
demonios que se llaman en libros apócrifos
o en abandonados archivos donde no hay olvido.
Pero las madrugadas aproximan las llegadas
y nuestros pies abrevian rutas del miedo:
ojos de búho a la sabiduría destinados
sobre la vía trazada por los abuelos.
Semejante a cada río que despide sus puertos,
alcanzamos la marcha de la luna
invadidos por la tregua de un viento insondable.