El camino de los romanos
La procesión nocturna suspendida por la pandemia
Todos los sábados por la noche en Roma, de Pascua a octubre, hay un lugar donde se reúne un grupo de fieles. Llegan a cuentagotas a la plaza de Porta Capena, hasta convertirse en centenares. El escenario se extiende entre el edificio de la FAO, con su aire racionalista y el Circo Máximo en coronado por la Colina Palatina. Desde aquí, a medianoche y antorchas en mano, comienza la peregrinación que más gusta los romanos, la que conduce desde el corazón de la Ciudad Eterna hasta el santuario del Divino Amore. Son más o menos 15 kilómetros los que separan la ciudad del santuario que pasan por Appia Antica y via Ardeatina, bordeando las catacumbas de San Callisto y San Sebastiano. Se pasa frente a la iglesia del Quo Vadis, donde Pedro se encontró con Jesús, y se reza. A la altura de las fosas Ardeatinas, se recuerda a las víctimas de la sinrazón nazi. Es también una peregrinación a través de la historia.
Hoy está suspendida por el coronavirus, “pero se reanudará pronto, en cuanto la pandemia nos dé un respiro”, nos cuenta sor Paola, que pertenece a la cofradía de las Hijas del Divino Amor y ha recorrido ese camino cientos de veces. Lo que siempre ha llamado la atención de sor Paola es la participación, que ella define como “transversal”, de personas de todas las procedencias y sensibilidades. Como Chiara Dimuccio, una mujer de 39 años que se define como creyente, pero “fuera del catolicismo”. “La primera vez que hice la peregrinación fue un sábado de abril, una noche mágica al final de la primavera, cuando Roma realmente respira eternidad”, nos cuenta. “Se camina despacio y es bonito hacerlo en la oscuridad, junto a otras personas que rezan. Es diferente a caminar solo, porque eres parte de una experiencia colectiva que te infunde fuerza”. La romería tiene lugar por la noche y cuando amanece se distingue el santuario perfilado por la Ardeatina, metáfora de la luz que alumbra la noche del alma. Son las 5 de la mañana y los peregrinos pueden asistir a la primera misa del día.
La historia del santuario nacido en las afueras de la ciudad comienza en la primavera de 1740, con la historia de un milagro. Un peregrino que se dirigía a Roma se perdió en el campo que rodea la ciudad, cerca de Castel di Leva. Justo cuando bordeaba una torre con un fresco de la Virgen y el Niño en lo alto, el viajero se vio rodeado de una jauría de perros salvajes. Las bestias avanzaban amenazadoras y el hombre, sintiéndose ya perdido, levantó los ojos, encontrándose con la mirada de la Virgen pintada al fresco a la que invocó su ayuda. Es en ese momento los perros se calmaron y dejaron escapar al incrédulo peregrino. El episodio milagroso pasó de boca en boca y llegó a la ciudad. Ese fresco se convirtió en destino de peregrinación y de petición de gracias, especialmente para los pastores y labradores de la campiña romana. La devoción popular creció y así, en los años 40 de 1700, se construyó la iglesia cerca de Castel di Leva que aún hoy forma el núcleo original del santuario. A esta iglesia se trasladó el Lunes de Pascua de 1745 el fresco de la Virgen con el Niño, presidido por la paloma del Espíritu Santo, que es el Amor Divino (Divino Amore).
Hoy se ha ampliado el perímetro del santuario. A la pequeña iglesia se unió la moderna, construida en 1999, una estructura de hormigón y vidrios de colores que puede albergar a miles de fieles. La pandemia, con el distanciamiento social, afectó al santuario. “Pero en los momentos más duros se organizaban misas al aire libre, -explica sor Paola-, que eran todo un éxito”. Paseando por el santuario, llaman la atención los exvotos que son miles y todos hablan de súplicas, gracias recibidas y milagros. Sor Paola explica que “son muchos los que sufren y se encomiendan a la Virgen el elemento de petición es fuerte, porque todo se pide a una madre”. La relación entre los romanos y la Madonna del Divino Amore se estrechó durante la Segunda Guerra Mundial. En septiembre de 1943 se bombardeó la zona del santuario y se decidió trasladar el icono de la Virgen a la ciudad para que estuviera a salvo. El fresco se llevó primero a la iglesia de San Lorenzo in Lucina y luego, dada la gran concurrencia de fieles, a la más grande de Sant'Ignazio di Loyola en Campo Marzio. En aquellos días, el Papa Pío XII invitó a los romanos a encomendarse a la Virgen del Divino Amore para que la ciudad se salvase de la destrucción de la guerra. Entre el 4 y el 5 de junio los nazis abandonaron Roma, optando por no convertir la ciudad en un campo de batalla. La capital se salvó así del recrudecimiento del conflicto. El 11 de junio, el Papa Pío XII celebró una misa de acción de gracias en la iglesia de San Ignacio: Nuestra Señora del Divino Amor recibió entonces el título de Salvadora de la Ciudad.
