Un sacerdote en el cementerio del Mediterráneo

La experiencia del padre Luigi Usubelli a bordo del Astral para rescatar migrantes

 La experiencia del padre Luigi Usubelli a bordo  del Astral para rescatar migrantes  SPA-007
18 febrero 2022

Identificarse con el migrante y afrontar el miedo a la diversidad. Son las claves del padre Luigi Usubelli para poder acoger, proteger, promover, integrar a las personas que se ven obligadas a huir de sus casas, dejando todo atrás, y buscar una vida más segura. Luigi es un sacerdote diocesano italiano, de la diócesis de Bérgamo, ordenado hace casi 30 años. Se considera él también un migrante, ya que en sus años de servicio pastoral ha viajado mucho. Tras unos primeros años en una parroquia en su diócesis, se ofreció a ir a una diócesis en Liguria porque tenían falta de sacerdotes. Después se ofreció como fidei donum y se fue a Cuba. Allí fue misionero unos años y al regresar dio disponibilidad a Migrantes, una fundación de la Conferencia Episcopal italiana que se ocupa de las comunidades italianas que viven en otros países. De esto modo estuvo primero en Australia, y ahora -desde hace 8 años- en Barcelona. Este “identificarse” con el migrante le movió a emprenderse en un viaje el pasado mes de septiembre con el barco Astral, de la ong Open Arms, para experimentar en primera persona cómo se realizan los rescates en alta mar. Una vivencia que le gustaría repetir y en la que, si fuera posible, le acompañaría un grupo de jóvenes para que puedan después ellos convertirse en agentes de sensibilización en sus comunidades parroquiales.

¿Cómo surgió en usted el deseo de hacer una experiencia en el mar para ayudar a los migrantes que llegan en pateras?

Fundamentalmente nace de la experiencia personal porque yo también soy migrante. Digo siempre que migrante de primera división, de esa migración que cuando vas alguien te está esperando, una forma muy suave para aterrizar en una realidad diferente de la tuya. A pesar de eso también hay dificultades, vivir en el extranjero es bonito, pero es también un proceso personal y comunitario que tienes que vivir. No es difícil para mí identificarme con las personas que por motivos diferentes al mío emigran obligatoriamente. Yo he emigrado por elección. Por eso no es difícil para mí ponerme en sus zapatos. También me han movido los numerosos llamamientos del Papa y el hecho de tener aquí al lado el Mediterráneo. Pensé que la Iglesia, en esta específica experiencia de los barcos, no tenía una presencia significativa. Por eso me pareció que era un espacio interesante para dar un testimonio de cercanía: ya sea con los migrantes que con las personas que trabajan en estos barcos. Tú presencia ahí cuestiona a los demás. Y con esto ya se hace algo: ven que la Iglesia se mueve en estos temas.

¿Se ha planteado repetir la experiencia?

Sí, este verano. Pero aún no es algo concreto porque estas experiencias no se pueden programar con mucho adelanto. Te llaman cuando hace falta: dependiendo del mar, de las personas que hay. La otra vez fui con Open Arms porque son de aquí de Barcelona, pero me gustaría repetir la experiencia con otra realidad, pero iré viendo.

¿Qué fue lo que más le impactó de esta experiencia?

Vivimos mucho la virtualidad y las imágenes. Todos hemos visto imágenes de los rescates de migrantes en el mar. Pero en vivo es otra dimensión, escuchar las voces reales de las personas, también su alegría al vernos a nosotros y a la guardia costera. Esto es impactante. También cuando llegas y lo único que tienes que hacer es mirar un puntito por los prismáticos para identificar una posible patera e ir hacia allá para iniciar un rescate. Ver la fragilidad humana y la desesperación de estas personas. Vivirlo en directo es diferente.

El barco en el que yo estuve, el Astral, no está autorizado para rescatar directamente a los migrantes. Sencillamente va y solicita la intervención de la guardia costera, y hasta que no llegan estamos allí, acompañando. Lamentablemente se nos rompió un motor del barco y la operación que tenía que haber durado 3 semanas duró 10 días.

¿Cómo reaccionó el resto de la tripulación al compartir esta experiencia con un sacerdote?

Hubo a algunos que les daba igual y no me preguntaban nada. Pero hubo otros que se mostraron más interesados al motivo de mi presencia. Fue muy interesante también que el capitán era griego ortodoxo. Por la noche había que hacer turnos porque es necesario que siempre haya alguien despierto, y él decidió los turnos y me escogió a mí para estar con él. En realidad, lo hizo porque quería hablar de la fe, de su familia… fue muy bonito e interesante. Ahora somos amigos y de vez en cuando quedamos. Si tú te haces presentes, después nacen las demás cosas. También les expliqué que yo no estaba allí para hacer proselitismo, aunque yo estaba allí como testimonio y en nombre de la Iglesia.

