MUJERES IGLESIA MUNDO

Las Historias

Pioneras en la lucha
contra la trata

 Pioniere della lotta    contro la tratta  DCM-012
30 diciembre 2021

La red mundial de las religiosas de Talitha Kum


No sabía que se llamaba “trata”. Solo sabía que esa joven y bella albanesa fue víctima de una violencia indescriptible. Un sistema perverso que la mantenía encadenada a una acera a pesar de estar enferma de SIDA. No tenía escapatoria porque, si huía o intentaba rebelarse, “esas personas” -como los llamaba- se vengarían de su hijo de pocos años y del resto de la familia. “La historia me quitaba el sueño”, dice Gabriella Bottani, religiosa comboniana y coordinadora internacional de Talitha Kum, la red internacional de consagradas contra la trata de personas. En aquel momento, Gabriella era una postulante de unos treinta y pocos años que trabajaba por asistir a los descartados, como aquellos que languidecían cerca de la estación Termini de Roma. “Nunca había pensado en lidiar con la trata, ni siquiera sabía qué era. En esos años no se hablaba de eso. El fenómeno aún era poco conocido. Por eso, no entendía muy bien qué mantenía prisionera a esa mujer. Solo sabía que esa crueldad me resultaba intolerable”, recuerda. La misma sensación sintió unos años después en Alemania, donde trabajaba junto a inmigrantes irregulares, cuando se encontró con una mujer nigeriana embarazada, acogida en un centro que desapareció unos días antes de dar a luz. “Nos dijeron que unos hombres en coche la habían interceptado y se la habían llevado”.

Solo más tarde, en Fortaleza, Brasil, al leer una investigación que consideraba a la ciudad y al resto del estado entre los principales focos de trata de seres humanos, Gabriella Bottani se decidió a profundizar en el asunto. Entonces, unió los puntos. “Las historias de esas mujeres resurgieron en mi mente y corazón con todo dramatismo. Y decidí comprometerme contra la trata, del lado de las personas que han padecido esta tragedia en sus vidas”.

También para Sor Carmen Ugarte García, de la Congregación de las Oblatas del Santísimo Redentor, y para Abby Avelino, de las Hermanas Maryknoll de San Domingo, fue el encuentro con el otro, con la otra en carne y hueso, lo que detonó en ellas la chispa del compromiso contra la esclavitud moderna. Para la primera fue la explotación salvaje de las mujeres prostituidas en México; y, para la segunda, el tráfico de los inmigrantes filipinos engañados en Japón para ser vendidos y comprados como una mercancía barata. “Sus historias actuaron como un resorte que activó algo en mí. Comencé a dedicarme entonces a la lucha contra la trata de personas”, narra la hermana Abby, nacida en Filipinas hace 56 años y residente en Japón, desde donde coordina el trabajo de Talitha Kum en Asia. La hermana Carmen, una mexicana de 57 años, que sirve en Puerto Rico, desempeña la misma misión para América Latina.

