En el Coliseo el Vía Crucis presidida por el Papa Francisco

Historias y «guerras» de todos los días

 Historias y «guerras»  de todos los días  SPA-016
22 abril 2022

¿Son «más guerra» los horrores que emergen de las fosas comunes en Ucrania o es «más guerra» decretar la muerte de un niño en el vientre de la madre con la «acusación» de ser discapacitado? ¿O es «más guerra» no tender la mano a una persona — sí, de nuevo, también de un niño — que va a ahogarse en el Mediterráneo? ¿Existen clasificaciones para los sacrilegios? ¿Qué suscita más escándalo?

Fue como una bofetada en la cara el Vía Crucis presidido por el Papa en el Coliseo, la noche del Viernes Santo, 15 de abril.

Una bofetada certera en el rostro de cada uno -con una buena sacudida de mundanalidad e indignación barata- porque un grupo de familias ha vuelto a proponer la esencialidad de la experiencia de la cruz: sin rodeos, precisamente a través de historias de la vida real.

Sí, compañeros de viaje de un verdadero Vía Crucis cotidiano, que no dura sólo una noche. El Viernes Santo es probablemente el mejor día para recordarlo.

La vida cotidiana de la cruz, se podría decir. Escondida en el anonimato de un edificio, detrás de la puerta de un vecino. Y lejos, muy lejos, del centro de atención.

Francisco quiso compartir estas historias el Viernes Santo. Sí, en todo el mundo. En el extraordinario escenario del Coliseo, con diez mil personas, en la noche de Roma.

Y, lamentablemente, en la noche del mundo.

Francisco siguió en silencio el Vía Crucis contado -con y sin palabras, con gestos- por las familias. Al final el Pontífice pronunció la oración que publicamos en esta página. E impartió la bendición apostólica.

Las 14 meditaciones propuestas están inspiradas en las historias personales de las familias que cargaron la cruz durante la celebración: un joven matrimonio; una familia en misión en Perú (con mellizos nacidos el 14 de marzo); un matrimonio de ancianos sin hijos; una familia con 5 hijos; una familia con un hijo con discapacidad; una familia que gestiona una casa de acogida con personas no autosuficientes y personas con enfermedades mentales; una familia con un padre enfermo; un pareja de abuelos; una familia con hijos adoptados; una mujer, con hijos, que ha perdido a su marido; una familia con un hijo y una hija consagrados; una familia que enfrentada la muerte de una hija por tumor; una familia ucraniana y una familia rusa; una familia de inmigrantes congoleños, ahora independiente y con dos hijos.

Y fueron precisamente los migrantes, en la última estación, quienes entregaron la cruz al cardenal vicario Angelo De Donatis — que con los obispos auxiliares de la diócesis de Roma acompañó a las familias en el itinerario del Vía Crucis — para después saludar personalmente al Papa.

En particular, en la 13º estación la cruz fue llevada por dos mujeres: Irina y Albina, una ucraniana y una rusa, 42 y 40 años, la primera con tres hijos y la segunda con dos, que se hicieron amigas el año pasado porque son colegas en el Centro de cuidados paliativos ”Juntos en el cuidado” de la Fundación Policlínico Universitario Campus Bio-Médico de Roma. Significativo el breve texto de la meditación («Jesús muere en la cruz» recuerda la 13º estación) que fue así propuesto: «Frente a la muerte el silencio es más elocuente que las palabras. Nos detenemos por tanto en un silencio orante y cada uno en el corazón rece por la paz en el mundo». La oficina de prensa ante la Santa Sede notificó que «se trata de un cambio previsto», respecto al que se difundió previamente «que limita el texto al mínimo para encomendarse al silencio y a la oración».

Las miradas, sin el trasfondo de una sola palabra, entre Irina y Albina y entre las familias que se pasaron aquella cruz en las 14 estaciones del Vía crucis, «dijeron» incluso «más» que los fuertes, directos, claros y apremiantes testimonios de vida.

Pasando la cruz de mano en mano, esas familias — ante el Papa, ante el mundo — representaban a todas, absolutamente a todas las familias del mundo y recordaron que sí, hay oscuridad. Pero también esperanza. Y que en la cruz nunca se está solo. También, y quizás sobre todo, cuando uno está convencido — desesperado — de estar solo. En resumen, nadie se salva solo.

La bofetada de la noche del Viernes Santo señaló abruptamente que en una de esas 14 estaciones podría estar cualquier familia del mundo. A cada uno, entre la cruz y la esperanza, se le podría pedir que cuente su propia historia, para que otras familias se reconozcan en ella. Encontrando juntos — y quizás esta sea la palabra clave: juntos — nuevas miradas de esperanza. Incluso con los brazos y las piernas estirados y clavados en la cruz.

Ese bofetón “obligó” a cada familia a preguntarse qué dirían de sí mismos. Contando el dolor pero también vislumbrando horizontes de vida.

Porque esas familias que llevaron la cruz en el Coliseo no están formadas por personajes ilustres y ni siquiera son “mejores”. No, se presentaron con humildad y también con una buena dosis de valentía. Porque se necesita valentía — sazonada con lágrimas— para contar las propias limitaciones, los propios miedos, las propias derrotas, los propios fracasos. El propio ser mujeres y hombres. Niños. Heridos, en algunos casos hasta la muerte.

Y esos muchachos ciertamente no dijeron “menos” — Giorgio Maria con síndrome de Down o Alfredo con una rara enfermedad genética que le impide casi cualquier movimiento o con malestar psíquico — es más con la lógica de la cruz, probablemente son los que hablaron “más”. Y más eficazmente.

Junto a sus padres — quienes los acogieron en el hogar familiar son también padres — que ciertamente no aceptan llamarlos “una cruz”. Porque viven una alegría, con ellos y a través de ellos. Incluso en la conciencia de un sufrimiento que muerde la carne, por supuesto.

En el Coliseo — en los últimos dos años, debido a la pandemia, se había realizado el Vía Crucis del Viernes Santo en la plaza de San Pedro —, estaban entre otros el alcalde de Roma, Roberto Gualtieri, quien recibió al Papa, el cardenal Tagle, prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, monseñor Peña Parra, sustituto para los Asuntos Generales, con el asesor, monseñor Cona.

Antes de dejar el Coliseo, el Papa saludó personalmente a dos representantes de las familias que inspiraron las meditaciones y llevaron la cruz: significativamente los dos que viven la experiencia de la discapacidad en silla de ruedas.

Giampaolo Mattei