Tribuna abierta

«¿El clero no necesita de las mujeres porque está bien como está?»

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06 marzo 2021

Entre los cerditos, los lobos y las brujas, se sabe, que no había demasiada confianza tal y como nos enseña el famoso, Who’s Afraid of the Big Bad Woolf, “¿quién teme al lobo feroz?”, título original de la canción “Somos los tres cerditos”. La frase remite al “¿quién teme a Virginia Woolf?”. Who’s Afraid of the Big Bad Woolf  juega con el apellido Woolf (lobo) de la novelista feminista y hace alusión, por cierto, a ciertas fobias masculinas.

La cuestión admite poca broma y menos todavía fabulación alguna. Sin embargo, precisamente la forma un tanto irónica y decididamente paradójica de la frase me resulta apropiada para abordar un problema planteado demasiadas veces en torno a un binomio, mujer-Iglesia, que, en mi opinión, no se sostiene. ¿Por qué? Porque las mujeres son parte de la Iglesia, es más, la Iglesia sencillamente no existe sin mujeres. De hecho, el pensamiento que subyace a frases como, “la Iglesia tiene miedo de las mujeres”, es el mismo que nos lleva cuando escuchamos la palabra “Iglesia” a pensar en imágenes del Papa con obispos y cardenales, o incluso rodeado de sacerdotes y frailes.

Además, este imaginario se ve reforzado por los medios de comunicación de todo tipo que, de un modo u otro, hacen ver que “la Iglesia” son quienes hablan desde el Vaticano o desde las curias de las diócesis. Obviamente, la mayoría de los obispos si fueran preguntados al respecto responderían que ellos “son la Iglesia” y no afirmarían algo así ni los teólogos ni las teólogas, al menos los formados tras el Concilio. Por tanto, las mujeres son parte de la Iglesia y, según las estadísticas, e incluso a simple vista, son también la parte numéricamente más rentable de ella.

¿Quizá el clero?


Podríamos quedarnos en este punto y colegir que, si el sujeto que tiene miedo no puede ser la Iglesia, el sujeto que tiene miedo es entonces su cuerpo ministerial, es decir, en lenguaje llano, el clero, “los elegidos”, etimológicamente hablando. Desde este punto de vista, el binomio clero y mujeres puede funcionar ya que son dos grupos distintos y excluyentes: si eres mujer no eres parte del clero y, si eres parte del clero, obviamente no eres una mujer. Esta reflexión puede aplicarse a muchas otras cuestiones como el papel de la mujer en la formación del clero, la colaboración de los sacerdotes con las mujeres, o el matrimonio si hablamos de diáconos o sacerdotes católicos de rito no latino.

Es necesario hacer otra distinción porque incluso esta forma de plantear el problema solo funciona en parte dado que hay muchos sacerdotes y obispos que en absoluto temen a las mujeres. También hay algunos, los menos, que, a partir de su colaboración con mujeres han adquirido una voz propia, no como “defensores de las mujeres”, -algo que tampoco desearía y que resulta algo paternalista-, sino desde su propia masculinidad. Por ello, no es justo hablar del “clero” como conjunto.

¿El clero como cuerpo clerical?, sí


El problema no reside en los individuos, sino en el grupo en la medida en que se mueve como una especie de cuerpo que rara vez se cuestiona a sí mismo y, cuando lo hace, siempre es a nivel interno en términos morales o espirituales. Un grupo que, aunque residual desde el punto de vista numérico y desgastado desde muchos otros puntos de vista, no encuentra la fuerza para repensarse a sí mismo en un sentido más amplio. Esta forma de plantear la cuestión no se aleja tanto de lo que el Papa Francisco ha señalado repetidamente como “clericalismo”, algo que no es una oposición entre quienes ejercen un ministerio ordenado y quienes no lo hacen, sino una forma enfermiza de llevarlo a cabo y de concebirlo. Solo que, desde este punto de vista, probablemente se necesitaría un extra de valor para llevar a cabo una transformación integral y no una simple operación de maquillaje. Pero tratar este tema ahora nos llevaría lejos.

Sin embargo, ¿es este “cuerpo clerical” que muchas veces se apropia de lo mejor de los individuos el que tiene miedo de las brujas, es decir, el que ve a las mujeres como un problema o una amenaza? Es posible.

En última instancia, el miedo si se acepta y se afronta con honestidad, puede abrirse al diálogo, así como el malestar, aceptado y trabajado, puede resultar fructífero. Claro que es más fácil permanecer indiferente. Muchas veces, temo que el aspecto más triste de este asunto se encuadre en una actitud mucho menos noble de tal suerte que, a este “cuerpo” no le importe ni tener miedo porque, sencillamente, está bien como está.

de Cristina Simonelli
Presidenta de la Coordinadora de Teólogas Italianas y docente de Antigüedad cristiana en la Facultad de Teología de Italia Septentrional, Milán y Verona