MUJERES IGLESIA MUNDO

La reflexión

La importancia
del “nosotros”

 L’importanza  DCM-004
02 abril 2022

Potencialidad y límites de las relaciones interpersonales


Es muy difícil hablar de familia porque, mirando la historia y el mundo contemporáneo, nos encontramos ante realidades sumamente distintas. Van desde las actuales familias de Occidente y Norte del planeta hasta las gentes de la antigüedad clásica y las familias extensas, o clanes, de poblaciones tradicionales, todavía muy extendidas en la actualidad. Esto por mencionar los modelos más conocidos, pero también existen otros diferentes. La primera aclaración que hay que hacer es que no pretendemos situarnos en un plano sociológico encaminado a estudiar y a analizar las diversas formas de familia y sus rasgos distintivos, sino en un plano antropológico-reflexivo encaminado a comprender, con rigor, qué distingue a la familia de otras formas de relaciones interpersonales.

Una se pregunta por qué ante realidades tan lejanas se puede utilizar el mismo término, familia, o si es mejor no renunciar a utilizar el mismo concepto y considerar cada una de estas realidades de forma particular. El objetivo que aquí se persigue es precisamente el de poder mostrar por qué el concepto de familia puede aplicarse a situaciones tan profundamente diferentes entre sí. La categoría central en toda esta reflexión es la de “nosotros” y ahora se trata de ver qué significa realmente, qué implica y qué beneficio comporta.

“Aquí ya no se trata tanto de vivir el uno para el otro como de vivir ambos para el ‘nosotros’” (Joseph de Finance). Esta brevísima cita puede servir para orientar la dirección a la que encaminarse. De hecho, la cuestión, en vez de resolverse, ahora parece complejizarse porque tenemos que preguntarnos qué es ese “nosotros” en el que queremos identificar la esencia de la familia. La solución consiste en entender cómo el “nosotros” viene superado por los individualismos y egoísmos, superación por la que los sujetos ya no miran solo el uno hacia el otro, sino que lo hacen juntos hacia esa nueva realidad.

En el “nosotros”, en la familia, la alteridad del otro sigue siendo tal y no puede ser absorbida en un vano intento de simbiosis que privaría a cada sujeto de su irrepetible peculiaridad, sino que se vive una nueva forma de existencia no reducible a su simple suma. En la familia persisten las diferencias de género y generación y son estas las que precisamente le dan su riqueza y fecundidad, pero hay una unidad en la que confluyen las intenciones individuales, aun cuando, como en el caso de los niños pequeños, no haya una conciencia explícita de ello.

Sin embargo, la supervivencia del “nosotros” está siempre condicionada y en peligro por el peso de la libertad que siempre puede generar cansancio hacia el vínculo al que está ligado e infidelidad al cumplimiento de las promesas iniciales. Más concretamente, se puede distinguir la diferencia entre la familia y las llamadas “uniones de hecho” ya que, en la familia, el amor es el principal aglutinante, aunque no el único fundamento de su existencia porque necesita fundarse incluso más allá de sí misma en algo que le dé consistencia y estabilidad.

De este modo se combinan el papel y la función de la institución que, en cada sociedad, ha siempre reconocido a la familia dándole consistencia y estabilidad frente a todos sus miembros. Es decir, la institución no es la que constituye la familia, fundada en el “nosotros” de los sujetos, sino la que garantiza y protege su permanencia más allá de la debilidad y precariedad de los sentimientos. El vínculo, de esta manera, ya no es solo un hecho privado, sino que se confirma ante todos los miembros del grupo social que se responsabilizan de su protección y promoción, como célula esencial de la convivencia.

Como se ve fácilmente, las consideraciones que acabamos de hacer pueden aplicarse a todas las realidades familiares que nos regalan la historia y la geografía, mientras que una discusión aparte debe reservarse para aquellas uniones que obtienen su fuerza del vínculo del sacramento del matrimonio cristiano. En este caso, la pareja ya no es el único núcleo sobre el que se funda la familia, sino que el vínculo es esencialmente de tres: la pareja, como primera célula de la familia, y Dios ante quien se establece el pacto conyugal bendecido por él. En este caso, la debilidad de los compromisos personales encuentra apoyo en una voluntad superior que la sostiene y que, con la cooperación de los cónyuges, permite que la familia sobreviva más allá de todas las flaquezas e infidelidades a los compromisos asumidos.

de Giorgia Salatiello