En los años de la posguerra, el rector de Divino Amore fue el padre Umberto Terenzi, figura crucial para el santuario. En este período, gracias a su labor, se fundaron el seminario de los Oblatos del Amor Divino y la Congregación de las hijas de Nuestra Señora del Amor Divino. El santuario renació junto con el resto del país, explica Emma Fattorini, historiadora de la Universidad La Sapienza: “Desde el punto de vista histórico y social, el Divino Amore es un símbolo de reconstrucción, de la energía de posguerra”. En aquellos años, la peregrinación nocturna comienza a tomar la forma que conocemos hoy y a ella se unen cada vez más mujeres. “En todos los cultos marianos después de la guerra la presencia femenina es muy fuerte”, prosigue Emma Fattorini. La peregrinación se convirtió en una oportunidad para salir, entablar relaciones sociales y conquistar espacios de libertad: “Una suerte de nueva socialidad que atenúa el tradicional aislamiento femenino”.
Según Fattorini, los cultos marianos en la posguerra adquirieron un valor ambivalente: por un lado, transmitían valores conservadores y funcionaban también como vector de propaganda, especialmente en clave anticomunista; por otro lado, alimentaban un protagonismo femenino. Son los años en los que, en el ámbito católico, aumentaba el número de catequistas o docentes creciendo así el impacto de la mujer en la transmisión del saber.
En los años de la posguerra entra en el Divino Amore un jovencísimo seminarista de Altamura, Michele Pepe, quien primero fue sacristán, luego sacerdote y finalmente colaborador del rector don Umberto Terenzi. El padre Pepe tiene ahora 82 años y ha vuelto a Divino Amore después de pasar 40 años como párroco en Puglia. Cuando de joven vivía en el Santuario, todos los sábados por la noche acompañaba al padre Umberto a Porta Capena para inaugurar la romería. Lo primero que hicieron fue repartir velas, después cantaron el himno de la Madonna del Divino Amore. “Nosotros los sacerdotes nos quedamos en la parte de atrás de la procesión y confesamos desde el principio hasta el final del grupo. Hoy, en comparación con el pasado, la calidad de los caminos ha cambiado, muchos llevan linternas y ya no van a caballo o en carros. Pero una cosa es idéntica a entonces: que todos vamos por igual en peregrinación, desde los más pecadores a los más devotos, desde creyentes hasta curiosos. Desde los que piden una gracia a los que solo quieren dar las gracias”.
Aunque la romería es siempre muy animada, se vive un espíritu de recogimiento en todo el recorrido al que contribuye la oscuridad de la noche. “La sensación que se tiene es la del anonimato”, dice Silvana Cecconi, una fiel que ha hecho muchas procesiones. “La noche tiene un efecto reparador”. El viaje en nocturno proporciona intimidad y un nuevo sentido de comunidad: “Muchas veces me toca escuchar los problemas íntimos de las personas. Es como si se sintieran arropadas por la noche. Todo aquello de lo que cuesta hablar a la luz del día, se logra verbalizar en el camino nocturno”. Para Silvana “las oraciones son expresión de ese estado psicológico especial. Es una especie de catarsis”. La noche es por tanto el elemento que caracteriza esta peregrinación que va desde el corazón de Roma, desde el corazón del catolicismo, hacia la periferia. “Sí, la noche es la característica principal del Divino Amore”, confirma Chiara Dimuccio, la primera peregrina a la que le preguntamos. “En concreto, la romana es una noche especial. A veces se habla de Roma como una ciudad dura y deshumanizada. Para encontrar otra Roma, recomiendo hacer la peregrinación a través de distintas personas que se conocen, rezan y caminan juntas durante una noche entera. Vale la pena estar abierto a esta experiencia”.
de Carmen Vogani e Gregorio Romeo