Sinodalidad ecuménica e interreligiosa

24 junio 2022

El proceso trienal del Sínodo de la Sinodalidad está pronto a culminar su primera etapa diocesana. Desde una mirada ecuménica e interreligiosa, se han notado en diversas proporciones, participaciones y avances de y con otras religiones. En un mundo interconectado, pluricultural y multireligioso, es de esperar que las próximas fases - continental y universal - esta escucha ecuménica se profundice e incremente. De esta manera, el peregrinar sinodal se encaminará en las líneas que el Papa Francisco describiera en su discurso de apertura el 8 de octubre de 2021: «Vivamos este Sínodo en el espíritu de la oración que Jesús elevó al Padre con vehemencia por los suyos: “Que todos sean uno” (Jn 17,21). Estamos llamados a la unidad, a la comunión, a la fraternidad que nace de sentirnos abrazados por el amor divino, que es único».

Los párrafos sobre la importancia de la escucha ecuménica en el documento preparatorio fueron breves pero elocuentes: «Regenerar las relaciones entre los miembros de las comunidades cristianas, así como también entre las comunidades y los otros grupos sociales, por ejemplo, comunidades de creyentes de otras confesiones y religiones, organizaciones de la sociedad civil, movimientos populares, etc.». El diálogo entre los cristianos de diversas confesiones, unidos por un solo Bautismo, tiene un puesto particular en el camino sinodal. ¿Qué relaciones mantenemos con los hermanos y las hermanas de las otras confesiones cristianas? ¿A qué ámbitos se refieren? ¿Qué frutos hemos obtenido de este “caminar juntos”? ¿Cuáles son las dificultades?

Desde aquellos comienzos en el caminar sinodal hasta el día de hoy no solo se ha transitado como se dijo la primera fase de trabajo, sino y especialmente que el mundo ha vivido y está viviendo cambios muy profundos y dramáticos. Una pandemia que atravesó a la humanidad de una manera tan feroz como inesperada y ahora una guerra casi mundial con consecuencias inimaginables. Esto nos habla que los procesos y los mapas de ruta de los lineamientos eclesiales y ecuménicos deben ser lo suficiente abiertos para que la escucha se inserte dentro del tiempo de la historia y los sucesos que la atraviesan. En ambos sucesos mundiales nombrados, el factor religioso tuvo y tiene mucho que ver y obviamente mucho que enseñarnos. La pandemia puso sobre la superficie nuestras fragilidades y a la vez la necesidad de cooperación, solidaridad, compasión y cercanía más allá de nuestras pertenencias sociales, culturales y religiosas. Es verdad que fueron importantes las declaraciones, acciones, ayudas y oraciones desde el liderazgo de todas las religiones del mundo, pero el ecumenismo de base, desde las entrañas del dolor y hacia una hermandad unida desde la llaga hicieron la diferencias. En nuestros pueblos pobres, no hubo distinción de pertenencia ni de dogmas religiosos a la hora de ayudar, acoger, consolar y acompañar a todas las personas. La pandemia trajo consigo un ecumenismo viral y visceral nunca visto. Un ecumenismo que tocó la llaga, lloró con el otro y se acercó a Dios de la manera que pudo o supo, pero unidos en el espanto y el miedo.

Cuando nos adelantábamos a imaginar un mundo post pandemia, acaeció el flagelo de una guerra fratricida en Europa que se sumó a decenas de conflictos bélicos en distintas partes del mundo ya existentes. El Papa Francisco se constituyó en una voz profética previa y de denuncia e incansable llamado a la paz permanente. Tales acciones que se constituyeron en caminos y puentes no solo en la sinodalidad de una Iglesia católica, sino en nuevos desafíos y horizontes entre las religiones en un mundo complejo, sufriente y aturdido. Está claro que sus encíclicas ecuménicas, Laudato si’, que se introduce con el aporte del Patriarca Ecuménico Bartolomé; y Fratelli tutti, en la que hace referencia desde su inicio a sus encuentros con el Gran Imán, Ahmad Al-Tayyeb, han ayudado a encontrar respuestas y encuentros ecuménicos e interreligiosos a una guerra que fue tomando ribetes del oxímoron llamado “guerra santa”. Pero, nuevamente aquí la oración, el rezo, la plegaria sencilla y humilde de hombre y la mujer que vive a miles de kilómetros del centro bélico pero que siente en su pecho la hondura y el pesar de la muerte de sus hermanos desconocidos pero amados. El pueblo como sujeto mítico, sin distinción de religión, postura dogmática o conocimiento teológico sintió que el Dios de paz lo llamaba a orar en un silencio atronador por una paz perdida de una humanidad desgarrada.

Bien manifestaron para la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos 2022, el cardenal Mario Grech y el cardenal Kurt Koch: “De hecho, tanto la sinodalidad como el ecumenismo son procesos que nos invitan a caminar juntos”.

Hace solo unos días, entre el 8 al 10 de junio se celebró en Guadalajara, México, la xix Asamblea General Ordinaria de la Organización de Universidades Católicas de América Latina. El padre José Marcos Castellón Pérez, en su disertación acerca de “la sinodalidad en un mundo pluricultural” sugirió que “el diálogo con las distintas religiones, más que versar sobre las diferencias o sobre lo que pudiera ser común, debería centrarse en el ‘núcleo tácito’ que con ellos comparte todo espíritu religioso”, y que tiene que ver con la búsqueda de sentidos”.

El sentido nuclear de este proceso sinodal no ha cambiado de eje ni de guía, pero si ha mutado de historicidad humana y de temporalidad en hechos. Del mismo modo, y como se ha expresado en párrafos precedentes, la vivencia interreligiosa popular, sencilla y humilde no es la misma que hace un par de años. La escucha, el caminar, el encuentro y la vivencia del pueblo sabio de Dios ha percibido que más allá de sus identidades confesionales, estamos unidos como pocas veces en la historia sostenidos por nuestra propia fe. Quizá sea el momento que se acceda a las bases, a estos pilares de la ecología integral intercultural e interreligiosa para repensar, releer o revalorizar el Sínodo de la sinodalidad casi a mitad de su camino programático.

Marcelo Figueroa