El mensaje del Santo Padre respecto a los migrantes siempre es “acoger, proteger, promover, integrar”. Desde su experiencia, ¿cómo se puede llevar a la práctica este camino?

Yo creo que a nivel institucional estamos al inicio de este proceso, un proceso que no va a parar en los próximos años. Es verdad que es muy bonito decir que se tienen que crear las condiciones para que estas personas no se vean en la obligación de emigrar. Pero concretamente significa crear una política de desarrollo que hasta ahora no se ha hecho. Como todo comienzo a veces es complicado, porque hay resistencias, rechazos, dificultades, no estamos preparados, ni culturalmente ni institucionalmente. Pero esto no significa que no se pueda hacer.

Por otro lado, a mí me parece que estas cuatro palabras tienen que ser también un camino de conversión personal, no solo a nivel religioso sino también cultural. Yo creo que el gran problema no es tanto el racismo como más bien el miedo. Todos tenemos miedo a la diversidad. La diferencia está entre quién decide enfrentar este miedo, mirarlo y darle una respuesta y quien decide no enfrentarlo y vivir con ese miedo. Miedo a acoger. Ese miedo hay que reconocerlo y ese es el gran desafío cultural.

Usted decía que no es lo mismo ver las imágenes de un rescate que vivirlas. ¿De qué forma podemos pasar de pensar en la migración como si fueran tan solo cifras y darle rostro y voz?

Yo creo que el “secreto” es encontrar las personas. Por eso yo estoy trabajando en un proyecto concreto. A la próxima experiencia de rescate en barco quiero ir con jóvenes. En todas las parroquias se organizan en verano viajes solidarios en países necesitados. ¿Por qué no organizar viajes en un barco con preparación previa? Y después cuando vuelvan estos jóvenes pueden ser agentes de sensibilización en sus comunidades parroquiales. A mí esto me parece un horizonte pastoral interesante. Y así se genera encuentro. Pocas veces he visto una persona cambiar de opinión después de una discusión sobre este tema. He visto gente cambiar de opinión encontrando la realidad. Yo creo que esta es la pastoral que tenemos que desarrollar. Identificarse con el migrante y afrontar el miedo a la diversidad. Son las claves del padre Luigi Usubelli para poder acoger, proteger, promover, integrar a las personas que se ven obligadas a huir de sus casas, dejando todo atrás, y buscar una vida más segura. Luigi es un sacerdote diocesano italiano, de la diócesis de Bérgamo, ordenado hace casi 30 años. Se considera él también un migrante, ya que en sus años de servicio pastoral ha viajado mucho. Tras unos primeros años en una parroquia en su diócesis, se ofreció a ir a una diócesis en Liguria porque tenían falta de sacerdotes. Después se ofreció como fidei donum y se fue a Cuba. Allí fue misionero unos años y al regresar dio disponibilidad a Migrantes, una fundación de la Conferencia Episcopal italiana que se ocupa de las comunidades italianas que viven en otros países. De esto modo estuvo primero en Australia, y ahora -desde hace 8 años- en Barcelona. Este “identificarse” con el migrante le movió a emprenderse en un viaje el pasado mes de septiembre con el barco Astral, de la ong Open Arms, para experimentar en primera persona cómo se realizan los rescates en alta mar. Una vivencia que le gustaría repetir y en la que, si fuera posible, le acompañaría un grupo de jóvenes para que puedan después ellos convertirse en agentes de sensibilización en sus comunidades parroquiales.

¿Cómo surgió en usted el deseo de hacer una experiencia en el mar para ayudar a los migrantes que llegan en pateras?

Fundamentalmente nace de la experiencia personal porque yo también soy migrante. Digo siempre que migrante de primera división, de esa migración que cuando vas alguien te está esperando, una forma muy suave para aterrizar en una realidad diferente de la tuya. A pesar de eso también hay dificultades, vivir en el extranjero es bonito, pero es también un proceso personal y comunitario que tienes que vivir. No es difícil para mí identificarme con las personas que por motivos diferentes al mío emigran obligatoriamente. Yo he emigrado por elección. Por eso no es difícil para mí ponerme en sus zapatos. También me han movido los numerosos llamamientos del Papa y el hecho de tener aquí al lado el Mediterráneo. Pensé que la Iglesia, en esta específica experiencia de los barcos, no tenía una presencia significativa. Por eso me pareció que era un espacio interesante para dar un testimonio de cercanía: ya sea con los migrantes que con las personas que trabajan en estos barcos. Tú presencia ahí cuestiona a los demás. Y con esto ya se hace algo: ven que la Iglesia se mueve en estos temas.

