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La historia de Aleksandra

 Storia di Aleksandra  DCM-012
30 diciembre 2021

La violencia de un sacerdote y la indiferencia de una superiora


“Evidentemente, has sido tú la que provocó a los sacerdotes”, fue la respuesta de la superiora a Aleksandra, consagrada desde hace treinta y un años que había solicitado la dispensa de los votos. La mujer acababa de contarle los abusos sufridos a manos del sacerdote con el que colaboraba para un proyecto de la congregación. Ese proyecto, un centro de espiritualidad para ayudar a las mujeres jóvenes que querían acercarse a la vida religiosa, era iniciativa de Aleksandra. En él había trabajado día y noche y para él había puesto en práctica sus estudios previos en psicología, abandonados para responder a la llamada de su vocación. La superiora, de su misma nacionalidad y algo mayor, siempre reacia a cualquier novedad, esta vez había accedido a poner en marcha la iniciativa. Pero al cabo de unas semanas decidió que junto a Aleksandra, creadora y guía del centro, tendría que haber un sacerdote de la diócesis, en concreto, el padre Dariusz, quien siempre había sido muy próximo al instituto. “Al principio fue de gran ayuda, pero luego empezó a tener un comportamiento extraño hasta que comenzó a buscar mi cercanía física. Estas primeras impresiones se transformaron en un acoso que degeneró en un abuso real. Yo reaccioné de inmediato, pero él no se detenía. No recuerdo la hora, no recuerdo el lugar y no recuerdo los detalles ... No quiero hacerlo porque quiero olvidarme de todo. Solo sé que algo se rompió en mi alma ese día”. Aleksandra informó inmediatamente a la superiora de lo sucedido. “Ella permaneció impasible, aunque tal vez eso fue lo que me pareció. Lo que me destrozó fue su respuesta. Me dijo que otras también se habían quejado de cosas parecidas y que obviamente, si sucedió, fue porque las religiosas estábamos provocando a los sacerdotes”.

Aleksandra permaneció inerte durante semanas, sumida en sus pensamientos, aplastada por el trauma e invadida por una mezcla de miedo y una sensación de suciedad. De esta manera, y muy a su pesar, ofreció a la superiora la excusa para destituirla de la guía del centro de espiritualidad. “’Claramente no estás bien’, me dijo. ‘Así no te puedes ocupar del proyecto’”. A continuación, Aleksandra fue reemplazada precisamente por el padre Dariusz. “Mi idea pasó así a manos de un sacerdote extraño y abusador. Yo todavía estoy sufriendo”. El abuso, y el maltrato recibido después, hicieron ver claro a Aleksandra que ese viaje que comenzó muy joven había llegado a su fin. Fue la culminación de una serie de “violencias” que dice haber sufrido. Tanto ella como otras hermanas.

“Había una cosa que siempre me ha escandalizado en mi congregación, esa especie de omnipotencia de las superioras sobre la salud de las hermanas. Ellas deciden por nosotras: cómo estamos, cómo debemos estar, si hay necesidad de tratamiento o no o qué tipo de terapia hacer. Una vez, por ejemplo, comencé a sentir un fuerte dolor en la rodilla. Como me dolía mucho, me quejé, pero no fue un médico quien me hizo el diagnóstico. Fue la superiora. Me dijo que el problema estaba en mi espalda porque trabajaba mal. Yo insistí en que me dolía hasta que la convencieron de que me enviara a un especialista que, mediante ecografía, identificó líquido en la articulación. En otra ocasión, junto a otra hermana, discutimos con ella para que mandase a urgencias a una joven que tenía ampollas en la piel. La madre dijo que bastaba con aplicarle una pomada. La acompañamos nosotras mismas y resultó que era una reacción alérgica “. Son solo dos casos entre muchos más: “Podría contar muchos ejemplos de cómo no hay tratamientos para la salud física de las hermanas, y mucho menos la psíquica. Algunas hermanas que tenían que someterse a un análisis de sangre tuvieron que pagarlos de su propio bolsillo porque el instituto solo les daba una suma ínfima. A otras que necesitaban ir al oftalmólogo o al dentista no se les permitió hacerlo porque había que “ahorrar”. La superiora había trabajado en un hospital y conocía a muchos médicos, pero siempre era reacia mandarnos. Para ella, se trataba simplemente de un capricho nuestro”. Aunque no funcionaba así con todas: “Solo con aquellas que no le gustaban. Cuando era necesario, acudía a los mejores especialistas e incluso nos pedía que la acompañáramos. Por supuesto, todo pagado por la comunidad. A algunas hermanas de su confianza, las llevaba a médicos privados. Yo, en cambio, tenía que recurrir siempre a la sanidad pública”.

Estas preferencias no solo se aplicaban al ámbito de la salud. También regían otros aspectos de la vida cotidiana: “Desde la ropa hasta la oportunidad de tomarse unas vacaciones o desde el descanso hasta los permisos para salir a caminar, todo debía pasar por la misma persona. Si necesitabas una prenda de abrigo, lo tenía que decidir el consejo. Si te la negaban era “por motivos de pobreza”. Por eso, muchas pedían ayuda a sus familiares. Lo más triste era descubrir que el armario de la superiora estaba lleno de prendas de lana y cashmere compradas sin consultar a nadie y con el dinero de la comunidad. Mientras muchas otras contaban con apenas un cambio, incluso sin una muda de más…”

Aleksandra trató de cambiar las cosas, de hablar de esas incongruencias e injusticias, pero, como en miles de otros casos, lejos de ser escuchada, fue castigada. “Antes del maltrato físico, sufrí abusos de poder y de conciencia. Me decían que me quejaba todo el tiempo y así empezaron a excluirme. Iban a hacer la compra y me dejaban en casa, como si fuera la Cenicienta. Si charlaban y bromeaban entre ellas, cuando me acercaba dejaban de hablar”. Aleksandra soportaba estos desplantes en nombre de su vocación y de una fe firme transmitida en el seno de su familia. “Encomendé todos los sufrimientos a Jesús. Pensaba continuamente que Él había sufrido mucho más en la Cruz”. El maltrato físico, sin embargo, fue la gota que colmó el vaso y lo que le empujó a renunciar a todo. Ahora solo quiere marcharse lo más lejos posible: “No sé dónde. Solo quiero seguir a Jesús, pero así no es posible. No puedo vivir más tiempo así, en esta situación, ya que tengo miedo de acabar con mi salud física, psíquica y espiritual. Espero encontrar ayuda, tal vez de algún laico porque sé que mi Congregación no se interesará por mí. Como he oído tantas veces, ‘la culpa siempre es de las que se van’”.

da Salvatore Cernuzio
Extracto de “Il velo del silenzio. Abusi, violenze, frustrazioni nella vita religiosa femminil”, San Paolo