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Un nuevo liderazgo

 Alla ricerca  di nuove leadership  DCM-005
30 abril 2021

Qué pueden enseñar las mujeres para el mundo venidero


Las mujeres están cualificadas y tienen experiencia, pero siguen siendo una rara avis en los ámbitos de liderazgo. “Solo se les otorgan roles de liderazgo cuando las cosas van realmente mal”. Son las palabras con las que Ngozi Okonjo-Iweala, economista nigeriano-estadounidense, inició su mandato como directora de la Organización Mundial del Comercio. Y la investigación lo demuestra. En 2005 Michelle K. Ryan y Alexander Haslam, en un estudio que apareció en el British Journal of Management, encontraron que entre las 100 empresas más capitalizadas que cotizan en la Bolsa de Valores de Londres, la denominada Fste100, las empresas con mujeres en los puestos más relevantes dentro de los consejos de administración fueron las que habían experimentado problemas financieros y de gestión en el período anterior.

Es así porque en momentos de dificultad las mujeres están más predispuestas a afrontar los problemas. O porque, y lo hemos visto en las fases más agudas de la pandemia, en tiempos difíciles la presencia de la mujer evoca la figura materna. Cuando uno tiene miedo, necesita protección y tranquilidad. En los programas televisivos que han abordado constantemente temas relacionados con la evolución y el manejo de la pandemia, las expertas en el campo de la salud han sido las más buscadas y escuchadas.

El hecho es que se piensa en las mujeres para roles de liderazgo como último recurso.

Mujeres y pandemia: las más afectadas


En medio de la pandemia, las normas sociales discriminatorias ya existentes, sumadas a otras desventajas (por ejemplo, pobreza, raza, etnia y religión) han aumentado la vulnerabilidad de innumerables mujeres en todo el mundo. Las mujeres, por ejemplo, soportan gran parte de la carga de trabajar en interiores. El cierre forzoso de las escuelas en muchos países ha tenido un efecto dramático e inmediato en ellas, que son las que ayudan a sus hijos y piensan en la organización del hogar mientras se encargan de otros muchos asuntos. Un estudio sobre Italia reveló que durante el confinamiento de 2020 solo el 55 por ciento de los hombres contribuyó a la gestión de la casa. El coronavirus ha aumentado significativamente la cantidad de trabajo no remunerado realizado por mujeres, y no solo, el 60 por ciento de las mujeres en el mundo trabaja en los sectores informales más afectados por la pandemia (turismo, agricultura, trabajos temporales) sin ningún tipo de protección legal o social. Los efectos ahora son evidentes: en Italia, el 99 por ciento de las personas que perdieron su trabajo en diciembre eran mujeres. A esto se añade otro dato dramático: la violencia doméstica contra la mujer ha aumentado drásticamente en el último año.

Sin embargo, a pesar de ser las más afectadas, en muchos países han sido excluidas de los órganos políticos y administrativos de la gestión de la emergencia, principalmente por el hecho de que están infrarrepresentadas en los puestos más altos, tanto en el ámbito médico como en el político. Esto puede haber contribuido a la falta de atención explícita a los impactos negativos de la pandemia en mujeres y jóvenes.

Las protagonistas de una regeneración


Sin embargo, los países con mujeres líderes en general obtuvieron mejores resultados durante la pandemia. Reaccionaron de forma más eficaz en términos de capacidad de respuesta, claridad en la toma de decisiones y comunicación con los ciudadanos. Véase el ejemplo de Nueva Zelanda. Por lo tanto, se debe prestar especial atención a cómo se puede proteger y apoyar a las mujeres, pero también a cómo pueden desempeñar un papel importante en la contribución al bien común. Creo que pueden ayudar eficazmente a orientar a la sociedad con el fin de evitar el riesgo de “volver a la normalidad” y regenerar una economía y una sociedad más inclusivas y sostenibles.

El Papa Francisco, en la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, nos anima: La Iglesia reconoce el indispensable aporte de la mujer en la sociedad, con una sensibilidad, una intuición y unas capacidades peculiares que suelen ser más propias de las mujeres que de los varones (...). Pero todavía es necesario ampliar los espacios para una presencia femenina más incisiva en la Iglesia. Porque «el genio femenino es necesario en todas las expresiones de la vida social; por ello, se ha de garantizar la presencia de las mujeres también en el ámbito laboral» y en los diversos lugares donde se toman las decisiones importantes, tanto en la Iglesia como en las estructuras sociales.

La presencia de la mujer es necesaria en todos los lugares donde se toman decisiones que afectan a ciudadanos, trabajadores, empresarios y familias. Si se mira el mundo con un solo ojo, se corre el riesgo de deformarlo.

Y también el documento final del Sínodo sobre los jóvenes de 2018 va en la misma dirección: La relación entre el hombre y la mujer se entiende en términos de vocación a vivir juntos en reciprocidad y diálogo, en comunión y fecundidad (cf. Génesis 1, 27-29; 2, 21-25) en todos los ámbitos de la experiencia humana: vida en pareja, trabajo, educación y otros. Dios ha confiado la tierra a su alianza” (n. 13). Si la tierra ha sido encomendada a la alianza hombre-mujer, entonces a esta alianza se le encomienda la regeneración de un mundo económico y social que se ha vuelto insostenible, como lo ha demostrado con fuerza la pandemia, haciendo más evidentes problemas como las desigualdades crecientes, la brecha tecnológica, la pérdida de puestos de trabajo, las dificultades para muchos para acceder a los alimentos y la crisis medioambiental y climática.