¿Se ha planteado repetir la experiencia?

Sí, este verano. Pero aún no es algo concreto porque estas experiencias no se pueden programar con mucho adelanto. Te llaman cuando hace falta: dependiendo del mar, de las personas que hay. La otra vez fui con Open Arms porque son de aquí de Barcelona, pero me gustaría repetir la experiencia con otra realidad, pero iré viendo.

¿Qué fue lo que más le impactó de esta experiencia?

Vivimos mucho la virtualidad y las imágenes. Todos hemos visto imágenes de los rescates de migrantes en el mar. Pero en vivo es otra dimensión, escuchar las voces reales de las personas, también su alegría al vernos a nosotros y a la guardia costera. Esto es impactante. También cuando llegas y lo único que tienes que hacer es mirar un puntito por los prismáticos para identificar una posible patera e ir hacia allá para iniciar un rescate. Ver la fragilidad humana y la desesperación de estas personas. Vivirlo en directo es diferente.

El barco en el que yo estuve, el Astral, no está autorizado para rescatar directamente a los migrantes. Sencillamente va y solicita la intervención de la guardia costera, y hasta que no llegan estamos allí, acompañando. Lamentablemente se nos rompió un motor del barco y la operación que tenía que haber durado 3 semanas duró 10 días.

¿Cómo reaccionó el resto de la tripulación al compartir esta experiencia con un sacerdote?

Hubo a algunos que les daba igual y no me preguntaban nada. Pero hubo otros que se mostraron más interesados al motivo de mi presencia. Fue muy interesante también que el capitán era griego ortodoxo. Por la noche había que hacer turnos porque es necesario que siempre haya alguien despierto, y él decidió los turnos y me escogió a mí para estar con él. En realidad, lo hizo porque quería hablar de la fe, de su familia… fue muy bonito e interesante. Ahora somos amigos y de vez en cuando quedamos. Si tú te haces presentes, después nacen las demás cosas. También les expliqué que yo no estaba allí para hacer proselitismo, aunque yo estaba allí como testimonio y en nombre de la Iglesia.

El mensaje del Santo Padre respecto a los migrantes siempre es “acoger, proteger, promover, integrar”. Desde su experiencia, ¿cómo se puede llevar a la práctica este camino?

Yo creo que a nivel institucional estamos al inicio de este proceso, un proceso que no va a parar en los próximos años. Es verdad que es muy bonito decir que se tienen que crear las condiciones para que estas personas no se vean en la obligación de emigrar. Pero concretamente significa crear una política de desarrollo que hasta ahora no se ha hecho. Como todo comienzo a veces es complicado, porque hay resistencias, rechazos, dificultades, no estamos preparados, ni culturalmente ni institucionalmente. Pero esto no significa que no se pueda hacer.

Por otro lado, a mí me parece que estas cuatro palabras tienen que ser también un camino de conversión personal, no solo a nivel religioso sino también cultural. Yo creo que el gran problema no es tanto el racismo como más bien el miedo. Todos tenemos miedo a la diversidad. La diferencia está entre quién decide enfrentar este miedo, mirarlo y darle una respuesta y quien decide no enfrentarlo y vivir con ese miedo. Miedo a acoger. Ese miedo hay que reconocerlo y ese es el gran desafío cultural.

Usted decía que no es lo mismo ver las imágenes de un rescate que vivirlas. ¿De qué forma podemos pasar de pensar en la migración como si fueran tan solo cifras y darle rostro y voz?

Yo creo que el “secreto” es encontrar las personas. Por eso yo estoy trabajando en un proyecto concreto. A la próxima experiencia de rescate en barco quiero ir con jóvenes. En todas las parroquias se organizan en verano viajes solidarios en países necesitados. ¿Por qué no organizar viajes en un barco con preparación previa? Y después cuando vuelvan estos jóvenes pueden ser agentes de sensibilización en sus comunidades parroquiales. A mí esto me parece un horizonte pastoral interesante. Y así se genera encuentro. Pocas veces he visto una persona cambiar de opinión después de una discusión sobre este tema. He visto gente cambiar de opinión encontrando la realidad. Yo creo que esta es la pastoral que tenemos que desarrollar.

Rocío Lancho García