El encuentro del Pontífice con los adolescentes de las diócesis italianas

Ese olfato de la verdad que hace valientes y generosos

 Ese olfato de la verdad que hace valientes y generosos  SPA-016
22 abril 2022

En la tarde del 18 de abril, el Papa se reunió en la plaza de San Pedro con cien mil adolescentes de las diócesis italianas, con ocasión de la peregrinación a Roma el Lunes del Ángel promovido por el Servicio nacional para la pastoral juvenil de la Conferencia Episcopal Italiana (Cei) sobre el tema #Sígueme. Con ellos, obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas, educadores y responsables de asociaciones, movimientos y comunidades. Publicamos a continuación el discurso que el Pontífice pronunció durante la vigilia de oración con la que concluyó el encuentro.

¡Queridos chicos y chicas, bienvenidos!

¡Gracias por estar aquí! Esta plaza esperaba desde hace tiempo llenarse con vuestra presencia, vuestros rostros, y vuestro entusiasmo. Hace dos años, el 27 de marzo, vine aquí solo para presentar al Señor la súplica del mundo golpeado por la pandemia. Quizá esa noche estabais también vosotros en vuestras casas delante del televisor rezando junto a vuestras familias. Han pasado dos años con la plaza vacía y a la plaza le ha pasado como nos pasa a nosotros cuando hacemos ayuno: queremos comer y, cuando vamos a comer después del ayuno, comemos más; por eso se ha llenado más: ¡también la plaza ha sufrido el ayuno y ahora está llena con vosotros! Hoy, todos vosotros, estáis juntos, venidos desde Italia, en el abrazo de esta plaza y en la alegría de la Pascua que acabamos de celebrar.

Jesús ha vencido las tinieblas de la muerte. Lamentablemente, son todavía densas las nubes que oscurecen nuestro tiempo. Además de la pandemia, Europa está viviendo una guerra tremenda, mientras que siguen en muchas regiones de la Tierra injusticias y violencias que destruyen al hombre y el planeta. A menudo son precisamente vuestros coetáneos los que pagan el precio más alto: no solo su existencia está comprometida y se vuelve insegura, sino que sus sueños para el futuro son aplastados. Muchos hermanos y hermanas esperan todavía la luz de la Pascua.

El pasaje del Evangelio que hemos escuchado empieza precisamente en la oscuridad de la noche. Pedro y los otros toman las barcas y van a pescar – y no pescan nada. ¡Qué desilusión! Cuando ponemos tantas energías para realizar nuestros sueños, cuando invertimos tantas cosas, como los apóstoles, y no resulta nada… Pero sucede algo sorprendente: al amanecer, aparece en la orilla un hombre, que era Jesús. Les estaba esperando. Y Jesús les dice: “Allí, a la derecha hay peces”. Y sucede el milagro de tantos peces: las redes se llenan de peces. Esto puede ayudarnos a pensar en algunos momentos de nuestra vida. La vida a veces nos pone en dura prueba, nos hace tocar con la mano nuestras fragilidades, nos hace sentir desnudos, indefensos, solos. ¿Cuántas veces en este periodo os habéis sentido solos, lejos de vuestros amigos? ¿Cuántas veces habéis tenido miedo? No hay que avergonzarse de decir: “¡Tengo miedo de la oscuridad!”. Todos nosotros tenemos miedo de la oscuridad. Los miedos hay que contarlos, los miedos se deben expresar para poder así expulsarlos. Recordad esto: los miedos hay que contarlos. ¿A quién? Al padre, la madre, al amigo, la amiga, a la persona que puede ayudaros. Deben ser sacados a la luz. Y cuando los miedos, que están en las tinieblas, van a la luz, la verdad estalla. No os desaniméis: si tenéis miedo, ¡ponedlo a la luz y os hará bien!

La oscuridad nos pone en crisis; pero el problema es cómo gestiono esta crisis: si me la guardo sólo para mí, para mi corazón, y no lo hablo con nadie, no funciona. En las crisis hay que hablar, hablar con el amigo que me puede ayudar, con papá, mamá, abuelo, abuela, con la persona que me puede ayudar. Las crisis deben ser iluminadas para vencerlas.

Queridos chicos y chicas, vosotros no tenéis la experiencia de los grandes, pero tenéis una cosa que nosotros grandes a veces hemos perdido. Por ejemplo: con los años, nosotros grandes necesitamos gafas porque hemos perdido la vista o a veces nos hemos vuelto un poco sordos, hemos perdido el oído… O, muchas veces, la costumbre de la vida nos hacer perder “el olfato”; vosotros tenéis “el olfato”. ¡Y esto no lo perdáis, por favor! Vosotros tenéis el olfato de la realidad, y es algo grande. El olfato que tenía Juan: apenas vio allí a ese señor que decía: “Tirad las redes a la derecha”, el olfato le dijo: “¡Es el Señor!”. Era el más joven de los apóstoles. Vosotros tenéis el olfato: ¡no lo perdáis! El olfato de decir “esto es verdad – esto no es verdad- esto no va bien”; el olfato de encontrar al Señor, el olfato de la verdad. Os deseo que tengáis el olfato de Juan, pero también la valentía de Pedro. Pero era un poco “especial”: negó a Jesús tres veces, pero apenas Juan, el más joven, dice: “¡Es el Señor!”, se lanza al agua para encontrar a Jesús.

No os avergoncéis de vuestros arrebatos de generosidad: el olfato os lleva a la generosidad. Lanzaos en la vida. “¡Eh, padre, pero yo no sé nadar, tengo miedo de la vida!”: tenéis quien os acompaña, buscad a alguien que os acompañe. Pero no tengáis miedo de la vida, ¡por favor! Tened miedo de la muerte, de la muerte del alma, de la muerte del futuro, de la cerrazón del corazón: tened miedo de esto. Pero de la vida, no: la vida es bella, la vida es para vivirla y para darla a los otros, la vida es para compartirla con los otros, no para cerrarla en sí misma.

Yo no quisiera alargarme tanto, solamente quisiera decir que es importante que vosotros vayáis adelante. ¿Los miedos? Iluminarlos, contarlos. ¿El desaliento? Vencerlo con la valentía, con alguno que os ayude. Y el olfato de la vida: no perderlo, porque es algo bello.

Y, en los momentos de dificultad, los niños llaman a la madre. También nosotros llamamos a nuestra madre, María. Ella – estad atentos – tenía casi vuestra edad cuando acogió su vocación extraordinaria de ser madre de Jesús. Qué bonito: vuestra edad, más o menos… Que Ella os ayude a responder con confianza vuestro “¡Aquí estoy!” al Señor: “Estoy aquí Señor: ¿qué debo hacer? Estoy aquí para hacer el bien, para crecer bien, para ayudar con mi olfato a los otros”. Que la Virgen, la madre que tenía casi vuestra edad cuando recibió el anuncio del ángel y quedó encinta, que Ella os enseñe a decir: “¡Aquí estoy!”. Y no tener miedo. ¡Ánimo, y adelante!

Después de la bendición:

Jesús resucitado sea la fuerza de vuestra vida: id en paz y sed felices, todos vosotros: ¡en paz y con alegría!