Por lo tanto, debemos asegurarnos de que las economías “post-covid” superen las desigualdades y fracturas de los sistemas sociales que han causado una carga mayor a los pobres y marginados en todo el mundo. Queremos imaginar un futuro que garantice un trabajo decente con salarios justos y protección social a todos los trabajadores, sobre todo, a los del sector informal y a los migrantes forzosos, a los desplazados internos y a los refugiados. No podemos permitirnos el lujo de volver a lo anterior. Además, necesitamos urgentemente instituciones globales capaces de enfrentar los desafíos de nuestra Casa Común. Esto significa, en primer lugar, reconocer la naturaleza finita de nuestro planeta.

Una mayor participación femenina en las decisiones y procesos, en el pensamiento de cómo podemos imaginar y prepararnos para el futuro, no solo es deseable, sino necesaria e indelegable.

Pero, ¿qué pueden enseñarnos las mujeres economistas sobre cómo pensar sobre el mundo venidero?

Las economistas: fuera de los esquemas


En el mundo ya son muchas las mujeres que piensan en una economía diferente, más inclusiva y humana, pero quizás hasta ahora no han recibido mucho crédito. La pandemia tiene entre sus consecuencias la de empujarnos a buscar nuevas soluciones. Y quizás estemos más dispuestos a lidiar con pensamientos que hasta hace poco considerábamos exóticos.

El primer rasgo común a muchos economistas es el de lidiar con problemas sociales, bienes comunes, asuntos que tienen que ver con la comunidad y no solo con los individuos. Uno de los temas más urgentes en la actualidad es precisamente el de la gestión de los bienes comunes o commons. Estos, a diferencia de los bienes privados sobre los que se ha construido toda la teoría económica, son recursos materiales o intangibles compartidos, que no son exclusivos ni excluyentes, es decir, su uso por un sujeto no impide su uso por otro sujeto. Los bienes comunes son disfrutados normalmente por comunidades más o menos grandes. La pandemia nos ha llamado a todos a una sabia gestión de los bienes comunes, por ejemplo, la salud colectiva. El primer artículo de 1911 del primer número de American Economic Review, una de las revistas de economía más famosas e importantes, fue escrito por una mujer, Katherine Coman, y se refería a los problemas de riego que comportaba la gestión colectiva del bien agua. La más famosa, la primera mujer en recibir el Premio Nobel de Economía, es la estadounidense Elinor Ostrom que demostró que la capacidad de cooperar y gestionar bienes comunes entre los seres humanos es mucho mayor que la que la teoría económica nos gustaría que creyéramos. Y lo hizo modificando las hipótesis antropológicas que subyacen a los modelos económicos: “La lección más importante para las políticas públicas que puedo extraer del viaje intelectual que he hecho en mi vida es que los seres humanos tenemos una compleja estructura motivacional y una mayor capacidad de resolución de los dilemas sociales de lo que sostiene la teoría de la elección racional. Proyectar instituciones capaces de forzar o dirigir a individuos puramente orientados​​hacia el logro de resultados óptimos ha sido la principal preocupación de los analistas políticos y los gobiernos durante gran parte del último siglo. Mi investigación me ha llevado a pensar, más bien, que el objetivo fundamental de las políticas públicas debe ser desarrollar instituciones capaces de sacar lo mejor de cada ser humano” (Elinor Ostrom, Nobel Prize Lecture, 2009).

Junto con la gestión de los bienes comunes, el tema del cuidado, del cuidado mutuo, también ha sido abordado por varias estudiosas. Una teoría interesante es la de la canadiense Jennifer Nedelsky. Sostiene que la capacidad de cuidar es una dimensión esencial del ser humano, junto al trabajo. Por ello, pide repensar los tiempos de trabajo y de cuidado, haciendo que el cuidado en todos los aspectos pertenezca al ámbito público y no se relegue al sector privado y a las mujeres. Con ella soñamos con un mundo en el que, cuando conocemos a una persona por primera vez, le preguntemos “¿a quién cuidas?”, y no solo “¿de qué te ocupas?”. Esta también es la humanización de la economía.

Mariana Mazzucato [entrevista en página 16] trabaja revisando la gestión colectiva y pública de los bienes y nos invita a revisar aquellas teorías según las cuales es el valor el que determina el precio de las cosas y no al revés.

Por último, no podemos dejar de mencionar a Kate Raworth, la economista británica que está revolucionando la forma de diseñar la economía y medir lo que importa. Para ella, la economía tiene la forma de un círculo y no la de un gráfico de ejes cartesianos, donde por definición “lo bueno” va hacia arriba a la derecha. En su propuesta “lo bueno” está en equilibrio, y tiene límites, los de un planeta que no tiene recursos ilimitados. Y si medimos a los países sobre la base de su capacidad para responder a las necesidades esenciales de las personas, sin dejar de estar dentro de los límites del planeta, descubriremos que todos somos países en desarrollo. Todos tenemos algo que mejorar. Estas nuevas formas de pensar la economía son pinceladas de un cuadro en tonos cálidos, discretos y vivos. Representan el gran avance que necesitamos. ¿Tendremos valor para evitar la tentación de volver a la normalidad y de atrevernos a lo nuevo, más humano, más colectivo, más inclusivo y más respetuoso con la tierra? El tiempo corre. Las mujeres ya están preparadas y listas para hacer su aportación.

de Alessandra Smerilli
Economista, Hija de María Auxiliadora, subsecretaria de la sección Fe y Desarrollo del Dicasterio para el Servicio al Desarrollo Humano Integral