Prueba

Ser santa sin vivir a la sombra de un santo

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04 septiembre 2021

Escolástica y su gemelo Benito, Clara y Francisco: unidos y distintos, no minusvaloran el papel de la mujer


Después de siglos, ¿es posible hacerse eco hoy de la voz de hombres y mujeres del pasado?, ¿hay una forma de escuchar estas voces o hay que crearlas de nuevo?

Quizás sea posible aplicando una triangulación: contexto histórico, reacción personal y pensamiento. Hay que partir, no de una ideología preestablecida, sino buscar ahondar en la realidad de los acontecimientos. Entonces la epifanía de las personas se rebela luminosa.

Más aún cuando se trata de dos parejas que a lo largo de los siglos han dejado una huella viva y palpitante como Benito y Escolástica y Francisco y Clara. Dejan rastro, como han señalado las historiadoras contemporáneas que lograron hacer hablar a estas mujeres cuando en siglos pasados ​​dominados por historiadores patriarcales fueron condenadas, no solo al silencio sino al mutismo. ¿Puede el aparente vacío dejar alguna señal? La huella estaba allí y en diferentes siglos, Escolástica en el IV o Clara en el XIII. Ambas vivieron siempre a la sombra de Benito y de Francisco… ¿cómo quería la Historia oficial? Claramente no. Deseosas de comunicar, quedarse en la sombra no fue una opción ni para una ni para la otra. También porque la diferencia femenina siempre ha existido, aunque sea sometida por el silenciador social.

Aparentemente silenciadas, en ambas la verdad era apremiante y por eso quedó grabada en la Historia. Pero, ¿cómo?

¿Cuál es el vínculo entre el famoso encuentro de Benito y su hermana gemela Escolástica en 547 y el encuentro de Francisco y Clara en Asís a mediados del siglo XIII?

La desobediencia y la metamorfosis, todavía hoy preciosas y vitales.

Ambas mujeres desafiaron su entorno social pensando por sí mismas, es decir, cultivando un pensamiento y un razonamiento que, entretejido con la experiencia de vida, les abrió los ojos sobre el rol de la mujer y la posibilidad de expresar decisiones personales, dictadas por su voluntad y su empatía con aquellos con quienes compartieron la peregrinación terrena.

No se trata de egocentrismo: Escolástica y Clara estaban profundamente centradas en la experiencia de la irrupción de Dios en sí mismas y en la Historia de la humanidad. Sin embargo, estaban unidas a una autonomía de juicio que no las vinculaba a lo socialmente masculino.

Fue una desobediencia de pensadoras y de atrevidas. Una libertad conquistada personalmente con un toque de mujer y compartida con alegría.

Con Benito y Escolástica y Francisco y Clara todo cambia y se impone una relación en la que los roles no están sujetos a leyes rígidas, sino a un profundo sentimiento de auténtica empatía. Entonces se abre un camino, evangélico y social, original y nuevo, porque emana de uno mismo como una experiencia específica para descubrir y formular nuevas interpretaciones para transformar la realidad. Pero dentro del sentir femenino, que percibe la necesidad de la experiencia, la práctica de la relación y la mediación con el otro sexo.

No se vieron forzadas y obligadas a concebirse como dictaban sus familias, en las que prevalecía la separación y jerarquía entre padre y madre y la hija y el hijo.

Escolástica y Benito se veían una vez al año. En su encuentro del 6 de febrero del 547, Escolástica que, hasta donde sabemos no pertenecía a una orden definida ni vivía dentro de una fundación monástica, deseosa de hablar con su hermano con quien convivía en profunda armonía, no tiene miedo de desobedecerlo pidiéndole que continúe su conversación durante toda la noche, a pesar de la regla monástica que les obligaba a regresar a la abadía. Benito se niega. Escolástica reza al Señor y, al instante, se encapota el cielo y se desencadena un temporal. Así, pasaron toda la noche hablando. Escolástica, arquetipo de la mujer de Dios, no impone la autoridad de su persona, sino que se dirige al Altísimo mismo. Así, reafirma ante su hermano su precisa identidad de religiosa conocedora de la Biblia: el poder espiritual que vence al temporal, la fuerza vigorosa de quien anuncia como profetisa desarmada que vence a la alienación armada del mundo. Escolástica goza de autoridad, no de poder. Y ella está en la raíz, si no como fundadora, de las religiosas benedictinas.

