Puntos de reflexión

Alianza para un proyecto

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04 septiembre 2021

La base de la amistad espiritual entre hombre y mujer


Tengo la suerte de tener un padre espiritual, un sacerdote jesuita, que me acompaña en mi camino de crecimiento interior, sin nunca antecederme ni dirigirme, sino caminando conmigo. En consecuencia, cuando hablo de la amistad espiritual entre un hombre y una mujer en la Iglesia, mis pensamientos se dirigen inmediata y espontáneamente a mi experiencia personal.

Como sabemos, toda la historia de la Iglesia está atravesada por un miedo generalizado a la mujer, que se ha traducido en marginación y discriminación. Pero esta no es la totalidad de esta historia que también conoce grandes ejemplos de fructífera colaboración y trabajo.

Sin embargo, cuando hablamos de amistad espiritual es necesario aclarar qué se entiende por amistad y qué por espiritual referido a la propia amistad entre un hombre y una mujer.

La amistad es una relación intensa y envolvente en la que entran todas las dimensiones de la persona, sin que una sola se convierta en dominante. El respeto, la fidelidad, la lealtad, la estima, el cariño y la reciprocidad son, sin duda, los rasgos característicos fundamentales y cada uno, a partir de su experiencia concreta, podría sumar otros. La especificación de “espiritual” indica más una dirección, un viaje compartido hacia una meta, que trasciende a ambos amigos a través de otros aspectos que los engloban y valorizan.

La contestación a la supuesta imposibilidad de una amistad entre los dos sexos no surge tanto de un razonamiento que afirma la posibilidad, sino de la observación de ejemplos históricamente concretos. Ahí están los encuentros existenciales y espirituales de Benito y Escolástica, Clara y Francisco, Sales y De Chantal, Von Speyr y Von Balthasar y otros que aparecen en este número.

Dos conceptos que, en mi opinión, son sumamente fructíferos para profundizar en la comprensión de la amistad espiritual entre hombre y mujer: el primero es el de alianza y el segundo, posterior, el de proyecto.

El concepto de alianza nos remite directamente a las dos historias de la creación del hombre y la mujer en el libro del Génesis que nos hablan de dos existencias distintas por sexo, pero iguales por dignidad (ambas imago Dei) y colocadas una frente a otro en reciprocidad, sin esas formas de opresión que luego introducirá el pecado. Queriendo articular la alianza entre hombre y mujer en sus dimensiones intrínsecas, es necesario distinguir entre esponsalidad y nupcialidad. La esponsalidad se sitúa al nivel de la estructura constitutiva del ser humano e indica su radical capacidad relacional, es decir, amar, tanto verticalmente, a Dios, como horizontalmente, es decir, entre hombre y mujer.

La nupcialidad, en cambio, se refiere a una relación exclusiva, fiel e indisoluble e invita a un replanteamiento profundo de las figuras de la virginidad consagrada y del celibato, más allá de la sola conyugalidad.

El segundo concepto a destacar, respecto a la amistad espiritual entre hombre y mujer, es el de proyecto.

Vimos anteriormente que, al connotar la amistad entre un hombre y una mujer como espiritual, se enfatiza la orientación común hacia un objetivo común, que puede ser propio de la pareja en cuestión, o referirse al ámbito eclesial más amplio.

En ambos casos, es central el compromiso de lograr una realización que solo se puede alcanzar juntos y cada uno de los dos amigos aporta su contribución única e insustituible que el otro agradece como un regalo absolutamente gratuito.

La historia de la Iglesia recoge varias relaciones fructíferas de este tipo y cada una de ellas ha marcado, de forma más o menos visible, un punto de inflexión tangible del que surgieron novedades que hubieran sido impensables de otro modo.

de Giorgia Salatiello