Gabriella, Carmen y Abby tienen diferentes orígenes, cultura, carácter o familia religiosa de pertenencia, pero están unidas por la misma lucha contra la trata de la que son víctimas 40 millones de personas, según las estimaciones a la baja de la ONU. Una de cada cuatro tiene menos de 18 años y más del 70 por ciento son mujeres. No es de extrañar, por tanto, que la vida religiosa femenina haya sido la pionera en ocuparse de esto en la Iglesia. No solo combaten esta lacra, sino que además acompañan los procesos de liberación de las mujeres. “Siempre he tratado de relacionarme con ellas de persona a persona, sin juzgar y sin jugar ningún papel. La cercanía a las víctimas me ha dado la oportunidad de encontrarme con Dios en el otro o, más bien, en la otra”, confiesa sor Gabriella. “Nos llaman hermanas, nos respetan y nos aman, porque saben que son importantes para nosotras. Trabajar con ellas es para mí un continuo aprendizaje porque están llenas de sorpresa, de fuerza y de resiliencia ante un sistema de prostitución que intenta degradarlas y reducirlas a mero objeto”, explica la hermana Carmen. Y continua: “En México, la violencia contra el género femenino es cotidiana y terrible. Lo han apodado ‘el país feminicida’”. No es raro encontrar pegadas en postes de la luz o en las paradas de autobús, decenas de fotos de adolescentes y niñas con una inquietante inscripción: desaparecida. “Los secuestros y las ventas de niñas y jóvenes crecen sin cesar y en muchas ocasiones se dan con la complicidad de novios o compañeros sentimentales en el pujante mercado del sexo”, prosigue la coordinadora de Talitha Kum en América Latina. “Si a nivel mundial las mujeres suponen dos tercios del total de víctimas de trata, en México superan el 85 por ciento. Nunca he podido soportarlo. Por eso he optado por entrar en las Oblatas del Santísimo Redentor que, desde hace más de 150 años, caminan junto a mujeres explotadas sexualmente. Y son ellas las que nos mostrarán el camino. En las calles conocí a mujeres solteras expuestas a todo tipo de riesgos que habían sido engañadas por sus seres queridos. Son mujeres que buscaban trabajo y no encontraron otra forma de sobrevivir que la de vender sus cuerpos, aunque a veces ni siquiera sacaban en limpio para el billete de autobús. Son mujeres que tenían a cargo a sus hijos y que vivían aterrorizadas pensando en que supieran a qué se dedicaban para mantenerlos. Son mujeres todavía capaces de soñar con dejar de lado todo para cambiar sus vidas. Son mujeres envejecidas antes de tiempo, en la miseria porque nadie las quiere. Son mujeres que no se rinden. Ellas son las que nos dan las fuerzas para creer que el mal nunca tiene la última palabra”.

Las mujeres, especialmente las inmigrantes de Bangladesh, Tailandia, Indonesia, India, Pakistán y Filipinas, también son el principal objetivo de los traficantes de personas en Asia. “A esto se suma la tragedia de la esclavitud por una deuda; seres humanos, hombres y mujeres, transformados en trabajadores forzados de todo tipo para reembolsar las ínfimas sumas que pidieron para hacer frente a una emergencia. A menudo son niños”, dice la hermana Abby. Un drama que la pandemia ahora ha acentuado aún más. “El covid ha aumentado exponencialmente la vulnerabilidad de algunos grupos sociales como las mujeres, afectadas de manera desproporcionada por el impacto económico del virus. En todas partes la explotación sexual en la esfera privada ha aumentado de la forma tradicional y también online, una práctica todavía más difícil de destapar”, asegura la hermana Gabriella Bottani. En Filipinas, la pedofilia virtual ha aumentado hasta en un 264 por ciento desde el inicio de la pandemia. “En Japón, y en muchos países asiáticos, los confinamientos han llevado al cierre de muchas empresas. Las que quedaron abiertas recortaron los servicios que solicitaban a estudiantes y becarios extranjeros, quienes, de la noche a la mañana, perdieron su fuente de ingresos. Atrapados en un país extranjero, sin posibilidad de volver a casa por las restricciones y, ante la falta de recursos, terminaron en redes de traficantes de seres humanos para poder sobrevivir”.

Existe un vínculo indudable entre los flujos irregulares y la trata. La crisis provocada por el coronavirus es un poderoso factor de expansión, junto con el creciente impacto provocado por el cambio climático. “Por eso, no nos cansaremos nunca de pedir a los Estados canales migratorios legales y seguros. Y permisos para víctimas de trata que les permitan a largo plazo integrarse plenamente en los mecanismos asistenciales”, dice la hermana Gabriella. En un mundo presa del miedo al otro y de sus propios muros, la respuesta está tardando en llegar. Mientras tanto, el grito de dolor de las víctimas se vuelve ensordecedor. Y desafía a la Iglesia. “Ya en Gaudium et spes se habla de trata. Con el Papa Francisco, esta grave violación de los derechos humanos se ha convertido en la piedra angular del pontificado. En su magisterio están todos los elementos para adoptar un fuerte compromiso de denuncia y acompañamiento. Una tarea que la vida religiosa femenina, sobre todo, aunque no exclusivamente, está desempeñando. El desafío extra ahora es implicar a todos, también a los hombres, en la lucha contra la trata que, en el fondo, implica una desigualdad entre géneros. Debemos trabajar más duro en este aspecto, educando en relaciones equitativas, no violentas y respetuosas de la diferencia”, concluye la coordinadora internacional de Talitha Kum.

de Lucia Capuzzi
Periodista de Avvenire