Clara se siente atraída, a sus aún doce años, por la pobreza radical de ese Francisco loco al que vio desnudarse para seguir a Cristo. No es el amor sublimado por el hombre Francisco, sino el amor por ese Francisco que revela el amor de Jesucristo.

Así que juntos, en una dualidad participativa y respetuosa, subvierten la lógica del mundo circundante con repercusiones en los siglos venideros.

Clara no comparte su vida con los hombres y mujeres de su entorno, crea su propia manera de ser consagrada: es la primera que elabora una regla femenina. No solo eso, es la primera que recibe el reconocimiento de todos, después de mucha resistencia y oposición a la regla que más inquietaba, la de no poseer nada.

Clara, noble, rica y culta, - con un excelente conocimiento del latín -, se lanza de cabeza a la pobreza absoluta en un momento histórico de naciente economía monetaria y en el que el mercado y la burguesía dictan la ley con su creciente poder, especialmente en tiempos de guerra. Se atreve a pedir a Inocencio III en 1216 un privilegio desconcertante: no verse obligada a aceptar posesiones de ninguna manera: “Y si alguien te dice o sugiere otras iniciativas que impidan el camino de la perfección que has abrazado o que te parezcan contrarias a la vocación divina, no sigas sus consejos”.

Nótese ese “alguien” que incluye también al Papa. Así, cuando Gregorio IX quiere liberarla del voto de pobreza, su respuesta, sin acritud, lanza sin embargo un golpe teológico impresionante: “Santo Padre, a ningún pacto y nunca, in eterno, deseo ser dispensada del seguimiento de Cristo”. Y, siendo una desobediente genuina, gana la partida después de siete años de resistencia y en vísperas de su muerte.

El dualismo colaborativo entre Francisco y Clara, entre hermanas y hermanos, alcanza su punto máximo cuando Clara, en 1230, en la Bula de Gregorio IX que prohibía a los hermanos predicar a las hermanas sin el permiso del Papa, reacciona con una huelga de hambre. La desobediente gana.

La experiencia de las parejas Benito – Escolástica y Francisco-Clara rezuma teología, no la que se elabora en la mesa y luego se ofrece (o impone) a la vida. Una teología probada y vivida experiencialmente.

No han dejado juntos obras teológicas o reflexiones filosóficas, sino escritos de vida, cartas, reglas que habían plasmado en su existencia y alguna invocación orante y poética. Un flujo que no se ha agotado en el contexto de los tiempos a los que pertenecieron, sino que ha atravesado los siglos fecundando con maternidad, una capacidad de mediación que genera creatividad infinita, que se vuelve a proponer con oleadas de desobediencia y liberación y que alimenta el conocimiento del alma con la razón del corazón y con la sabiduría de la vida.

Benito con Escolástica y Francisco con Clara vivieron en la determinación de esa intuición estratégica que se mueve entre la voluntad, la fe, el deseo y la pasión que guía y preside la conformación de uno mismo para llegar a la metamorfosis: la única forma de transformar la realidad histórica.

No fueron solo transformaciones del rol de la mujer, sino metamorfosis que permitieron que la dualidad, hombre y mujer, interactuara de manera respetuosa y productiva porque eran iguales ante la Gracia.

de Cristiana Dobner
Carmelita descalza, priora del monasterio de Santa María del Monte Carmelo en Concenedo di Barzio (Lecco). Teóloga, escritora y traductora.