La historia de este mes

De generación en generación: Kamala,
antes y después

Perroni_DCM.jpg
06 marzo 2021

Rosa Parks, Ruby Bridges, la vicepresidenta de EE.UU.: una genealogía de mujeres vista por una teóloga


Hay una imagen que se hizo viral inmediatamente después del triunfo en las elecciones de Joe Biden y de su vicepresidenta Kamala Harris. El pie de foto de dicha imagen rezaba: “Rosa se sentó y por eso Ruby ha podido caminar y por eso ahora Kamala puede correr” (Beth Perry). En 1955, en Montgomery, Alabama, Rosa Parks se negó a ceder su asiento en el autobús a un hombre blanco. En 1960, Ruby Nell Bridges se convirtió en la primera niña negra en poner un pie en una escuela solo para blancos en el sur de los Estados Unidos. El juez del distrito federal tuvo que pedir al gobierno que enviara agentes para protegerla, dado que fuera de la escuela a Ruby le esperaba una multitud que le gritaba y le arrojaba objetos. En 2020, Kamala Harris, de ascendencia indoamericana y jamaicana, se ha convertido en la primera mujer vicepresidenta de la democracia occidental más poderosa. Igualmente virales fueron las palabras pronunciadas por la propia Harris: “Aunque soy la primera mujer en ocupar este cargo, no seré la última. Pienso en generaciones enteras de mujeres que han abierto el camino para llegar a este momento. Pienso en las mujeres que lucharon y se sacrificaron tanto por la igualdad, la libertad y la justicia para todos, incluidas las mujeres afroamericanas olvidadas, pero que tantas veces han sido la columna vertebral de nuestra democracia”.

Entre dictadura y narcisismo


Como la foto, estas palabras corresponden a una genealogía. El hecho de que Kamala Harris las repitiera varias veces hasta el momento culminante de la ceremonia de juramento permitió que el mensaje fuera recogido por los medios de comunicación de todo el mundo. Y por eso, nos llaman a la reflexión en una época como la nuestra que todavía lucha por aceptar la subjetividad de la mujer como una transformación histórica y no como una reivindicación.

Nadie sabe cómo Kamala Harris podrá orientar la política de su país. Pero ese no es el punto aquí. La fuerza de sus palabras radica en que pide a todas las mujeres, de todas las edades, culturas y religiones, que se sientan parte de una cadena de mujeres, formada no solo por quienes las dieron a luz, sino, sobre todo, por quienes con sus aspiraciones y sus luchas las han generado para la vida pública. En un momento en que la política parece bascular entre dictaduras y narcisismos, Harris pide salir de esta alternativa letal que deforma la Historia. Solo cuando se convierte en genealogía, es decir, cuando genera la conciencia de venir de lejos, la Historia de la mujer pasa finalmente a formar parte de la “gran Historia”. Le da forma, no la deforma. Por eso, quisiera intentar explicar qué me evoca, -de cara a un 8 de marzo que desde hace tiempo está envuelto en polémicas-, esta fuerte llamada a sentirme insertada en una genealogía de mujeres que han hecho Historia, más que padecerla. Evidentemente, no podría hacerlo de otro modo que como teóloga.

Una inmensa reserva de oro


Siempre he sufrido por el hecho de que mi Iglesia fuera incapaz de escuchar a generaciones de mujeres que, durante siglo y medio, han dado a luz a un movimiento controvertido y contradictorio, a veces fragmentado, pero decisivo para la Historia humana. Más bien la Iglesia lo ha castigado y ha emprendido la búsqueda de un feminismo católico antes de comprender los elementos más profundos del feminismo. Ha optado por mujeres de perfil “confiable” con tal de no abrirse al difícil pero fructífero debate cultural sobre temas y problemas puestos sobre la mesa desde distintas disciplinas.

Mientras, se ha llevado a cabo un ingente trabajo para presentar a las mujeres creyentes la Historia bíblica y la Historia de la fe como una Historia de mujeres. Para las mujeres creyentes, mirar al pasado es una elección revolucionaria. La Biblia y la gran tradición religiosa judía y cristiana son una inmensa “reserva de oro” de prácticas y palabras, de opciones de vida y lenguajes, de acciones políticas y de experiencias místicas. Será el momento, animado por el debate dentro y entre las Iglesias, de tamizar el oro en el polvo para hallar las “pepitas” que la investigación bíblica, histórica y teológica han extraído de la reserva de oro de la tradición judía y cristiana y que fueron enterradas porque su transmisión fue tachada de “impura”.

Para ello, ahora sería necesario un salto decisivo. Ya no podemos conformarnos con contemplar las “pepitas” que la Historia de la fe que las mujeres nos han mostrado a través de los recuerdos. Ha llegado el momento de que las mujeres ocupen los espacios públicos a través de un serio debate crítico. Solo así podrán captar su generatividad y finalmente sentirse dentro de una genealogía. María de Nazaret, en su canto de alabanza, da gracias al Todopoderoso porque su misericordia se transmite “de generación en generación”. Crítica histórica, encuentro entre generaciones y traspaso de batuta. Por eso, quizás todavía nos falten muchos 8 de marzo.

de Marinella Perroni
Biblista, Pontificio Ateneo San Anselmo