«Hoy más que nunca el mundo necesita redescubrir el sentido y el valor del ser humano en relación con los desafíos que se deben afrontar». Lo afirma el Papa Francisco en un vídeomensaje enviado a los participantes de la plenaria del Pontificio Consejo de la cultura, que se desarrolló online del 5 al 23 de noviembre.
Queridos hermanos y hermanas:
Me complace dirigiros mi cordial saludo con motivo de vuestra Asamblea Plenaria, aplazada a
causa de la pandemia y finalmente convocada, aunque de forma virtual. Esto también es un signo de los tiempos que vivimos: en el universo digital todo se vuelve increíblemente cercano, pero sin el calor de la presencia.
Además, la pandemia ha puesto en tela de juicio muchas de las certezas en las que se basa nuestro modelo social y económico, revelando sus fragilidades: las relaciones personales, los métodos de trabajo, la vida social e incluso la practica religiosa y la participación en los sacramentos. Pero también, y sobre todo, ha replanteado con fuerza los interrogantes fundamentales de la existencia: la pregunta sobre Dios y el ser humano.
Por eso me ha llamado la atención el tema de vuestra Asamblea Plenaria: el humanismo necesario. En efecto, en esta coyuntura histórica, no solo necesitamos nuevos programas económicos o nuevas recetas contra el virus, sino sobre todo una nueva perspectiva humanista, basada en la Revelación bíblica, enriquecida por la herencia de la tradición clásica, así como por las reflexiones sobre la persona humana presentes en las diferentes culturas.
El término “humanismo” me ha recordado el memorable discurso pronunciado por San Pablo vi al final del Concilio Vaticano ii , el 7 de diciembre de 1965. Evocando el humanismo secular de la época, que desafiaba la visión cristiana, dijo: “La religión del Dios que se hizo hombre se ha encontrado con la religión (porque es tal) del hombre que se hace Dios”. Y en lugar de condenarlo y execrarlo, el Papa recurría al modelo del buen samaritano que había guiado el pensamiento del Concilio, es decir, esa inmensa simpatía por el ser humano y sus logros, sus alegrías y esperanzas, sus dudas, sus tristezas y angustias. Y así, Pablo vi invitaba a esa humanidad cerrada a la trascendencia a reconocer nuestro nuevo humanismo, porque -decía- “también nosotros, nosotros más que nadie, somos los cultores del hombre”.
Han pasado casi sesenta años desde entonces. Aquel humanismo laico profano —expresión que también aludía a la ideología totalitaria entonces imperante en muchos regímenes— es ya un recuerdo del pasado. En nuestra época, marcada por el fin de las ideologías, parece olvidado, parece sepultado frente a los nuevos cambios provocados por la revolución informática y el increíble desarrollo de las ciencias, que nos obligan a replantearnos todavía que es el ser humano. La cuestión del humanismo parte de esta pregunta: ¿qué es el hombre, el ser humano?
En la época del Concilio se confrontaban un humanismo secular, inmanente y materialista, y otro cristiano, abierto a la trascendencia. Sin embargo, ambos podrían compartir un terreno común, una convergencia fundamental sobre algunas cuestiones radicales relacionadas con la naturaleza humana. En la actualidad, esto ha desaparecido debido a la fluidez de la visión cultural contemporánea. Es la era de la liquidez o de lo gaseoso. Sin embargo, la Constitución conciliar Gaudium et spes sigue siendo actual a este respecto. Nos recuerda, en efecto, que la Iglesia tiene todavía mucho que dar al mundo, y nos obliga a reconocer y valorar, con confianza y valentía, los logros intelectuales, espirituales y materiales que han surgido desde entonces en diversos campos del saber humano.
Hoy está en marcha una revolución —sí, una revolución— que toca los nudos esenciales de la existencia humana y exige un esfuerzo creativo de pensamiento y acción. De ambos. Están cambiando estructuralmente las formas de entender la generación, el nacimiento y la muerte . Se cuestiona la especificidad del ser humano en el conjunto de la creación, su singularidad frente a otros animales e incluso su relación con las maquinas. Pero no podemos limitarnos siempre a la negación y la critica. Más bien se nos pide que repensemos la presencia del ser humano en el mundo a la luz de la tradición humanista: como servidor de la vida y no como dueño suyo, como constructor del bien común con los valores de la solidaridad y la compasión.
Por eso habéis planteado algunas cuestiones esenciales en el centro de vuestra reflexión. Junto a la pregunta sobre Dios —que sigue siendo fundamental para la propia existencia humana, como recordaba a menudo Benedicto xvi — se plantea hoy una cuestión decisiva sobre el propio ser humano y su identidad. ¿Qué significa hoy ser hombre y mujer como personas complementarias llamadas a relacionarse? ¿Qué significan las palabras “paternidad” y “maternidad”? Y además, ¿cual es la condición específica del ser humano, que lo hace único e irrepetible frente a las máquinas e incluso a otras especies animales? ¿Cuál es su vocación trascendente? ¿De dónde viene su llamada a construir relaciones sociales con los demás?
La Sagrada Escritura nos brinda las coordenadas esenciales para perfilar una antropología del ser humano en su relación con Dios, en la complejidad de las relaciones entre el hombre y la mujer, y en la conexión con el tiempo y el espacio en que vive. El humanismo de origen bíblico, en fecundo dialogo con los valores del pensamiento clásico griego y latino, ha dado lugar a una elevada visión del ser humano, de su origen y destino último, y de su forma de vivir en esta tierra. Esta fusión entre la sabiduría antigua y la bíblica sigue siendo un paradigma fecundo.
Sin embargo, el humanismo bíblico y clásico hoy debe abrirse sabiamente para acoger, en una nueva síntesis creativa, también las aportaciones de la tradición humanista contemporánea y de otras culturas. Pienso, por ejemplo, en la visión holística de las culturas asiáticas, en la búsqueda de la armonía interior y la armonía con la creación. O en la solidaridad de las culturas africanas, para superar el excesivo individualismo típico de la cultura occidental.
También es importante la antropología de los pueblos latinoamericanos, con su vivo sentido de la familia y la fiesta. Así́ como las culturas de los pueblos indígenas de todo el planeta.
En estas diferentes culturas existen formas de un humanismo que, integrado en el humanismo europeo heredado de la civilización grecorromana y transformado por la visión cristiana, es hoy el mejor medio para hacer frente a las inquietantes preguntas sobre el futuro de la humanidad. En efecto, “si el ser humano no redescubre su verdadero lugar, se entiende mal a sí mismo y termina contradiciendo su propia realidad” (Laudato si’, 115).
Queridos miembros y consultores, queridos participantes en la Asamblea Plenaria del Consejo Pontificio de la Cultura, os confirmo mi apoyo: hoy más que nunca el mundo necesita redescubrir el sentido y el valor del ser humano en relación con los desafíos que se deben afrontar.
Hoy quiere que repitamos aquellos versos de un pagano: “Sunt lacrimae rerum et mentem mortalia tangunt”.
Os bendigo de corazón y os pido que sigáis rezando por mí.
¡Muchas gracias!